I. Una vida entre invisibles
Microagresiones, lenguaje sexista en los medios, estereotipos corporales, violencia de género, gaps salariales, acoso en los bares... Seguro, ser mujer en el “primer mundo” es complicado, pero serlo en el resto del mundo es poco menos que heroico.
En Colombia, cincuenta años de conflicto armado han dejado un saldo descorazonador: alrededor de 4 millones de personas desplazadas, un 56 por ciento mujeres, y el porcentaje aumenta hasta más allá del 70 por ciento si incluimos en el cálculo a hijos e hijas.
En la cuna del realismo mágico, ser mujer pobre es, con demasiada frecuencia, sinónimo de superviviente. Superviviente de secuestros, torturas, violaciones, muerte... de uno mismo o de los hijos, la pareja o la familia extendida. Crímenes que demasiado a menudo quedan sin respuesta, dejando a esas personas en tierra de nadie, desplazadas, desvalidas, invisibles a los ojos del Estado.
"En Colombia, cincuenta años de conflicto armado han dejado alrededor de 4 millones de personas desplazadas. De ellas, un 70 por ciento son mujeres y niños"
Cuando, en 1998, Patricia Guerrero se instaló en Cartagena de Indias después de un año de exilio en California —su familia había sido amenazada de secuestro, y prefirieron curarse en salud poniendo tierra de por medio—, se topó con esa oscura realidad descrita en las líneas de arriba. Le bastó alejarse del brillo histórico de la capital de Bolívar para encontrar pozos negros que le golpearon las tripas.
Guerrero descubrió que en barrios pobres como El Pozón se concentraban más de 95.000 personas desplazadas. Personas, muchas de ellas mujeres, que vivían en las peores condiciones de miseria, en frágiles chabolas levantadas de un día para otro con chapas, hojas de palma, maderas o plásticos encontrados en cualquier lado.
Desde su llegada, una pregunta obsesionó a la retornada: ¿Quién atendía a aquellas mujeres?
Patricia preguntó a organizaciones sociales y a sacerdotes de barrios marginados que no supieron responder. Lo más que pudieron hacer fue invitarla a conocer personalmente a aquellas familias denáufragos sociales expulsados de sus tierras.
"¿Quién atendía a aquellas mujeres desplazadas?"
Fotografías de la Liga de Mujeres Desplazadas
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El desplazamiento de aquellas personas venía acompañado de relatos de miedo, crónicas de homicidios, masacres de comunidades enteras, desapariciones forzadas, amenazas, delitos sexuales, tortura... Habían tenido que abandonar abruptamente sus lugares de residencia, sus tierras, sus trabajos, por estar amenazadas. Muchas quedaron solas, a cargo de los hijos que sobrevivieron.
En aquel drama había muchos culpables, y pocos defensores. Guerrillas, paramilitares, cárteles criminales, ejército. Todos estaban detrás de aquellas historias de abuso y atropello.
En cuanto empezó a hablar con aquellas mujeres sin nada, Guerrero, abogada penalista especializada en Derecho Internacional Humanitario, sintió que había que hacer algo.
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II. La Liga de la fuerza
“ Nosotras nacimos buscando un cajón para enterrar a una mujer”. Así reza la historia oficial de la Liga de Mujeres Desplazadas, la idea asociativa de una Patricia Guerrero dispuesta a dar voz a los sin voz.
Todo surgió según lo cuentan. Diez mujeres de Pozón se organizaron para pedir por las calles unas monedas para comprar un ataúd de pobre. Querían enterrar a su vecina Olivia Palacios, llegada a Cartagena desde Urabá, y fallecida por falta de asistencia médica. “Después nos organizamos para otras cosas”, cuenta Nivi Díaz, una de las lideres de la organización.
"Se calcula que el conflicto armado en Colombia ha dejado medio millón de mujeres violadas en las últimas cuatro décadas"
Poco a poco, la ambición y el alcance de la Liga fue creciendo. Su objetivo, uno y claro: buscar soluciones colectivas, organizadas y duraderas a sus problemáticas comunes como mujeres desplazadas por la violencia, y lograr la reparación por los daños psicológicos, morales y materiales sufridos.
Había que hablar todas a una . No quedaba otra.
Fotografía de Julia Zulver/Al Jazeera
Aquellas mujeres pronto organizaron una olla comunitaria. Luego vino una guardería casera para los hijos de las madres trabajadoras. Se las apañaron para convencer al Programa Mundial de Alimentos para que aportara comida a aquel barrio lleno de gente sin recursos y sin apenas acceso al trabajo. También gestionaron la creación de un refugio para familias huidas de la guerra, organizaron charlas y hasta jornadas de estudio jurídico.
“Comenzamos por entender qué es un servidor público, qué es la Constitución del 91, qué el Derecho Internacional Humanitario y cuáles los derechos de las mujeres”, explica Guerrero en una vieja entrevista.
"La Liga de Mujeres Desplazas nace en 1999 para buscar soluciones colectivas, organizadas y duraderas a sus problemáticas comunes como víctimas de la violencia armada"
“Después el tema de la impunidad empezó a calarles profundo. Se saben víctimas de un conflicto que no provocaron y empezaron a interesarse por entender cuáles son las leyes del conflicto, qué es el narcoparamilitarismo, la concentración de tierras y riquezas, la globalización económica, el negocio de la guerra, y cómo impacta todo eso en la vida de las mujeres”.
En cuestión de pocos meses, aquellas mujeres, en su mayoría indígenas de origen campesino, algunas totalmente iletradas, recitaban leyes y decretos con la soltura de un estudiante de derecho. Ahora sí, podían hacerse escuchar.
Fotografía de Julia Zulver/Al Jazeera
III. Bonanza, o el Sueño de una Vida Digna
Si algo une a las mujeres de la Liga es su desarraigo. Tuvieron que abandonar sus pueblos y veredas, sus tierras y trabajos, huyendo de las amenazas y las balas. Lo dejaron todo. Lo perdieron todo. Y llegaron a Cartagena sin nada, cargando pesadillas, con la espalda doblada por el dolor de haber visto al esposo o a los hijos acribillados, o desaparecidos sin dejar rastro.
En los barrios marginales de Cartagena, improvisaron refugios con lo que encontraron a mano. Bolsas de plástico, palos, mecates... Cuando sabes lo que es vivir entre el fango, nada tiene más valor que ese lugar al que puedes llamar casa.
“ Para las mujeres, su casa es como parte de su cuerpo, es una extensión de su cuerpo, es el lugar donde se hacen los hijos, el lugar de los afectos, donde se hace el amor, donde se hace la comida. Es el lugar que te dignifica”.
Patricia Guerrero explica así la importancia de Bonanza, o la Ciudad de las Mujeres, una barriada diferente al resto, situada en el municipio de Turbaco, en el barrio El Talón, a cuarenta minutos de Cartagena.
"Para las mujeres, su casa es como parte de su cuerpo. Es el lugar que te dignifica (Patricia Guerrero)"
Fotografía de Julia Zulver/Al Jazeera
A mediados de la década pasada, coincidiendo con un recrudecimiento de la violencia en el Pozón, las mujeres de la Liga decidieron llevar un paso más allá su activismo restableciendo su derecho a la vivienda. Y lo hicieron, de nuevo, a su manera.
Si de amas de casas y campesinas habían dado el salto al activismo, convirtiéndose en defensoras de los derechos humanos e interlocutoras de políticos, ahora tocaba ser albañilas, urbanistas y arquitectas.
Su idea era clara: querían construir sus casas, con sus propias manos. Levantar toda una ciudadela en la que tratar de reconstruir sus vidas.
Construyeron el barrio con sus propias manos, reunieron el dinero para comprar el lote, hicieron el trazado, cavaron la tierra, mezclaron el cemento, levantaron las paredes
La Liga se enteró de un proyecto de urbanización en Turbaco. Consiguieron el dinero para comprar el terreno gracias a la agencia de cooperación internacional USAID y a unos fondos de vivienda del gobierno colombiano. Entonces se dirigieron al promotor para imponer sus condiciones.
Ellas invertirían en el proyecto a cambio de que se las contratase como mano de obra no cualificada, querían ser obreras de sus propias casas. También crearon una Unidad de Producción Industrial para fabricar, sobre el terreno, los bloques de hormigón que habrían de usarse en la construcción. Bloques que el empresario debía comprometerse a comprarles. De esta forma aportarían trabajo y materiales al valor de la vivienda.
Queremos demostrar que organizadas sí se puede y que organizadas es más difícil desintegrarnos (Luvis Cárdenas)
Fotografía de Julia Zulver/Al Jazeera
Las mujeres de la Liga aprendieron a nivelar terrenos, a fabricar ladrillos y a mezclar cemento. Unas hicieron el trazado, otras cavaron la tierra. Juntas levantaron paredes y acondicionaron las calles arboladas. Mientras, otro grupo organizado como cooperativa se ocupaba de trabajar los cultivos para asegurar alimento para obreros y obreras.
Estuvieron tres meses trabajando a razón de doce horas diarias. El resultado, 98 viviendas de 78 metros cuadrados cada una, con dos habitaciones, sala, cocina, baño y un patio. Había nacido Bonanza, La Ciudad de las Mujeres.
"La Ciudad de las Mujeres es una sociedad matriarcal. Ellas resuelven sus problemas. Ellas dictan las normas. Ellas deciden su futuro"
¿Es Bonanza un santuario solo para ellas? No, no lo es. En muchas casas es posible ver a varones adultos —los compañeros—, pero los hombres no tienen ningún protagonismo en la comunidad. Si acaso, ayudan en lo que se les pide. La Ciudad de las Mujeres es una sociedad matriarcal. Ellas resuelven sus problemas. Ellas concilian. Ellas dictan las normas. Ellas deciden su futuro común.
Fotografía de Julia Zulver/Al Jazeera
Observada desde fuera, la ciudadela luce como un lugar seguro. Sin embargo, para las habitantes de la Ciudad de las Mujeres, la realidad diaria sigue teniendo mucho que ver con la violencia y las amenazas.
"Es difícil resistir porque el conflicto permanece y sigue a las víctimas, a las organizaciones, a las líderes: mata, asesina, desaparece. Te vuelves objetivo militar porque nuestro proyecto se enfrentó a toda la estructura política y paramilitar de la zona", dice la abogada Guerrero.
"Somos un hecho irrefutable. Somos un río de sangre vital y profundo. Y somos portadoras de una utopía posible"
Durante la construcción de la Ciudad de las Mujeres, varias personas cercanas a la Liga fueron asesinadas o desaparecieron. Desde entonces se han sucedido las amenazas por parte de grupos paramilitares como las Águilas Negras o el Ejercito Revolucionario Anticomunista ERPAC. En más de una ocasión han sufrido actos de sabotaje, pero ellas lo tienen claro: hay que resistir. "Juntas, con nuestras hijos... con el sueño que tenemos: esto construye la paz".
"Somos un hecho irrefutable. Somos un río de sangre vital y profundo. Y somos portadoras de una utopía posible", le gusta decir a Guerrero.
Ellas son ejemplo de resistencia y autogestión, un paradigma de empoderamiento y trabajo en equipo. La prueba de que, casi siempre, el cambio pasa por atreverse a poner una primera piedra. Digan lo que digan. Y si es juntos, mejor.
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"Verdad, Justica y Reparación Integral"