xoves, 2 de xaneiro de 2020

Qué hacer para transformar el neoliberalismo

El capitalismo está en crisis. Sin propuestas económicas de izquierdas, las sociedades pueden optar por alternativas de extrema derecha

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Fotograma del documental Chicago Boys (2015).

SHERI BERMAN (SOCIAL EUROPE)
En los últimos años, las consecuencias negativas del capitalismo neoliberal se han vuelto imposibles de ignorar, porque no solo han contribuido a acontecimientos tan traumáticos como la crisis financiera de 2008, sino también al desarrollo de otras tendencias destructivas y duraderas como la creciente desigualdad, un menor crecimiento, un monopsonio en aumento y unas divisiones sociales y geográficas en auge. Además, el impacto de estas no se limita solo a la esfera económica, puesto que estos acontecimientos y tendencias han influido también de forma negativa en las sociedades y democracias occidentales. Así pues las críticas condenatorias contra el capitalismo neoliberal de académicos, políticos y analistas han comenzado a proliferar. 
Ahora bien, si la intención de estos no es pulir las aristas del neoliberalismo, sino más bien transformarlo sustancialmente en un sistema más equitativo, justo y productivo, hace falta más que un simple reconocimiento de sus fallos y aspectos negativos. Como dice el dicho, “no puedes derrotar algo con nada”. 
Un proceso en dos fases 
Si queremos entender lo que haría falta para librarnos de las ideas y políticas neoliberales que llevan décadas afectando de forma negativa a las economías, sociedades y democracias occidentales, tenemos que recordar cómo suceden las transformaciones ideológicas. El auge y caída de los paradigmas o ideologías económicos puede conceptualizarse como un proceso en dos fases. 
DURANTE LAS DÉCADAS DE POSGUERRA HUBO UNA DERECHA NEOLIBERAL QUE ESTUVO REFLEXIONANDO SOBRE LO QUE CONSIDERABAN LOS INCONVENIENTES DEL CONSENSO DEMOCRÁTICO Y SOCIAL, Y SOBRE QUÉ DEBÍA SUSTITUIRLO
En la primera fase, crece el descontento o el reconocimiento de lo inadecuada que es la ideología dominante. Esas deficiencias aparentes crean el potencial (que los científicos políticos denominan un ‘espacio político’) para que se produzca un cambio, pero incluso en los casos en que se abre ese espacio, la pregunta sigue siendo si otra ideología (y de ser así, cuál), sustituirá a la vieja. Para que se produzca el hundimiento de una ideología, hay que superar la fase de críticas y ataques, y pasar a una segunda fase en la que surge una ideología más plausible y atractiva que pueda reemplazarla. 
Este proceso se puede ver claramente reflejado en el auge del neoliberalismo mismo. 
Durante el período de posguerra, reinaba un consenso democrático y social en Europa occidental. Se basaba en el siguiente compromiso: se conservaba el capitalismo, pero este era muy diferente a su equivalente del siglo XX. Después de 1945, los gobiernos de Europa occidental prometieron regular los mercados y proteger a los ciudadanos de las consecuencias más desestabilizadoras y destructivas del capitalismo, y para ello utilizaron un abanico de programas sociales y servicios públicos.
Durante décadas, ese orden funcionó singularmente bien. Durante aproximadamente los 30 años posteriores a la II Guerra Mundial, Europa occidental experimentó el crecimiento económico más rápido de su historia y la democracia liberal se convirtió por primera vez en el sistema estándar de toda la zona.
A partir de la década de 1970, ese orden, sin embargo, comenzó a experimentar problemas como consecuencia de una fea combinación de creciente inflación, desempleo en aumento y lento crecimiento (estanflación), que empezó a propagarse por todas las economías occidentales. Estos problemas crearon el potencial, una oportunidad, para que se produjera un cambio. Pero para que este pudiera ser explotado, hacía falta un contendiente. Ese contendiente, evidentemente, fue el neoliberalismo.
Una alternativa preparada 
Durante las décadas de posguerra hubo una derecha neoliberal que estuvo reflexionando sobre lo que consideraban los inconvenientes del consenso democrático y social, y sobre qué debía sustituirlo. Estos neoliberales no adquirieron relevancia hasta la década de 1970, puesto que el orden de posguerra funcionaba bien y, por tanto, no existía mucha demanda para realizar ningún cambio sustancial. Sin embargo, cuando los problemas y el descontento comenzaron a aparecer, los neoliberales estaban preparados, no solo con críticas, sino con una alternativa. 
Como dijo Milton Friedman, el padrino intelectual de este movimiento: “Solo una crisis –real o percibida– da lugar a un cambio verdadero. Cuando esa crisis tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo dependen de las ideas que flotan en el ambiente. Creo que esa ha de ser nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente imposible se vuelve políticamente inevitable”. Que la izquierda, en aquel momento, fuera incapaz de ofrecer una explicación alternativa, o soluciones viables, a los problemas que tenía el orden democrático y social facilitó la victoria del neoliberalismo. 
Esa victoria también se vio facilitada y cimentada por un proceso consciente de difusión ideológica. Se produjo una aceptación generalizada de los preceptos fundamentales del neoliberalismo entre los profesionales de la economía. Y los laboratorios de ideas y los programas educativos también colaboraron a la hora de propagar las ideas neoliberales por todas las comunidades políticas, legales, etc.
Este proceso de difusión fue tan generalizado y eficaz que hasta penetró en los partidos de izquierdas. [La socióloga] Stephanie Mudge ha demostrado que a finales del siglo XX, los economistas keynesianos que coparon los puestos de elaboración de políticas económicas en la mayoría de los partidos de izquierdas durante el período de posguerra fueron sustituidos por unos “economistas orientados a las finanzas transnacionales”, productos de los laboratorios de ideas neoliberales, que se veían a sí mismos como intérpretes de los mercados y consideraban que su misión estaba relacionada con la tecnocracia y la eficacia, motivo por el cual comenzaron a instar a la izquierda a que aceptara la globalización, la liberalización, la reducción del Estado del bienestar y otras reformas. 
En los años previos a la crisis de 2008, las voces que se oponían de manera enérgica a la ideología neoliberal reinante eran pocas y estaban aisladas. Como explican Marion Fourcade y Sarah Babb: “Durante ese período la victoria del neoliberalismo ‘como fuerza ideológica’ fue absoluta, en el sentido de que no existían alternativas, sencillamente porque todo el mundo creía y actuaba según esas creencias [neoliberales]”. 
La oscilación del péndulo 
La crisis financiera y el reconocimiento cada vez mayor de las consecuencias negativas y duraderas del neoliberalismo han provocado que ahora el péndulo oscile en sentido inverso. La admisión generalizada de que muchas de las ideas y políticas que han defendido los neoliberales desde la década de 1970 son responsables del desastre económico, social y político en el que se encuentra Occidente ha abierto un espacio político para que se produzca una transformación. Pero para que tenga lugar de verdad, la izquierda tendría que tener lista una alternativa, y no solo críticas. 
Es perfectamente posible que un número cada vez mayor de personas sea consciente de los problemas que tiene el orden existente, y eso quizá sirva para debilitarlo, pero también que esto no sea suficiente para provocar su hundimiento y sustitución. De hecho, los períodos de ese tipo tienen un nombre: interregno. Desde una perspectiva histórica, los interregnos se situaban entre el reinado de un monarca y el siguiente, y como carecían de líderes fuertes y legítimos, esos períodos solían ser inestables y violentos.
Desde una óptica contemporánea, un interregno es un período en el que un viejo orden se está desmoronando, pero todavía no hay otro nuevo que ocupe su lugar. Sin embargo, igual que sucedía en el pasado, esos períodos acostumbran a ser volátiles y caracterizarse por los desórdenes. O, como dijo de forma más poética Antonio Gramsci, reflexionando desde la cárcel en que se encontraba en 1930, en referencia a por qué el fascismo, en lugar de la izquierda, había salido beneficiado de la crisis del capitalismo en Italia: durante los interregnos “aparece una gran variedad de síntomas mórbidos”.
Que terminen trascendiendo los muchos “síntomas mórbidos” (económicos, sociales y políticos) que caracterizan nuestra época actual dependerá de si la izquierda es capaz de superar la fase de atacar al neoliberalismo. Lo que necesita es proponer, y recabar apoyos, para alternativas viables, atractivas y distintivas. 

Sheri Berman es profesora de ciencias políticas en el Barnard College y autora del libro Democracia y dictaduras en Europa. Desde el Antiguo Régimen hasta nuestros días (Oxford University Press).

Este artículo se publicó en Social Europe.

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