martes, 26 de decembro de 2017

El 99% de las veces que usas la palabra 'moro' la estás liando (y mucho)


Helena Sardá
www.codigonuevo.com

Llamarle ‘moro’ a alguien es parte de la jerga de muchas personas. “Como se ha dicho toda la vida”, justifican con la boca llena los que lo hacen a menudo y de forma despectiva. Pero, por más excusas que pongan, es un término usado como el culo. En general, confundimos y utilizamos indistintamente los términos moroárabe, musulmán e, incluso, islamista. Todo vale cuando se hace de la ignorancia una bandera, ¿no? Pero, ¿qué quieres decir tú cuando dices ‘moro’? ¿una persona del Norte de África? ¿los bereberes también lo son aunque una parte de ellos sean cristianos o judíos? ¿los indonesios, por ende, son moros?
Vaya popurrí de conceptos tan innecesario. Porque, ni todos los árabes son musulmanes (el 2,1% de los árabes son cristianos) ni todos los musulmanes árabes (los cinco países con más musulmanes del mundo ni siquiera se encuentran en Oriente Medio), ni mucho menos son todos islamistas. Diferenciar entre estas palabras nos hace menos cazurros y puede que hasta más guapos pero, además, puede ayudarnos a entender un poco mejor lo que nos rodea.

¿Qué pasa con la palabra moro?

Procede de la época romana en la que a la población del norte de África, Mauretanea, se la denominaba maurus. Los llamados maurus incluían a poblaciones de origen bereber y también a colonos fenicios y griegos que, en su origen, no eran musulmanes. Sin embargo, cuando los árabes invadieron el norte de África, la mayoría de la población se convirtió al islam y, aunque en la actualidad la mayoría de los habitantes del Magreb practican el islam, todavía existen importantes comunidades judías y cristianas.
Entonces, es una palabra viejuna, que en principio no era racista, pero su uso cotidiano hoy en día no suele venir de antropólogos ni de vintage lovers precisamente, sino como generalización o de forma peyorativa. La usamos para designar a cualquier persona con tez oscura y que asumimos que profesa la fe islámica sin pensarlo dos veces. De hecho, y si nos ceñimos al origen del término, debería de hacer referencia únicamente a las personas con raíces en el Magreb(Marruecos, Túnez, Argelia, Sáhara Occidental, Mauritania y Libia) pero (una vez más) la RAE se hace eco de la generalización popular, aumentando las confusiones.
Además, es una palabra facilorra. Venga meterlo todo en el mismo saco y tira que te vas. Una cosa es un historiador hablando de la España del s.XII (entonces sí es la palabra correcta) o un marroquí llamándoselo a sí mismo con orgullo, y otra muy distinta eres tú diciendo “había un moro, hablaba moro, los moros son…” cuando quizás no sabes ni de dónde la persona ni qué lengua habla ni qué religión profesa. ¿Para qué usar una palabra que no tenemos claro a qué hace referencia y puede sentar mal?
No hace falta convertir nada en tabú ni ser histéricos de lo políticamente correcto, pero si nos apalancamos tanto en generalizaciones, es porque tenemos un ‘cacao mental’ bastante injustificado. Pero, sigamos aclarando conceptos que ojalá todo el mundo tuviera claros.

¿Todos los árabes son musulmanes?

No. Hay árabes cristianos y judíos en sitios tan distintos como el Líbano, Marruecos o Israel. Con la palabra árabe nos referimos en el significado más antiguo a las personas originarias de la península Arábiga, y, hoy en día, se extiende a todo el que tiene como lengua materna el árabe (lo que en muchos casos viene con unos rasgos culturales compartidos), sea cual sea su nacionalidad o religión.
Es decir, que es un grupo étnico definido sobre todo por su lengua. A día de hoy el árabe se extiende por toda la península Arábiga, Oriente Medio, Asia Occidental, África del Norte y gran parte del África Subsahariana y Occidental (es la lengua oficial en Gambia e informalmente se habla en países como Kenia, Congo, Uganda o Nigeria). Además, se trata del octavo idioma más hablado en el mundo (267 millones de personas).

En cambio, ser musulmán significa profesar la religión del islam, independientemente de la nacionalidad o del origen étnico de cada cual. Si bien el islam es una religión fundada por los árabes, se ha extendido por el resto del mundo. De hecho, el país con más musulmanes del mundo es Indonesia (222 millones), que no es un país árabe y, aunque la mayoría de los árabes son musulmanes, en la mayoría de los países árabes existen minorías de otras religiones (un claro ejemplo son los 18 millones de población copta de Egipto).
Y tú diles a los pakistaníes, iraníes o turcos que son árabes, dile a un sirio cristiano o a un marroquí judío que ellos no son árabes, a ver qué cara ponen. Por cierto, que los países con mayor presencia del fundamentalismo islámico no son necesariamente los de mayoría árabe. ¿Acaso el ayatolá Jomeini era árabe? Pues no, era persa.

¿Si mi religión es el islam, soy islamista?

Nada más lejos de la realidad. Como en muchas religiones, en el islam existen diferentes ramas y grados de implicación religiosa. Aunque los occidentales solemos asociar el islam con mujeres veladas, una estricta separación de sexos, un rígido patriarcado, la abstención de comer cerdo y beber alcohol o rezar cinco veces al día, en realidad, el grado de religiosidad y las normas a seguir varían bastante según las diferentes zonas del mundo y las ramas religiosas.

Dentro de los musulmanes existen grupos más fundamentalistas que practican los mandamientos del Corán al pie de la letra. Los grupos politicorreligiosos islamistas (el islamismo es básicamente la doctrina política del islam) pretenden adaptar la vida pública y privada a los mandatos religiosos del islam y establecer un estado confesional con un código civil y penal basado en el Corán (establecer la Sharia o ley islámica). De este tipo de pensamiento se nutren muchos grupos terroristas jihadistas que, por definición, creen que hay que llevar a cabo una guerra santa. Pero es que ni siquiera todos los grupos islamistas apoyan la violencia.
Algo islámico (relativo al islam) no tiene por qué ser islamista. Con lo cual, es obvio que no todos los musulmanes son islamistas, así como no todos los cristianos son partidarios de evangelizar el planeta ni legislar según la Biblia. Los matices entre estas palabras son lo suficientemente grandes como para que empecemos a usarlas bien. Porque, aunque yo no crea que Alá es grande, me temo que nuestra ignorancia sí lo es.

'The True Cost', el documental que hará que dejes de comprar en Inditex

Miguel Sola
www.codigonuevo.com


Salvar el planeta es una de las cruzadas de este siglo, y los más jóvenes lo hemos abanderado. En los supermercados prolifera la comida orgánica y, frente a las estanterías, se masca conciencia crítica. Menos marca blanca y más granja ecológica; ahora se lee el reverso de los cereales (y de casi todo). Sin embargo, y a diferencia de con la comida, el gran público todavía no se pregunta qué esconde la etiqueta de esos pantalones tan baratos, tan de moda y que le sientan tan bien al chico del anuncio.
No nos lo preguntamos o, más bien, lo ignoramos, porque a todos nos suena la historia: en algún lugar de la cadena de producción de esos ‘slim fit’ a 19,99 euros a alguien se le está pagando muy poco o nada. Pero una vez entendemos que podemos llenar el armario sin que la tarjeta se desangre, las preocupaciones desaparecen. Fast-fashion, lo llaman. Por suerte, el documental True Cost ayudará a aquellos que intentamos silenciar las voces del remordimiento cuando compramos, y potenciar nuestra curiosidad para comprender cómo se alcanzan precios de ganga y, lo más importante, quién sufre por ello.

A hombros de documentales partisanos como Supersize Me o Food Inc, Andrew Morgan zarandea la industria de la moda –valorada en tres trillones de dólares– en True Cost. El director revela, con imágenes e historias, la miseria que el brillo del glamour y las lentejuelas no nos deja ver. En total, 90 minutos con un objetivo claro: hacerte sentir incómodo. Y es que la única forma de ver el documental sin cargo de conciencia sería verlo desnudo.
Entre el delirio del Black Friday y la ligereza de la pasarela, nos topamos con la penuria de los trabajadores en Bangladesh. Allí las compañías son responsables, argumenta Morgan, de incendios, colapsos de edificios y enfermedades relacionadas con los productos químicos que se manejan en los talleres. “No quiero que nadie lleve puesto nada que sea producido por nuestra sangre”, dice Shima Akhter, que trabaja por menos de tres dólares al día.
3048061-poster-p-1-a-must-watch-fast-fashion-documentary-is-now-on-netflix  -mileniales- 'The True Cost', el documental que hará que dejes de comprar en Inditex

Las cifras abruman, desde la billetera de Amancio Ortega hasta el número de gente que orbita alrededor del sector. Y es que la moda es la industria que más depende del trabajo humano, empleando a millones de trabajadores en los países menos desarrollados, la mayoría mujeres. Además del impacto humano, la moda es la segunda industria más contaminante del mundo, por detrás de la del petróleo.
Aun así, el consumo despreocupado sigue al alza. Comprar, desechar y vuelta a empezar: el sueño húmedo de la sociedad materialista. La compra de ropa en EE.UU. ha aumentado un 500% en las últimas dos décadas. La tela es ya un fin en sí mismo y el cuerpo, una mera percha latente que cada temporada –se cuenta que hay 52– debe adaptarse a los vaivenes de una estética que ni comprende ni ha elegido. Y todo, gracias a la publicidad, que promete resolver nuestros problemas a través del consumo. Somos el contenido de nuestra cartera, ¿a quién le suena?
Precisamente, Morgan comenzó a interesarse por el origen de su ropa a raíz de una de estas tragedias. El 24 de abril de 2013, el edificio de ocho pisos Rana Plaza, en las afueras de Daca, se derrumbó sobre los empleados de la fábrica textil que alojaba y que producía prendas para una treintena de marcas occidentales. Murieron alrededor de 1.100 personas y más de 2.000 resultaron heridas.
Las grandes marcas deberían quizá tomar la iniciativa, pero cuando sus accionistas exigen ver crecimiento en ventas y beneficios trimestre tras trimestre, la decisión no es fácil. Lo explica John Oliver, poniendo como ejemplo a la marca estadounidense Gap: incluso siendo conscientes del problema, siguen cayendo en las mismas prácticas. Además, ninguna quiso expresar su punto de vista en el documental, por lo que este terminó contando un relato dirigido, y no un debate.
Morgan quiere que te lo pienses antes de comprar, frente al escaparte de Zara o el H&M, como si decidieses entre huevos ecológicos o de fábrica. El cambio, señala la diseñadora británica Stella McCartney, debería ser liderado por los compradores, por ti y por mí: “Los consumidores tienen que saber que están al cargo”.

domingo, 24 de decembro de 2017

Anna Turbau: “Cando cheguei, Galicia era unha batalla permanente. Non era, para nada, un pobo pasivo”

Obras na AP-9. Piquetes de Guísamo, 1977.

Montse Dopico 
http://praza.gal/
Atopeime coa realidade galega case por casualidade. Eran os principios dos setenta. Os movementos populares xurdían cunha forza que coincidía coa miña. O seu obxectivo era o meu, tanto vital como político. E alí quedei. Os tópicos sobre Galicia derrubáronse logo dunha historia repleta de silencio e sufrimento. O meu traballo era moi claro, saltar as barreiras do caciquismo, a censura e a represión policial”. Así falaba a fotógrafa catalá Anna Turbau nunha entrevista coa profesora Rebeca Pardo no 2012. Estas palabras súas, tan definitorias do que foi o seu labor no noso país naquel tempo, están recollidas en varios dos artigos do catálogo Anna Turbau. Galicia 1975-1979, a publicación que acompaña a exposición A intimidade da imaxe, organizada polo Consello da Cultura, que pode verse ata o próximo 16 de xaneiro no Colexio de Fonseca.
“O meu traballo era moi claro, saltar as barreiras do caciquismo, a censura e a represión policial”
Turbau, un dos grandes nomes do fotoxornalismo da Transición, chegou a Galiza sendo moi nova, no 1975, para facer unha reportaxe sobre as vivendas deseñadas polos arquitectos César Portela e Pascuala Campos para as familias xitanas de O Vao, Poio, Pontevedra. Instalouse durante quince días co seu compañeiro, o realizador Llorenç Soler, na caseta de obras, desde onde a convivencia diaria coa comunidade cigana lle deu unha perspectiva que fixo único o seu traballo alí realizado, e que anunciará o que virá despois, ata 1979. Porque por aquí quedou, sen nun principio agardalo e, como ela mesma di, “penso que atinei”. Turbau vén de cederlle ao Consello da Cultura máis de 10.000 negativos do seu arquivo desa época que volven, así, ao lugar onde naceron corenta anos despois. Unha escolma deles conforma a mostra A intimidade da imaxe, comisariada por Margarita Ledo.
Anna Turbau coñecera a César Portela a través do tamén arquitecto Salvador Tarragó, para o que fixera antes unha serie de fotografías de corte social no distrito de Ciutat Vella de Barcelona, cidade na que vivía. Estudara Deseño Gráfico, pero xa antes de chegar a Galiza fora decatándose de que a súa era unha vocación máis xornalística. “Tarragó estaba a preparar unha exposición sobre Ildefons Cerdà, o deseñador do Eixample. El formulaba xa a problemática do barrio antigo, que había que limpar, abrir… Mais en realidade, alén da construción dos edificios, toda a problemática do barrio vello seguía igual”, lembra Turbau en entrevista con Praza. O seu traballo, daquela, tratou de reflectir o estado das vivendas e as condicións de vida da veciñanza que habitaba a cidade vella. Despois, foi testemuña da ocupación dun piso por unha familia, sobre a que publicou unha reportaxe na revista Interviú, iniciando o seu labor como fotógrafa independente desta publicación.
“Alén da construción dos edificios, toda a problemática do barrio vello seguía igual”
Cando chegou ao Vao, sabía ben xa o que quería facer. “Alí había” -lembra- “unha muller, unha matriarca, que se chamaba Odila. Unha persoa moi intelixente e con grande capacidade de comunicación. Penso que foi a empatía entre nós o que me abriu as portas. Eles sabían que eu non ía alí para facerlles ningún mal, que só quería contar o que pasaba. Establecín unha relación de confianza moi bonita coa comunidade”.
“Había no Vao unha muller, unha matriarca, que se chamaba Odila. Unha persoa moi intelixente. Penso que foi a empatía entre nós o que me abriu as portas”
O seu traballo no Vao e a súa amizade con César Portela facilitáronlle o contacto coa Coordinadora Nacional de Afectados pola Autoestrada do Atlántico e coas loitas pola recuperación dos montes comunais. Iniciábase, así, o seu -inmenso- labor de documentación das mobilizacións dos movementos sociais galegos da época. “Chegabas a Galicia coa idea de que era un pobo moi bonito, que o é, cunhas paisaxes marabillosas, no que se comía moi ben. Unha serie de tópicos, pero cando comezabas a coñecer a realidade descubrías unha historia completamente diferente. Uns movementos sociais moi importantes: as loitas contra o trazado da autoestrada, polos montes comunais, polos dereitos laborais en Ascón… Cando cheguei eu, estaba todo por facer e Galicia era unha batalla permanente. Non era, para nada, un pobo pasivo. Era un pobo moi activo que pelexaba polos seus dereitos”, indica.
“Cando comezabas a coñecer a realidade descubrías unha historia completamente diferente dos tópicos. Uns movementos sociais moi importantes”
O catálogo Anna Turbau. Galicia 1975-1979, editado por Natalia Poncela, recolle boa parte das imaxes máis icónicas daquel tempo. As mobilizacións contra as consecuencias sociais, económicas e ambientais da construción da autoestrada do Atlántico -con fotografías de absoluta potencia expresiva, como as que recollen o protagonismo das mulleres, enfrontándose aos grises, nos piquetes de Guísamo-; as protestas da Coordinadora para a recuperación dos montes comunais; as manifestacións en apoio aos traballadores de Astano e Bazán en Ferrol e Ascón en Vigo ou as convocada no 1978 pola Asociación Galega da Muller tras a violación de tres nenas nesta mesma cidade; as protestas paralelas ao acto de asunción do cargo de presidente na Xunta preautonómica por parte de Antonio Rosón; a conmemoración, no 1978, do Estatuto de Autonomía do 1936, a manifestación pro-autonomía do 4 de decembro do 1979 en Vigo; o primeiro atentado mortal dos GRAPO; as marchas polo Día da Patria ou as eleccións municipais do 1979.
Mais a documentación de todas aquelas mobilizacións sociais e políticas tiña que amolar ao poder. “Eu era a única muller fotógrafa que había. Daquela era algo novidoso. Era fotógrafa de conflitos e a policía víame coa cámara cada vez que pasaba algo. Eu facía o que tiña que facer e punto, que era o que faciamos homes e mulleres. Pero claro que acabei tendo problemas coa policía. Non cos compañeiros, que sempre me apoiaron. Pero todos os que traballamos naquel tempo temos claro que era a factura que tiñamos que pagar, simplemente, por estar alí facendo o que había que facer”, asegura.
“Eu era a única muller fotógrafa que había. Daquela era algo novidoso. Era fotógrafa de conflitos e a policía víame coa cámara cada vez que pasaba algo”
O 31 de xaneiro de 1978 afundiuse o buque Marbel. Faleceron 27 persoas naquela traxedia no mar en Galicia -unha de tantas-. E Anna Turbau acompañou as familiares dos afectados durante a deriva e afundimento deste pesqueiro nas Cíes. Escolleu fotografalas a elas, segundo explica, para evitar un enfoque “morboso”. Mais esta serie é unha mostra máis, das moitas que se perciben no seu traballo, da conexión especial que tiña e ten coas mulleres. “É algo do que eu mesma non me decatara pero, revisando o meu traballo co tempo, vin que nas miñas fotos saían moitas máis mulleres que homes. Eu viña de Barcelona e atopeime con aquel rural galego tan duro, con aquelas mulleres que conseguían sobrevivir soas naquela sociedade caciquil, porque os seus maridos ou morreran na guerra, ou emigraran… Pero é que ademais as mulleres tiñan un rol moi activo nos conflitos sociais. As mulleres galegas -todas as mulleres- son tan potentes… En Galicia vía mulleres fortes, loitadoras... Tamén ten que ver, supoño, coa miña propia historia. Eu viña dunha familia moi marcada pola represión franquista e o silencio. Iso axudoume a aprender a abrir os ollos”, sostén.

Como comenta Rebeca Pardo no seu texto no catálogo Anna Turbau: Galicia 1975-1979, “a visibilización pública do papel das mulleres naqueles anos e na historia é unha responsabilidade importante que non sempre se asumiu dun xeito apropiado, sobre todo a representación visual das mulleres con carácter en roles activos que se manifestan non só por temas económicos ou laborais, senón tamén por cuestións como as violacións ou os abusos que Anna Turbau recolle nas súas fotografías”. Máis adiante engade que a autora ofrécenos “unha visión tamén centrada no lado máis humano das situacións vividas”, malia que “o seu retrato das mulleres españolas daqueles anos é máis activo e combativo. Concretamente, vemos as feministas, as viúvas ou as mariscadoras a loitaren e a traballaren pola xustiza, a reclamaren o que consideran seu por dereito. Mulleres con carácter, con determinación, con vontade, con forza e con axencia”.
Segundo Rebeca Pardo, Turbau retrata mulleres con carácter, con determinación, con vontade, con forza e con axencia
Pardo salienta tamén, no seu artigo, outra dimensión que pode axudar a comprender o traballo de Turbau. Porque, di, coma outros fotógrafos da súa contorna, distanciouse “das representacións oficiosas e do centro neurálxico daquela España convulsa para centrar a súa atención nas provincias, nas tradicións nacionais de raíces máis profundas e nas culturas que se mantiveron máis afastadas das imposicións da ditadura”. Traballar como fotógrafo independente e, na periferia, podía supoñer entón certa liberdade creativa.
Pardo aprecia na obra de Turbau, ademais, un “documentalismo humanista directo”, nado, en parte da resposta ás imaxes “estandarizadas, anódinas e repetitivas do franquismo”. Exemplo deste xeito de entender o traballo sería o traballo de Turbau no psiquiátrico de Conxo, que capta “a humanidade das pacientes e non a habitual dexeneración, marxinalidade e violencia con que naqueles tempos adoitaban fotografarse este tipo de institucións e doentes”. A propia Turbau lembra, desta serie, que “non se podía entrar nos psiquiátricos e moito menos con cámara. Eu conseguino a través dun médico e estiven só como unha hora. Fun facendo unha sorte de travelling visual do que atopei. Case non había luz. Alí estaba unha nena duns 14 anos cunha discapacidade psíquica que sempre ía coa súa boneca, ou mulleres que eu vía gordas, cousa que me sorprendía porque moito non comían. Despois decateime de que estaban embarazadas…”.
“En Conxo case non había luz. Alí estaba unha nena duns 14 anos cunha discapacidade psíquica que sempre ía coa súa boneca, ou mulleres que eu vía gordas. Despois decateime de que estaban embarazadas”
En confluencia con Pardo, Cristina Zelich subliña no catálogo -que tamén inclúe un limiar de Ramón Villares, un texto de análise do contexto histórico de Emilio Grandío e un artigo de Margarita Ledo sobre a súa amizade con Anna e sobre o seu proxecto comisarial para a exposición do Colexio de Fonseca- que o traballo de Turbau pode enmarcarse na renovación da fotografía española nos 70. Os fotógrafos que se interesaron polo rural -indica Zelich- “fotografaron unha realidade que estaba lonxe de se adecuar á iconografía oficial, estereotipada e centrada no pintoresquismo que se difundira durante o franquismo. Herdeiros, en certo modo, do realismo humanista dos fotógrafos da xeración anterior, o que distingue estes daqueles é a súa mirada, afastada dos tópicos neorrealistas, marcada por unha franqueza -poderiamos mesmo falar de dureza en determinadas ocasións- non exenta nalgúns casos de ironía, coa súa forma directa de observar e documentar a realidade fuxindo de poéticas edulcoradas”. 
Os fotógrafos que se interesaron polo rural -indica Zelich- “fotografaron unha realidade que estaba lonxe de se adecuar á iconografía oficial, estereotipada e centrada no pintoresquismo que se difundira durante o franquismo
Preguntada por esta cuestión, Turbau foxe de discursos teóricos sobre o seu propio traballo. “En verdade” -afirma- “sempre fun autodidacta. Na miña xeración non había escolas. O que tiñamos era algúns libros: de Robert Capa, de Cartier-Bresson…, que nos pasabamos uns a outros, porque eran moi caros e non había diñeiro para mercalos. Eu fotografaba o que vivía. Tiña vinte e pico anos, ademais. Agora, se teño que facer unha foto xa sei ben como facer. Pero daquela era máis botar a antena, co obxectivo de facer fotos do que pasaba, do que realmente existía, naquela España na que tentaban enganarnos e agochar a realidade”. 
“Na miña xeración non había escolas. O que tiñamos era algúns libros: de Robert Capa, de Cartier-Bresson…, que nos pasabamos uns a outros, porque eran moi caros”
Turbau instalouse, tras decidir ficar un tempo en Galiza, en Santiago, desde onde colaboraba coas publicacións Interviú e Primera plana. Mais o seu legado non inclúe só, tal como salienta Zelich, imaxes dos movementos populares ou das protestas sindicais, senón que “tamén investigou coa súa cámara a realidade rural, as festas e romarías, o traballo das mariscadoras ou o universo dos curandeiros”, sendo estas obras as que entroncan mellor co “novo documentalismo xurdido en España na metade dos setenta”, con Cristina García Rodero entre os seus representantes.No catálogo recóllense imaxes de Compostela, das illas de Sálvora e Cortegada, de mariscadoras das rías de Noia e Pontevedra, dos Ancares, das Neves ou do Rosal, entre outros lugares, ademais de retratos do Entroido ourensán, de festas diversas ou do cemiterio de Bonaval, de curandeiras e compoñedores, de procesións… Alén dalgúns retratos e, por suposto, das fotos de O Vao e de Conxo.
A autora permaneceu en Galiza, de xeito máis ou menos continuada, entre o 1975 e 1979. De cando en vez retornaba a Barcelona, até que tivo que facelo dun xeito máis definitivo cando a presión da policía chegou a seu límite. E foi difícil, para ela, adaptarse á súa nova contorna profesional. “En Galicia sempre me sentín moi libre no aspecto profesional. En Cataluña non. Nin daquela, nin despois nin hoxe. Como dicía antes, paguei un prezo por facer o meu traballo. Pero volvería pagalo contenta”, asegura.
A exposición que pode verse ata o 16 de xaneiro no Colexio de Fonseca, A intimidade da imaxe, realiza unha escolma que trata de reflectir eses cinco anos de traballo de Turbau en Galiza. “Dunha banda, unha Galicia rural de gran riqueza visual e compositiva que emerxe a través da ollada desta fotógrafa que investigou coa súa cámara a realidade rural, as festas e romarías, o traballo das mariscadoras ou o universo das curandeiras. Da outra, deu visibilidade a unha serie de problemáticas e reivindicacións populares, desde as mobilizacións contra as obras da autoestrada do Atlántico, as manifestacións sobre a situación das empresas navais, os debates sobre a autonomía e as vontades nacionalistas, que lle ocasionaron, en máis dunha ocasión, problemas coa policía. Ademais, na mostra pódense ver ideas recorrentes no traballo de Turbau como son a cama, as olladas ou as mans, que ofrecen unha mirada moi persoal e humanizada que caracteriza a fotografía de Anna Turbau”, segundo salientou o Consello da Cultura.
Anna Turbau con Ramón Villares, na presentación do catálogo
"Na mostra pódense ver ideas recorrentes no traballo de Turbau como son a cama, as olladas ou as mans"
A comisaria da mostra, Margarita Ledo, explica no catálogo que “é a participación dun certo imaxinario no modo de ollar o que queriamos acordar nas persoas” que vaian ver as fotos de Turbau, organizadas a partir da procura do “ámbito (irrepetíbel) que a imaxe constrúe entre a autora e as persoas, os lugares, as accións que fotografa. A escolla das fotos ten que ver, tamén, coa “intimidade que, de maneira latente, ou patente, se establece sempre que a palabra “autora” aparece: idear, escoller, fotografar o que te conmove, o que te move por razóns antropolóxicas, sociais, políticas, o que te configura no que te expresa, o que te leva a tomar partido e á marxe -ou ao contrario- da imaxe como espectáculo visual, como shock que suspende o sentido, como manierismo estético ou como artefacto comercial”. Como di a propia Anna, o que fai é achegarse ás persoas “con respecto”. Sen xulgalas, sen “poñelas en cuestión”. Cun enfoque, tamén, moi “de sentimento”. Simplemente, estando ao seu carón.
Ver tamen:
http://ecoshospitalarios.blogspot.com.es/2016/12/anna-turbau.html

Galicia rexistra novos casos de silicose todas as semanas

A doenza, que non ten cura nin tratamento específico, prodúcese pola contaminación con pó de sílice que sofren os traballadores da lousa e o granito

Pulmón dun mineiro afectado por silicose e tuberculose. Imaxe: Museo Vasco de Historia da Medicina e as Ciencias.
Manuel Rey
http://www.gciencia.com/

Ao comezo, o po de sílice é un inimigo invisible. A través das vías respiratorias entra no corpo e, paseniño, vai invadindo os pulmóns, xerando unha pasta mesta e tóxica. Cando o afectado empeza a sentir que algo vai mal (falta de aire, tose persistente, fatiga, malestar xeral) xa é tarde; a silicose é irreversible e, no mellor dos casos, lastrará aos doentes de por vida. Non hai unha cura ou tratamentos específicos, alén do subministro de osíxeno, os medicamentos contra a tose, os broncodilatadores e os antibióticos contra as posibles infeccións pulmonares.
A enfermidade asociouse, sobre todo, coa minaría de carbón en Asturias. Chegou a ser unha auténtica epidemia, con preto de 600 mortos todos os anos durante os anos 60, segundo datos do fondo compensador de pensións. Pero en Galicia o seu impacto tamén foi, e é, bastante salientable. Nas canteiras de granito do Val da Louriña, no sur de Pontevedra, e nas explotacións de lousa no CourelLemos e Valdeorras rexistráronse hai centos de traballadores afectados debido á súa exposición á sílice en suspensión.
Interior dunha fábrica de lousa. Foto: Clúster da Pizarra.
Interior dunha fábrica de lousa. Foto: Clúster da Pizarra.
Juan Carlos Giráldez tiña só 35 anos cando lle diagnosticaron silicose. Levaba media vida, desde os 18, traballando nunha canteira de granito na provincia de Pontevedra. As medidas de seguridade eran escasas. “O mellor obreiro era o que menos se queixaba, o que non pedía máscaras para protexerse do po, o que pasaba máis tempo exposto”. Mozos, case nenos, hipotecando o seu futuro e a súa saúde a peito descuberto. Case vinte anos así, ata que nun recoñecemento médico, a Giráldez detéctanlle silicose en primeiro grao.
Hoxe, con só 49 anos, Juan Carlos cánsase como un ancián. “Subir á planta de arriba da miña casa é como subir seis pisos”. A súa silicose xa é de terceiro grao, e a súa capacidade pulmonar está limitada ao 50%. E coma el están moitos compañeiros da mesma xeración. “Case todos os que traballabamos expostos ao po naquel tempo temos hoxe silicose”. Para axudalos, e para evitar que se sigan repetindo casos coma o seu, Juan Carlos preside OSílice, unha asociación que conta con máis de 200 sociostodos enfermos de silicose.  A súa base de operacións está en Porriño, e reúne, sobre todo, a extraballadores do granito, aínda que tamén prestan apoio aos afectados pola minaría de lousa.
A CIG ten constancia de 17 casos só entre xaneiro e marzo de 2017
“Non hai semana na que non teñamos unha declaración de ‘non apto‘ por silicose, e só contando aos nosos afiliados”, denuncia Anxo Pérez, técnico en Prevención de Riscos Laborais e membro da CIG. Só entre o 1 de xaneiro e o 31 de marzo deste 2017, o sindicato tramitou 27 consultas, das que se diagnosticou silicose en 17: 10 casos de 1º grao, 6 de 2º e 1 de 3º.
Os datos aportados no último decenio polo Instituto Nacional de Silicose (INS) no referente a Galicia corroboran unha situación canto menos preocupante. Entre 2008 e 2012, os diagnósticos aumentaron nun 91,18%. De 34 novos casos en 2008 pasouse a 65 en 2012. Porén, neste último ano houbo un importante retroceso respecto ao 2011, cando se detectaron 90 novos enfermos. Así, o aumento do 2008 ao 2011 foi dun 164,71%. (40 en 2009 e 61 en 2010). E dentro destas cifras non están os diagnósticos feitos directamente polas mutuas, segundo advirten desde a CIG.
Outros estudos do INS centrados en Galicia amosan cifras pouco tranquilizadoras. En 2005, nas canteiras do Porriño, o 17,5% dos traballadores que se someteron a un exame médico (77 de 440) foron diagnosticados con silicose. En Valdeorras, en 2007, diagnosticáronse 25casos nun total de 398 persoas estudadas (6,3%). Ademais, noutros 98 traballadores detéctanse alteracións radiolóxicas que poderían anticipar a aparición da doenza en próximos anos. Dous anos despois, en 2009, outro estudo en Valdeorras amosa 14 casos de silicose entre 103 traballadores (13,6%), e 22 máis con alteracións radiolóxicas.
O Instituto Nacional de Silicose non aporta datos da doenza desde 2012
Non en tanto, non se pode saber nada sobre os últimos cinco anos xa que non hai datos. A pesar de varias peticións de información desde GCiencia, e tal e como confirman sindicatos e asociacións de afectados que tamén os solicitaron, o INS non publica as súas estatísticas anuais desde 2012.
Porén, a CIG fixo públicos desde entón os datos das consultas e os diagnósticos que xestionaban desde o sindicato. Apuntan que entre 2015 e 2016 enviaron ao Hospital General de Asturias, en Oviedo, onde está o centro de referencia para a doenza, a 100 traballadores para pasar consulta. “Temos constancia de que en máis dun 40 por cento os casos diagnosticouse silicose“. As cifras reais, non en tanto, poderían ser peores: “Nin todos os traballadores nos contan o resultado do diagnóstico, nin o feito de que este ano non estean diagnosticados quere dicir que non lle atopen a doenza ao ano seguinte”, explica Anxo Pérez.
Gumersindo Rego, neumólogo nacido na Fonsagrada, é, segundo a xente que coñece de preto a doenza, unha das persoas que máis sabe de silicose. Atendeu a moitos afectados durante decenios, xa que traballou media vida no Hospital General de Asturias, a onde chegaban mineiros aínda mozos cos pulmóns xa desfeitos pola sílice. Desenvolveu investigacións que se publicaron en revistas como o Journal of Occupational and Enviromental Medicine. Hoxe, xa xubilado, segue sendo unha voz autorizada.
Rego lembra que “cando comezamos a investigar sobre a silicose, non había nada feito; os traballadores enfermaban, pero ninguén sabía que había que facer nin como había que tratalos”. Co seu labor tamén conseguiu que as autoridades sanitarias puxeran tamén o foco na lousa e no granito. Antes, apenas se tomaban precaucións nestas industrias. “Descubrimos que nas canteiras había formas avanzadas de silicose que estaban pasando desapercibidas”.
“O organismo non ten mecanismos de defensa contra a sílice”, explica Gumersindo Rego
Neses casos xa era tarde, porque o po de sílice contaminara moitos pulmóns. Explica Rego que as partículas máis finas son “as máis agresivas”. A sílice é un elemento contra o que o organismo non ten mecanismos de defensa. Só se pode expulsar a través do sistema linfático, coa expectoración, pero a nivel celular, o organismo perde a batalla.
O po máis groso tropeza coas paredes do aparello respiratorio e sae de novo ao exterior antes de chegar aos pulmóns pero o microscópico segue o seu camiño. “As partículas son neutralizadas polos macrófagos, unhas células do sistema inmune, e pasan aos lisosomas”, explica Rego. Estes son uns orgánulos que deberían ‘dixerir’ e destruír este corpo estraño. Pero non son capaces.
Deste xeito, “o macrófago acaba destruído e libera nos pulmóns unhas enzimas e uns radicais que aumentan a inflamación”, conta o doutor. Estes últimos xeran novos radicais oxidantes e outras enzimas que non son quen de destruír a sílice, e que ademais lesionan o tecido pulmonar. Así, acelérase o deterioro no interior do órgano, e aparece a fibrose. Ao mesmo tempo – sinala Gumersindo Rego – aumenta o risco de padecer cancro de pulmón e tuberculose.
O aspecto dun pulmón danado pola silicose é, de xeito paradoxal, semellante ao dunha rocha de granito, tal e como se pode ver na imaxe que encabeza estas liñas. O órgano endurécese, perde capacidade para incharse e desincharse para recoller osíxeno, facer a respiración celular e pasar o osíxeno ao sangue. As consecuencias, son por tanto, bastante graves.
Ante esta situación, traballadores e sindicatos reclaman que se facilite a concesión da incapacidade permanente para os enfermos, así como medidas máis contundentes de prevención nos lugares de traballo. Abordaremos este tema en profundidade nunha próxima reportaxe.

mércores, 20 de decembro de 2017

Una fotógrafa pone a parir a la Virgen María… y se arma el belén

Jaime Noguera
http://www.publico.es/




La fotógrafa británica Natalie Lennard lleva tiempo haciendo fotos sobre la maternidad a lo largo de la historia en las que busca representar el parto antiguo y moderno, el paupérrimo y el lujoso. En su trabajo serie usa imágenes y videos para presentar historias de mujeres tanto reales como imaginarias, escenificando el nacimiento en su forma más poderosa para “iluminar e informar.” Su idea parece muy  apropiada en medio de una crisis mundial de maternidades y nacimientos, pero en una de sus últimas obras, en que la venía destacando a “figuras clave y escritoras del ámbito de la filosofía del nacimiento” presenta un “nacimiento” de los más literales y controvertidos que hayamos visto: la Virgen María dando luz a Jesús. Pero sin florituras ni rubicundos angelitos regordetes, ni misteriosos rayos de luz ni olor a incienso y mirra. Todo lo contrario: sangre, dolor y moscas.
Natalie Lennard cayó un día en que, todos los años, Occidente celebra en grupo un parto natural, que, de haber acontecido realmente, tuvo como escenario un muy primitivo. El nacimiento del Hijo de Dios en un establo es una imagen que ha sido retratada recurrentemente en nuestra cultura. A la fotógrafa inglesa le picó la curiosidad por estudiar cómo había sido representada en el arte esta leyenda del cristianismo y se encontró con imágenes muy alejadas de la realidad de un parto. Una pregunta apareció en su mente, brillando como la estrella (OVNI, según algunos magufos) de Belén.
“¿Cómo es que más allá de la pintura de Julius Garibaldi de 1891 de María y José desplomados en agotamiento, nunca hemos visto una representación ‘real’ de la biología del nacimiento, particularmente de María en un instinto primario extático que el entorno le hubiera ayudado a facilitar?


El timo del nacimiento bucólico
Lennart tiene razón. La iconografía cristiana, tan dada a explayarse en decapitaciones como la de San Juan, mutilaciones como la de los pechos de Santa Agüeda y todo tipo de sanguinarias torturas de mártires y santas, daba siempre una imagen aséptica y antinatural del nacimiento del Mesías. Quizás por aquello de no implantar en la mente del observador que la madre de alquiler de Yahvé tenía genitales. Así, la norma es presentar siempre el post-parto de manera idílica. El pequeño Cristo, emanando luz por la nuca, mientras sus padres y par de animales domésticos (y a lo sumo, un trío de astrólogos muy cotillas), le observan extasiados.


Buscando una representación realista
La artista, que aunque se declara “no religiosa” sí creció siendo educada en la fe católica, decidió, visto lo visto, viajar a la Toscana italiana para crear allí su propio Belén viviente con la ayuda de unos modelos.
“Quería presentar a María en aquel momento de éxtasis y poder, dando a luz en un establo, sin que nadie le explique cómo tiene que colocar su espalda o cada cuanto tiempo debe inhalar aire.”
Quiso arriesgarse a la controversia que suele acompañar al uso de personajes universales para retratar su último ‘Nacimiento sin Perturbaciones’ (así se llama su serie de fotos) entre otros mamíferos (un burro. una vaca y una cabra) usando un ambiente oscuro y humilde. Con ello, según cuenta en un vídeo alojado en su web, quiere sugerir a la mujer moderna que a menudo en el nacimiento, menos es más. Ha titulado a su foto THE CREATION OF MAN (La Creación del Hombre)
“Representar a María en el poderoso momento de traer a Cristo a la Tierra, a las tranquilas y firmes manos de un José que participa activamente, es reivindicar que el humilde poder creador de la mujer es algo tan asombroso e inspirador como la mano creadora de Dios mismo”.
Lo que tenemos claro es que la hermosa imagen va a levantar ampollas entre cierto sector de la población.


Wait a minute…¡la Virgen no sintió dolor al dar a luz!
El que, como yo, tuvo la inmensa suerte (o algo) de estudiar en un colegio del Opus Dei, recordará que en clase de Religión se nos hablaba de cuestiones tan peregrinas como Daniel y el Pozo de los Leones, las visiones de los pastorcillos de Lourdes, el libro Camino o los poco conocidos superpoderes de la Virgen María.
Natalie, probablemente (y con toda la intención del mundo) haya metido la pata hasta el rejo. Si asumes el universo bíblico como real, tienes que hacerlo con todas sus consecuencias. Lo contrarío sería como meterte a ver Superman y criticarla usando las leyes de la Física.  ¡María Santísima no tuvo dolores de parto!  ¿La razón? Dios era un tanto tiquismiquis a la hora de elegir a la madre del hijo que iba a mandar a la Tierra para que le diesen la del pulpo y limpiase con su sangre (¡aghs!) nuestros pecados. (Todo esto antes de ser acogido en el seno de su divino padre y esperar entre nubes, la polución atmosférica y el tráfico de vuelos LowCost la llegada del final de los tiempos para volver a bajar a la Tierra a nosequé de un Juicio Final
Dios padre, todopoderoso creador del cielo y de la Tierra (y las almorranas, el cáncer de huesos infantil y las avispas) eligió a una adolescente judía que debía rondar los 13 años de edad, para que pariese a su churumbel. Había un problema técnico, y es que la madre de Jesús, el hijo de Dios, (Chechu para los amigos), no podía tener la mancha del pecado original en su expediente, que no se la podría entonces llamar lo de “inmaculada”, y hubiese jodido el nombre a un montón de españolas.
Dios, que para eso es todopoderoso, quitó a la chica aquel pecadillo sin importancia. Y claro, sin pecado original, el “con dolor parirás los hijos” quedaba desactivado, como el 155 después de las elecciones catalanas. María no pudo tener dolor de partos, como tampoco pudo jamás satisfacer sexualmente (al menos no vaginalmente) a su marido José.

Y además…
¿Estáis sentados? Bien, el parto no provocó la pérdida de virginidad de María. En Corazones.org. leemos una explicación (o algo) de esto: “Igual que no dudamos que Cristo fue siempre virgen aunque sabemos que su carne fue cortada al ser circuncidado como judío, tampoco dudamos que María Santísima fue siempre Virgen, incluso durante el parto, aunque su hijo traspasare su carne al nacer.” ¿Qué podemos decir ante esta afirmación? Pues eso, lo de siempre…¡milagro, milagro!
María pudo perfectamente parir a Jesús y, sin despeinarse, cortar leña para poner a calentar una olla con agua y preparar un potaje de lentejas, que venían invitados.
Además, las moscas que aparecen en la obra de Natalie Lennard, como la caca de gallina o la flora bacteriana de la Palestina del siglo I le podían importar un bledo a la Virgen. ¿Fiebres puerperales? ¡No, madafackas, al no tener el pecado original (redoble de tambores), María no podía enfermarse y diñarla! ¡Era inmortal! Por eso (a menos que seas ortodoxono se puede visitar su tumba en ninguna parte. El alma inmortal y el cuerpo de María fueron un día transportados (tan ricamente) al cielo por los ángeles del señor (extraterrestres, según los magufos). En plan “tú, mujer, ya cumpliste tu misión, pariste, ahora vente al cielo para contemplar mi patriarcal rostro para toda la eternidad, que es lo más de lo más”
Y desde aquel entonces, en el cielo, entre ángeles, santos y demás fauna celestial asexuada, hay un cuerpo de mujer por allí, con ombligo, pechos y sexo, flotando en el éter por los siglos de los siglos…