De izquierda a derecha, arriba: Marisol Sacristán, Luis Pérez y José Manuel Fernández. Abajo: Sara Bravo, Leopoldo Pérez y Joaquín Díaz. (EC)
PALOMA ESTEBAN
En España ya hay más de 41.000 sanitarios contagiados por coronavirus. Los números dan vértigo. Son el colectivo más expuesto en la lucha diaria contra la pandemia. Representan el 20% del total de los infectados y muchos se han quedado por el camino. Aunque el Ministerio de Sanidad todavía no da cifras oficiales de muertes, la Organización Médica Colegial (OMC) tiene contabilizados más de 40 médicos fallecidos durante sus labores asistenciales. Una lista negra a la que deben sumarse el resto de sanitarios —enfermería, celadores— que perdieron la vida tras infectarse en su puesto de trabajo.
Ahora, casi 50 días después de decretarse el estado de alarma y tras semanas de colapso, los hospitales intentan recuperar su actividad precovid en la medida de lo posible. Las listas de espera se agolpan. Afrontarán una segunda oleada de pacientes derivada de la crisis y lo harán con muchos menos profesionales: sin los contagiados que permanecen en casa de baja y, sobre todo, sin todos aquellos que no volverán nunca más a las urgencias, a las consultas y a los quirófanos. El presidente de la OMC, Serafín Romero, pide que la profesión sanitaria, y la médica en particular, se considere de una vez como profesión de riesgo. "No es ningún tipo de oportunidad. Nuestra profesión tiene que estar reconocida como lo que es y si no se justifica ahora, no sé cuándo".
"Le ponía coherencia a todo"
"Aún no me creo que Leo no esté". Al otro lado del teléfono responde Teresa Murillo, jefa del servicio de oncología radioterápica del hospital de La Princesa, en Madrid. La voz se entrecorta en varios momentos de la conversación cuando habla de Leopoldo Pérez González, radiofísico en el mismo hospital y, sobre todo, amigo y compañero. Fue el primer sanitario que falleció a causa del coronavirus en la Comunidad de Madrid el 30 de marzo. Tenía 54 años, estaba casado y era padre de dos hijos adolescentes. "El mazazo es enorme. No se puede ni explicar".
En el servicio no se han repuesto y no creen que lo vayan a hacer. "Es un hueco que jamás se cubrirá", asegura la doctora Murillo recordando la entrega de su compañero con el hospital, con el servicio y con su trabajo. "Lo dio todo siempre. A pesar de ser físico entendía muy bien a los pacientes. Colaborábamos en la tarea de planificar los tratamientos". En esa especialidad se trabaja con máquinas y, aunque parezca una tarea menos clínica, él siempre fue un profesional muy humano. "Sabía que dar el visto bueno a una máquina un día u otro no era lo mismo porque detrás había un paciente que estaba esperando un tratamiento, y que cada hora que pasaba era importante".
Cuando se contagió no estaba claro el impacto que tenía el covid-19. Era un momento en el que todavía se comparaba ingenuamente con una gripe. Le habían diagnosticado una leucemia recientemente y estaba pendiente de empezar el tratamiento. Todo se juntó, no dio tiempo a nada. Se puso muy malo, ingresó allí, en La Princesa, y a los pocos días falleció. "No le dio tiempo a más", lamenta su compañera. El equipo insiste en que será difícil recuperarse de algo así. "Era tranquilo, afable. Tenía un carácter muy bueno a pesar de la presión asistencial que tenemos. Cuando había algún conflicto que arreglar él era el ecuánime, el que podría solucionar cualquier cosa. Ponía coherencia en todo. La pena es tremenda".
"La llamada que nunca quiso recibir"
Dos días antes de que Leopoldo Pérez falleciera el luto ya impregnaba las dos Castillas. Desde el municipio conquense de Mota del Cuervo hasta el zamorano de Santa Cristina de la Polvorosa. El 28 de marzo había fallecido Sara Bravo, médico de familia de un centro de salud en esa localidad de Cuenca, con solo 28 años. La noticia golpeaba con fuerza una de las tesis más repetidas hasta el momento: que el coronavirus atacaba sobre todo a personas mayores o con patologías previas graves.
En el historial de Sara solo figuraba asma leve, relacionado con la alergia. El virus no solo atacó sus pulmones, sino que también fue al corazón. La desolación de su familia, que en su mayoría reside en Santa Cristina (Zamora) sigue siendo absoluta un mes después. No hay quien se reponga a algo así. Su madre, Tere, no se pudo despedir. Habló con ella por teléfono cada día hasta que la ingresaron en cuidados intensivos. Se lo dijo su hija de viva voz: "Mamá, entro en la UVI. Me tienen que intubar". Días antes había acudido por su propio pie al hospital de Alcázar de San Juan, donde vivía de alquiler. Se empezó a encontrar mal. Recordaba cuando atendió a un matrimonio en la urgencia del centro de salud con un cuadro claro de covid-19. Estaba segura de haberse contagiado.
"La familia no ha tenido duelo. Tener que pasar por esto en la distancia a base de llamadas telefónicas de los médicos cuando Sara ya estaba en la UCI fue lo peor", cuenta una empleada del ayuntamiento de Santa Cristina de la Polvorosa que conoce muy bien a la familia. De repente llegó la llamada que no quería haber recibido nunca. No se podía hacer nada más. Era cuestión de horas. "Siempre la recordaremos tan dulce como era. Jamás la vi seria. Era el motor de la vida de su madre".
"Papá, eres un guerrero"
A Luis Pérez Suárez le llora todo el mundo. Su familia, sus compañeros, sus pacientes. "No era una persona muy habladora. Era de los que de verdad estaba ahí, sin hacer ruido y sacando el trabajo adelante. Se entregó a la medicina toda su vida. Siempre con una sonrisa en la boca". La pérdida del médico del Summa 112 que también trabajaba en el HM Vallés de Alcalá de Henares, parece del todo irreparable. "Su frase era qué puedo hacer por ti", cuenta Félix Calleja, director médico del hospital y amigo desde la juventud de Luis. Coincidieron estudiando la carrera hace más de 30 años en la misma localidad madrileña. El tono de su voz lo dice todo.
"Estuvo en casa confinado, aguantando, resistiendo a la espera de que la PCR llegara. Pero se puso muy malo"
Luis era paciente de riesgo, pero eso no impido que continuara doblando turnos y trabajando a destajo. Se infectó y no lo supo hasta días después. Estuvo en casa confinado, aguantando, resistiendo a la espera de que la PCR llegara. Tenía síntomas evidentes: cuadro de tos y fiebre que después solo fue a peor. Su mujer, ginecóloga en el mismo centro, alertó de la situación. Se estaba poniendo muy mal. Le ingresaron y después lo trasladaron al hospital Montepríncipe. Estuvo doce días ingresado en la UVI y finalmente falleció una noche, ya era 5 de abril, justo antes de intentar el camino hacia la extuabación. "No hubo oportunidad para él", lamenta Félix.
Dos de sus tres hijos también estudiaron Medicina. Una de ellas, Marta, futura MIR, escribió una durísima carta de despedida en la que denunciaba la falta de protección que padeció y la tardanza en la detección de la enfermedad. Les ha ocurrido a muchísimos sanitarios en todo el país. "Mi hermano mayor quiere dejar una duda. ¿Qué hubiera ocurrido si le hubieran hecho el test antes y no tras 9 días de fiebre? ¿Y si le hubieran puesto tratamiento antibiótico?", se preguntan en la misiva. Cada día su hija le mandaba mensajes al teléfono: "Lo estás haciendo muy bien, papá. Eres un guerrero". La pérdida engrosa una lista demasiado extensa de fallecidos, con un matiz todavía más triste y preocupante: los que se fueron salvándole la vida a otras personas. Cuando sea posible, lo tienen claro, despedirán a su padre al ritmo de 'Here comes the sun'.
"¿Por qué estás tú ahí y no yo?"
En el Hospital La Paz de Madrid la peor noticia llegó el sábado 18 de abril, cuando quien fuera durante diez años director del hospital y actual jefe del servicio de Cirugía General y del Aparato Digestivo, Joaquín Díaz Domínguez (67 años), falleció. "La pérdida es terrible y todavía más en el mundo de lo desconocido. Podemos perder amigos y familiares por un infarto o un accidente. Pero esto nos deja perplejos", acierta a decir Luis Alberto Mata, a su lado desde hace 47 años, desde que estudiaron juntos la carrera y dieron sus primeros pasos en el Clínico.
En torno al 30% del servicio de Cirugía de La Paz, entre médicos y residentes, ha enfermado por coronavirus. El doctor Mata también estuvo de baja por ese motivo y cuando se reincorporó, su amigo ya se encontraba en cuidados intensivos. "La extrañeza te invade. Pensé: por qué estás ahí tú y no yo. O cualquier otro". Las incógnitas que deja este virus son demasiadas.
Su labor en el gigante de la sanidad madrileña, referente también a nivel internacional, tiene muchos hitos. Uno fue la conversión del proprio servicio, con fusiones, para aproximarlo a la modernidad y convertirlo en la unidad que es hoy. "Joaquín tenía dos vidas", resume su amigo. La primera, la del hospital y la de los enfermos. Y, la segunda, su familia. "Era muy, muy familiar. A sus tres hijas que nadie se las toque", recuerda poniendo la frase en su boca con cierta nostalgia ya. Estaba casado y ya tenía cuatro nietos. "Era muy extrovertido. Todo el mundo destaca de él su sonrisa. Eso era. Una sonrisa, siempre con su aspecto de bonachón".
"En esta soledad, me entrego a la fuerza del silencio, de la meditación, de escuchar al cuerpo", escribió desde la UCI
Cuando un médico con esa trayectoria entra en la UCI sabe las opciones que existen, aunque en su caso, sin otras patologías asociadas, la esperanza no decaía. Como en tantos otros casos, la enfermedad dio muchas vueltas. Estuvo intubado 25 días y pasó por todas las complicaciones, incluyendo también una mejoría que llevó a un optimismo incierto. Pero el final era irreversible. Desde su cama y con la lucidez que le caracterizaba, cuenta el doctor Mata, le escribió un último mensaje: "En esta soledad y dentro de la dureza del aislamiento, me entrego a la fuerza del silencio, de la meditación, de escuchar al cuerpo". Médico, al fin y al cabo, hasta el último suspiro.
José Manuel Fernández (61 años) fue el primer médico en fallecer por covid-19 en Granada. Se fue hace solo una semana, el 22 de abril, tras 18 días de lucha incansable en cuidados intensivos. Era un hombre de campo, muy sencillo, dedicado en cuerpo y alma a su familia, especialmente a su madre, y desde hace pocos años a Belén, la mujer con la que terminó casándose. En 2006 obtuvo plaza como médico de familia en el centro de salud Gran Capitán de la provincia andaluza. Llegó allí a la vez que Isabel, su compañera de batalla médica desde hace 20 años. "Es una pérdida tremenda. No nos hacemos a la idea y no creo que nunca venga nadie igual".
A la derecha, José Manuel Fernández, médico de familia en Granada
Era un médico de esos de toda la vida. De los que con ver la cara de un paciente ya adivinan lo que pasa. De los que prestaba asistencia domiciliaria y cuando llegaba a casa de una anciana de 90 años le espetaba: "¿Cómo va la vida, niña?". "Siempre dispuesto a todo. A luchar por los demás y a defender una sanidad digna para todo el mundo. Para él no existían clases ni niveles. Le daba igual tratar con un médico, una enfermera, un celador. Éramos todos iguales y necesarios en el centro de salud", se repite Isabel.
José Manuel llevaba una vida saludable. Un poco de hipertensión, pero nada reseñable. "Le gustaba comer, sí. Pero no fumaba, no bebía", cuenta su compañera de ambulatorio intentando encontrar una explicación de por qué le tocó a él. Dos semanas antes de saber que estaba contagiado estuvo en dos de las residencias de ancianos más afectadas de Granada. "Los exploró uno a uno. Una exploración bien hecha, nada de hacerla por encima. Así era él". Empezó con el habitual cuadro de tos y la insuficiencia respiratoria llegó en muy poco tiempo. Llevaba días con síntomas leves, salía de una guardia y le llamaron para hacerse el test. Lo derivaron casi de urgencia al hospital. Nunca salió de él.
"Unos días antes de infectarse estuvo en dos residencias de ancianos. Los exploró uno a uno para asegurarse. Así era él""Tenía criterio y voz propia"
El 22 de abril también falleció Marisol Sacristán (57 años). Llevaba una vida entera como celadora en el Hospital General de Segovia, sumando su marcha a la de otros sanitarios de Castilla y León que no pudieron con el coronavirus. "Era una integrante muy activa del servicio y del hospital", reconoce el jefe de Urgencias, Luis Gómez de Montes, después de más de 20 años trabajando con ella. "Tenía criterio y voz propia. Nos ayudaba en lo cotidiano cada día. No solo a nivel profesional, sino pensando en mejoras, en los pacientes. Aprendí muchísimo de ella".
Segovia ha sido una de las provincias más golpeadas por la crisis del covid-19. "En mitad de la tragedia que hemos vivido, viendo a muchos pacientes muy mal, a muchos fallecidos, esto ha sido un golpe enorme". El homenaje que le hizo el hospital a Marisol, con la zona de la Urgencia donde se convocó abarrotada, habló por sí solo. "El aplauso atronó el cielo. Un compañero me decía que teníamos que estar tranquilos porque donde estuviera, lo habría oído".
"No había llegado su hora. Eso seguro", se repite el doctor Gómez de Montes cuando recuerda su marcha. "Era jovial, vigorosa. Aún le quedaba mucho". Otra vida truncada en la primera línea de la batalla.
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