Los incendios de Australia han provocado la muerte de 1.000 millones de animales y, en lo que va de 2020, ya se ha extinguido una especie. La crisis de biodiversidad es una realidad que alimenta la emergencia climática y viceversa. Los expertos señalan al modelo de crecimiento capitalista como principal culpable de esta coyuntura.
Veterinarios voluntarios atienden a un koala herido por los incendios de Australia. David Mariuz REUTERS
ALEJANDRO TENA
“Ni una especie menos”. Es el grito de los jóvenes que se manifiestan cada viernes en las calles de todo el mundo para exigir medidas que mitiguen las consecuencias de la crisis climática y preserven la vida en todas sus vertientes. Pero este clamor social siempre termina chocando con la realidad. Una realidad que se torna abrumadora cuando las cifras muestran que los incendios de Australia ya han terminado con la vida de mil millones de animales. O cuando, a poco de empezar el año, la ciencia confirma la extinción del pez remo a consecuencia de la sobrepesca y la fragmentación de su hábitat natural.
La pérdida de biodiversidad es una realidad oscura y difícil de afrontar. Tanto, que la ONU advierte de que en la actualidad hay un millón de especies en riesgo de desaparecer. Esta crisis se sustenta, a grandes rasgos, en la acción del hombre y es provocada, según el último informe del Panel Intergubernamental sobre Biodiversidad y los Servicios Ecosistémicos (IPBES), por varios factores: los cambios en el uso de la tierra y el mar, la sobreexplotación intensiva de los recursos naturales, la crisis climática, la contaminación y, por último, la introducción de especies invasoras.
"La pérdida de biodiversidad alimenta la crisis climática y la crisis climática provoca una crisis de biodiversidad"
A menudo se tiende a confundir esta amenaza ecológica con la emergencia climática, sin embargo, son dos problemáticas diferentes que se interconectan. “La pérdida de biodiversidad alimenta la crisis climática y la crisis climática provoca una pérdida biodiversidad”, explica a Público Theo Oberhuber, cofundador de Ecologistas en Acción, señalando esa espiral que termina reventando ecosistemas.
Aunque estas crisis tienen causas primarias muy diferentes, comparten un problema de fondo, según Juan Carlos Atienza, responsable de Gobernanza de SEO/Birdlife: “Coinciden en que su principal problema es el modelo de producción”. El sistema capitalista, basado en ritmos rápidos y trepidantes, y el consumo “depredador y desaforado” son elementos que vertebran esta situación de emergencia ecológica en la que se ha sumergido el planeta y todas sus formas de vida.
La pérdida de biodiversidad, en cualquier caso, no se relaciona directamente con las catástrofes naturales, ya que las especies continuarían desapareciendo si estos fenómenos no se dieran, explican los expertos. Todo tiene que ver, en definitiva, con la acción del ser humano. El caso de los incendios de Australia es, posiblemente, el ejemplo más claro, ya que el fuego, según expone Oberhuber, es una hecatombe que se ha visto agravada por las deficientes políticas forestales y por las sequía extrema que viene de la mano de la crisis climática.
"Estamos erosionando los cimientos de nuestras economías y nuestras formas de vida"
Pero, más allá de los detonantes de esta crisis –identificados perfectamente por los diferentes organismos científicos–, ¿cuáles son las consecuencias que genera esta destrucción de vida? La respuesta está en la ruptura de todas las interconexiones biológicas, culturales y económicas que atan entre sí a los seres vivos. “La salud de los ecosistemas de los que dependemos nosotros y todas las demás especies se deteriora más rápidamente que nunca. Estamos erosionando los cimientos de nuestras economías, formas de vida, seguridad alimentaria, salud y calidad de vida en todo el mundo", valoraba el presidente del IBPES, Robert Watson, en la presentación del último informe sobre la crisis de biodiversidad.
Los expertos señalan, además, que este homicidio a la vida no responde sólo a la muerte masiva de animales, sino también a la desaparición de especies vegetales que hacían de la naturaleza un ente rico y complejo capaz de sostener otras formas de vida. De nuevo aquí, las formas de consumo capitalistas y el cambio de los usos del suelo en favor de un modelo de agricultura intensiva han hecho que los campos se conviertan en espacios poco sostenibles. El desarrollo global de monocultivos son un buen ejemplo de cómo la financiarización de la agricultura derrumba las capacidades de resiliencia de los ecosistemas, deja sin hogar a especies animales y suprime la variedad de alimentos del planeta.
Las repercusiones son fatales para los entornos, pero también para los seres humanos. Tanto es así que se el 90% de las calorías que se consumen actualmente en el mundo proceden de una treintena de variedades, según la publicación Los monocultivos que conquistaron el mundo (Akal). “No hay que olvidar que los seres humanos somos animales y tenemos también una dependencia muy grande de nuestro entorno. Al reducir la variabilidad lo que hacemos es tener menos posibilidades de resistir ante las transformaciones del entorno por el clima o por epidemias”, comenta Atienza.
“Es como si le quitas un tornillo a una lavadora, que no se rompe de inmediato, pero empieza a vibrar, comienzan a darse problemas en otras partes y fallan otros tornillos que rompen la cadena”, explica de manera metafórica Luis Suárez, responsable de conservación del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), que hace referencia a cómo la pérdida de superficie boscosa por la deforestación termina yendo en contra de la lucha para mitigar la crisis climática, ya que se restan capacidades de absorber CO2.
Un hombre suelta una codorniz atrapada en una valla, en la playa de Jan Yunis, en el sur de la Franja de Gaza. REUTERS/Ibraheem Abu Mustafa
Un hombre suelta una codorniz atrapada en una valla, en la playa de Jan Yunis, en el sur de la Franja de Gaza. REUTERS/Ibraheem Abu Mustafa
Una crisis invisible
En mitad del estallido social por la crisis climática, la coyuntura de pérdida de biodiversidad parece quedar en un segundo lugar, fuera de las agendas políticas. Para Oberhuber esta falta de atención responde, en parte, a que los impactos que genera la desaparición de especies –vegetales o animales– no son tan evidentes en el día a día como los que ya está provocando el cambio climático; véase la subida de los niveles del mar o el aumento de las temperaturas.
A ello se debe sumar la escasa rentabilidad de la crisis de biodiversidad. El capitalismo del desastre –término acuñado por la periodista Naomi Klein– permite que las inversiones se movilicen ante las oportunidades económicas que abre la emergencia climática. Si el flujo de dinero iba hacia los combustibles fósiles, el presente comienza a estar marcado por la creciente relevancia del mercado de las renovables y otros recursos naturales como el litio o el cobalto, imprescindibles para la transición ecológica. Frente a ello, un goteo de especies que no puede rentabilizarse. “Los asuntos climáticos están jugando con el apoyo de algunas empresas del sector energético, que utilizan el problema para desarrollar nuevos negocios”, agrega el histórico activista de Ecologistas en Acción.
“Es más complicado medir el impacto de la pérdida de biodiversidad y marcar objetivos de una forma certera”, argumenta Suárez. Esta dificultad se presta también como una barrera que lastra las actuaciones políticas, que, según el experto del Fondo Mundial para la Naturaleza, deberían estar enfocadas a un cambio global del modelo económico, basado en la explotación constante de los recursos naturales.
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