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Una de las cosas que más aversión me produce es la instrumentalización de la bioética. Primero, porque amo profundamente esta disciplina, a la que dedico lo mejor de mi actividad profesional desde hace más de 25 años. Y segundo, y mucho más trascendental, porque el uso torticero de conceptos y principios bioéticos lleva al descrédito de la disciplina, con todo lo que esto supone para la que Diego Gracia denominó como «la ética cívica del siglo XXI».
Hablar de un «consentimiento informado reforzado» es una barbaridad conceptual y ética. Por muchas razones, pero yo me voy a centrar solo en una. Y lo voy a hacer recordando un pasaje evangélico: «Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo: Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes». Porque de eso se trata, de practicar una política defensiva que siembra un halo de sospecha sobre lo que vaya a ocurrir en el paritorio de Verín; que deja toda la responsabilidad a madres y médicos de dicho hospital, que son quienes se han empeñado (contra toda lógica, piensan en el Sergas, por lo que mejor sería escribir «empecinado») en seguir con la actividad asistencial. Si luego pasa algo, a mí no me miréis, vienen a decir desde el Sergas, la culpa será solo vuestra.
Intentar meter miedo usando la seguridad de madres y recién nacidos no es inteligente, pero mucho menos resulta éticamente aceptable. Retorcer el concepto de consentimiento informado es cínico, pues un consentimiento que no está bien informado no es tal consentimiento, como la bioética y los tribunales de justicia se han encargado de decir con reiteración. Reforzar, nos dice la Real Academia, significa fortalecer o reparar lo que padece ruina o detrimento… Una vez más, las cosas se han hecho muy mal desde el Sergas y desde la consellería: no dan una en el clavo en esto de la bioética. Lo cual no es de extrañar, porque son las mismas cabezas pensantes desde hace mucho tiempo.
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