Aníbal Malvar
Se han conculcado los derechos fundamentales de unas personas, en una democracia, y aquí los demócratas mediáticos coinciden en que solo se trata de una cuestión de forma. Manda cojones. Cuando conculcas un derecho fundamental, como ha hecho nuestro Tribunal Supremo con los procesados del procés, se conculca la democracia en las más altas instancias de nuestro presunto sistema garantista. No es la víctima Oriol Junqueras, ni lo es Puigdemont, por mucho que nos riamos de sus ojos vagos y de sus peinados y de sus mejillones en Waterloo. Se conculcan, se acaban, los derechos a un juicio justo de todos. Y yo a eso, con perdón, que no es tiempo para levantar la voz, antes lo llamaba fascismo.
Si empezamos a llamar problemas procedimentales a la conculcación de nuestros derechos fundamentales por parte de la más alta instancia de nuestra justicia, estamos hablando de totalitarismo, de terrorismo judicial de Estado. El terrorismo judicial no mata de un tiro, pero acaba con tu vida, como le ha pasado a Oriol Junqueras durante estos dos años de prisión: no ha vivido. En la cárcel no se vive. Se muere respirando. No le han dejado vivir, que es como matarlo, y aquí todo el mundo lo resuelve diciendo que ha sido un problema de papeleo, de burocracia equivocada. Pobrecito. Ja. Merecido se lo tenía. Qué horror, poner urnas ilegales.
Estoy escuchando la Ser, y recomiendo a todos esos sesudos opinadores que hablan del «fondo de la cuestión» que se dejen encarcelar durante dos años. Que reciban en el locutorio a sus hijos, que vienen de convivir en el colegio con otros niños que ven a diario a su padre entre rejas en los telediarios. Que les expliquen. Que les digan a sus esposas o maridos que sigan amándolos y siendo comprensivos con su encarcelamiento, con su empobrecimiento económico e intelectual, aunque la cama de cada noche la tengan vacía. Que en el vis a vis los/las convenzan de que no se sientan tan solos o solas como para no ilusionarse con una nueva vida diferente con otra persona.
Aquí parece que encarcelar dos años a un catalán es una coñita como cuando a Gerard Piqué lo expulsan de un partido de fútbol injustamente. Cuando te encarcelan no te expulsan de la política o de la sociedad. Te expulsan de la vida. Te matan dos, tres, cinco años. Que luego, supongo, se multiplican en tu cabeza, incluso cuando ya eres libre, cuando ya has ganado tus interminables recursos (si tienes pasta para pagarlos). Te matan, en el fondo, para siempre. Y, aparte, en ese tiempo, han matado también a tu familia.
Un error tan soez como el que ha tenido el Tribunal Supremo debería acarrear consecuencias inmediatas sobre esos togados hooligans que ni siquiera tuvieron la decencia de leerse la ley, que hubiera impedido la encarcelación provisional de Junqueras y los demás procesados con aforamiento, con la que, además de joderles la vida, les restaron parte de su derecho a la defensa (no es lo mismo defenderse desde el trullo que desde fuera: preguntadle a Bárcenas o a Urdangarín o a las manadas tanto civiles –violadoras de mujeres– como religiosas –violadoras de niños–, que no fueron enchironados con celeridad tan democrática).
El Tribunal Supremo redactó la cancelación de los derechos fundamentales de Junqueras con B de Bendetta, sin importarle la falta de ortografía. Como, antes, el Partido Popular recurrió ante los tribunales artículos del Estatut catalán que ya estaban aprobados en el andaluz. Y en esa hijoputez de las huestes de Rajoy es donde nace este conflicto.
Como hay mucho ignorante con título dispuesto a ejercer de cuñao en estas navidades, os recuerdo lo que escribía sobre el asunto El País en 2007: «Las estrategias políticas juegan a veces muy malas pasadas. La Abogacía del Estado ha presentado un escrito ante el Tribunal Constitucional en el que demuestra con documentación oficial como el PP ha recurrido 30 artículos del Estatuto de Cataluña que están calcados en el Estatuto de Andalucía. Sin embargo, los populares aprobaron el Estatuto andaluz en el Congreso y no recurrieron ninguno de sus artículos».
Pero no me voy a meter en política, siguiendo el consejo que Franco daba a sus ministros. Solo me preocupa la vida de la gente injustamente presa, anulada, muerta social, familiar y políticamente durante años. Que es de lo que habla la sentencia europea. Y de lo que, en España, no habla ningún medio grande ni pequeño. De esas personas. De sus familias. De sus amigos.
A mí me quedan dos soluciones. O mandar a todos los miembros del Tribunal Supremo a la puta calle por incompetentes, o encausarlos por segadores de libertades, de vidas, de familias. Por fascistas que nos desvisten de las leyes a su antojo. No sé qué pensáis vosotros de eso. Como ningún medio lo habla, y esto va de periódicos, a lo mejor no es importante. Será que me equivoco yo.
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