Lidia Falcón
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Me refiero a aquellos políticos cuyo ideario dicen que es de izquierdas, o progresista o cambista o incluso republicano, ya que los monárquicos en su cielo estaban haciéndole reverencias al rey en la Zarzuela.
Las imágenes de uno tras otro –todos son hombres menos la representante canaria– esperando impacientes a su majestad, para sonreírle embelesados, son verdaderamente desmoralizadoras.
Cierto que el inicio de esta política servil y de rendición de la propia dignidad comenzó con aquellas audiencias reales a Carrillo, donde el veterano secretario general del glorioso Partido Comunista de España, que había sacrificado a los mejores militantes de su partido en los más de cuarenta años de lucha por la República, se ofrecía babeando a Juan Carlos de Borbón. Y después Felipe González, que además se hacía amigo suyo de francachelas, y toda la patulea de dirigentes políticos que se llamaban demócratas y de izquierdas y que habían hecho bandera “del cambio”, que rendían continuamente pleitesía a un descendiente de una de las casas reales más corruptas de Europa, y que iba a continuar las mismas prácticas 40 años más. Incluidos los nacionalistas y los independentistas que no dudaron en acudir a la Zarzuela a recibir el apretón de manos real.
Y no solo los conocidos políticos. Escritores, profesores, intelectuales varios, corrían a vestirse sus mejores galas, hubo alguna que se las compró para la ocasión, cuando su majestad el rey tenía el detalle de invitarles a las fiestas de su santo. Varios de ellos, comunistas, socialistas, independentistas, sindicalistas, feministas, incluso los que se llamaban republicanos, enmarcaron y colgaron la foto del mayestático encuentro en el comedor de su casa.
Pero, ciertamente también, han transcurrido cuarenta años y la mayoría de los protagonistas de aquella traidora Transición ya no están en activo. E incluso han aparecido nuevos y jóvenes dirigentes políticos que denuncian la corrupción que nos invade: la económica, la política, la moral. Pero este mes, todos han corrido a salir en la foto en el salón del Palacio, sonriendo encantados, en estado de levitación, bobaliconamente, a la majestad que les recibía. Solamente los de Esquerra y los de Bildu se han negado, pero ahora, que antes bien que fueron.
Que a estos díscolos no les haya pasado nada, demuestra que es posible no acudir a la cita reglamentaria sin que se sufran consecuencias por ello. Y entonces, ¿por qué han ido? ¿Para salir en televisión? ¿Para aspirar el aire de la realeza? ¿Para pisar por una vez las regias alfombras? ¿Para tocar carne de rey? ¿Para decirle al monarca, como ha hecho alguno, que era republicano, como si tal declaración fuese una valiente transgresión?
Este servilismo con la monarquía que sigue mostrando nuestra clase política de izquierda es en parte responsable de que el movimiento republicano no levante cabeza. Si desde que nos impusieron al rey franquista, al menos los políticos, intelectuales, dirigentes sindicales y hasta alguna feminista, que también chupa cámara, se hubiesen concitado para no rendirle pleitesía, otra imagen hubiese tenido la oposición de izquierda y otro impulso se le hubiera dado a la reclamación de la República.
Puede que alguno de esos aduladores me objete que este rey no es el que cometió las fechorías de su padre. Ya sabemos que se ha procedido a una renovación de las personas para que el régimen continúe intacto. No sabemos si este nuevo rey cobra las regalías de que es beneficiario el padre, porque no nos lo van a contar, y tampoco le hemos visto matando elefantes, pero sigue siendo la cabeza visible del régimen.
Del régimen monárquico, capitalista y patriarcal, bien hermanado con la Iglesia católica, cuyo expolio del pueblo español desde hace dos mil años continua, y rendido, como buen siervo, a las órdenes del imperio norteamericano. Este rey es la cúspide del poder, el mantenedor de los grandes consorcios financieros que han impuesto “la doctrina del shock”, como la llama Naomi Klein, de las empresas armamentísticas, del contubernio con la OTAN, del mantenimiento de las bases militares estadounidenses, de los acuerdos con el Vaticano.
Este joven y nuevo rey, tan admirado en las revistas del corazón, es la bisagra, el eje, que mantiene unidos todos los intereses del capital: el poder de la Troika europea, del Departamento de Estado norteamericano, de la industria militar, de la Iglesia que nos esquilma. Es el jefe máximo de unas fuerzas armadas podridas de corrupción e ineficacia, como está denunciando el ex teniente Luis Gonzalo Segura en este mismo periódico. Y es el enlace con los criminales más sátrapas de Oriente Medio. Y no lo disimula.
Carlos Enrique Bayo escribe hace solo unos días: “El rey y el Gobierno… son incluso obsequiosos, ante el régimen más tiránico e integrista del mundo, al que el Gobierno, el jefe del Estado y los poderes económicos de España rinden pleitesía con pleno conocimiento no sólo de su brutal represión interna sino también de su responsabilidad financiera e ideológica directa en los crímenes contra la humanidad del aberrante Estado Islámico.” Se refería al tirano de Arabia Saudí, al que han ido a visitar, babeando también de placer, nuestro rey y nuestro ministro de Defensa. Quizá, añade Bayo, “porque el rey Salman Ibn Abdulaziz siempre ha mantenido estrechas relaciones con nuestro monarca emérito, Juan Carlos I, y esa amistad se ha prolongado al actual soberano Felipe VI”.
Ese sátrapa medieval que tiene a las mujeres secuestradas –sus propias hijas– humilladas, privadas de derechos civiles, amenazadas de muerte, que ejecuta a sus súbditos por decenas, que hace dar latigazos y cortar los miembros, incluso solo por escribir comentarios críticos, como el desgraciado activista Raif Badawi, que está pendiente de recibir 950 latigazos por ello –ya ha recibido 50–, que persigue a homosexuales, periodistas y opositores, y que mantiene en la esclavitud a los trabajadores y a las trabajadoras extranjeras. Porque nuestro rey y nuestro Gobierno hacen negocios con él: le compran el petróleo y le venden armas, incluso para reprimir a su propio pueblo y para atacar a otros países, como Yemen. Lo que no sabemos son las comisiones que cobran uno y otro por esas gestiones.
A este nuestro ilustre representante real es al que los políticos de izquierda, del cambio, del progreso, han ido a reverenciar. ¿Qué clase de democracia defienden y reclaman cuando se someten a un régimen tan antidemocrático como una monarquía? ¿Y nosotros, que lo aceptamos, qué dignidad defenderemos, como pueblo, si nos inclinamos ante quien nos representa vitaliciamente –y cobra de nosotros– sin que lo hayamos escogido?
Y han ido para nada, por supuesto. Ya que ninguno de ellos podía obtener prebenda alguna de la reunión, y esa majestad los desprecia absolutamente. Sobre todo cuanto más serviles se muestren con él.
Madrid, 30 de enero 2016.
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