Huérfanos de la Guerra Civil española bajo el cuidado de los ‘Padres de Crianza’ cerca de Biarritz, Francia, Mayo de 1939. Foto: Robert Capa. International Center Of Photography / Magnum Photos / Contacto.
Julia Luzán
Llegaron desgarrados, enfermos, cojeando. Una larga fila de hombres, mujeres y niños atravesando a pie la frontera de la Jonquera, la de Port Bou o Puigcerdá. Otros muchos, abarrotando los barcos que salían del puerto de Alicante. Sucedió hace 80 años, cuando cerca de medio millón de españoles huyeron, por defender la democracia, de la represión y la muerte tras la victoria del general Franco. Fue el éxodo, la Retirada, un “dique roto”, como escribió Arturo Barea, que dejó en la cuneta del olvido a miles de compatriotas. La exposición ‘1939. Exilio republicano español’ saca de la “fosa de la desmemoria” esta parte de nuestra historia.
“A lo largo del Pirineo, del Perthus a Bourg Madame, por todos los puertos, entre el frío y la nieve, por todos los caminos, por tronchas, laderas sin veredas, roto lo blanco por los árboles negros y las cortadas de tierra y piedra, bajan los vencidos de hoy, oscura grey enorme”. Así, en el libro de relatos Enero sin nombre, Max Aub, internado en el campo de concentración de Vernet, pinta con palabras el horror de aquella desbandada luego recluida en campos con nombre en los que los exiliados cantaban: “Y como hemos resistido / prometemos resistir”. Los fotógrafos Robert Capa, Philippe Gaussot (en la exposición se muestran un centenar de fotografías inéditas que su hijo encontró en una maleta), David Seymour, Agustí Centelles, prisionero en uno de los campos franceses, y otros muchos documentaron aquellas escenas de derrota y humillación en campos de concentración en el sur de Francia (Le Vernet, Argelès, Saint-Cyprien, Amélie-les-Bains…), donde los españoles fueron encerrados entre alambradas, hacinados, maltratados. Medio millón de españoles se desplazaron a territorios franceses en los tres primeros meses de 1939, aunque Francia devolvió a España a unos 360.000 al poco tiempo.
En aquellos campos, que el poeta Agustí Bartra llamó “una ciudad de derrota”, malvivieron centenares de personas, obreros, funcionarios, amas de casa, campesinos e intelectuales que pasaron los mejores años de su vida en tierra extraña, añorando e idealizando una tierra que, a los que volvieron tras décadas, les resultaba ya irreconocible. El Rosellón francés, en los Pirineos Orientales, fue la tierra de acogida de miles de exiliados y se convirtió en una de las zonas de referencia para los republicanos españoles; en Prades, Pau Casals eligió instalar la sede de un festival musical que patrocinaba hasta su marcha definitiva a Puerto Rico en 1955.
Supervivientes del campo de Gunsen, mayo de 1945. Museo D’Historia de Catalunya. Foto: Francesc Boix.
Supervivientes del campo de Gunsen, mayo de 1945. Museo D’Historia de Catalunya. Foto: Francesc Boix.
Quienes recurrieron a los barcos para escapar de las tropas franquistas los días anteriores al final de la guerra eligieron los puertos de Valencia y Alicante. Allí esperaron a ser evacuados, según habían acordado el coronel Casado y el gobierno de Burgos. Los barcos no llegaban y los vencidos fueron conducidos a un campo de almendros, del que tomó el título Max Aux para el último libro de su serie El Laberinto mágico.
De Alicante partió el 30 de marzo de 1939 hacia Orán el Stanbrook, un carguero que casi se hunde por exceso de pasaje. Cuando arribaron a Argelia muchos fueron internados en campos de concentración como el de Djelfa, del que Max Aub escribió en su Diario: “Este es el lugar de la tragedia: frente al mar, bajo el cielo, en la tierra”. Otros barcos salieron de Francia; en el Sinaia los refugiados embarcaron para México por decisión del presidente Lázaro Cárdenas, y en el Winnipeg desde Burdeos hacia Chile, en una operación de rescate que puso en marcha Pablo Neruda.
Las travesías en barco fueron una odisea para los refugiados pero el viaje de los rotspanier, los rojos españoles, como les llamaban los nazis en la Francia ocupada, fue una tortura. Por los campos de Buchenwald y Mauthausen pasaron Jorge Semprún y Joaquín Amat-Piniella -él fue uno de los fundadores, en 1962, de la Amical de Mauthausen para mantener viva la memoria de lo que pasó-; también Francesc Boix, quien con sus fotografías de Himmler y otros jerarcas de las SS visitando el campo y las que mostraban el exterminio de los presos logró en el juicio de Nüremberg que fuera condenado Ernst Kaltenbrunner, el jefe de la Gestapo. La escritora Montserrat Roig escribió hace más de 40 años Els catalans als camps nazis cuando nadie lo hacía aún. El libro recoge los testimonios de los supervivientes y muestra la realidad, silenciada por el régimen franquista, del abandono de miles de españoles exiliados.
La exposición se recorre con el ánimo encogido. En una vitrina, objetos como unas gafas, un tenedor, un cuchillo, un número grabado en latón, recuerdan que su propietario, Eliseu Villalba Nebot, fue deportado el 19 de diciembre de 1941 a Mauthausen; en otra, el traje de rayas de los prisioneros. Más allá, las fotos de esos hombres en los huesos que recibieron a las tropas aliadas con alegría. Los españoles que no fueron deportados por los alemanes lucharon contra el ocupante nazi en la mítica compañía La Nueve, en la división Leclerc, una contribución por la que Francia siempre les ha estado agradecida (este año, conmemoró oficialmente el 80 aniversario de la Retirada).
Una de las primeras víctimas de la Retirada fue Antonio Machado. Cruzó la frontera de Le Perthus con su madre, su hermano José y un grupo de amigos, entre ellos el periodista Corpus Barga. Pasó las últimas semanas de su vida en el pueblo de Colliure, en una pensión donde moriría primero él y, a los tres días, su madre. Manuel Azaña, el último presidente de la Segunda República, cruzó con su gobierno la frontera francesa en febrero de 1939, se estableció en Montauban, donde falleció. En una de las vitrinas se muestra ahora la bandera con crespón que se usó en su entierro.
La muestra es exhaustiva. Hay documentos, fotografías, objetos, películas, material radiofónico, grabaciones de lecturas, carteles, libros y más de medio centenar de cuadros. Hubo muchos artistas en los campos de concentración franceses: Antoni Clavé, Josep Franch Clapers, Antonio Rodríguez Luna o Josep Subirats dejaron testimonio en dibujos y óleos de las duras condiciones en las que vivieron en esos campos en la playa entre alambradas. El exilio artístico se llevó de España a más de 5.000 intelectuales. Fue una diáspora por varios países. En Francia se quedaron, entre otros artistas, Viola, Antoni Clavé, Óscar Domínguez. A México llegaron pintores como Aurelio Arteta, José Moreno Villa, Josep Renau, Remedios Varo o Ramón Gaya. Por Argentina pasaron Maruja Mallo, Rafael Alberti, Manual Ángeles Ortiz, Luis Seoane; Vela Zanetti en Santo Domingo; en Estados Unidos, Esteban Vicente, Luis Quintanilla…
México y Argentina fueron los focos artísticos para los exiliados. Crearon editoriales, numerosas obras literarias y la nómina de escritores y pensadores era inmensa: María Zambrano, Mercé Rodoreda, Pérez de Ayala, Max Aub, María de Maeztu, Américo Castro, Francisco Ayala, León Felipe o Ramón J. Sender.
La vuelta a España con cuentagotas se hizo masiva con la democracia. El exilio sin fin llegaba a término, pero muchos de los que volvieron no encontraron su sitio, las nuevas generaciones desconocían incluso sus nombres. Esta exposición remedia olvidos y rinde homenaje a los países que acogieron a tantos hombres y mujeres desterrados de España.
‘1939. Exilio republicano español’ puede verse en Madrid hasta el 31 de enero de 2020, en la sala de exposiciones La Arquería de Nuevos Ministerios (paseo de la Castellana, 67).
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