Se vive como un tema tabú, secreto, pero sale a la luz en la mayoría de sesiones de terapia. Solo allí se atreven a compartirlo con otras mujeres. Por eso, Mercedes Herrero, doctora de ginecología de Gine4, ha escuchado esta frase a sus pacientes de cáncer en más de una ocasión: "Me ha dejado". Y es ahí cuando esta doctora las libera, les hace entender que no son las únicas y que no están solas. "No sabemos si ocurre con otras especialidades pero sí es destacado que en este ámbito, de salud de la mujer. Es algo que vemos con frecuencia y, sobre todo, cuando la mujer es más joven. Parece como si el cáncer truncara un proyecto de vida y esos hombres no supieran asumir la adversidad".
Es un asunto que se queda en lo personal, en una cierta vergüenza de ser "abandonada" ante los ojos de la sociedad, y que muchas mujeres solo logran compartir con sus oncólogas o psicólogas. Herrero, a veces, sabe detectar a estos perfiles a tiempo. En otras ocasiones, reconoce que saben camuflarlo pero se pone en alerta cuando "ellos hablan de la enfermedad en primera persona, como si la padecieran". Para esta doctora, esta reacción es típica de hombres con un síndrome de Peter Pan, donde normalmente la mujer es el ancla del núcleo familiar, la que tira de la casa. "Y cuando ese pilar enferma y no puede rendir igual, se nota ese hueco y no saben reaccionar", argumenta.
En este tiempo, Herrero ha visto estas situaciones en varias etapas de la enfermedad. Desde que sus parejas reciben las quimioterapias, que es "cuando la persona pasa por mayor precariedad física y necesita apoyo", a otros que aprovechan incluso para reconocer que tienen una vida paralela. Otros esperan al final, a modo de "balance". "La sensación es que no son situaciones que se manifiestan por la enfermedad, sino que la enfermedad las hace visibles", comenta esta doctora. Esta reacción también la ha visto en otras situaciones similares como cuando un hijo tiene una enfermedad, o cuando deben afrontar un aborto, o tras los primeros meses después de un nacimiento.
"Ellos hablan de la enfermedad en primera persona, como si la padecieran"
Son personas egoístas, narcisistas e inmaduras que no empatizan con el problema. "Son casos como, por ejemplo, en los que para ellos lo grave no es que su pareja vomite tras la quimio, sino que no puedan salir de copas". Herrero ha escuchado este tipo de situaciones muchas veces. Es entonces cuando las pacientes pasan por depresión y culpa. "En esa fase suelen decir que les ha dolido más que la enfermedad porque te falla la persona en la que confiabas. La enfermedad puede ser muy dolorosa, pero no te inflige nadie el daño. El daño emocional de alguien sí, y es muy doloroso". Al final, lo que sí comprueba en todos los casos es que vuelven a vivir y que están mejor "que cuando estaban acompañadas".
También recuerda que hay pacientes cuyas parejas se mantienen en un discreto segundo plano. "No quiero que quede la idea de que tener cáncer lleva a que la pareja te abandone, porque no lo es. Muchos permanecen y van a una. Pero sí que es algo frecuente y es necesario que salgan a la luz estas situaciones para que las mujeres que lo padecen no se responsabilicen y se centren en superar su enfermedad".
"El amor y el cariño no es solo decirlo"
La historia de Chica (no quiere decir su identidad) empezó en 2013. Un año más tarde la operaron, y durante aquellos días recuerda la presencia de su familia: su marido y dos hijos. Le habían detectado un cáncer en la mama izquierda, un triple negativo. Junto con la extirpación, vino la quimioterapia y la radioterapia. "Fue duro y agresivo. Me pusieron un port-a-catch porque las venas se deterioraron mucho”, comenta. Aún le queda la neuropatía en pies y manos y aún asiste a las revisiones con el pellizco en el estómago, por si brota la enfermedad.
Recuerda que cuando comunicó en casa la noticia se produjo mucha conmoción y, al poco tiempo, veía que la llegada del cáncer le venía grande a su marido. "Lo recuerdo como una persona saturada por las circunstancias, como si él fuese el doliente mayor", reflexiona Chica. ¿Cómo reaccionar? "Pues me dió por intentar suplir, quería salvar la situación e intentaba no sobrecargarlo. Si él venía a quimio conmigo, cuando yo llegaba a casa me ponía a hacer las tareas. Yo veía que él se tenía que quitar presión".
Recuerda, conforme avanzaba en su tratamiento, que a veces tardaba tres horas en las tareas del hogar, pero "las hacía, e intentaba no pedir mucho, no molestar mucho, porque yo veía mucha tensión, angustia, e intentaba arreglarlo de esa manera". Chica, enferma, intentaba hacerle a él la vida más fácil, a pesar de los dolores. Le pregunto por qué asumía las tareas con aquel sobresfuerzo y ella responde que "lo sentía como mi responsabilidad", a pesar de no serlo.
"Me seguía culpando, pero son hombres incapaces de esa dedicación y presión diaria"
Por entonces, ella observaba aquel comportamiento, que se sumaba a otros distanciamientos anteriores, en otras circunstancias adversas. "Está visto que debe ser que no soporta las situaciones límites". Y, entre medias, confiesa que incluso dejó de pensar en su enfermedad. "Yo sufría los síntomas pero quería salvar la situación de mi casa ante todo". A pesar de aquel interés, la convivencia se desgastaba. Recuerda cuando, en las conversaciones con los hijos, escuchaba las reflexiones de él donde la desvaloraba o la marginaba a un segundo lugar. "También me dijo que me había cambiado el carácter la enfermedad, y yo solo sé que desde entonces decidí no aguantar tonterías".
Todas aquellas frases las acumuló durante muchos días sin compartir lo que ocurría con nadie. Recuerda que no sentía un rechazo expreso por su marido, pero sí una total indiferencia que la traducía como tal. Y así, poco a poco, la situación llega hasta que se finaliza el tratamiento y él le dice que se quiere ir de casa. "Le pedí que aguantara un par de meses, a que la niña acabara la carrera, y que después se podría marchar". Reconoce que "en un principio sentí una liberación y me volqué en mis hijos, mi trabajo, mis amigos, mi gente, mi familia... Era lo que realmente me reconfortaba. Y luego empecé a notar su falta. Él, a veces, le dijo a mi hija de venir, pero yo tengo mi concepto de vida y no es igual a la suya".
Recuerda cuando, con el tiempo, le trasladó la noticia a su oncóloga y esta le respondió que no era la primera a la que le pasaba. "Aún así me seguía culpando, en parte, pero también me explicaron que sucede con los hijos enfermos. Que son hombres incapaces de esa dedicación y presión diaria. Para hacerse cargo de un problema que se prolonga... hay que echarle mucha fuerza y ellos no son corredores de fondo. Se ve que algunos pueden estar para algo inmediato, pero si es crónico no saben convivir con eso".
Chica vuelve a pensar sobre ella y sobre él. "A veces notaba que quería ser el protagonista cuando yo era la enferma. Por ejemplo, le molestaba cuando compañeras y compañeros del trabajo me llamaban a diario para preguntar cómo estaba. Aquello le saturaba. Decía... 'otra vez te llaman, qué pesao!' Intentaba reflejar la sensación de que él era más sufridor porque llevaba mi carga encima".
Han pasado años y ahora dice que la enfermedad le ayudó a reafirmar su personalidad y a pensar más en ella. "Al principio das muchas cosas, pero luego ves que no hay que dar tanto a los demás. El amor y el cariño no es solo decirlo. Se demuestra con hechos, constancia y apoyo".
"Él prefería huir, taparse los ojos y no ver nada"
Para Ángeles todo empezó con un diagnóstico en febrero de 2014. Fue un duro golpe porque tenía una bebé recién nacida, con solo seis meses. Cuando llegó a casa se derrumbó porque "no sabía qué iba a pasar". Pero comenta que cambió su actitud una vez empezó el tratamiento. Tener a su hija le sirvió de impulso para esforzarse cada día y para disfrutar aún más con ella.
Explica todo esto ya separada, después de dos años. Su pareja tenía una hija de un matrimonio anterior y se sumaba ahora la pequeña que tuvieron entre los dos. Con la calma y perspectiva que aporta el paso del tiempo, Ángeles reconoce que ya había antecedentes. "Era de irse con otras mujeres. Yo, a veces, le encontraba cosas sospechosas en la casa, le preguntaba por ellas y no me respondía", comenta. Pero en muchas ocasiones, y con la bebé recién nacida, Ángeles seguía con la relación.
De hecho, durante el cáncer, aunque le faltaba mucho apoyo, pensaba que contaba con él. "Pero ahora me he dado cuenta que no. Ahora encuentro explicaciones a situaciones que, por entonces, eran extrañas pero tenía que centrarme en luchar con la enfermedad y no desgastarme. Me sentía sola. Por ejemplo, ahora sé que durante una quimio, que se ausentó, aprovechó para comprar un anillo. Tuve la suerte de que la familia de él me ayudó mucho porque la mía está en Galicia. Yo vivo en Madrid y necesitaba apoyo"
Ángeles y su bebé, superviviente de cáncer abandonada por su pareja.
Entre varias situaciones recuerda que, al regresar de los ciclos de quimioterapia, necesitaba unos días de cama y que él cuidase de la pequeña y de la casa, pero "en esos días, qué casualidad, él siempre me decía que le tocaba estar con su otra hija. Yo tenía que seguir también con las tareas de la casa porque ayudaba muy poco. Un día, por eso, fui en busca de la vecina y estuvimos las dos llorando juntas toda la tarde. Con la enfermedad me sentí aún más sola que antes. No sentía que se preocupara por mi. Él prefería huir, taparse los ojos y no ver nada".
Confiesa incluso sentirse mal en lo más privado. Que pensaba que el hecho de que ella tuviera sofocos por el tratamiento hormonal lo alejara a él. Que el hecho de que el propio tratamiento también bajara la líbido ante las relaciones sexuales, provocase lo mismo. "En esos momentos incluso pensaba que si estaba con otra, lo podía entender. Mi cabeza pensaba así porque yo era como si tuviese un angelito que me hablara y me calmara. Pero luego me venía un diablillo que me ponía en alerta, que me decía que reaccionar así, por su parte, sería de una persona egoísta mientras yo estaba enferma. También me preocupaba el aspecto físico porque yo engordé por las hormonas y pensaba que mi nuevo aspecto también provocaría su rechazo. Le decía muchas veces que no se obsesionara con estar fuerte e ir tanto al gimnasio, que me mirase porque yo estaba más gorda y calva… pero él se limitaba a su dieta y deporte. Recuerdo una noche que me dio por llorar, que solían ser pocas… pero me entró miedo en la cama porque tenía nuevas analíticas. Y en lugar de escucharme o darme un abrazo, me dijo: 'déjate de tonterías y duérmete'".
Cuando ella estaba con fiebre o dolor, él casi nunca le decía nada o no le hacía la cena
Tras esta frase, Ángeles se mantiene en silencio e insiste en que acompañarla a las quimios no era todo, porque con la enfermedad se necesita un apoyo emocional que ella no tenía. También recuerda cómo tras recoger las analíticas un día, "me entraron unas ganas tremendas de vivir y dije que me iría de viaje con él a Roma. Su respuesta fue: 'a Roma... yo ya he estado allí'". No para de contar situaciones como cuando ella estaba con fiebre o dolor, pero casi nunca le decía nada o no le hacía la cena. Afirma que ella casi siempre lo tenía que pedir, que de "él salía poco". Y comenta otro recuerdo más como cuando le respondía a ella, en las discusiones, que él también existía y que sufría.
Tras superar la enfermedad, hubo una gota que colmó el vaso, por la que no tuvo explicaciones y no le pidió perdón. Ella permaneció seis meses más en casa con él. "Ahora veo que esos seis meses me arrastré, como se dice, pero un día, con la bebé, tuve fuerzas para decirle que esto no nos lo merecíamos". Fue el punto final de la relación. Luego vino una etapa de psicólogos para superar mentalmente la enfermedad y el cambio de su vida, todo de golpe y sin apenas pausa. Con el tiempo, saber que otras pacientes habían pasado por lo mismo le tranquilizó.
Dice que si hubiese sido él el enfermo, ella habría estado en todo momento. Ha intentado construir su vida, aunque hace una pausa cuando habla de afrontar otra relación. "El tratamiento me ha provocado muchos cambios", dice, como si tuviera miedo a sentirse rechazada. También está molesta porque cuando se incorporó a la Policía, se acogió a una nota donde se indicaba que los pacientes de cáncer podrían solicitar la incorporación de forma paulatina y cobrando el 100% del sueldo. No recibió respuesta. Estando sola y con las consecuencias de la enfermedad "hago turno de mañana, de tarde y noche, y no me han adaptado el puesto de trabajo". Ahora retoma su vida, intentando dejar atrás aquel pasado, pero quiere decir para terminar que "asumir que tienes cáncer es un reto. Asumir que la persona que está a tu lado, en realidad, no está... es un segundo golpe".