Por: Bruno Cardeñosa
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Para los musulmanes que habitaban en la Península, el sexo era una necesidad física otorgada por Alá, cuya práctica incluso tenía beneficios para la oración y la fe. En los tratados de Algazel, un jurista andalusí del siglo XI que determinó muchas de las normas a seguir por los fieles, incluso se describen situaciones, posiciones y prácticas que los matrimonios deben llevar a cabo, si bien cualquier práctica sexual fuera del mismo estaba rotundamente condenado por la religión. “Guardaos de mirar a la mujer hermosa, que la mirada siembra en el corazón el apetito”, decía uno de los libros de la época.
Para muchos cristianos, la visión del sexo que tenían los árabes rayaba en la pornografía, mientras que existía una rotunda oposición a la posibilidad de que los matrimonios pudieran romperse
Por el contrario, en el cristianismo de la época –y en el que posteriormente de impuso– la práctica del sexo era un alejamiento de Dios, razón por la cual el celibato en las órdenes religiosas siempre estuvo presente, pese a que entonces se cumplía casi menos que ahora. El propio teólogo cristiano Tomás de Aquino llegó a establecer como pecado mortal el hecho de que en las prácticas sexuales, únicamente destinadas a la procreación, se produjera un hálito de deseo y placer. Para muchos cristianos, la visión del sexo que tenían los árabes rayaba en la pornografía, mientras que existía una rotunda oposición a la posibilidad de que los matrimonios pudieran romperse, tal y como sí permitía el Islam, lo que incluso llevaba a los cristianos a calificar de bígamos a los árabes que, tras separarse, volvían a contraer matrimonio.
Estas acusaciones –incluso la de incestuosos– llegaron a formularse contra los moriscos antes de su expulsión de la Península, pese a que el Islam prohibía –los calificaban como haram, es decir, pecado– los matrimonios en los que existía algún tipo de vínculo familiar, algo que en el cristianismo era relativamente aceptado. La afectividad y la forma de vivir la sexualidad eran parte de las acusaciones que se efectuaban contra los moriscos, de quienes se condenaba –así se decía– su erotomanía.
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