Captura de pantalla de la versión de Los Juegos del Hambre de cada sábado.
Hace apenas diez años el relato antagonista al oficial era cosa de cuatro frikis. Anarcos de casas okupas, colectivos sociales invisibles, algún ecologista jipioso, o esos majaras profetas del Apocalipsis que editaban fanzines conspiranoicos y que resultaron tener razón en todo. Los demás estábamos hablando de viajes low cost y nuevos gadgets. Discutir de política era una excentricidad mal vista.
De pronto algo se empezó a palpar en el aire. Algo difuso. Quizá los primeros en olerlo fueron los libreros o algunas editoriales. Empezaron a aparecer en las estanterías los libros de Carlos Taibo, Pierre Bourdieu, Castoriadis, La Doctrina del Shock, la teoría del decrecimiento de Serge Latouche… Y toda esta amalgama dispersa tenía algo en común: articulaban un relato de lo existente contrapuesto al relato del poder.
Desde el PP acusan a Podemos de tener “mandíbula de cristal”. Efectivamente, nadie tiene su cuajo para salir ante las cámaras y mentir de un modo tan asombroso
Luego llegó el 15M y, de entre todos los efectos que produjo, el más importante fue que, por primera vez, se visibilizó de un modo nítido que había cientos de miles de personas participando de esa construcción de un relato alternativo. El poder, sin embargo, parecía sin argumentos, completamente agotado, incapaz de ofrecer ningún tipo de solución a las crisis que se hacían cada vez más palmarias: crisis de representatividad, crisis del sistema productivo, crisis de participación democrática, crisis del sistema económico. Ante todo esto, el sistema mantenía su mismo argumentario rancio; un discurso ya no caduco, sino completamente incompetente. Lo que Castoriadis define como el “ascenso de la insignificancia” empezó a hacerse evidente para cualquiera mínimamente formado: nos gobierna una recua de inútiles, semianalfabetos, sin formación intelectual de ningún tipo y capaces únicamente de balbucear estereotipos y frases hechas que podría escribir hasta el más tonto de nosotros.
El 15M, en su aparente evanescencia, comunicó a todos los grupos de la disidencia y les hizo comprender que era posible construir un relato distinto al del poder. No solo distinto, sino infinitamente más estructurado, más inteligente, más ético, más razonable y razonado. Ya no eran cuatro frikis. Había cientos de miles, quizá millones, que estaban llegando por caminos diversos a conclusiones similares. Era cuestión de tiempo que una fuerza política recogiese ese “runrún”, en feliz expresión de Nacho Vegas. Pudo ser Equo, pero fue Podemos.
Este nuevo fenómeno que visibilizó el 15M es lo que en Podemos llaman “la grieta”. La grieta es la incapacidad del poder para explicar la realidad, ya no digamos para tratar de transformarla o corregirla, y la aparición de un cada vez más poderoso relato alternativo. Otro mundo sí es posible.
Podemos mostró en sus primeros meses una impresionante habilidad para articular ese discurso. Tanta, que obligó a todas las demás fuerzas políticas a jugar, como le gusta decir a Pablo Iglesias, “en el tablero” que ellos proponían. Y no solo eso. Podemos impuso el marco ideológico. A partir de su emergencia todos los actores del debate político tuvieron que explicarse en los temas e incluso en los términos que marcaba la nueva formación: la desigualdad, la falta de democracia, la regeneración ética, la casta.El PP en su convención de hace unos días hizo recitar a muchos de sus militantes el hilarante mantra: “Soy de la casta de…” en el que trataban de mostrarse como un partido de clases trabajadoras. Es decir, se movían en el marco de Podemos. El triunfo de los que imponen su marco se produce cuando el contrario se ve obligado a usarlo (y está incómodo) aunque sea para tratar de negarlo. Pero esto lo explica mejor Errejón en esta intervención que enlazo.
Si no podemos ilusionar a nadie, desilusionemos a los ilusionados, piensan
Durante meses, todas las demás fuerzas políticas han tenido que intentar construir su discurso de acuerdo a la agenda, los términos y los temas que fijó Podemos. Pero hace poco las cosas han empezado a cambiar. La campaña de descrédito que se inició contra Errejón, de la que fue víctima colateral Tania Sánchez (los ataques contra ella son particularmente mezquinos) y que ahora soporta Monedero es, por supuesto, un intento de ensuciar su honorabilidad y cuestionar su presunta honradez inmaculada. Pero dudo que ese sea el mayor beneficio que se obtiene de ella. Al cabo, los simpatizantes de Podemos pertenecen a un rango de edades y formación cultural que, si no les inmuniza, sí les hace más resistentes a las zafias manipulaciones de la prensa oficial. No hay que olvidar que de los análisis demoscópicos se desprende que son los menores de 45 años, formados con estudios, los que más cansados están del binomio PP-PSOE y más críticos son con el actual estado de cosas. Y, por el contrario, el segmento de mayores de 65 años sin estudios es el único donde el PP es mayoritario. No parece que la campaña de “la beca de Errejón” haya supuesto grandes decepciones a sus futuros votantes. Aunque sí que es más probable que surta algún tipo de efecto en los que aún no lo son. Considero más probable que el poder dé a los primeros por perdidos y trate de “vacunar” a los que aún no han sido infectados.
Sin embargo, hay un efecto más maléfico y menos visible y es que Podemos, por primera vez en seis meses, ha perdido la iniciativa del debate. Ya no es capaz de imponer el marco. En su lugar, se ve obligado cada día a responder a toda esta suma de acusaciones de falta de honorabilidad. Como esos malos entrenadores que, cuando venía un equipo con más técnica, embarraban el campo para igualar las fuerzas, así el PP-PSOE y los medios de comunicación que los sostienen, incapaces de responder al debate ideológico y hartos de recibir somantas dialécticas, han decidido que pelean mejor en el fango, en el lodazal perpetuo en que ellos son maestros del juego.
Hace unos días Pablo Iglesias asistió a una tertulia televisiva. Allí tuvo que dedicar ¡45 minutos! a hablar de Monedero. Lo vimos incómodo. No tuvo uno de sus mejores días. No sabe manejarse ahí. Nada que ver con los representantes de sus dos contrincantes políticos principales, que sacan sus mejores mañas en el fangal de la corrupción y la podredumbre. Desde el PP acusan a Podemos de tener “mandíbula de cristal”. Efectivamente, nadie tiene su cuajo para salir ante las cámaras y mentir de un modo tan asombroso sobre su infinita sucesión de corruptelas. Para exhibir ese cinismo hay que valer. Antes que enfrentarse al discurso alternativo al poder que hoy ejemplifica Podemos, todo el statu quo prefiere inmolarse en un aquelarre de putrefacción general.Todos somos corruptos, todos robamos: vosotros también. Incapaces de reanimar su discurso agónico, la única forma de resistirse al nuevo relato que se les opone es tratar de infectarlo con su misma enfermedad de muerte. Si no podemos ilusionar a nadie, desilusionemos a los ilusionados, piensan. Allá donde van, los periodistas acosan a Podemos cual jauría rabiosa. Nada que ver con las amables charletas que mantienen con el resto de representantes políticos. En el debate televisivo al que aludo había tres periodistas de El Mundo; dos en plantilla y otro recién despedido. ¡Tres del mismo periódico! Me pregunto cómo es posible tal cosa. ¿Por qué no todos? El Mundo contra Pablo. Total, ya puestos, qué más da. Todos preguntando lo mismo, una y otra vez, turno por turno. Si el presentador no lo hubiese impedido podrían haber seguido así horas. Y al día siguiente, más. El País no consideró digna de portada la salida de Bárcenas de la cárcel, pero sí el currículum de Monedero. No digo que no carezca de interés periodístico, pero este desequilibrio informativo es inaceptable.
Entretanto, aquellas cosas que habían por fin venido al debate político: la desigualdad creciente, los privilegios obscenos de una casta política/económica cuyos delitos quedan generalmente impunes, el empobrecimiento ciudadano, la situación de emergencia social de millones de personas, la destrucción de la sanidad, el saqueo generalizado, la pérdida de libertades individuales, la baja calidad de nuestra democracia… todo esto ha enmudecido. El fango lo ocupa todo, la carroña lo llena todo.
El quid no es si Monedero actuó de este modo u otro. Si lo podía haber hecho mejor o peor. Yo tampoco creo que sea un dechado de perfección. Ni él, ni nadie. Estamos viendo, además, que la mayoría de estas acusaciones se desinflan en pocas semanas. Pero a unas les suceden otras y a estas otras, otras sucederán. El quid es que, entre tanto, el “tablero de juego” ya no es el lugar donde se ponían en evidencia las contradicciones y las crisis del sistema. No es el lugar donde los defensores del establishment se revolvían incómodos, incapaces de justificarse, de proponer soluciones, de argumentar. No, ahora, por estos días, el tablero de juego vuelve a ser lo que siempre fue: ese pantano hediondo donde estos animalillos llevan una vida entera chapoteando a placer y donde los no habituados a caminar en la ciénaga se enredan y se hunden.