Disfrutar con plenitud de una película no siempre es fácil. La salas de proyección reúnen a un heterogéneo grupo de personas y esto siempre entraña desavenencias. Por lo general les une el interés por una determinada obra, pero poco más. De esa efímera congregación surgen todo tipo de desencuentros. La incontinencia de algunos, la gula de otros, la necesidad comunicativa o la impuntualidad van en detrimento de un visionado que en ocasiones se convierte en tormento. A continuación les ofrecemos una breve relación de los especímenes más habituales que pueblan las salas de cine.
El banquete
Por lo que fuere, hay un tipo de audiencia que difícilmente puede disfrutar del cine si no es rumiando algún tipo de comestible. Dentro de este segmento poblacional, los hay que no tienen suficiente con las palomitas reglamentarias e irrumpen en la sala provistos de banquetes desplegables más propios de una comunión que de una proyección. Es entonces cuando el sufrido espectador se ve sometido a un mascullar incesante y a todo tipo de efluvios alimenticios.
Emilio, músico y diseñador maño, estuvo ahí y nos lo cuenta: “Me ha pasado varias veces, recuerdo unos tíos con táperes y filetes empanados viendo Hijos de los hombres y a una mujer comiéndose un paquete de pipas mientras veía Guardianes de la galaxia… En todo caso, yo creo que no lo hacen por joder, es gente que vive en su propio mundo, que no piensan que puedan molestar, son solo gilipollas”, infiere con contundencia Emilio.
Algo más comedido se muestra Tommaso, joven cinéfilo italiano que expresa así su impotencia ante los desmanes gastronómicos de sus vecinos de butaca: “Fui con mi mujer a ver Un lugar tranquilo, una peli de terror centrada en el silencio, porque los monstruos te atacan en cuanto haces ruido. A nuestro lado había una pareja comiendo palomitas y patatas fritas de la forma más ruidosa que te puedas imaginar. Lo cual restaba todo el dramatismo a la historia. Estaban en su pleno derecho, pobres, pero era mortal”.
La tosecita
Se incluyen en este apartado modalidades diversas como el carraspeo, el estornudo, la expectoración, sonarse los mocos con inusitada vehemencia e incluso, en casos extremos, el esputo. Una sinfonía de flemas y secreciones varias que convierte ciertos visionados en un auténtico suplicio. Sobra decir que este tipo de espectáculos en su mayoría de carácter gutural se dan, muy especialmente, en temporada de invierno o en barrios con una tasa de edad elevada. La combinación de ambos parámetros ofrece una resultante estertórea y un tanto grimosa.
“Recuerdo estar viendo Roma, de Cuarón, en los Verdi que hay por Conde Duque. La media de edad en la sala era alta, recuerdo una sucesión de toses que con cierta intermitencia se extendió a lo largo de toda la película, como si una llamara a la otra. Fue desesperante”, explica Carlota, empleada de banca. “Lo peor no fue eso –intercede Javier, su pareja–, lo peor fue el incesante carraspeo del señor mayor que teníamos a un lado, llegado un momento deseé que terminara de una vez y consiguiera su ansiada flema”.
Los Gremlins en el cine, allá por el 84.
Los Gremlins en el cine, allá por el 84.
Radio macuto
Es quizá el espécimen más habitual en las salas de cine. Combina con audacia una locuacidad extrema con la más obstinada de las desfachateces. Hablamos, cómo no, del narrador improvisado; voluntarioso sujeto que tiene a bien locutar de forma simultánea todo cuanto acontece en la gran pantalla. No contento con ello, en ocasiones adereza la crónica con impresiones y pareceres varios.
Sirva el testimonio de Belén, periodista granadina, para evidenciar este asunto: “Hace años, viendo Náufrago, con Tom Hanks como protagonista, dos señoras de mediana edad delante de nosotros –yo iba con mi pareja de entonces– se pasaron la película haciendo comentarios del estilo: ay, míralo, pobrecito, pero ahora qué va a hacer, lo hacían en cada uno de los silencios de la película, que eran muchos”.
Dentro de la tipología radio macuto, los hay que van más allá y deciden compartir, a voz en grito, sus propios hallazgos narratológicos. Así lo explica Emilio, testigo de excepción de esta rara avis cinematográfica: “Me sucedió viendo 21 Gramos, una historia que se caracteriza por tener muchos saltos temporales… Pues bien, cuando llevábamos 40 minutos de peli, un señor coge y le dice a la pareja que había sentada a su lado: ¡Claro, es que no va seguida!”. Eureka.
En esa misma línea se encuentra esta otra anécdota, también de Emilio: “Me ocurrió viendo Abierto hasta el amanecer, recuerdo que en la fila de delante tenía un señor mayor vestido de marinero que se daba la vuelta de vez en cuando y decía, joder, menuda hostia le ha metido, eh?”
Los amantes cinéfilos
Los hay que aprovechan la oscuridad de la sala para entregarse al disfrute carnal sin miramientos. La llamada de la naturaleza, irrefrenable para algunos, convierte la popularmente conocida 'sesión golfa' en un escenario libidinoso en el que dar rienda suelta al deseo del otro. Lo que sigue no es apto para menores:
Carlos, diseñador y cineasta de 38 años, presenció en su día una escena de lo más tórrida en un cine de Barcelona: “Fui a ver una peli a última hora entre semana, llegué tarde y era una sala súper pequeña. Recuerdo que la cinta se llamaba Siete psicópatas y que me senté en la última fila. Entró una pareja que se puso justo delante de mí, se movían mucho, se abrazaban y de repente vi cómo la chica agachaba la cabeza hacia su entrepierna y empezó a hacer movimientos rítmicos arriba y abajo”.
“Intenté abstraerme –prosigue Carlos– pero cuando la chica ya se puso encima del tío, y empezaron a follar, no pude seguir viendo la peli, que por otro lado era muy mala, eso sí, a su favor diré que follaban sin hacer ruido”. Un polvo en mute. Todo correcto.
Algo parecido pero sin llegar a mayores le ocurrió a José, joven historiador madrileño que presenció, no sin estupor, un escena de cierta reciprocidad amatoria durante el visionado –ojo con esto– de El hobbit: un viaje inesperado. “Una pareja se sentó a un par de butacas. Al rato de empezar, cuando la historia se puso aburrida, se podía percibir que debajo de los abrigos se estaban masturbando el uno a la otra y viceversa, porque había demasiada agitación para estar viendo una película. No me atreví a acercarme y decirles nada, tampoco duró mucho, pero lo justo para hacerme sentir extremadamente incómodo. Recuerdo mirar a la pantalla como si no estuviera pasando y oír la fricción de los abrigos. La verdad es que más que asqueroso fue divertido. Acabaron y siguieron viendo la película y todos hicimos como que no había pasado nada. A ciertas horas es mejor no ir al cine”.
Una pareja dándole muy duro al cine en 3D en la década de los 50.
Una pareja dándole muy duro al cine en 3D en la década de los 50.
La puritana
Y de la impudicia del apartado anterior pasamos a la mojigatería. De todo hay en la viña del señor. Es el caso, por ejemplo, de esta anécdota que nos trae Sara, comunicadora de 30 años. “Fui a ver Eyes Wide Shut con mis padres en León, yo debía tener unos 12 o 13 años, la sala estaba medio vacía y había una señora sola en segunda fila, no se me olvidará nunca”.
Fue la actitud de aquella señora lo que llamó la atención de esta joven —adolescente por entonces— leonesa. “Durante toda la película, cada vez que había una escena de sexo, tosía. A veces lo acompañaba con un ay dios mío en alto”. Doña suspiros siguió tosiendo y encomendándose al santísimo lo que duró el metraje de una película que, si por algo se caracteriza, es por su elevado contenido erótico.
Llegado el momento, el padre de Sara tuvo a bien dirigirse a la improvisada beata en los siguientes términos: “Señora, deje de toser que no es para tanto”. La devota no respondió, siguió instalada en esa suerte de ofensa moral, pensando para sus adentros que todos, más pronto que tarde, arderíamos en el infierno; Kubrick, la Kidman, el Cruise y la ciudad de León con ella dentro.
Altercados
El ambiente plácido y recogido que caracteriza a las salas de proyección en ocasiones se ve interrumpido por puntuales trifulcas. Cuando los ánimos se caldean fruto de desavenencias sobrevenidas, aflora la intimidación, los aspavientos y puede que también algún que otro conato de agresión. El cine se convierte entonces en un reflejo a escala de la sociedad, una sociedad desquiciada carente de asideros morales.
Miguel Maldonado, cómico de origen murciano, nos relata un suceso que él mismo protagonizó: “Acudí al cine con mi pareja a ver Hereditary en versión original subtitulada, una película de lo que se conoce como terror moderno, género que despierta en los adolescentes una actitud casi tribal de mostrar que no tienen miedo. Pues bien, esa fue precisamente la disposición que mostraron dos adolescentes sentados un par de filas por delante de nosotros y que hablaban un inglés claramente norteamericano. Sus reiteradas risotadas y la conducta socarrona de la que hacían gala en todo momento terminaron por colmar la paciencia de mi pareja y la mía propia”.
Planteada la disensión, el cómico tomó cartas en el asunto de un modo, si se quiere, un tanto expeditivo. Veamos: “Mi intención inicial era ser discreto y rogarles que depusieran su actitud, pero algo debió suceder en mi interior en los tres pasos que separaban mi fila de la suya que cuando llegué a ellos lo que hice fue golpear su respaldo y, en su idioma, instarles a que se callaran o de lo contrario me vería obligado a arrancarles la cabeza”.
Una reacción a todas luces desproporcionada cuya explicación Miguel achaca a un “sentimiento anti imperialista” que dice tener “muy arraigado”. El rostro de estupefacción de su pareja y la huída silenciosa de los dos chavales, generó en Maldonado una sensación de cierto desasosiego: “Empecé a pensar que a la salida del cine me encontraría con un señor de Minnesota convenientemente pertrechado por un subfusil”.
Un instante en 'Have you seen this movie?'.
Los retrasados
Quizá sea el incordio más transversal de cuantos estamos tratando. No importa la edad, ni el sexo, tampoco la clase social o la procedencia; la impuntualidad es algo universal. Hay disparidad de opiniones en cuanto a su origen: narcisismo, inseguridad extrema, una rebeldía mal llevada… Los expertos no se ponen de acuerdo pero de lo que no cabe duda es de que convierten los inicios de película en un auténtico martirio para muchos.
De nuevo Tommaso relata una de esas situaciones en las que resulta complicado no perder los estribos: “Es muy fácil que algo te saque de una peli y tener a cuatro personas pasándote por delante es sin duda una de ellas. Recuerdo que cuando vi Roma con mi pareja siguió entrando gente de forma continuada durante los primeros 10 minutos. Hasta el punto de que una chica llegó a sentarse con su amiga y le pidió un resumen de lo que había ocurrido. La otra se lo contó largo y tendido.”
Algo parecido le ocurrió a Guillermo, economista en paro, durante la proyección de Parásitos, solo que en su caso no fue acompañado de un resumen posterior: “La vi un viernes y mi asiento estaba situado justo al lado de la puerta de entrada, el ambiente en el hall de entrada era festivo, había mucha bulla, y la puerta era un no parar… Hasta pasados quince minutos no pude meterme en la película”.
Spoiler-Man
A veces resulta complicado, cuando uno dispone de información privilegiada, no compartirla con sus congéneres. Eso mismo debió pensar José (en efecto, el joven historiador que presenció la escena masturbatoria) cuando le confesó a su compañero de butaca el desenlace de El código Da Vinci, película que se disponían a ver. “Lo escuchó el de delante y estuvo a punto de agredirme”, relata el responsable del infausto chivatazo. Sabe dios cómo habría acabado esta misma escena si “el de delante” hubiera sido Miguel Maldonado.
En ocasiones con mala fe, otras por un simple despiste, el spoiler se ha ido convirtiendo, de un tiempo a esta parte, en uno de los inconvenientes más temidos por los cinéfilos. Aurora, periodista gaditana, puede dar fe de ello desde su adolescencia: “Recuerdo que en la cola de Titanic, un idiota que salía de la sesión anterior (al que no conocía), me contó que Jack la palmaba”. Hoy día el peligro está a golpe de tuit, la redes han facilitado la proliferación de un bocachanclismo anónimo con capacidad para arruinarle la función. Sea cauteloso.
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