luns, 16 de decembro de 2019

Parir en Verín es una mala idea

En general, nacer en el interior de Galicia es una mala idea. Les cierran las estaciones de tren, las líneas de autobús, las escuelas, los centros médicos, las sucursales de banca o los comercios y ahora, también, los paritorios

Antes, al menos, esperaban a que los hijos estuvieran en edad de trabajar para obligarles a dejar su tierra desesperados por la falta de oportunidades y futuro, ahora ya no les dejan nacer en ella. Eso es progreso


En el sureste de Ourense, a orillas del río Támega y guarnecida por el imponente castillo de Monterrey que da nombre a la comarca, la viajera se encontrará la villa de Verín, a medio camino entre Galicia, Castilla y Portugal y conformando, junto con la portuguesa vila de Chaves, la primera eurociudad declarada tal. Si no han estado, les sonarán sus tradicionales carnavales con sus emperifollados cigarrones y alguna de sus aguas más famosas: Cabreiroá, Sousas o Fontenova. Hoy cuenta mil habitantes más que a principios de este siglo, pero si está pensando en instalarse allí, e incluso tener familia, debería saber que deberá ir a parir a la capital de la provincia, porque desde el uno de diciembre han cerrado el paritorio.

En general, nacer en el interior de Galicia es una mala idea. Les cierran las estaciones de tren, las líneas de autobús, las escuelas, los centros médicos, las sucursales de banca o los comercios y ahora, también, los paritorios. Antes, al menos, esperaban a que los hijos estuvieran en edad de trabajar para obligarles a dejar su tierra desesperados por la falta de oportunidades y futuro; ahora ya no les dejan nacer en ella. Eso es progreso.

Las provincias de Ourense y Lugo no han hecho otra cosa que envejecer y perder casi la cuarta parte de su población desde los años noventa. Crecen villas y capitales porque se concentran allí quienes antes habitaban pueblos y parroquias. Los jóvenes se van, porque allí no hay nada para ellos. Ahora, vaya usted y dígales que sus impuestos valen lo mismo que los que pagamos en A Coruña o Madrid.

Sostiene el presidente de la Xunta, Núñez Feijóo, popularmente conocido como "O Noso Alberto", que el paritorio se cierra por criterios estrictamente médicos: las guías hospitalarias aconsejan no tenerlos donde no se aseguren los 600 nacimientos anuales, porque los profesionales pierden pericia y eso pone en peligro la vida de las madres y los recién nacidos. Otro recorte más que hacen por nuestro bien y deberíamos agradecer; como en las becas, que las recortaron para no seguir pagando a vagos; o los medicamentos, que hay que pagarlos para que los viejos no se vuelvan drogadictos; o las ayudas a parados o dependientes, que se recortaron para protegernos de jetas y abusadores del sistema.

El argumento de la pericia suena más a cuñadismo que a medicina. Pero seguro que tienen razón y nada tiene que ver que los profesionales prefieran destinos en capitales, donde las oportunidades profesionales se multiplican. Tampoco se entiende muy bien por qué viaja la parturienta en riesgo y no el médico. O por qué se cierra precisamente Verín, si ninguno de los siete hospitales comarcales de Galicia cumple con la sacrosanta cifra de los 600 partos anuales.

La verdadera razón resulta mucho más prosaica. Se ha jubilado el ginecólogo que había y era de Verín. Nadie quiere ocupar la plaza, porque hay escasez de ginecólogos y pediatras y quedan libres plazas más apetecibles. La prueba es que, ante la indignación desatada en la comarca, "O Noso Alberto" ha anunciado la posibilidad de reabrir el paritorio, si se ocupan las plazas vacantes. Proclaman que quieren acabar con el abandono de la Galicia y la España vaciadas, pero si les sale gratis total o incluso pueden ahorrarse unos miles de euros y venderlo como un éxito en las ciudades, donde están los votos. Villas como Verín en Ourense o Lugo les parecen un coste, un despilfarro; estarían mucho mejor cerradas.

Servidor nació en la cama de sus padres, en su casa, en A Vara, Xove, provincia de Lugo. Entonces era lo normal y llegar hasta un hospital en Lugo suponía más de cien kilómetros y tres horas de viaje por carreteras infernales. Nos atendió don José, el médico de familia del pueblo. Yo pensaba que progreso era que, cincuenta años después, ninguna madre gallega tuviera que afrontar semejante situación y los dilemas dramáticos que tantas veces se planteaban. Qué inocente.

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