Catástrofe. Debacle. Hundimiento. Todas esas palabras describen a la perfección el sentimiento reinante en el Partido Laborista después de que Boris Johnson le haya pasado por encima como una apisonadora. Un partido conservador con mayoría absoluta -liderado por David Cameron- abrió la puerta al pueblo británico para salir de la Unión Europea (UE) y un partido conservador con mayoría absoluta -con el trumpiano Johnson a la cabeza- lo sacará.
La mayor derrota electoral desde 1935. Ese será el ‘regalo’ de despedida para Jeremy Corbyn, incapaz de reconectar al Partido Laborista con la clase obrera. Una desconexión que se perdió hace décadas en Reino Unido. Hoy es día de nostalgias, recordando las victorias laboristas de 1929 o, muy especialmente, la de 1945, cuando Clement Attleele reconstruyó el país tras la II Guerra Mundial y creó el Estado de Bienestar. Huelga decir que el periodo de Tony Blair, criminal de guerra confeso, no está en el salón de la fama laborista.
Hoy es día de apretar los dientes y aferrarse al «nos levantaremos», cuya entonación no pasa de un susurro sordo, gritarlo resultaría caricaturesco. Y es día para no aferrarse a respuestas fáciles, que las hay a miles, porque es en las complejas -que no llegarán hoy- en donde se puede encontrar la llave de la reconexión.
Lo cierto es que quien sí ha conectado es Johnson, que ha conseguido traspasar las líneas enemigas en circunscripciones históricas de la izquierda, en Gales, incluso en cuencas mineras tan castigadas por el thatcherismo. Corbyn y el resto de laboristas habrán de preguntarse por qué el partido agoniza, por qué a pesar de que existe ese sentimiento generalizado de que los Tories son una extensión en Westminster de los lobbies con intereses oscuros, terminan alzándose victoriosos en las urnas.
Quizás es que el Partido Laborista ha vivido desde hace años con la respiración asistida que procura un electorado que lo votaba más por hábito que por convicción y, perdido ese hábito, llega la mayor debacle electoral en ocho décadas, con una abstención añadida de más del 32%. Quizás, todo es más sencillo y, en realidad, la explicación se reduce a que el pueblo británico mayoritariamente quiere salir de UE y eso pasaba por Johnson, toda vez que los laboristas cambiaron de opinión y pidieron un segundo referéndum -limpio de las mentiras probadas que hubo en la campaña de 2016.
Sea como fuere, el próximo 31 de enero vence el plazo de la tercera prórroga para salir de Europa y, a partir de entonces, veremos cuán grande es el porcentaje de la clase trabajadora que se arrepiente de haber votado a Johnson. A partir de febrero, se acabaron los efectos de las mentiras de aquel referéndum de 2016 y la apatía británica a la hora de buscar la verdad, y comenzarán las alfombras rojas para las exenciones fiscales a las grandes corporaciones, los recortes en Sanidad, más precariedad en el trabajo y la venta de los servicios públicos al mejor postor. ¿Será capaz entonces el Partido Laborista de reconectar con la clase obrera? ¿Será demasiado tarde para demasiada gente?
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