martes, 21 de xaneiro de 2020

El pin parietal


DAVID TORRES

Lo del adoctrinamiento en las aulas españolas siempre ha sido un tema muy delicado porque en cuanto se deja de instruir sobre la resurrección de la carne y la santa cruzada contra el comunismo en seguida se acaba enseñando el coito anal y las mejores clínicas donde practicar el aborto. No se entiende muy bien cómo una cosa lleva a la otra, pero debe de ser que a estos talibanes de la paternidad les explicaban lo del Espíritu Santo y la inmaculada concepción y lo primero que pensaban era en cómo follarse a una paloma. Llega a psicoanalizar Freud a uno de los pornógrafos de Vox y en vez de un diván tiene que usar una manguera y un palo.
En todo caso, si algo demuestra esta preocupación por lo que puede un profesor meter en la cabeza de sus alumnos a fuerza de lecciones, será lo poco que habrá ido al colegio esta gente. De hecho, a la mayoría de ellos les han regalado los títulos académicos en una tómbola. Si el sexo es un tema tan emocionante e irresistible para los críos es precisamente porque se trata de un tabú prohibido. Bastaría enseñarlo en clase, como una asignatura más, con deberes y ejercicios, para que los alumnos bostezaran, se aburrieran como ostras y mirasen para otro lado. Lo demostraron los Monty Python en uno de los episodios de El sentido de la vida, cuando John Cleese traía a su esposa de invitada a clase de reproducción, bajaba la pizarra que se convertía en una cama, le preguntaba a ella, mientras se desvestía con desgana, si no le importaba si se saltaba los preliminares y acababa echando la bronca en mitad del didáctico polvo a dos chavales a los que pillaba intercambiando cromos: “¿Vosotros os creéis que puedo repetir esto todos los días?”
En fin, para terminar de arreglarlo, Pablo Casado ha justificado lo del pin parental diciendo que puede haber un taller de tauromaquia en Murcia, por ejemplo, y que entonces muchos padres prohibirían a sus hijos asistir a lecciones de rejoneo y banderillas por culpa de su excesiva sensibilidad hacia los animales. A Casado -un estudiante que casi nunca se vio influido por la opinión de los profesores, puesto que rara vez pisaba una clase- se ve que le inquietan principalmente las corridas, aunque no se entiende muy bien qué pinta la tauromaquia en esta historia. Quizá le preocupe que unos niños aprueben primero de muleta y les terminen gustando no los toros sino las vacas.
Por lo demás, el modelo pedagógico impulsado por el trifachito en Murcia es el que muestra la magistral película de Yorgos Lanthimos, Canino, en la que un matrimonio de clase alta mantiene a sus tres hijos (un varón y dos hembras) encerrados desde que nacieron en un chalet de las afueras y aislados por tanto de cualquier influencia externa. Allí el padre, lejos de temibles profesores y de peligrosas ideas igualitarias, puede enseñar a sus hijos un programa educativo confeccionado a su gusto donde el primogénito es iniciado sexualmente por una de sus empleadas primero y por una de sus hermanas después, el mar es un sillón y la madre en cualquier momento va a dar luz dos niños y un perro. Como se ve, no es muy distinto del catecismo.

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