DAVID TORRES
Iñaki Willliams ha hecho realidad aquel viejo chiste de la película Airbag, cambiando un lendakari negro por un delantero del Athletic de Bilbao, que es mucho más difícil. Puesto que los de Bilbao nacen donde les da la gana, Williams fue a nacer en Bilbao, concretamente en Basurto, después de que su madre atravesara el Sahara desde Ghana y saltara la valla de Melilla con él dentro de su vientre. Es una epopeya de la migración, una de esas historias terribles con las que están escritas buena parte de las gestas del fútbol europeo (como más de medio equipo de la selección francesa, actual campeona del mundo) aunque la mayor parte de las historias de refugiados africanos no suelen acabar en vítores los domingos por la tarde sino más bien en trabajos forzados, contratos ilegales, redes de prostitución, tráfico de personas, o bien debajo del mar, entre cascos de barcazas hundidas.
Como en el fútbol abundan los aficionados onomatopéyicos y monosilábicos, un grupo de ultras del Espanyol despidió a Williams del campo a gritos de “uh, uh, uh, uh”, mientras otros ultras, algo más evolucionados, eran capaces de corear palabras de dos sílabas. “Mono” y “negro” para ser precisos. El capitán del Athletic informó al árbitro pero éste no se molestó en dejar constancia de los insultos racistas en el acta. Al fin y al cabo, el racismo explícito de algunas hinchadas españolas está bien documentado desde hace décadas (los de Eto’o, Dani Alves y Roberto Carlos son los casos más claros) y no hace falta subrayarlo. El propio Williams sufrió un incidente similar en el Molinón hace dos años y el árbitro de entonces, Clos Gómez, detuvo el encuentro durante un minuto para anunciar por megafonía que iba a suspenderlo si continuaban los insultos.
Fue la excepción que confirma la regla, porque en España no se ha suspendido jamás un partido de fútbol, ni siquiera cuando ha habido aficionados muertos en reyertas dentro y fuera del campo. La única vez fue en diciembre del año pasado, cuando el árbitro detuvo el encuentro entre el Rayo Vallecano y el Albacete porque unos cuantos exaltados del Rayo empezaron a llamar “nazi” a Roman Zozulya, delantero ucraniano del Albacete. Al hombre le pareció gravísimo, mucho peor que apuñalar a un hombre y dejarlo seco en el suelo. El problema no es que Zozulya sea nazi o neonazi o que deje de serlo; el problema es que se considere que llamar “nazi” a un jugador sea motivo suficiente para detener un partido de fútbol mientras que llamar “mono” a otro ni siquiera aparezca en las actas arbitrales. Es repugnante, sí, pero lo peor es que sabíamos de sobra que iba a suceder esto. Lo que no sabíamos es que iba a suceder menos de un mes después del incidente en el campo del Rayo.
Para terminar de arreglarlo, aparte de los detergentes y blanqueadores de rigor, ha salido un adalid en defensa de los onomatopéyicos y monosilábicos, Bertrand Ndongo, el tío Tom de Vox, quien pregunta con recochineo a Williams si considera “racista” que lo llamen “negro”, cuando evidentemente es negro. A lo mejor Ndongo no oyó los gritos de “mono” ni el “uh, uh, uh, uh, uh” con que lo abuchearon a la salida del campo; o a lo mejor sí que los oyó y lo que pasa es que Ndongo, en Vox, está más que acostumbrado a que lo llamen “mono”.
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