mércores, 6 de maio de 2020

El cuerpo de Itziar Castro

CRISTINA FALLARÁS

Recuerdo un episodio penoso de hace relativamente poco tiempo. En una de mis últimas separaciones, me encontré con un hombre con el que años atrás había tenido una corta relación intensa, sexual. Quedamos a comer, bebimos algunas copas de vino y, cuando ya terminábamos, algo pendiente brillaba sobre la mesa, algo que me apetecía de forma evidente y que él estaba proponiendo. Entonces, imaginé que volvíamos a acostarnos juntos, desnudos. Me levanté, puse una excusa idiota, cogí un taxi y no he vuelto a verle.
Lo que sucedió es que me atenazó una inseguridad insalvable sobre mi propio cuerpo. Habían pasado los años, más de una década. Evidentemente yo no era la misma. Pero lo importante no era cómo había cambiado yo, cuánto había crecido y aprendido en todo ese tiempo, sino una insoportable inseguridad sobre mi propio cuerpo. Sentí que mi cuerpo no era el de aquella treintañera flaca, sino el de una mujer madura. Y no tuve la fuerza o el tiempo para darme un pellizco en el culo y decirme "vamos adelante, Cristinita, que todo cuerpo es precioso".
Se trata del deseo y se trata del consumo, o sea de dinero.
Vamos con el deseo.
Se nos ha domado en la idea de que una mujer provoca deseo cuando su cuerpo responde a los cánones perpetrados por un imbécil armado con un bisturí. Pero el deseo no es eso, y todas, todos, lo sabemos.
Valgan dos ejemplos muy evidentes, el de Dominique Strauss-Khan y el de Pedro Jota Ramírez. Ambos protagonizaron dos escándalos sexuales. El primero era entonces el director gerente del Fondo Monetario Internacional. El segundo, probablemente el director de periódico con mayor poder de España. Ninguno de los dos era joven ni cumplía con los cánones de aquellos que anuncian perfumes masculinos. Pero eran hombres ricos.
Sin embargo, más interesante (si se me permite el adjetivo) no estaba en ellos, sino en sus víctimas, es decir en aquellas que habían decidido "consumir". En los objetos, y nunca mejor dicho, de sus deseos.
El 14 de mayo de 2011 Dominique Strauss-Khan fue detenido en el aeropuerto JFK de Nueva York por el intento de violación de una camarera de hotel, Nafissatou Diallo. Ella era una mujer guineana cuyo aspecto no tenía nada que ver con la mujer joven, flaca, rubia y perfumada que entraría en el catálogo cretino de lo que un hombre con dinero y poder desea. El caso de Pedro Jota Ramírez fue, en ese sentido, aunque no en otros, exactamente el mismo. Más de una década antes del asunto Strauss-Khan, el entonces director de El Mundo protagonizó uno de los escándalos sexuales más espesos de la democracia. Alguien hizo circular un vídeo en el que Ramírez mantenía sexuales, filmadas sin su consentimiento, con Exuperancia Rapú, una mujer que, como Diallo, tampoco respondía a ninguno de los cánones del catálogo cretino de cuerpos deseables.
¿Qué es el deseo? ¿Cómo hemos permitido que se construya el deseo sobre el cuerpo de una mujer que responde a un ideal comercial en lugar de humano? El deseo, y todas, todos, lo sabemos, responde a otros mecanismos. El deseo, salvaje, feroz, húmedo, está ligado al primer impulso sexual, aquel que permanece en el lugar donde late quiénes somos, quiénes éramos. Si la primera vez que sentiste deseo fue ante el cuerpo de una mujer adulta en combinación, en la casa de veraneo, una mujer pongamos que madura, con los pechos grandes y ese extraordinario aroma que decora la piel tras la siesta, dicho impulso permanecerá ante tal aroma, ante tal combinación, ante tales senos maduros. Podría multiplicar los ejemplos, pero me interesa aquello que se opone al cuerpo femenino diseñado por los cretinos. El deseo no tiene nada que ver con esos cuerpos. Con esos cuerpos tiene que ver el dinero.
Vamos pues con el dinero.
¿De dónde vino la sorpresa, e incluso la mofa, cuando se conocieron las mujeres con las que habían tenido una relación, sexual o violenta, los dos magnates anteriormente citados? No del acto en sí, sino del aspecto de las mujeres. Si ante Strauss-Kahn hubieran mostrado el cuerpo de una camarera de hotel jovencísima, flaca, con los pechos operados duros como dos naranjas y encaramada sobre unos tacones, nadie se habría sorprendido. Pero, ah, son legión los cretinos que diseñan cuerpos de mujer para el consumo masculino. Los hombres que tienen dinero las adquieren en la realidad y ahí las consumen. Los hombres que no lo tienen, las adquieren en las redes y ahí las consumen. La cosa es consumirlas. ¿Cómo permitir, cómo comprender que eso no responda a la realidad?
El cuerpo de la mujer es un objeto en cuya popularización juegan un papel esencial los medios de comunicación de masas. En tanto que objeto, es susceptible de ser consumido. En tanto que consumible, debe ser deseado. Y por lo tanto deben crearse y difundirse modelos de consumo, o sea de deseo. Son caros. El consumo es caro. Básicamente porque arrastra y mueve mucho dinero: moda e indumentaria, cosmética y química, medicina y cirugía, y sobre todo comunicación.
Para que esos modelos de cuerpos femeninos se conviertan en únicos, o sea piezas económicamente deseables, resulta imprescindible eliminar la diversidad. Podría resumirse así: "Estos son los que te tienen que gustar, estos son los que valen dinero, estos son los que aportan prestigio en tanto en cuanto son caros, si te cuelgas uno de estos del brazo serás alguien, estos son los que merecen constar y no los otros, que no valen nada".
De un plumazo se consigue:
  1. Hacer del ser humano, más concretamente de las mujeres, un objeto de consumo.
  2. Hurtar al 99 por ciento de la población femenina cualquier derecho de representación, y más que ningún otro el de ser humano susceptible de ser deseado.
  3. Crear grandes industrias que multiplican sus riquezas alimentando la frustración de millones de mujeres jóvenes que ven cómo su aspecto no tiene nada que ver con el que se difunde debe ser un aspecto deseable e incluso "sano".
  4. Convertir la infelicidad y la frustración de millones de mujeres en riqueza de desalmados.
¡Y todo es mentira! La base de toda esa construcción es falsa, ya que por mucho que lo retrates y lo pongas en portadas, no conseguirás domar el deseo de hombres y mujeres, someterlo a un esqueleto que carga con unas alas de ángel. El deseo, como la ferocidad, como el hambre, tiene sus propios cauces de saciedad. Y qué sabrán de eso los cretinos.
"Aquí estoy cuál musa de Botero en cuarentena""Aquí estoy cuál musa de Botero en cuarentena"
Hace un par de días, la actriz Itziar Castro colgó en las redes una foto donde aparecía desnuda de espaldas emulando un cuadro de Botero. Castro es una mujer gorda. He ahí el cuerpo magnífico de una mujer que se declara feliz. Feliz hasta el punto de difundirlo como forma de arte consciente de que no solo no cumple con ninguno de los cánones idiotas, sino que los subvierte, los pervierte, y de paso incomoda a todos los simples que aceptaron reducir su deseo al tamaño del diamantito que luce en el meñique el rey de los cretinos.
Es comunicación, queridas, queridos. Durante décadas hemos soportado que los medios de comunicación de masas (tv, prensa, revistas, cine…) reduzcan el cuerpo de la mujer a algo que no existe. Y si me apuran, reduzcan con ello el deseo masculino y femenino a una pulsión nerviosa similar a la paja de última hora con la flema amarga a flor de garganta.
Escribo esto para aplaudir el gesto de Itziar Castro, para alabar su audacia y para agradecer que haya creado una pequeña grieta en el comercio de los cretinos.
Gracias, compañera.

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