La presidenta de Madrid con la mirada lánguida, Casado con los puños crispados y el PP aferrado a la derecha.
Guillermo Rodríguez
Pablo Casado delante del espejo con el gesto abatido y la mirada perdida, sin chaqueta pero con corbata —por supuesto negra—, camisa remangada simbolizando el duro trabajo realizado y las manos formando puños crispados. La escena se desarrolla en un impoluto baño, lugar destinado, fundamentalmente, a hacer tus necesidades. La imagen es, no se esperaba menos, en blanco y negro: el tono adecuado para transmitir tristeza, desconsuelo y frialdad.
Isabel Díaz Ayuso con mirada lánguida, las manos posadas delicadamente sobre el pecho, el maquillaje justo y la atmósfera propia de un cuadro religioso en el que se retrata a una virgen doliente, acostumbrada a los sufrimientos pese a hacer sólo el bien. La encarnación de la bondad y la paciencia, una víctima de los males que acechan a los justos. En otra imagen de la misma entrevista a Ayuso se aumenta hasta el infinito el grado de impostura: donde antes había ojos abatidos ahora sólo hay un gesto sin mirada, el dolor concentrado. Dios te salve Isabel, llena eres de gracia.
Dos estampas devocionales que se han convertido, con todos los merecimientos, en iconos a los que la derecha podrá encomendarse en tiempos adversos. Dos retratos de santos del siglo XXI que se batieron el cobre por salvar a su país de las garras felonas de aquellos que sólo quisieron, con sangre, sudor y lágrimas, eternizarse en el Gobierno de la nación para hacer de su capa un sayo e instaurar una dictadura socialcomunista.
Cuando un político antepone la imagen a los hechos es que algo, definitivamente, no marcha bien. Tan importante en democracia es contar con un Gobierno sólido como tener una oposición que actúe de contrapeso y aplique el control estricto a cada una de las medidas que adopte el Ejecutivo. Pero la oposición, sobre todo, debe configurarse como alternativa creíble a la que, en un momento dado, se pueda confiar la responsabilidad de dirigir el país.
Cuando un político antepone la imagen a los hechos es que algo, definitivamente, no marcha bien
Ese papel le corresponde hoy, por número de escaños y relevancia política, al Partido Popular. Por eso causa cierto estupor comprobar cómo es capaz de torpedear de forma tan obtusa la gran oportunidad —sí, incluso la mayor de las crisis puede representar también una gran oportunidad— que ha tenido para fortalecer su credibilidad como alternativa de Gobierno. Lejos de eso, nadie sabe a qué juega, qué papel quiere desempeñar ni en esta crisis ni en las venideras, si rema en una dirección o en otra. Lo único que nadie duda es que sigue, tantos meses después, tomando sus decisiones mientras mira por el rabillo del ojo el retrovisor por si Vox —su principal preocupación, mucho más que el Partido Socialista— le recorta distancia en intención de voto.
Casado no quiere abandonar el carril de la derecha pese a tener detrás un coche que le da las largas exigiendo que le deje paso libre. Mientras tanto, el del centro sigue completamente vacío. Con un solo giro de volante a Casado le quedaría la carretera expedita, la vía libre y el margen de decisión despejado para ir a la velocidad que quisiera. A buen seguro, podría ir más rápido y en muy poco tiempo distanciarse del coche que le perseguía en el carril derecho, el que tanto pita, da luces largas y dificulta la conducción de los demás.
Casado es un político muy preparado que, sin embargo, no sabe hacer lecturas a medio y largo plazo
El PP tuvo esta semana la posibilidad de girar hacia ese carril —ese que, según todas las encuestas, es por el que más le gusta circular a los españoles—, pero cabezón se aferró al lado derecho. Inés Arrimadas no lo dudó: perdida en el carril de la derecha dio ese volantazo al que Casado se resiste para ocupar el espacio que, según sus señas de identidad primigenias, deberían pertenecer a Ciudadanos. No es sólo que el líder del PP se niegue a ocupar el espacio de centro, es que ni siquiera sabe cómo hacerse fuerte en el de la derecha. No en vano, fue, el único partido que hasta la semana pasada no había presentado en el Congreso ni una (¡ni una!) mísera enmienda para mejorar el estado de alarma. Eso sí, corbatas negras, funerales y banderas a media asta.
Casado es un político muy preparado que, sin embargo, no sabe hacer lecturas a medio y largo plazo. No se da cuenta de que las redes sociales apenas representan una parte mínima de la sociedad española. Que aquella España que madruga que tanto pecho henchido le provoca sólo quiere salir de la crisis del coronavirus de la forma más sencilla y segura posible. Sin riesgos, con unidad y decisión. Lejos de eso, el PP se abona al hooliganismo más rancio de Vox y en vez de construir, destruye; en vez de proponer, refuta; en vez de sumar, divide. En vez de centrarse, se escora a la derecha.
El PP necesita un milagro para ser tomado en serio como partido de la oposición
Asegura Casado que Díaz Ayuso, esa virgen doliente, es un referente de gestión y que el PP, si gobernase, haría lo mismo que ella “a nivel nacional”. Resulta cuanto menos preocupante ese respaldo sin fisuras hacia una política que, nadie lo podrá poner en cuestión, ha antepuesto la economía a la salud de sus ciudadanos proponiendo el imposible paso a la fase 1 de la Comunidad de Madrid. Una gestión que, en sólo una semana, se ha llevado por delante a la responsable de Salud Pública y ha sido el hazmerreír generalizado al presentar la solicitud para pasar de fase fuera de hora y sin firmar.
Casado ante un espejo que le devuelve un imagen esperpéntica y Ayuso como virgen auxiliadora presta a socorrer a los ciudadanos. Ciertamente, el PP necesita un milagro para ser tomado en serio como partido de la oposición.
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