Un estudio oficial vincula el calor a una menor propagación de la enfermedad en España, pero muchos expertos coinciden en que la temperatura no será suficiente para detener la pandemia
Un repartidor cruza en bicicleta la madrileña Puerta del Sol, vacía, el pasado sábado.FERNANDO VILLAR / EFE
MANUEL ANSEDE
Sin ningún tratamiento eficaz contra el nuevo coronavirus y sin vacuna a la vista hasta dentro de un año como pronto, una de las grandes esperanzas para acabar con la peste de la covid-19 es que el aumento de las temperaturas reduzca drásticamente la capacidad de infección del virus. Fernando Belda, portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), es optimista. Su equipo acaba de encontrar los “primeros indicios de correlación” entre el frío y la propagación de la enfermedad en España. “Estamos viendo un patrón: a menor temperatura, mayor afectación”, explica. Sin embargo, los antecedentes históricos y lo que está ocurriendo en otros países apuntan a que el verano no será suficiente para detener la pandemia.
Los investigadores españoles han analizado la temperatura promedio de cada comunidad autónoma a lo largo de 14 días y el número de contagios acumulados en ese tiempo por cada 100.000 habitantes. El patrón, según explica Belda, se repite durante todo el periodo estudiado, desde el inicio del confinamiento hasta ahora. “Hay que ser muy cautelosos, porque las condiciones de humedad y de temperatura varían mucho de unas zonas geográficas a otras y, por supuesto, hay muchos más factores que influyen en la transmisión y propagación del nuevo virus”, advierte la epidemióloga Cristina Linares, coautora de las investigaciones. “Pero sí existe correlación estadística”, subraya.
Hace apenas una semana, un comité de las academias nacionales de ciencias de EE UU recomendó a la Casa Blanca no confiar en que el calor frene la pandemia. Los expertos advertían de que Australia e Irán, dos países con un tiempo considerado veraniego, están sufriendo una rápida propagación del virus. “Además, los otros coronavirus que causan enfermedades humanas potencialmente graves, como los virus del SARS y del MERS, no han mostrado ningún comportamiento estacional”, alertaban los autores, capitaneados por el médico Harvey Fineberg, de la Universidad de Harvard.
El llamado General Invierno, el frío insoportable en las trincheras, fue el arma letal de los rusos contra las tropas de Hitler y Napoleón. En esa misma línea conceptual, el presidente estadounidense, Donald Trump, diseminó desde el primer momento la idea de una especie de General Verano que derrotaría al nuevo coronavirus. “Parece que en abril, en teoría, cuando aumentan un poco las temperaturas, desaparece milagrosamente”, afirmó Trump el 10 de febrero en un mitin. Pero ya pocos esperan al General Verano.
Hay infecciones muy vinculadas al tiempo frío, como la del virus respiratorio sincitial, la causa más frecuente de neumonía en los bebés. “El SARS-CoV-2 tiene una envoltura lipídica, como el virus respiratorio sincitial, lo que debería hacerlo más sensible a los cambios en la temperatura, en la humedad relativa y en la radiación ultravioleta”, argumenta el epidemiólogo Carl Heneghan, director del Centro para la Medicina Basada en la Evidencia de la Universidad de Oxford. “Lo esperable en un virus con envuelta lipídica es ver una correlación con las variables meteorológicas”, razona. La gran pregunta es si esa sensibilidad será suficiente para detener la pandemia.
“Hay algunas evidencias que sugieren que el virus de la covid-19 podría transmitirse de manera menos eficiente en entornos con mayor temperatura y humedad”, concede el comité de las academias estadounidenses. “Sin embargo, dada la falta de inmunidad al virus a nivel mundial, esta reducción en la eficiencia de la transmisión podría no conducir a una disminución significativa de la propagación de la enfermedad”, añaden estos expertos. La viróloga española Margarita del Val, del CSIC, coincide: en una pandemia importa más el número de personas susceptibles que las oscilaciones meteorológicas.
El epidemiólogo Marc Lipsitch, de la Universidad de Harvard, advirtió hace ya un mes de que incluso las infecciones estacionales pueden ocurrir fuera de temporada si el virus es nuevo. Los virus clásicos necesitan condiciones favorables, como las temperaturas invernales, para propagarse por una población con muchas personas ya inmunes tras haber superado la enfermedad en años anteriores. “Los virus nuevos tienen una ventaja que es temporal, pero importante: pocos individuos de una población, o ninguno, son inmunes”, explicaba Lipsitch.
En una pandemia importa más el número de personas susceptibles que las oscilaciones meteorológicas, explica la viróloga Margarita del Val
La pandemia de gripe H1N1 de 2009, por ejemplo, comenzó en abril, se relajó en el verano y rebrotó en septiembre, todo ello fuera de la temporada de gripe habitual. Lipsitch, una referencia en el análisis de la actual crisis, descarta un milagro veraniego: “Si bien con un tiempo más cálido y húmedo podemos esperar pequeñas reducciones del carácter contagioso del virus SARS-CoV-2 [...], no es razonable esperar que esto por sí solo reduzca la transmisión lo suficiente como para tener un gran impacto”.
La epidemióloga Cristina Linares reconoce que incluso la correlación observada en España podría ser un espejismo. “Son resultados preliminares. Hay que tener en cuenta otros factores que influyen en la posible estacionalidad de la propagación, además de las condiciones ambientales. Influyen determinantemente la actividad humana, las medidas de contención, la densidad de población, etcétera”, explica Linares, de la Escuela Nacional de Sanidad del Instituto de Salud Carlos III, en Madrid.
El equipo español trabaja ahora en un análisis más sofisticado, que incluya otras variables ambientales esenciales, como la humedad, la radiación ultravioleta y la contaminación atmosférica, pero también otros factores, como los ingresos hospitalarios, los ingresos en la UCI y la mortalidad. El objetivo final es identificar “zonas de riesgo en tiempo real a nivel provincial” para poder actuar, según un comunicado del Ministerio de Ciencia.
Las autoridades españolas trabajan para obtener un sistema de alerta temprana que detecte zonas de riesgo
El epidemiólogo Francisco Bolúmar, de la Universidad de Alcalá de Henares, advierte de que el periodo analizado hasta ahora en España es muy corto y de que los autores “no consideran la presencia de variables de confusión que podrían explicar, al menos parcialmente, los resultados”, como las diferencias en el desarrollo industrial o en el uso del transporte público en las diferentes comunidades autónomas. A juicio de Bolúmar, “la iniciativa es interesante, más como variable a considerar en un segundo brote que por su utilidad actual”.
Un estudio realizado en China al comienzo de la pandemia sugirió que, por cada aumento de un grado en la temperatura, el número diario de casos confirmados caía entre un 36% y un 57%, siempre que la humedad relativa oscilase alrededor de un 75%. Los propios autores —liderados por Zhijie Zhang, de la Universidad de Fudan, en Shanghái— reconocían que esa asociación entre la covid-19, la temperatura y la humedad no era consistente a lo largo de las diferentes provincias chinas.
El 22 de marzo, el Centro para la Medicina Basada en la Evidencia de la Universidad de Oxford analizó los estudios preliminares que, sobre todo en China, apuntaban a un vínculo decisivo entre el tiempo frío y seco y la mayor propagación del coronavirus. El equipo de Oxford alertó de errores metodológicos y de que los trabajos carecían de revisión externa por otros científicos, como es práctica habitual en la ciencia internacional. No hay ningún indicio fiable de que el General Verano pueda derrotar al nuevo coronavirus.
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