JOSE CARMONA
Hace unos años el estreno de Her parecía una marcianada. Un hombre que se enamora de un sistema operativo. Los tiempos avanzan tan rápido que la película de Spike Jonze ha sufrido de obsolescencia programada y deja paso a la digisexualidad.
Markie L. C. Twist y Neil McArthur publicaron en noviembre de 2017 un extenso análisis titulado El auge de la digisexualidad en el que prevén un futuro –y un presente– en el que el ser humano está condicionado por la tecnología a la hora de tener relaciones sexuales. Ya sea con robots como juguetes o con dispositivos mediante, el sexo pasará a estar tan ligado a la tecnología como el resto de nuestras vidas.
No es lo mismo que un elemento ayude a disfrutar del sexo –filia–, a que ese elemento condicione la actividad sexual –parafilia–, por lo que el debate sobre la digisexualidad lleva primero a discernir en qué bando está. Patricia Barato Salvador, psicóloga clínica en Instituto Madrid de Psicología y Sexología, lo deja en manos del propio consumidor: "Hay que diferenciar filia de parafilia. La filia no conlleva problema clínico, mientras que la parafilia tiene un desvío y se considera trastorno. Si te gustan los zapatos no hay problema, pero si solo tienes erecciones cuando hay zapatos por medio, sí es una parafilia", asegura.
Silvia C. Carpallo, sexóloga y autora de Sexo para ser feliz, sí se decanta: "En este caso creo que más que una filia, esta nueva etiqueta corresponde a una nueva forma de orientar nuestros deseos y emociones, no tanto hacia una persona, sino a un objeto", declara.
El futuro del sexo
Si el Tinder es una primera fase de esta nueva sexualidad, tener relaciones con la Inteligencia Artificial podría ser el siguiente paso. En España aún pueden sonar advenedizo, pero la realidad es que ya son tendencia en algunos puntos del globo. "En 2017 en Japón el libro más vendido fue Como amar a un robot", cuenta la psicóloga Barato Salvador.
El sexo pasará a estar tan ligado a la tecnología como el resto de nuestras vidas
Sin embargo, las sexólogas consultadas empiezan a encontrar pequeños conflictos emocionales derivados del uso de tecnologías. "Tengo pacientes con disfunción eréctil porque se están masturbando a todas horas con el móvil, porque ven mucho porno, y cuando es algo de carne y hueso no funciona; no pueden amoldarse", arguye Delfina Mieville, sexóloga, socióloga, y experta en género y derechos humanos.
"A lo máximo que hemos llegado es al uso obsesivo de vaginas de látex. Puedes hacer que tengan calor, que vibren... Un paciente rompía las vaginas al masturbarse con ellas", cuenta Barato Salvador.
Judit Parejo, cofundadora del Centro de Psicología Ínsula, cree que es un fenómeno revelador de los tiempos que vivimos: "Debe ser tenido en cuenta, no sólo anecdóticamente, sino como reflejo de un funcionamiento intrapsíquico, y a nivel relacional de la persona, que tiene funcionamientos que son resultado de un contexto masivamente digitalizado, donde el amor cada vez es más valorado en su inmediatez , las relaciones como dice Bauman, más líquidas y la sexualidad está moldeándose a golpe de click, asuntos que considero ensenciales de abordar y estudiar, nada inocuos", declara.
¿Una nueva etiqueta posmoderna?
Mientras para algunos es el gran descubrimiento del s.XXI, hay quienes ven en la digisexualidad tan solo una etiqueta más. "Nos encanta la terminología y el palabrerío para definir prácticas sexuales. Una cosa es poner nombres para representar realidades ocultas y otra es inventarse términos para prácticas sexuales.' La gente se dice como 'onanista', por ejemplo, pero es simplemente gente que se masturban, critica Mieville.
"Nos encanta la terminología y el palabrerío para definir prácticas sexuales"
"El categorizanos nos da tranquilidad, nos ayuda a identificarnos con otros, a saber que no estamos solos, y que esos sentimientos son compartidos. Pero por otro lado lo cierto es que en una sociedad en la que cada vez tenemos más claro que etiquetas tan globales como la heterosexualidad y la homosexualidad se nos han quedado pequeñas para definir la diversidad de los deseos humanos, empeñarnos en poner etiquetas para todo sigue siendo poco práctico. Es difícil encasillarnos a todos con un mismo nombre, por mucho que vivamos en la era del hashtag", cuenta Carpallo.
¿Y si tener sexo con un robot o con una muñeca hinchable es una llamada de auxilio? ¿Una manera de sumergirse aún más profundo en la soledad?
"Alguien que tiende a estar muy aislado es más probable que acabe en este tipo de métodos. Puede estar muy relacionado con la soledad", comenta Barato. Por su parte, Mieville ve un problema más genérico: "Todas estas cosas tienen que ver con el mercantilismo sexual, la soledad, el miedo a la intimidad y la poca resistencia a la frustración. Como quiero una vida sexual de una determinada manera, un robot es eso, es que te den lo que tú quieres como quieres todo el tiempo. No hay interacción, no hay crecimiento personal", concluye.
"Sin embargo, creo que los sentimientos de soledad pueden favorecer el uso de nuevas tecnologías para aplacar este sentimiento tan doloroso y también en su parte sexual. Para una relación sexual se necesita a un otro o a una otra como mínimo, y si no se tiene acceso a otras personas en realidad, se buscarán alternativas, y lo virtual ofrece garantías infalibles", comenta Parejo.
Es inevitable observar que la inmensa mayoría de robots tienen atributos de mujer y están enfocados al hombre heterosexual. ¿Son productos que cosifican a todo el género? "No creo que sea una cuestión que esté atentando contra la mujer, no hay que mezclar cosas. También hay robots hombres para mujeres", concluye Patricia Barato.
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