El regreso de la reforma laboral a la primera plana de la atención política, tras el acuerdo de PSOE, Unidas Podemos y EH Bildu para derogarla íntegramente y de forma inmediata, puso en boca del presidente del PP, Pablo Casado, la afirmación de que los cambios en las leyes laborales introducidas por el Gobierno de Mariano Rajoy en 2012 crearon “casi tres millones de empleos”. Casado olvidó las palabras que su antecesor había pronunciado en la clausura del Congreso Nacional de los populares: “Las reformas no hacen milagros por sí solas, ni siquiera todas juntas, las reformas solas no crean empleos”. Era el 19 de febrero de 2012, sólo nueve días después de que el Consejo de Ministros aprobara la reforma laboral “extremadamente agresiva” de la que Luis de Guindos presumía esa misma semana antes sus colegas europeos.
Pablo Casado se olvidó también de la recuperación económica que ha hecho crecer el PIB un 20,7%% entre 2012 y 2019. El empleo, por su parte, ha mejorado un 9,9% en ese intervalo, hay 1,8 millones de ocupados más según la Encuesta de Población Activa (EPA). ¿Cuántos de esos puestos de trabajo pueden imputarse al haber de la reforma laboral y cuántos al de la reactivación económica?
Según un estudio sobre los efectos de las dos últimas reformas laborales aprobadas en España, la de 2010, del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, y la de 2012, de Mariano Rajoy, elaborado por los profesores de la Universidad Complutense de Madrid Luis Cárdenas y Paloma Villanueva, ambas no han cambiado de forma significativa la estructura laboral de la economía nacional.
De hecho, en estos dos meses de confinamiento y parálisis económica por la pandemia, el mercado laboral ha reproducido su comportamiento en 2008. “El 95% del empleo destruido en marzo y abril ha sido atípico”, resume Luis Cárdenas. Y atípicos son todos los puestos de trabajo que no son indefinidos y a tiempo completo, explica Paloma Villanueva. Los mismos que desaparecieron de un plumazo tras el colapso del ladrillo hace ya 12 años.
Según sus datos, no puede decirse que la reforma laboral de 2012 crease esos tres millones de empleos. “Si se elimina la caída de la población activa, que se tradujo en una bajada del paro y que fue más intensa aún durante la recuperación que durante la crisis, el crecimiento del PIB que es necesario alcanzar para crear empleo es el mismo, con reforma laboral o sin ella”, añade Cárdenas.
Entre 2008 y 2013 se perdieron 2,6 millones de empleos
Sin embargo, el estudio de Cárdenas y Villanueva, que compara datos de la Muestra Continua de Vidas Laborales de 2008, antes de la crisis, 2013, en lo peor de la recesión, y 2017, en plena recuperación, económica, revela un resultado del “experimento” muy distinto: en ese periodo de tiempo aumentó la inestabilidad de los trabajadores fijos pero también creció la inseguridad de los temporales. En efecto, se rebajaron las condiciones de los indefinidos, pero la brecha, que los expertos conocen como dualización del mercado laboral, no se cerró porque empeoraron también las de los más precarios a los que se supone que debía beneficiarles la reforma.
España tiene la segunda tasa de empleo temporal más alta de la UE, sólo superada por Polonia. Según la última EPA, se sitúa en el 25% de la población activa. En 2009 el porcentaje era el mismo, pero después de que la primera gran oleada de la crisis se cebara con los empleados temporales, disminuyó más de cuatro puntos, desde el 29,3%. Con la segunda oleada de despidos, que comenzó en 2012, los damnificados fueron los trabajadores indefinidos, asegura el estudio. Hasta las reformas de 2010 y 2012, los cambios en las leyes laborales se habían centrado en flexibilizar las condiciones de los trabajadores temporales –por ejemplo, la de 1984 que disparó el número de éstos–. Las dos últimas, en cambio, rebajaron las condiciones de los que hasta entonces se consideraban contratos estables.
Así, entre 2008 y 2013 el empleo cayó en España un 18%, con una pérdida de 2,6 millones de puestos de trabajo, explica el estudio. En esos cinco años, con la economía en recesión y las dos reformas laborales en vigor, fueron despedidos uno de cada dos trabajadores con contrato indefinido, 1,3 millones de personas. “La mayor caída de todos los tipos de contratos”, destacan los autores. Al mismo tiempo, se dispararon, con una tasa del 15,5%, los contratos a tiempo parcial, una forma de “reajustar salarios” y ahorrar costes durante la crisis.
Después, con la reactivación de la economía, y pese a la rebaja de condiciones que en teoría hace ahora más atractivos y asequibles los contratos indefinidos, los empleos que más crecen entre 2013 y 2017, nada menos que un 40%, son los temporales a tiempo completo. Los fijos sólo aumentan un 6,2%. Al final de periodo, resulta que la tasa de empleo precario no sólo no se redujo, sino que incluso es mayor en 2017 que antes de la crisis: el porcentaje de empleo estable se recortó en 3,7 puntos porcentuales entre 2008 y 2017, “hasta caer a la tasa más baja de la historia”.
El 42% de los no cualificados, despedidos antes de un año
Pero los cambios legales también afectaron a los trabajadores indefinidos que no fueron despedidos o a aquéllos que consiguieron firmar un contrato fijo tras las reformas. Según el estudio de la Complutense, el 33,8% de quienes fueron despedidos en 2017, con la economía ya en recuperación, llevaban menos de un año en la empresa. El porcentaje es 4,2 puntos porcentuales superior al de 2008 y nueve puntos mayor que el de 2013. Es más, un 9,9% de los trabajadores despedidos en 2008 se quedaron sin empleo a los tres meses de firmar su contrato. Una década después, eran el 14,4%. Las cifras se disparan si se pone el foco de atención en los trabajadores menos cualificados: el 42% fueron despedidos antes de llevar un año en la empresa y el 20% en los tres primeros meses de trabajo.
Por el lado más inestable de la población laboral tampoco mejoraron las condiciones contractuales en el periodo analizado. Por el contrario, han aumentado el número de años y el número de contratos necesarios para que un trabajador pase de temporal a indefinido. Pese a que la reforma laboral de 2012 elevó de ocho a 12 días la indemnización por rescindir un contrato temporal, lo que debería haberles dado mayor estabilidad, si en 2008 un trabajador necesitaba firmar nueve contratos como eventual hasta conseguir un empleo fijo, en 2017 precisaba 15. Si en 2008 se pasaba 61 meses con empleos temporales hasta llegar al indefinido, en 2017 el tiempo de inestabilidad se prolongaba hasta los 97 meses. De cinco años encadenando contratos temporales a ocho.
Además, los autores resaltan que el aumento de la rotación –el número de contratos sucesivos de un mismo trabajador– se concentró en los años de reactivación económica, a partir de 2013. Como el número de meses de trayecto hasta el contrato fijo apenas varía desde ese año hasta 2017, el estudio deduce que es la duración de cada contrato la que se recorta a partir de la recuperación. En 2008 cada contrato temporal duraba de media siete meses, en 2013 crece hasta los nueve, pero en 2017 cae por debajo incluso del periodo precrisis, a 6,7 meses. Y quienes más inestabilidad en el empleo sufren son los trabajadores menos cualificados, que duplicaron entre 2008 y 2017 el tiempo necesario para llegar el contrato fijo: de 66 a 106 meses: de cinco a nueve años, de 11,6 contratos a 19.
La rotación de contratos, una tendencia persistente
De forma que el paisaje laboral resultante de las dos últimas reformas laborales revela un contagio de la inestabilidad de los trabajadores temporales y a tiempo parcial a los que antes se consideraban más protegidos y que ahora son más fácilmente despedibles. Sin que al tiempo se haya reducido la precariedad de los primeros. Porque los cambios legales de 2010 y 2012 tampoco han reducido la rotación, una práctica “profundamente arraigada en los trabajadores temporales e incluso en los contratos más estables”.
En esa misma dirección se ha pronunciado este lunes el Banco de España, que en un artículo sobre las tendencias laborales intergeneracionales en España en las últimas décadas. Según explica, los jóvenes con contratos temporales sufren mayor rotación; es decir, encadenan contratos cada vez más breves. Esa menor duración es “persistente y gradual”, subraya el organismo supervisor, sin “patrones cíclicos”, por lo que el fenómeno parece “tendencial”. El estudio de Cárdenas y Villanueva relaciona también el aumento del empleo temporal y a tiempo parcial con la devaluación sufrida por los salarios durante la última década. El Banco de España les da la razón, al constatar que las rentas anuales medias “han disminuido recientemente de forma generalizada”. Y como ocurre con el encadenamiento de contratos cada vez más cortos, la devaluación salarial también va para largo. “Los salarios medios más bajos observados tras la crisis financiera para las generaciones más recientes podría obedecer no a causas relacionadas con la posición cíclica de la economía, sino a factores de naturaleza estructural, y, por tanto, tendría un carácter más permanente”.
En realidad, ya en septiembre de 2013 el Banco de España concluía que el único efecto de la reforma laboral había sido la bajada de los salarios reales de los trabajadores. Pero que ni había modificado las tasas de destrucción y creación de creación de empleo. Tampoco había reducido la dualidad del mercado de trabajo, pese a constituir uno de sus objetivos declarados.
“La desregulación de la parte nuclear del mercado de trabajo [los trabajadores protegidos] no es, por tanto, el motor de la notable mejoría del empleo, sino más bien el detonante de un aumento de la dualidad y la inestabilidad”, concluyen por su parte Cárdenas y Villanueva. En otras palabras, el mercado laboral sigue siendo tan dual como antes, pero un poco más precario.