El constitucionalismo, una propuesta subnormal de normalidad democrática, no para. Tampoco en Navidad
Guillem Martínez
Un discurso de Navidad del rey no es un discurso del rey. Es una tradición. En la tradición británica y holandesa, son discursos hasta cierto punto enervantes, pues no dicen nada, fieles a una tradición en la que, oralmente, los reyes no existen y carecen de opiniones personales públicas. Por aquí abajo, la monarquía no tiene de eso. También carece de una gran tradición en el género discurso. El rey, en fin, nunca ha estado donde debía. O, al menos, donde están las otras monarquías que aún existen en Europa. Lo que explica la rareza de la monarquía esp. Una monarquía que, de no haber sido por elementos externos –el Congreso de Viena en el XIX, o la guerra fría en el XX–, hubiera desaparecido por mérito propio. La monarquía, quizás por eso mismo, no ha tenido que currarse sus discursos. Carece, por ello, de grandes discursos históricos. No emitió, por ejemplo, ningún discurso para recibir a la dictadura de Primo. Lo hizo por otro lado, sin discursos. Carece, y esto es muy importante y marca el límite de sus discursos, de un discurso para posicionarse ante el fascismo esp. Y carece de un discurso para posicionarse ante el fascismo europeo. El gran discurso, en varios siglos, es del anterior rey, cuando el 23F. Un discurso inusual –por lo anteriormente explicado–, hasta cierto punto ambiguo –no ha superado el paso del tiempo; el tiempo le agrega ambigüedad–, y que aporta la gran característica de los discursos reales desde entonces. Son discursos pobres, pero que poseen una robusta interpretación, que se realiza a tiempo real en los medios y en la política. Son, por tanto, discursos políticos, que no vienen a potenciar la independencia de la monarquía, sino su apuesta por una determinada interpretación de la Constitución y de la política. Cierran, más que abren. Y el de Navidad –esa tradición dentro de la tradición– acostumbra a ser tan blanco y tan sometido a la aludida interpretación vertical, que el rey puede alucinar o, incluso, mentir, como el anterior rey, que meses antes de que su hija tuviera un juicio por corrupción –en el que el Fiscal hizo las veces de defensa–, discurseó que “la justicia es igual para todos”.
Respecto del actual rey, sus discursos carecen de lógica propia desde el 3-O de 2017, cuando, en pleno conflicto, decantó la balanza hacia el conflicto. Aquel discurso –agresivo, en el que modulaba una solución agresiva, en el que se apostaba por la desaparición de la monarquía en Cat, a cambio de su resiliencia en Esp, aportando y modulando el tema de la unidad nacional; aportando y modulando nacionalismo– fue, sin duda, también histórico. En la dirección contraria a la prevista. Ha sido un discurso desautorizado por los hechos en Europa. Incluso ha sido desautorizado por los hechos en Esp, a través de la sentencia al juicio al procés, también agresiva, pero –y esto orienta sobre el carácter yuyu de aquel discurso– menos que el discurso del rey. El carácter inapropiado y desmesurado de aquel discurso queda patente por su silenciación posterior, y su escasa repetición en los medios. Aquel discurso beligerante, en una Casa Real que no ha sido beligerante en sus discursos de los últimos 200 años contra cosas importantes, contra las que habría tenido que ser beligerante, fue una ruina. El rey podría haber ayudado a descongestionar. Colaboró, fue pieza clave, en una congestión mayor. Y sin fecha de caducidad.
Sobre el discurso del Navidad de este año. Es, como siempre, un discurso refrendado por el Gobierno. Como el del 3-O. Lo que orienta sobre dos escuelas de refrendamiento. La del PP y la del PSOE, más preocupado, se diría, por el futuro de la monarquía. El discurso fue rico en matices. Es decir, pobre en contenido. Matizó que Cat es un problema –¿cuál es? ¿Sus costas, sus playas? ¿Sus políticos? ¿Su población?–, y que al Presi de Gobierno lo elige el Congreso, no él. Algo, hasta cierto punto, no del todo correcto. Los ejes programáticos, o al menos los más aludidos, fueron dos: su familia –la continuidad, vamos; se colige cierto estrés ahí– y la defensa de la Constitución. Una Constitución sin título autonómico y sin tramo de Bienestar operativos. Lo que da a esa defensa ultrasur de la Constitución un aire ideológico. Es el constitucionalismo, escuela de pensamiento que no tiene nada que ver necesariamente con la palabra constitucional. Quizás esa alineación puede ser el hecho programático del discurso, poco más. Lo que es mucho.
Amplias regiones del Estado ven con cara de póquer las negociaciones PSOE-ERC. Contradicen el constitucionalismo, si bien no lo constitucional. Y, con ello, dificultan opciones democráticas. Fiscalía, después de lo de la sentencia del TJUE, ya se ha definido. En la dirección de que la sentencia del TJUE no existe. No ofrece, en ese sentido, ningún cambio o asidero. Parece ser que lo que dijo Sánchez en campaña, cuando prometió la cabeza de Liberty Valance –recuerden: la fiscalía es mía–, no es tan así. Puede suceder lo mismo con Abogacía del Estado, que, al menos sobre el papel, sí que es un ente gubernamental. En su día, cuando el Juicio al Procés, el Gobierno no consiguió rebajar cargos, más allá del de sedición, desmesurado. Y, en el trance, el Supercicuta de Abogacía, Edmundo Bal, denunció presiones, fue defenestrado y acabó en C's –el constitucionalismo ese–, partido por el que es uno de sus escasos diputados. El lunes, al menos, Abogacía debería haber comunicado el posicionamiento legal del Gobierno ante la sentencia del TJUE, algo que puede facilitar o embrollar el pacto con ERC. No lo ha hecho. Es difícil interpretar, por ahora, si eso es así por decisión del Gobierno –no quiere que Abogacía abra la boca de la cara antes de hacer público el pacto con ERC; que nunca será, por otra parte, absolutamente público, o sería un pacto inoperante–, o si eso es una iniciativa de Abogacía para postergar y hacer tambalearse la investidura, que parece que ya no podrá ser en diciembre. Abogacía se ha dotado –o el Gobierno le ha dotado; algo menos verosímil–, de la capacidad de decidir la emisión de su diagnóstico hasta el 2E. Lo que puede hacer peligrar una investidura antes de la Epifanía de Reyes, una frontera intelectual para una investidura con éxito.
El Constitucionalismo, la interpretación de la CE78 desde los 90, una propuesta subnormal de normalidad democrática, no para, se diría. Tampoco en Navidad.
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