Pedro González León, neurocirujano en el hospital 12 de octubre de Madrid ALBERTO DI LOLLI
RAFAEL J. ÁLVAREZ
Los dedos de Pedro González León han curado miles de cerebros y sus palabras movilizaron millones de piernas. No es cuestión de comparar, pero entre un órgano y los otros, este neurocirujano canario puede decir que ha salvado muchas vidas y evitado una posible anorexia del sistema público de salud. "Si tú detraes dinero de hospitales públicos para dárselo crecientemente, por contrato, a una empresa privada que atiende pacientes, la empresa obtendrá cada vez más fondos públicos y el hospital público estará cada vez en peores condiciones. La privatización crea desigualdad, genera un gueto sanitario. Si no hubiéramos parado las privatizaciones, el 12 de Octubre habría acabado siendo un hospital de beneficencia. Y lo malo es que, más sutilmente, sigue habiendo privatizaciones. Hay razones para otra Marea Blanca".
Está en forma. Cinco años después de dejar la presidencia de la Asociación de Facultativos Especialistas de Madrid (Afem), González León sigue alerta del peligro de "descomposición y deshumanización" de esa red pública que no te atiende por dinero.
Sentado en una cafetería, Pedro se hidrata tras una sesión de fotos en el asfalto calcinante de Madrid. Porque si algo resume la figura pública de este enorme y empático médico es la calle. Y eso que todo empezó el 20 de mayo de 2012 en su casa. A las cinco de la mañana. Solo ante el ordenador. "No podía dormir. Llevaba toda la vida luchando por una vocación de entrega y veía que todo iba a destruirse. Me puse a escribir casi como algo íntimo, pero mandé la carta a un amigo que tenía un blog". Se titulaba No trabajo de médico, soy médico.
Era un texto desde la piel, palabras de alguien que amaba la relación entre médico y paciente y los desvelos para intentar curar, pero que veía tambalearse la filosofía de la medicina y la estructura del sistema. "Los médicos hemos pasado a ser 'proveedores de servicios' y los pacientes a ser 'clientes'. Y llega la crisis. Es hora de hacer recortes, gastar menos y deprisa, quitar personal y prestaciones. Es una crisis, sí, pero también de valores. Podemos dejar que hagan los recortes personas que no saben lo que es un paciente o un bisturí, que destrocen todo esto. O podemos levantarnos para volver a ser lo que siempre tuvimos que ser: médicos".
La carta se hizo viral. Un virus bueno. "Me sorprendió que lo que yo pensaba lo creía muchísima gente también, esa despersonalización de la medicina. 'Que te cure el sistema'. ¿Qué coño es el sistema? Y sigue pasando".
Al mes siguiente de la carta, se fundó la Afem. Y González fue elegido presidente. "No lo esperaba. Fue espontáneo. Sabía que no debía ser algo personal, porque eso desvirtuaría el movimiento colectivo. Había gente de todas las ideas; no era política, era salvar un modelo de sociedad. Estuve un año y medio. Cuando terminaba de trabajar, le echaba horas, reuniones, trabajos... No libré ni un día". Y se ríe. "Bueno, mereció la pena".
A la deshumanización y la crisis, se unió en Madrid un proyecto para privatizar seis hospitales públicos y 27 centros de salud. La Afem aceleró y en noviembre de 2012 organizó la primera gran manifestación. Profesionales de la medicina, enfermería, psicología, fisioterapia... Celadores, cocineros, personal de limpieza... Y gente no sanitaria. Miles de personas, muchas con batas, levantaron la voz.
Estaba naciendo la Marea Blanca.
"No éramos un sindicato. No esperábamos perder nada, y eso sorprendió tanto que todo el mundo se unió. Cuando planteamos la huelga, los sindicatos se oponían porque temían perderla. Ellos tenían mucho que perder. Nosotros, no. Si no nos siguen, no pasa nada, pero tenemos que salir porque lo que está pasando es malo para los pacientes, destruye el sistema".
La Afem propuso una huelga indefinida y los políticos alucinaron. "'¿Estáis locos?', nos decían. No pedíamos dinero, que, por cierto, fue lo que perdimos. Más de 20 días... imagina. Sólo decíamos que privatizar era malo para todos. Nos decían que con la privatización íbamos a ganar más dinero y yo les respondía que no quería hacerme rico, sólo que mi vocación no se destruyera. Les enfrentamos a un idealismo que no comprendían".
La huelga arrasó, "pero no afectó a la gente, los pacientes no sufrieron". González evoca una anécdota insólita: "El día que fui a la Consejería a negociar los servicios mínimos mi obsesión era que el paro no afectara a la atención. Me decían los servicios mínimos y yo les contestaba que eran pocos. Yo revirtiendo el sistema, reventando mi propia huelga. Surrealista".
La huelga y las primeras protestas calaron. Los domingos de muchas ciudades se convirtieron durante años en masivas mareas blancas mientras en España crecía una pulsión de defensa de la sanidad pública, dos palabras que irrumpieron en mayúsculas en la agenda política.
Los tribunales paralizaron la privatización y la Comunidad de Madrid renunció al plan. "El problema de la sanidad en España es un problema de los políticos. Han puesto la ideología por delante del modelo y no se lo perdono a ninguno. A ninguno. Yo les encerraría en una habitación con pan y agua y les diría: 'De aquí no salís hasta que no logréis un pacto de Estado'".
- ¿Qué precio pagó usted?
- Un desgaste personal, cierta desilusión. Pese a que se logró mucho, el sistema no ha cambiado. Queríamos otra gestión, un papel principal para el profesional. Todo para que el sistema fuera eficaz y humano. Pero eso sólo se logrará cuando se despolitice. Seguimos teniendo una sanidad politizada que usan como un instrumento. Mientras no oigan a los sanitarios, no sabrán cómo funciona. Y me temo que no les interesa saberlo.
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