mércores, 9 de outubro de 2019

Demócratas y fascistas: el caso español

La derecha española, con Vox, PP y C's, bebe directamente del franquismo y no sabe nada de resistencias.

Isabel Díaz-Ayuso.
Isabel Díaz-Ayuso


PEDRO LUIS ANGOSTO


Durante la Segunda Guerra Mundial, la resistencia francesa a la ocupación nazi realizó más de diez mil atentados con resultado de muerte. No fue, ni con mucho, la guerrilla más eficaz de Europa, nada al lado de los partisanos yugoslavos de Tito o los italianos de Togliatti y Pippo. Volaron trenes cargados de armas y de alemanes, fusilaron a colaboracionistas y atacaron a los filofascistas allá donde se escondiesen. Aunque la resistencia estuvo dirigida en muchas ocasiones por comunistas, en ella se integraron también socialistas, anarquistas, democristianos, liberales y empresarios. Hoy, los máximos dirigentes de la resistencia francesa, italiana o de las repúblicas balcánicas son héroes nacionales y Longo, Parri, Cardona, Revelli, Moulin, Nallit, Leclerc, Rol-Tanguy y muchos otros cuentan con calles, monumentos y museos en sus respectivos países.
En España sucede algo bien diferente. Como durante los últimos cuarenta años en la escuela no se ha enseñando lo que fue el fascismo español, es decir el nacional-catolicismo capitaneado por Franco, los jefes de la Iglesia romana y la alta burguesía industrial, financiera y terrateniente, en nuestro país casi nadie es consciente de la barbarie de aquel régimen, dándose la paradoja de que aquí los fascistas siguen teniendo calles, monumentos, bares y mausoleos, siendo escasísimos los miembros de la resistencia antifascista que han sido reconocidos con todos los honores por la democracia borbónica.
Si bien en toda Europa, las clases adineradas vieron con buenos ojos la llegada del nazi-fascismo, incluso muchos grandes empresarios contribuyeron con enormes cantidades de dinero a su expansión, no es menos verdad que hubo otros que se sumaron a la resistencia como, por poner un ejemplo significativo, los dueños de Peugeot y Michelin, al mismo tiempo no fueron pocos los miembros de partidos liberales, católicos y derechistas que hicieron lo mismo, combatiendo a nazis y fascistas junto a comunistas, socialistas, anarquistas y radicales. Y es ahí donde radica la diferencia entre los partidos derechistas europeos y los españoles. Nadie sabe donde está enterrado Hitler, a nadie preocupa, ni nadie pide que se busque su sepultura, ni en la izquierda ni en la derecha; nadie en Francia, ni siquiera Le Pen, se enorgullece de Petain y de la ocupación nazi, por eso allí alucinan en colores cuando se enteran de que en España existe un mausoleo fantasmagórico dedicado a un aliado de Hitler y Mussolini que luego, para subsistir, se convirtió en humilde lacayo de Estados Unidos por aquello de la “Guerra Fría”; por eso allí no faltan nunca flores en las tumbas de Manuel Azaña o Antonio Machado; por eso aquí están o estuvieron enterrados fascistas como Ante Palevic, Trujillo, Batista, Bremer o Galler.
¿Dónde están ardiendo iglesias? ¿De dónde salen personas como Aguado, Díaz Ayuso, Monasterio o Sánchez Dragó?
La derecha española -Vox, Partido Popular y Ciudadanos, que se ha quitado todas las máscaras por si alguien tenía dudas- bebe directamente del franquismo y no sabe nada de resistencias. Para ellos la resistencia a los fascistas es terrorismo puesto que cometieron atentados sangrientos contra las autoridades establecidas por la fuerza de las armas. Como nunca militaron abiertamente contra la dictadura, como no saben qué ocurría cuando te detenían una noche y te llevaban a una comisaría, un cuartelillo, una cárcel, un campo de concentración o un descampado, para ellos el orden consiste en respetar a la autoridad independientemente de que sea o no legítima, es decir democrática o fascista. Cuando se ha vivido al lado del régimen, educado por él o agradecido a su existencia es difícil, casi imposible, reconocer que los maquis que se enfrentaron al franquismo sin ayuda de nadie, a pecho descubierto, en las montañas de casi toda España, no eran delincuentes sino lo mismo que quienes en Francia, Italia, los Balcanes, Bélgica u Holanda combatieron a Hitler y Mussolini, todos a la una sin pararse, pese a las rivalidades, en mirar que etiqueta llevaba cada cual.
España sufre, como tantas otras veces, una anomalía histórica. La derecha conformada desde la muerte del dictador, es su hija natural y jamás -salvo que surgiese un partido de derechas ajeno al franquismo, cosa que pudo ser y no quiso Ciudadanos- va a aceptar que lo que hubo en España desde el golpe de Estado de 1936 fue un régimen criminal, corrupto y envilecido que envileció al país sumiéndolo en el miedo y la ignorancia. Si existiese en nuestro país una derecha civilizada, democrática, ajena al fascismo, hace mucho tiempo que el Valle de los Caídos por Dios y por su España, habría sido reducido a escombros, siendo sustituido por un maravilloso bosque de pinos silvestres y robles; si tuviésemos una derecha ilustrada y humana, hace décadas que no quedaría un sólo cadáver en las cunetas y tapias de cementerio, porque eso les repugnaría tanto como a los que tienen otra ideología; si, aun teniendo los orígenes que tiene, hubiesen evolucionado -cosa que a nadie, absolutamente a nadie se le puede negar- sería impensable ver cómo una señora que es presidenta de la Comunidad de Madrid y que no sabe decir nada que no le hayan escrito previamente, habla de incendiar parroquias de barrio, mientras su segundo de a bordo sigue sus pasos, advirtiendo que harán todo lo posible para que eso no suceda. ¿Dónde están ardiendo iglesias pese al nefasto y reaccionario papel que la Iglesia Católica está jugando en la política española, catalana y vasca? ¿Donde está el movimiento anticlerical necesario para restar poderes a esa institución que patrocinó el fascismo español y con la que seguimos manteniendo un concordato insufrible? Y, sobre todo, ¿de dónde salen personas como Aguado, Díaz Ayuso, Monasterio o Sánchez Dragó?
No sólo son hijos espirituales y materiales del franquismo, lo son también de los tiempos anteriores a todas las revoluciones burguesas, la inglesa, la francesa, las de Cádiz, la italiana, la alemana. No son de este tiempo y de ahí que piensen que sacar al dictador criminal de un mausoleo que pertenece al Estado sea abrir heridas, que reconocer a quienes lucharon contra el fascismo español sea revanchismo o que sacar a los fusilados de las cunetas sea airear fantasmas del pasado. Se identifican con el franquismo, de ahí que cualquier alteración de lo heredado tras su muerte, por nimio que sea como lo es entregar un cadáver a su familia para que se hagan cargo de él, les parezca un atentado contra la democracia, régimen que consideran creado por Franco, Primo de Rivera, Juan March y el cardenal Gomá.

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