luns, 9 de decembro de 2019

Ser ('facha') o no ser

En el ensayo Quién es fascista, el profesor Emilio Gentile considera que el fascismo, en distintas vertientes, es un concepto histórico irrepetible

Si el fascismo mussoliniano miraba hacia delante y abominaba de la tradición, en España ese fascismo tuvo una manifestación hermana y otra torcida

Alfonso Salazar

Quién es fascista
Emilio Gentile

Alianza Editorial
Madrid
2019

 
   En nuestra adolescencia sabíamos quién era facha. Al menos lo deducíamos por ciertos comportamientos y exhibiciones de símbolos. Eran pocos los que se exhibían, otros muchos se avergonzaban. Aunque fuese reciente la identificación con la dictadura, nos parecía algo muy añejo. En el caso de los jóvenes —aquellos condiscípulos en el colegio que llevaban una plaquita metálica con el águila de San Juan en la pulsera del reloj— ser y parecer facha exigía no solo una educación adecuada y sesgada, sino cierto sectarismo y sentido de manada. El Jueves se reía de los fachas a través del personaje de Martínez, y con el tiempo, definitivamente, se convirtieron todos en caricatura, en patrones de colonia, patria y gomina. Luego llegó el elogio de la bandera nacional, el patrioterismo, volvió el reino de la testosterona y la historia más contemporánea es otra.

Alianza ha publicado un librito de Emilio Gentile, el profesor italiano de La Sapienza, donde reflexiona sobre el concepto de fascista. Gentile es un profesor de historia y considera que el fascismo, en distintas vertientes, es un concepto histórico irrepetible. Porque todos los fenómenos históricos, aunque la leyenda urbana diga otra cosa, son irrepetibles pues las condiciones (como en el experimento científico) no son reproducibles de manera idéntica. Gentile habla de ahistoriología cuando se comparan los movimientos de la derecha, demócratas o no, con el fascismo. Hace ahora cien años que se levantaron los primeros fascios de combate –en principio bastante ineficaces— en Italia, inspirados en modelos franceses, británicos, estadounidenses, y solo un par de años más tarde puede datarse el inicio del fascismo histórico, ese movimiento identificado con el Duce y que sí fue aplanador de la voluntad, vengativo, cruel y tenebroso.

En España el concepto fascista, más acá de las consideraciones históricas, tuvo otras connotaciones. Si el fascismo histórico mussoliniano miraba hacia delante y abominaba de la tradición, del carácter indolente del italiano, en España ese fascismo tuvo una manifestación hermana y émula, y otra manifestación torcida que se dedicó a ensalzar las glorias patrias perdidas, la camisa de una reina antiquísima, caudillos en sandalias y conquistadores de coraza y pelo en pecho. En España siempre hubo un temor a la modernidad, el deseo de cerrar puertas y ventanas, salvaguardar la(s) identidad(es) nacional(es) del invasor, eternamente rechazado en el imaginario colectivo.

Gentile plantea un libro de historia, montado sobre una falsa entrevista ante un auditorio de estudiantes, cosa que a veces peca de esa trampa notable de que la pregunta se hizo tras la respuesta —un cíclico encantado de que me haga esa pregunta: sí, muchas preguntas, pero hay que buscar en el título, y a lo largo del libro, muchos signos de interrogación—. Este método resta vivacidad y veracidad a un texto que debe ser un texto en busca de la verdad. Pero, más allá de esos detalles de planteamiento, que no de contenido, Gentile no defrauda, ya sea cuando muestra el populismo (popularismo) como una técnica más que una ideología, o cuando distingue entre el método democrático y el ideal democrático: este es una finalidad en sí misma recogida en los más universales documentos de acuerdo humanos; aquel es un método asumible por grupos autoritarios, totalitarios, reaccionarios, de cualquier índole que asaltan el poder a través del método democrático para abolir el ideal democrático desde dentro. Una historia conocida, un discurso de mitin que nos suena reciente. Y ese es el punto que prefiere Gentile, distinguir al fascista del neofascista, del neonazi, del conservador, del totalitario, del nacionalista antidemocrático, del nostálgico, del rancio, del vivan las cadenas. Solo nos falta considerar si el fascismo, ya, se ha convertido en nuestro lenguaje en el significante de una técnica más que en el significante de una ideología.

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