Varias investigaciones históricas revelan cómo la dictadura manipuló con campañas de propaganda 'fake' y control social la epidemia de tifus exantemático que provocó miles de muertos en los primeros años de la posguerra, y cuyos principales focos se concentraban en las ciudades que habían controlado los sublevados desde el inicio de la guerra.
EDUARDO BAYONA
El franquismo, recién instalado en el poder y en plena represión de cualquier tipo de disidencia, optó por utilizar la epidemia de tifus, que además convivía con el rebrote de la viruela y la difteria por las condiciones de hacinamiento, pobreza y desnutrición en las que su sangrienta cruzada había sumido al país, para orquestar una campaña de propaganda en la que, a base de mensajes fake, generó un relato de culpabilización de la República contra la que se había sublevado y aprovechó para ir extendiendo sus dispositivos de control y exclusión social.
De aquella época, en la que el franquismo exhibía su sintonía con sus aliados nazis y fascistas de Alemania e Italia, proceden falaces eslóganes como aquel "año de rojos, hambre y piojos" que algunos sectores de la ultraderecha nostálgica agitan ahora en pleno desconcierto pandémico.
Sin embargo, la verdad discurría por otros derroteros: el piojo verde, causa de los contagios al inocular en las personas la bacteria rickettsia prowazecki, tuvo como uno de los principales vectores de propagación el regreso a casa de los soldados del bando sublevado que se iban licenciando, mientras que el hambre y el hacinamiento que facilitaron la difusión de la enfermedad tenían su origen en la devastación de una guerra iniciada por el golpe de Estado del general Franco.
El paradigma de la falta de higiene, el hacinamiento y la malnutrición
El tifus exantemático era entonces "una enfermedad de elevada letalidad" que se caracterizaba por producir fiebre muy elevada y disminuir el estado de consciencia antes de causar un fallo hepático que conducía a la muerte en unos días, explica García Ferrandis, que anota que "transmitida por piojos, es considerada el paradigma de enfermedad asociada a las malas condiciones higiénicas propias de las trincheras y de los campos de concentración, pero también a las viviendas malsanas de los pobres y a la miseria en general".
"A partir de la segunda mitad de 1937, la situación sanitaria de la población española empezó a degradarse progresivamente, pero fue en la posguerra inmediata cuando irrumpió la epidemia de tifus exantemático", señalan García Ferrandis y Martínez en uno de sus trabajos, en el que recogen cómo los primeros casos comenzaron a diagnosticarse en abril de 1939 en Madrid y en junio de ese año en Málaga, Murcia y Cuenca, mientras que durante el invierno y la primavera de 1940 "se desarrollaron dos potentes focos epidémicos con más de cuatrocientos casos declarados en total" entre "los presos amontonados en una vieja azucarera de Guadix (Granada) y otro en un asilo de mendigos de Sevilla".
Madrid, Cuenca y Murcia habían resistido leales al Gobierno hasta el tramo final de la guerra, mientras que Granada y Sevilla permanecían bajo control sublevado desde el verano de 1936 y Málaga desde la sangrienta desbandá de febrero de 1937: la versión oficial franquista nacía con agujeros de calado. También cuestionaban esa tesis "varios informes internacionales" que recogían cómo durante la guerra "el tifus exantemático no llegó a constituir un serio problema de salud pública en ninguno de los dos bandos en conflicto", entre otras causas por el empleo en el republicano de "equipos móviles de desinsectación que se desplazaban hasta la primera línea de combate".
Un discurso oficial al margen de la realidad
La epidemia de tifus exantemático rebrotó con fuerza en la primavera de 1941, cuando España llevaba ya dos años bajo la bota del franquismo, y lo hizo con una distribución geográfica que mantiene varios paralelismos con la inicial, ya que se expandió por las provincias de Madrid (2.592 casos), Málaga (1.830), Sevilla (1.224), Granada (1.055) y Cádiz (729) mientras afectaba en menor medida a Valencia (397), Córdoba (299) y Murcia (255). "Se trata, claro está, de casos declarados oficialmente; las cifras reales pudieron ser más elevadas", anota el investigador.
José Alberto Palanca, director general de Sanidad en el arranque del franquismo, señalaba como causas de la epidemia "los sufrimientos morales y materiales padecidos durante los años de guerra en zona roja" y "la alimentación insuficiente" de sus habitantes junto con "los movimientos de población realizados al terminarse la guerra". "Según este planteamiento -anota García Ferrandis-, la incidencia del tifus en otras ciudades andaluzas como Granada, Sevilla o Cádiz debería haber sido mínima, cuando en realidad fue muy elevada; en el extremo opuesto, la epidemia de tifus en Valencia debería haber alcanzado cifras altísimas" que nunca se dieron.
Tras el verano, en el que el calor "ayudó a controlar la enfermedad" al destruir al piojo, se produjo un nuevo rebrote a principios de 1942 que llevó a contabilizar 1.852 casos y 407 fallecidos en Barcelona, que "apenas se había visto afectada por el tifus en la primera oleada epidémica", 1.831 en Madrid y 1.294 en Cádiz, y, con una afección menor, 712 en Granada, 479 en Sevilla, 424 en Málaga y 182 en Valencia, entre otros focos.
"En 1943 se dio por controlada la epidemia de tifus exantemático, lo que hizo que las autoridades sanitarias centraran su atención en las infecciones ordinarias del país: fiebre tifoidea, difteria y disentería", señalan García Ferrandis y Martínez, que recogen este análisis de Palanca: "La situación no podía ser más difícil ni más trágica", decía, mientras comparaba el "aspecto epidemiológico" del tifus con el del cólera. Se trata del mismo dirigente franquista que ya en 1941 admitía que "el estado sanitario de un país no es algo aislado y sin conexión con su situación social y económica, sino que, muy al contrario, es su consecuencia".
"Se esforzaron en relacionar las enfermedades con los vencidos"
García Ferrandis atribuye la "coyuntura epidemiológica" a la confluencia del hambre en "amplios segmentos de población", por la estrecha relación entre el déficit nutricional, que altera el sistema inmunológico, y la aparición de enfermedades infecciosas; los "grandes movimientos de población, tanto de contingentes militares como de población civil" tras la guerra, y, por último, la falta de higiene, en la que influyeron la carestía que afectó al jabón y a los desinfectantes, aunque eso no le impedía al franquismo exportar a la Alemania nazi una materia prima clave para fabricarlos como el aceite, y "el hacinamiento de familias pobres en edificios derruidos por bombardeos".
La respuesta oficial a la epidemia incluyó medidas sanitarias, como "la habilitación de nuevos e improvisados espacios sanitarios", en un paralelismo con lo ocurrido con el coronavirus, y, también, el confinamiento de los afectados y la desinfección del espacio público, incluidos los medios de transporte. Estas últimas recetas, de origen precientífico, viene aplicándose desde los primeros brotes de peste en Europa, datados en el siglo VIII.
Pero no fueron las únicas decisiones que tomó el régimen. "Las medidas extrasanitarias incluyeron la culpabilización y el estigma de los afectados, las multas, las sanciones y los despidos, así como las deportaciones en masa", explica el investigador, que destaca cómo "el aparato propagandístico se esforzó en relacionar las enfermedades de la posguerra con los vencidos en la guerra, soslayando de ese modo cualquier responsabilidad propia en su aparición". El despioje de grupos de gitanos resulta, en este aspecto, paradigmático de cómo la dictadura manifestó durante la epidemia su xenofobia.
El cuadro resultaba tan inquietante en sus prolegómenos como estremecedor y disparatado en su desarrollo: "La adversa coyuntura sociosanitaria de la posguerra contradecía la imagen de patria sana que predicaba el régimen" y eso ocurría, apunta, "en un contexto de represión política" en el que "el tifus exantemático jugó un papel central en esta estrategia de control y exclusión social".
La versión fascista del darwinismo
En este sentido, "la estrecha relación de la enfermedad con el segmento poblacional más desfavorecido fue una de las razones que situaron esta enfermedad como argumento sanitario principal para la reafirmación ideológica" de la dictadura, tal y como señala Jiménez Lucena en una de sus investigaciones.
"El bien y el mal asociado a vencedores y vencidos era el referente principal" del ideario franquista, en el que, especialmente en sus primeros años, cuando se estaba implantando mientras miraba de reojo el tablero bélico europeo, "otro principio que jugó un importante papel fue el del gobierno de los fuertes sobre los débiles apoyado en el darwinismo social que dio legitimidad biológica a los fascismos a través del mecanismo de selección natural", indica Jiménez.
Sin embargo, añade, "las enfermedades infecciosas alcanzaron un exagerado protagonismo en los años posteriores a la guerra civil" hasta llegar a suponer entre el 34% y el 36% de las causas de muertes mientras la mortalidad infantil superaba el 14%. En el nuevo orden franquista morían cada año uno de cada siete niños y un tercio del conjunto de los fallecimientos se debía a contagios.Ante esa realidad, el régimen "procuró que la desfavorable coyuntura sanitaria no enturbiase la visión triunfalista que se quería proyectar con retórica imperialista y racial", algo que incluyó "el intento de retrasar el reconocimiento" de la epidemia "en un empeño por ocultar las miserias del país", anota.
"Las autoridades pretendían dar una imagen sana, fuerte y limpia de la patria que gobernaban, frente a la parte enferma, débil y sucia a la que habían derrotado", añade, aunque "la imagen de país sano y limpio que pretendía mostrar el régimen, como logro de su buen hacer, quedó desfigurada por la presencia de enfermedades infecto-contagiosas". El aparato de propaganda resolvió esas contradicciones estableciendo "relaciones entre estas enfermedades y los vencidos en la guerra".
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