ALF HORNBORG
TEXTO DE THE CONVERSATION. TRADUCIDO POR DANIEL RUILOVA
Durante los últimos dos siglos, millones de personas dedicadas —revolucionarias, activistas, políticas y teóricas— no han podido frenar la desastrosa y cada vez más globalizada trayectoria de polarización económica y degradación ecológica. Esto quizás se deba a que estamos totalmente atrapados en formas erróneas de pensar sobre la tecnología y la economía, como lo muestra el actual discurso sobre el cambio climático.
Las crecientes emisiones de gases de efecto invernadero no solo generan el cambio climático. Nos están dando más y más ansiedad climática. Los escenarios de apocalipsis están capturando los titulares a un ritmo creciente. Científicos de todo el mundo nos dicen que las emisiones, en diez años, deben ser la mitad de lo que eran hace diez años o enfrentaremos un apocalipsis. Estudiantes como Greta Thunberg y movimientos activistas como Extinction Rebellion exigen que entremos en pánico. Y con razón. Pero, ¿qué debemos hacer para evitar el desastre?
La mayoría de científicos, políticos y líderes empresariales tienden a colocar sus esperanzas en el progreso tecnológico. Sin importar la ideología, hay una gran esperanza en que nuevas tecnologías reemplazarán a los combustibles fósiles aprovechando energías renovables como la solar y la eólica. Muchos también confían de que habrá tecnologías para remover dióxido de carbono de la atmósfera y para hacer “geoingeniería” en el clima de la Tierra. El denominador común en estas visiones es la fe en que podemos salvar la civilización moderna si nos cambiamos a nuevas tecnologías. Pero la “tecnología” no es una varita mágica. Requiere un montón de dinero, lo que significa exigencias de trabajo y recursos desde otras áreas. Tendemos a olvidar este hecho crucial.
Yo argumentaría que el modo en que damos por sentado el dinero convencional “de propósito general” es la principal razón por la que no hemos entendido cómo las tecnologías avanzadas dependen de la apropiación de trabajo y recursos de otras partes. Al hacer posible intercambiar casi cualquier cosa —tiempo humano, artefactos, ecosistemas, etcétera— por cualquier otra cosa en el mercado, las personas están constantemente buscando los mejores acuerdos, lo que finalmente significa promover los salarios más bajos y los recursos más baratos en el Sur global.
Para conseguir que nuestra economía global respete los límites naturales, debemos poner límites a lo que puede ser intercambiado
Es esta lógica del dinero la que ha creado la sociedad global, totalmente insostenible y hambrienta de crecimiento, que existe hoy. Para conseguir que nuestra economía global respete los límites naturales, debemos poner límites a lo que puede ser intercambiado. Desafortunadamente, parece cada vez más probable que tengamos que experimentar algo cercano a un desastre —como un fracaso de cosechas semi-mundial— antes de que estemos preparados para cuestionar seriamente cómo están diseñados en la actualidad el dinero y los mercados.
¿CRECIMIENTO VERDE?
Tomemos la última cuestión que estamos enfrentando: si nuestra economía moderna, global y en crecimiento puede funcionar con energía renovable. Entre la mayoría de los defensores de la sustentabilidad, como los partidarios de un Green New Deal, hay una convicción inquebrantable de que el problema del cambio climático puede ser resuelto por ingenieros.
Lo que en general divide las posiciones ideológicas no es la fe en la tecnología como tal, sino cuáles soluciones técnicas elegir, y si éstas requerirán un cambio político importante. Quienes se muestran escépticos a las promesas de la tecnología —como los defensores de un radical cambio descendente o decrecimiento— tienden a ser marginalizados de la política y los medios. Hasta ahora, es probable que cualquier político que defienda seriamente el decrecimiento no tenga futuro en la política.
El optimismo general sobre la tecnología a menudo se conoce como ecomodernismo. El Manifiesto Ecomodernista, una concisa declaración de esta perspectiva publicado el 2015, nos llama a adoptar el progreso tecnológico, que nos dará “un buen, o incluso gran, Antropoceno”. Argumenta que el progreso tecnológico nos ha “separado” del mundo natural y debería dejarse que continúe haciéndolo para permitir la “restauración” de la naturaleza. El crecimiento de las ciudades, la agricultura industrial y la energía nuclear, afirma, ilustran tal desacoplamiento. Como si estos fenómenos no tuvieran huella ecológica más allá de sus propios límites.
Mientras tanto, los llamados por un Green New Deal se han expresado durante más de una década, pero en febrero del 2019 tomaron la forma de una resolución ante la Cámara de Representantes estadounidense. Un aspecto central de su visión es el cambio a gran escala hacia fuentes de energía renovables, e inversiones masivas en nueva infraestructura. Esto, argumentan , permitiría un mayor crecimiento de la economía.
La misma idea de tecnología está inextricablemente entrelazada con la acumulación de capital, el intercambio desigual y la idea del dinero de propósito general
REPENSANDO LA TECNOLOGÍA
Así, el consenso general parece ser que el problema del cambio climático es solo una cuestión de reemplazar una tecnología energética por otra. Pero una visión histórica revela que la misma idea de tecnología está inextricablemente entrelazada con la acumulación de capital, el intercambio desigual y la idea del dinero de propósito general. Y así considerada, no es tan fácil de rediseñar como nos gustaría pensar. Cambiar la principal tecnología energética no es solo cuestión de reemplazar infraestructura, significa transformar el orden económico mundial.
En el siglo XIX, la revolución industrial nos dio la noción de que el progreso tecnológico es simplemente el ingenio humano aplicado a la naturaleza, y que no tiene nada que ver con la estructura de la sociedad mundial Esta es la imagen reflejada de la ilusión de los economistas de que el crecimiento no tiene nada que ver con la naturaleza, y por lo tanto no necesita considerar los límites naturales. En lugar de ver que tanto la tecnología y la economía se extienden sobre la división entre naturaleza y sociedad, se piensa que la ingeniería solo se ocupa de la naturaleza, y la economía solo se ocupa de la sociedad.
La máquina de vapor, por ejemplo, es considerada simplemente como un ingenioso invento para aprovechar la energía química del carbón. No estoy negando que este sea el caso, pero la tecnología de vapor a inicios de la era industrial británica también dependía del capital acumulado en los mercados globales. Las fábricas a vapor en Manchester nunca habrían sido construidas sin el comercio triangular atlántico de esclavos, algodón crudo y textiles de algodón. La tecnología de vapor no fue solo una cuestión de astuta ingeniería aplicada a la naturaleza, como toda tecnología compleja, también fue crucialmente dependiente de las relaciones de intercambio mundiales.
Esta dependencia de la tecnología en las relaciones sociales globales no es solo una cuestión de dinero. En un sentido bastante físico, la viabilidad del motor de vapor se apoyó en los flujos de energía de trabajo humana y otros recursos que habían sido invertidos en fibras de algodón de Carolina del Sur, en los EE UU, en carbón de Gales y hierro de Suecia. La tecnología moderna, entonces, es un producto del metabolismo de la sociedad mundial, no simplemente el resultado de destapar “hechos” de la naturaleza.
La ilusión que hemos padecido desde la revolución industrial es creer que el cambio tecnológico es simplemente una cuestión de conocimiento ingenieril, independientemente de los patrones de los flujos materiales globales
La ilusión que hemos padecido desde la revolución industrial es creer que el cambio tecnológico es simplemente una cuestión de conocimiento ingenieril, independientemente de los patrones de los flujos materiales globales. Esto es particularmente problemático porque nos deja ciegos sobre cómo estos flujos tienden a ser muy desiguales.
Esto no solo era cierto en los días del Imperio Británico. Hoy en día, las áreas tecnológicamente avanzadas del mundo son importadores netos de los recursos que han sido utilizados como insumos para producir sus tecnologías y otras mercancías, como tierra, mano de obra, materiales y energía. El progreso tecnológico y la acumulación de capital son dos caras de la misma moneda. Pero las asimetrías materiales en el comercio mundial son invisibles para los economistas convencionales, que se centran exclusivamente en los flujos de dinero.
Irónicamente, esta comprensión de la tecnología ni siquiera es reconocida en la teoría marxista, aunque ésta afirme ser materialista y comprometida con la justicia social. La teoría y la política marxistas tienden hacia lo que los opositores llaman la fe prometeica en el progreso tecnológico. Su preocupación con la justicia se centra en la emancipación de los trabajadores industriales, más que en los flujos globales de recursos que están incorporados en la máquina industrial.
Esta fe marxista en la magia de la tecnología a veces toma formas extremas, como en el caso del biólogo David Schwartzman, quien no duda en predecir una futura colonización humana de la galaxia, y Aaron Bastani, quien anticipa la minería de asteroides. En su notable libro Fully Automated Luxury Communism: A Manifesto (Comunismo de lujo totalmente automatizado), Bastani repite una afirmación difundida sobre el bajo costo de la energía solar, que muestra cuán engañados estamos por la idea de la tecnología.
La naturaleza, escribe, “nos provee de energía gratis virtualmente ilimitada”. Esta fue una convicción expresada con frecuencia ya en 1964, cuando el químico Farrington Daniels proclamó que la “energía más abundante y barata ya es nuestra para que la tomemos”. Más de 50 años después, el sueño persiste.
LAS REALIDADES
La electricidad a nivel mundial representa cerca del 19% del uso total de energía, los otros mayores consumos de energía son los transportes y la industria. El 2017 solo el 0,7% del uso de energía global se basó en la energía solar, y el 1,9% del viento, mientras el 85% dependía de combustibles fósiles. Hasta el 90% del uso mundial de energía se basa en fuentes fósiles, y esa proporción, de hecho, está creciendo. Entonces, ¿por qué la tan largamente anticipada transición a las energías renovables no se está materializando?
Una cuestión muy controvertida son los requerimientos de tierras para el uso de energías renovables. Expertos en energía como David MacKay y Vaclav Smil han estimado que la “densidad energética” —los watts de energía que pueden ser aprovechados por unidad de área terrestre— de las fuentes renovables es mucho menos que la de los combustibles fósiles, por lo que reemplazar fuentes fósiles por energía renovable requeriría áreas terrestres mucho mayores para capturar energía.
En parte debido a este problema, las visiones de proyectos de energía solar a gran escala se han referido durante mucho tiempo al buen uso que podrían dar áreas improductivas como el desierto del Sahara. Pero las dudas sobre la rentabilidad han desalentado las inversiones. Hace una década, por ejemplo, se habló mucho de Desertec, un proyecto de 400 billones de euros que se derrumbó cuando los principales inversores se retiraron, uno por uno.
Hoy en día, el mayor proyecto de energía solar es la central térmica solar de Uarzazate, en Marruecos. Cubre cerca de 25 kilómetros cuadrados y su construcción ha costado cerca de 9.000 millones de dólares. Está diseñada para dar electricidad a alrededor de un millón de personas, lo que significa que se necesitarían otros 35 proyectos como ese —es decir, 315.000 millones de dólares de inversiones— simplemente para cubrir la demanda de la población de Marruecos. Tendemos a no ver que las enormes inversiones de capital necesarias para proyectos de infraestructura tan masivos representan exigencias sobre recursos en otras partes: tienen enormes huellas de carbono, más allá de nuestro campo de visión.
Además, debemos considerar si la energía solar realmente es libre de carbono. Como Smil ha demostrado para las turbinas eólicas y Storm van Leeuwen para la energía nuclear, la producción, instalación y mantenimiento de cualquier infraestructura tecnológica sigue siendo críticamente dependiente de la energía fósil. Por supuesto, es fácil replicar que hasta que se haya realizado la transición, los paneles solares van a tener que ser producidos quemando combustibles fósiles. Pero incluso si el 100% de nuestra electricidad fuera renovable, no sería capaz de impulsar el transporte global o cubrir la producción de acero y cemento para la infraestructura urbano-industrial. Y dado el hecho de que el abaratamiento de los paneles solares en los últimos años en gran medida es el resultado del cambio de fabricación hacia Asia, debemos preguntarnos si los esfuerzos europeos y estadounidenses para ser sostenibles realmente deberían basarse en la explotación global de mano de obra barata, recursos escasos y paisajes destruidos en otros lugares.
RECOLECTANDO CARBONO
La energía solar no está desplazando a la energía fósil, solo se suma a ella. Y el ritmo de expansión de la capacidad de energía renovable se ha estancado: fue casi igual el 2018 y el 2017. Mientras tanto, nuestra combustión global de combustibles fósiles sigue aumentando, al igual que nuestras emisiones de carbono. Debido a que esta tendencia parece imparable, muchos esperan ver un uso extensivo de tecnologías para capturar y remover el carbono proveniente de las emisiones de plantas de energía y fábricas.
La captura y almacenamiento de carbono (CCS por las siglas en inglés) sigue siendo un componente esencial del Acuerdo de París (2016) sobre el cambio climático. Pero concebir tales tecnologías como económicamente accesibles a escala mundial es claramente irreal.
Recolectar los átomos de carbono dispersados por la combustión global de combustibles fósiles sería tan demandante de energía y tan económicamente inviable como lo sería intentar recolectar las moléculas de caucho de las ruedas de automóviles que están siendo dispersadas continuamente hacia la atmósfera por la fricción de las carreteras.
El fallecido economista Nicholas Georgescu-Roegen usaba este ejemplo para mostrar que los procesos económicos llevan inevitablemente a la entropía, es decir, a un aumento en el desorden físico y la pérdida del potencial productivo. Al no comprender las implicaciones de este hecho, seguimos imaginando alguna nueva tecnología que revertirá la Ley de la Entropía.
El “valor” económico es una idea cultural. Una implicación de la Ley de la Entropía es que el potencial productivo en la naturaleza —la fuerza de la energía o la cualidad de los materiales— se pierde sistemáticamente a medida que se produce el valor. Esta perspectiva da la vuelta a nuestra visión económica del mundo económica. El valor es medido en dinero, y el dinero moldea la forma en que pensamos sobre el valor. Los economistas tienen razón en que el valor debe definirse en términos de preferencias humanas más que en insumos de mano de obra o recursos, pero el resultado es que cuanto más valor producimos, más mano de obra, energía y otros recursos baratos son requeridos. Para frenar el incesante crecimiento del valor —a expensas de la biosfera y los pobres del mundo– debemos crear una economía que se pueda restringir a sí misma.
En lugar de ver el mismo diseño del juego del dinero como el real antagonista, nuestro llamado a las armas tiende a dirigirse hacia los jugadores que han tenido mejor suerte con los dados
LOS MALES DEL CAPITALISMO
Gran parte de la discusión sobre el cambio climático sugiere que estamos en un campo de batalla, enfrentando a personas malvadas que quieren obstruir nuestro camino hacia una civilización ecológica. Pero el concepto de capitalismo tiende a mistificar cómo todos estamos atrapados en un juego definido por la lógica de nuestras propias construcciones, como si hubiera un “sistema” abstracto y sus partidarios moralmente despreciables a quienes culpar. En lugar de ver el mismo diseño del juego del dinero como el real antagonista, nuestro llamado a las armas tiende a dirigirse hacia los jugadores que han tenido mejor suerte con los dados.
En cambio, yo argumentaría que la obstrucción final no es una cuestión de moralidad humana, sino de nuestra fe común en lo que Marx llamó “fetichismo del dinero”. Delegamos colectivamente la responsabilidad sorbe nuestro futuro a una invención humana sin sentido, lo que Karl Polanyi denominó dinero de propósito general, la peculiar idea de que cualquier cosa puede ser intercambiada por cualquier otra cosa. La lógica agregada de esta idea relativamente reciente es precisamente lo que se suele denominar “capitalismo”. Define las estrategias de corporaciones, políticos y ciudadanos por igual.
Todos quieren que sus activos monetarios crezcan. La lógica del juego global del dinero obviamente no proporciona suficientes incentivos para invertir en energías renovables. Genera avaricia, desigualdades obscenas y crecientes, violencia y degradación ambiental, incluyendo el cambio climático. Pero la economía convencional parece tener más fe que nunca en liberar está lógica. Dada la forma en que ahora se organiza la economía, no se ve un alternativa a obedecer la lógica del mercado globalizado.
Atribuir el cambio climático a un sistema abstracto llamado capitalismo, pero sin cuestionar la idea del dinero de propósito general, es negar nuestra propia capacidad de acción
La única forma de cambiar el juego es rediseñar sus reglas más básicas. Atribuir el cambio climático a un sistema abstracto llamado capitalismo, pero sin cuestionar la idea del dinero de propósito general, es negar nuestra propia capacidad de acción. El “sistema” es perpetuado cada vez que compramos nuestros alimentos, independiente de si somos activistas radicales o negacionistas climáticos. Es difícil identificar a los culpables si todos somos jugadores en el mismo juego. Al aceptar las reglas, hemos limitado nuestra potencial capacidad de acción colectiva. Nos hemos convertido en herramientas y sirvientes de nuestra propia creación, el dinero de propósito general.
A pesar de las buenas intenciones, no es claro que lo que Thunberg, Extinction Rebellion y el resto del movimiento climático están demandando deba hacerse. Como la mayoría de nosotros, ellos quieren detener las emisiones de gases de efecto invernadero, pero parecen creer que una transición energética así es compatible con el dinero, los mercados globalizados y la civilización moderna.
¿Debemos culparnos a nosotros mismos por no elegir políticos que sean lo suficientemente sinceros como para defender la reducción de nuestra movilidad y niveles de consumo?
¿Es nuestro objetivo derrocar “el modo de producción capitalista”? Si es así, ¿cómo hacemos para conseguir eso?¿Debemos culpar a los políticos por no confrontar al capitalismo y a la inercia del dinero de propósito general? O —lo que debería seguir a continuación—, ¿debemos culpar a los votantes? ¿Debemos culparnos a nosotros mismos por no elegir políticos que sean lo suficientemente sinceros como para defender la reducción de nuestra movilidad y niveles de consumo?
Muchos creen que con las tecnologías correctas no tendríamos que reducir nuestra movilidad o consumo energético, y la economía mundial podría seguir creciendo. Pero para mí eso es una ilusión. Sugiere que todavía no hemos comprendido lo que es la “tecnología”. Los coches eléctricos y muchos otros aparatos “verdes” pueden parecer tranquilizadores, pero a menudo se revela que son estrategias insidiosas para desplazar las cargas laborales y ambientales más allá de nuestro horizonte, hacia mano de obra barata y minas insalubres en el Congo y el interior de Mongolia. Se ven sostenibles y justas para sus usuarios para sus adinerados usuarios, pero perpetúan una visión de mundo miope que se remonta hasta la invención de la máquina de vapor. He llamado a esta ilusión el fetichismo de la máquina.
REDISEÑANDO EL JUEGO MUNDIAL DEL DINERO
Por lo tanto, lo primero que debemos rediseñar son las ideas económicas que dieron vida a la tecnología basada en combustibles fósiles, y que siguen perpetuándola. El capitalismo, en último término, se refiere al artefacto o la idea del dinero de propósito general, que la mayor parte de nosotros da por sentado como algo sobre lo que no tenemos opción. Pero sí tenemos, y esto debe ser reconocido.
Desde el siglo XIX, el dinero de propósito general ha oscurecido los desiguales flujos de recursos del colonialismo al hacerlos parecer recíprocos: el dinero ha servido como un velo que mistifica la explotación al representarla como un intercambio justo. Los economistas de hoy reproducen esta mistificación del siglo XIX, usando un vocabulario que se ha demostrado inútil para cuestionar los problemas globales de justicia y sustentabilidad. Las políticas diseñadas para proteger el ambiente y promover la justicia global no han frenado la insidiosa lógica del dinero de propósito general, que está aumentando la degradación ambiental y las desigualdades económicas.
Para poder ver que el dinero de propósito general es el problema fundamental, debemos observar que existen modos alternativos de diseñar el dinero y los mercados. Como las reglas de un juego de mesa, son construcciones humanas y pueden, en principio, ser rediseñadas. Para alcanzar el “decrecimiento” económico y frenar la cinta de correr de la acumulación de capital, debemos transformar la lógica sistémica del dinero.
Lo que estoy sugiriendo es dinero especial que solo se pueda usar para comprar bienes producidos localmente
Las autoridades nacionales podrían establecer una moneda complementaria, junto con el dinero regular, que sea distribuida como un ingreso básico universal, pero que solo pueda ser usado para comprar bienes y servicios que sean producidos dentro de un determinado radio desde el punto de compra. Esto no es “dinero local” en el sentido de LETS o de la libra de Bristol —que, en efecto, no hacen nada para impedir la expansión del mercado global— sino un verdadero palo en la rueda de la globalización. Con dinero local puedes comprar bienes producidos al otro lado del planeta, mientras que los compres en una tienda local. Lo que estoy sugiriendo es dinero especial que solo se pueda usar para comprar bienes producidos localmente.
Esto ayudaría a disminuir la demanda de transportes globales —una fuente importante de emisiones de gases de efecto invernadero— al tiempo que aumentaría la diversidad y resiliencia locales, y se impulsaría la integración comunitaria. Ya no haría que los salarios bajos y la débil regulación ambiental sean ventajas comparativas en el comercio mundial, como es el caso actual. Inmunizar a las comunidades y ecosistemas locales de la lógica de los flujos de capital globalizados puede ser la única manera factible de crear una sociedad verdaderamente “pos-capitalista” que respete los límites planetarios y no genere injusticias globales cada vez más profundas.
La relocalización de la mayor parte de la economía de esta forma no significa que las comunidades no vayan a necesitar electricidad, por ejemplo, para hacer funcionar hospitales, computadores y hogares. Pero desmantelaría la mayoría de la infraestructura global basada en combustibles fósiles para transportar personas, productos y otras mercancías a través del planeta.
Esto significaría desacoplar la subsistencia humana de las energías fósiles, y reinsertar a los humanos en sus paisajes y comunidades. En estructuras de demanda de mercado completamente cambiantes, tal transformación no requeriría que nadie —corporaciones, políticos o ciudadanos— tenga que elegir entre energía fósil o renovable como dos opciones comparables con diferentes márgenes de ganancia.
Volviendo al ejemplo de Marruecos, la energía solar obviamente tendrá un rol importante que jugar en generar la electricidad indispensable, pero imaginar que será capaz de proporcionar algo cercano a los actuales niveles de uso de energía per capita en el Norte global es totalmente irreal. Una transición a la energía solar no debería consistir simplemente en reemplazar los combustibles fósiles, sino en reorganizar la economía global.
Sin duda, la energía solar será un componente vital del futuro de la humanidad, pero no mientras permitamos que la lógica del mercado mundial haga rentable el transportar bienes esenciales por todo el mundo. La actual fe ciega en la tecnología no nos salvará. Para que el planeta tenga alguna posibilidad, la economía global debe ser rediseñada. El problema es más fundamental que el capitalismo o el énfasis en el crecimiento: es el dinero mismo, y cómo el dinero está relacionado a la tecnología. El cambio climático y los otros horrores del Antropoceno no solo nos dicen que dejemos de usar combustibles fósiles, nos dicen que la globalización misma es insostenible.
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