Aunque este cruel acto de violencia de género podría remitir a otras latitudes y provocar indignación, basta retroceder hasta el siglo XIX y principios del XX para ver que aquí también se usaba el vitriolo como arma. Hoy sigue empleándose, sobre todo en Londres.
HENRIQUE MARIÑO
En la Europa de nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los hombres arrojaban ácido sulfúrico a las mujeres. Un crimen que en la actualidad remite a otras latitudes y provoca indignación, pero basta retroceder hasta finales del siglo XIX y principios del XX para ver que en el Viejo Continente, sobre todo en Francia, el vitriolo también se empleaba como arma para desfigurarlas.
Las víctimas solían ser las esposas, queridas y jóvenes que en el pasado habían mantenido una relación con los autores del delito, aunque también sus nuevas parejas y amantes masculinos. La profusión de casos motivó la publicación de numerosas investigaciones al respecto, como la recogida en El contagio del asesinato (1887), un estudio de antropología criminal a cargo de Paul Aubry.
El médico de Saint Brieuc desmonta en su obra que "la célebre viuda Gras" fuese en 1875 la inventora del vitriolage (del francés, ataque con ácido), una referencia discutible que declinaba el origen del mal en femenino. "Muchos sabios sin embargo continúan mirando en ella la primera persona que concibió la idea de emplear un líquido corrosivo con un fin criminal", escribe el doctor, quien subraya que otros autores simplemente le atribuyeron la recuperación de la práctica.
Aubry aporta pruebas de que no fue la pionera y echa por tierra otras leyendas, como el uso exclusivamente femenino del vitriolo. Al contrario de lo que ha sucedido en este siglo en la India, Bangladés o Pakistán, donde la mayoría de las víctimas son mujeres, en el pasado sucedió lo contrario, aunque su estudio abunda en ejemplos que descabalgan los tópicos machistas.
"Lo que nos asusta es mirarnos en ese espejo, porque la memoria es frágil y débil. Tendemos a olvidar que nos parecimos mucho más de lo que nos cuesta reconocer a sociedades que ahora miramos por encima del hombro", explica Xosé Manoel Núñez Seixas, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidade de Santiago.
"Lo que nos asusta es mirarnos en ese espejo, porque la memoria es frágil y débil. Tendemos a olvidar que nos parecimos mucho más de lo que nos cuesta reconocer a sociedades que ahora miramos por encima del hombro", explica Xosé Manoel Núñez Seixas, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidade de Santiago.
Aubry recuerda que en 1639 cinco caballeros enmascarados arrojaron un frasco de aguafuerte al rostro de la duquesa de Chaulnes, antes de enumerar seis sucesos acaecidos en Francia durante la primera mitad del siglo XIX. También cita otros posteriores, pero previos al de la señora Gras en 1875, como el de un ruso que "vitrioló a su prometida" por casarse con otro.
Durante esa época, Napoleón llegó a hablar del vitriolo en un discurso en la Cámara. Hubo juicios contra mujeres en Arlés y Burdeos. En el departamento del Sena, un individuo intentó comprar ácido prúsico y después quiso "dar muerte a su querida" con ácido sulfúrico, etcétera.
Suficientes predecesores, como los obreros escoceses que a principios del XIX lo arrojaban a sus patronos, lo que provocó el endurecimiento de la ley para frenar esos crímenes. No obstante, Aubry también cita al doctor Armand Corre —quien se remonta a las prácticas de la emperatriz Isabel I de Rusia (1709-1762)— para justificar su tesis, argumentar que el vitriolage consistió en la transformación de un delito y desempañar la figura de Jeanne Gras:
"El atentado por el vitriolo no me parece otra cosa que la sencilla variedad de un género que bien pudiera denominarse atentado por la desfiguración. En otros tiempos, cuando las costumbres eran, no me atrevo a decir más brutales, sino menos repugnantes a los atentados de sangre, se cortaban la nariz y las orejas, y la graciosa Isabel de Rusia encontró esa mutilación encantadora, bajo una apariencia semilegal, para vengarse de aristócratas [mujeres] que disfrutaban de gran reputación por su extremada belleza.
Cuando las costumbres se transformaron en más blandas y los medios más perfeccionados, se hizo uso de los ácidos; y actualmente, la facilidad de comprar y manejar y el revólver, a sustituir la venganza por supresión a la venganza por desfiguración. En el fondo son equivalentes, como se hizo notar al publicarse una serie de antiguas causas, negocios de supresión de amantes o de maridos embarazosos, por nuevos amantes, o maridos en expectativa, a propósito de la historia de la viuda Gras".
Cuando las costumbres se transformaron en más blandas y los medios más perfeccionados, se hizo uso de los ácidos; y actualmente, la facilidad de comprar y manejar y el revólver, a sustituir la venganza por supresión a la venganza por desfiguración. En el fondo son equivalentes, como se hizo notar al publicarse una serie de antiguas causas, negocios de supresión de amantes o de maridos embarazosos, por nuevos amantes, o maridos en expectativa, a propósito de la historia de la viuda Gras".
El inventor del vitriolaje, acto criminal consistente en arrojar ácido sulfúrico al rostro o al cuerpo de la víctima, podría ser Alphonse Karr, autor de La Penélope Normanda (1855). El protagonista de su novela es un marido que, engañado por su esposa con dos hombres, encarga a uno de los amantes que mate al otro. Luego, él se encargará de hacer lo propio con el sicario.
Sin embargo, el autor intelectual del crimen es herido mortalmente durante el duelo y, consciente de que el amante sobrevivirá, desfigura el rostro de su cónyuge antes de fallecer. El médico Paul Brouardel sostiene que Karr fue, al menos, el "reinventor" del delito. Sea como fuera, basada en hechos reales o producto de su imaginación, la novela es considerada el punto de partida del vitriolaje.
Rechazar una propuesta matrimonial
Mientras, en Italia, los hombres optaban por otra arma para desfigurar a las mujeres, como escribió el jurista Raffaele Garofalo en Criminología, un ensayo publicado en 1885.
"En Nápoles, las cuchilladas con navajas de afeitar, con que los amantes desgraciados o traicionados desfiguran el rostro de las jóvenes que no los quieren o que no siguen queriéndolos, habían casi desaparecido en 1844, a consecuencia de una ley especial que castigaba a los culpables con trece años de galeras. Mas han reaparecido después de publicado el Código de 1859, el cual ha establecido penas mucho menores, y, sobre todo, después del establecimiento de las Audiencias [...].
Todo lo cual tiene las apariencias de una semiimpunidad; de donde resulta que la cuchillada con navaja de afeitar está tan a la moda que hay pueblos en las cercanías de Nápoles donde ni una sola joven, a menos que la sirva de escudo su fealdad, está libre de tales ataques, si es que no se resigna á casarse con el primero que se lo proponga".
Todo lo cual tiene las apariencias de una semiimpunidad; de donde resulta que la cuchillada con navaja de afeitar está tan a la moda que hay pueblos en las cercanías de Nápoles donde ni una sola joven, a menos que la sirva de escudo su fealdad, está libre de tales ataques, si es que no se resigna á casarse con el primero que se lo proponga".
Aunque lo narrado pueda parecer lejano en el tiempo, durante la primera década de este siglo más de la mitad de los ataques con ácido en Bangladés, donde buena parte de las víctimas eran menores, respondieron al mismo motivo: el rechazo de una propuesta matrimonial.
Otras causas fueron los abusos del marido u otro pariente, las disputas de propiedad y las sospechas de infidelidad, a las que se sumarían los crímenes de honor, cometidos por miembros de la propia familia por los citados motivos, por tener relaciones extramatrimoniales o por haber sido violadas.
"El crimen pasional o de honor ha sido el camuflaje perfecto para ocultar la violencia de género a lo largo de la historia", afirma Victoria Robles. "En España, durante las dictaduras de Primo de Rivera y de Franco, estaba dotado de una argumentación patriarcal en virtud de la cual cualquier signo violento era objeto de defensa del hombre respecto a un mujer reacia a someterse", añade la directora del Instituto de Investigación de Estudios de las Mujeres y de Género de la Universidad de Granada.
Aunque la prensa del XIX usaba esos conceptos y ponía el foco sobre la mujer como agresora, el doctor Aubry demostró que también había varones que arrojaban ácido y cuestionó el término "pasional", preguntándose retóricamente cuál era "el crimen en el que falta una pasión".
"Según otro error en boga, el vitriolo debe considerarse del uso exclusivo de las queridas abandonadas, grávidas o no. Es exacto que ese delito se coloca a menudo entre los que sin razón se denominan pasionales; pero con tal nombre se cometen; pero con diversos pretextos, se ha usado hasta por los hombres".
Así, en enero de 1870 La Esperanza informaba de que "en Varsovia y en muchas ciudades de Polonia se arroja vitriolo a los vestidos de los transeúntes, y principalmente a los de las señoras". En marzo de 1871, La Convicción dedica unas líneas a "cierto sujeto a quien arrojaron una botella de aceite de vitriolo", sin señalar al autor del delito. Y en ese mismo mes de 1891, La Época reflejaba que ante un tribunal del departamento francés de Lot y Garona compareció "un esposo que había deshecho con vitriolo la cara del amante de su mujer".
El vitriolo cruza el Atlántico
El uso del ácido sulfúrico trascendió las fronteras y cruzó el Atlántico con los emigrantes europeos. En países como México fue considerado un grave crimen. Así, el Diario de los debates de la Cámara de Diputados recoge en 1896: "Puede el Congreso amnistiar por los delitos de orden común, siempre que no sean los del incendiario, parricida o vitrioleros".
El escritor ourensano Luis Sánchez Abal relata en la autobiografía novelada Unos años de emigración en Buenos Aires (1917) cómo un italiano le desfigura la cara a su esposa con vitriolo cuando descubre que es la amante del protagonista. El pasaje sobre aquel "plebeyo" marido "rechoncho y simiesco" lo recupera el historiador Xosé Manoel Núñez Seixas en Las patrias ausentes (Genueve).
El autor del ensayo, subtitulado Estudios sobre historia y memoria de las migraciones ibéricas, recuerda que el antiguo colaborador de Correo de Galicia y director del periódico porteño La Época ofrece en su libro una visión muy descarnada del éxodo a América. "De hecho, la caricatura del marido alude a la rivalidad de los emigrantes, en este caso gallegos e italianos", explica el profesor de la Universidade de Santiago de Compostela.
Antonio de las Barras y Prado, quien residió en Cuba entre 1852 y 1864, también narra un crimen por encargo de un jurista en sus memorias La Habana a mediados del siglo XIX, aunque en esta ocasión la víctima no fue una mujer, sino un joven que podría conocer o tener una relación con ella. Sorprende la impunidad de la que gozó el instigador.
"El doctor F. era un conocido jurisconsulto de La Habana que, por celos de una mulata, mandó a un negro que echara vitriolo en la cara a un joven, dueño de una peletería en Calzada del Monte. El joven quedó ciego y el doctor fue preso, pero se arregló el asunto tan bien que sólo fue culpado el negro. El pobre víctima del delito pertenecía a mi compañía de voluntarios que era la de Cazadores del 2º batallón".
"Epidemia y contagio"
El uso del vitriolo comenzó a extenderse, lo que llevó al psicólogo Scipio Sighele a considerarlo una epidemia. "Se decía que eran debidos al contagio moral todos los delitos que se cometían después de un crimen atroz de que todos los periódicos habían hablado", escribe el criminólogo italiano en La muchedumbre delincuente, publicado en 1891.
"Cuanto a la epidemia de los delitos, no creo que haya necesidad de probarla con ejemplos. Todo el mundo debe haberla experimentado por sí mismo en no pocos casos. Bastará con recordar aquí las dos epidemias de homicidios y de lesiones, verificados con el revólver o con el vitriolo, por las mujeres contra sus amantes; epidemias que tuvieron lugar en Francia, especialmente después que [...] Clotilde Andral, también en 1880, desfiguró a su amante con el vitriolo".
En el caso del ácido, "el espíritu de imitación reemplazará al contagio", matiza Aubry, quien consideraba que las condenas poco duras y las absoluciones de las vitrioleuses (vitrioleras) habían producido un "deplorable efecto". Según él, "la proverbial indulgencia del jurado y la gran publicidad son incontestablemente los dos elementos que acabaron de preparar los ánimos a la idea del vitriolo".
El poder de la imitación había sido el primer germen, fecundado posteriormente por una Justicia clemente y la difusión en los periódicos. De ahí que, en su opinión, "las mujeres celosas para vengarse de un amante infiel, o de una rival preferida, emplean por lo general los ácidos nítrico y sulfúrico (aguafuerte y aceite de vitriolo del comercio, particularmente este último)".
Por su parte, el criminólogo francés Gabriel Tarde, autor de Filosofía penal (1890), relataba que conocía la existencia de aldeas donde había "fructificado la idea del vitriolo y en las que hasta las campesinas enseñan su manejo".
La violencia machista como correctivo
No obstante, trata de especular sobre la conversión de un producto de limpieza en un arma arrojadiza. Entonces era sencillo acceder al vitriolo, al igual que hoy sucede en Asia con el ácido clorhídrico, conocido en nuestro país como aguafuerte o salfumán. La historiadora recuerda que en la España de mediados del siglo XIX, cuando la escuela pública adquiere valor para las mujeres, se introducen enseñanzas domésticas y se editan manuales de higiene para mejorar las condiciones de salubridad en los hogares.
Victoria Robles critica que la historia de la violencia contra las mujeres en el siglo XIX no haya sido objeto de estudio. "Apenas hay textos que la reflejen porque se entendía cualquier forma de agresión machista como una corrección a un carácter no suficientemente domado", añade la directora del Instituto de Investigación de Estudios de las Mujeres y de Género de la Universidad de Granada.
"Ahora bien, la Justicia inhibía mucho a las mujeres a la hora de contrariar las buenas costumbres. Por ello, pese a tener las mismas habilidades que los hombres para ser cruentas, eran más sumisas y estaban más reprimidas", relativiza Robles, quien alude a algunas solicitudes de divorcio dirigidas a Ayuntamientos y Diputaciones por malos tratos. "La ausencia de fuentes indica que el delito no estaba tan interiorizado en España", señala la experta en pedagogía, del mismo modo que entonces la violencia de género era invisible.
Hombres vengativos
"Los maridos estiman igualmente que los líquidos corrosivos son de fácil manejo y no temen usar de ellos cuando son engañados", escribe Aubrin en El contagio del asesinato, donde recoge el citado caso de Lot y Garona, donde un hombre obligó a su mujer a citar a su amante para arrojarle una taza de ácido a su rostro mientras ella lo alumbraba con una linterna. Un ejemplo entre tantos.
"Los amantes abandonados por sus queridas, se vengan desfigurándolas. Paul Morel (París, abril de 1889) arrojó vitriolo sobre su antigua querida y su nuevo amante. Leopoldo Wiall (abril de 1889, París) y Sallé (julio de 1890) se vengan de igual modo de sus queridas, que los abandonaron porque sin cesar se las golpeaba. Y hechos de esta naturaleza, no pasan solamente entre la clase baja, y los célibes, que no siendo casados disfrutan de completa libertad, sino también entre la clase elevada. El conde L. P. en buena posición, frecuentando la más escogida sociedad, vivía con su esposa e hijos. Un día supo que su querida lo engañaba, y penetrando en su casa con ayuda de un estratagema, le bañó la cara con vitriolo".
Ayer como hoy, las agresiones machistas se daban en todos los estratos de la sociedad. "La violencia de género es transversal. Aunque se visibiliza más la que se produce en entornos más desfavorecidos, trasciende el nivel económico, social, ideológico, cultural y lingüístico. Para ser víctima, sólo se necesita una característica: ser mujer", denuncia Rosa San Segundo, directora del Instituto de Estudios de Género de la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M).
La catedrática critica el sesgo actual de los medios, pues según ella "difunden más noticias si son humildes o inmigrantes que si se trata de una jueza o una notaria", cuando afecta a todas. "Si pudiésemos ubicar la violencia de género en una religión, en una ideología o en un país, sería más fácil de combatir. Sin embargo, las mujeres de izquierdas o de derechas la padecen igualmente y en los países del norte de Europa, tan progresistas en algunos aspectos, es una lacra", añade la profesora de la UC3M.
"Nos sentimos más cómodos criticando lo que ocurre en otros países que fijándonos en el nuestro, donde cada año hay muchísimos asesinatos con un gran ensañamiento", censura San Segundo, quien diferencia entre un patriarcado duro y otro blando en función de las fronteras, aunque subraya que los avances son insuficientes. "El desgarro y la barbarie de la violencia de género se dan en pleno siglo XXI en España, donde se siguen cometiendo salvajadas similares a la de arrojar ácido", zanja la directora del Instituto de Estudios de Género de la universidad madrileña.
Los "cobardes" apoderados
"Tan villana conducta no pertenece siempre a la mujer", escribe Aubry en el capítulo Asesinatos cometidos con ayuda del vitriolo y del revólver, donde abundan las agresiones protagonizadas por hombres.
"Dos maridos que deseaban volver a la gracia de sus esposas de las que estaban separados [una de ellas había ya intentado el divorcio], por haberse negado a reintegrar el domicilio conyugal, les arrojaron vitriolo al rostro". Sucedió en París en 1888 y en Reims en 1891.
Una década antes, en Beziers, "Martin empapó el rostro de su querida, con gran refinamiento de crueldad", pues en vez de usar una vasija quiso ser más preciso empleando una brocha para cometer el delito. Y en 1886 un tal Brossard intentó que su amante apurase un vaso de ácido sulfúrico, lo que prueba la existencia de otra aplicación del vitriolo: el envenenamiento.
No obstante, Aubry denosta a los apoderados, es decir, a los hombres que se prestan para cometer el crimen por orden de un tercero. "EI vitriolo es el arma de cobardes por excelencia, y las circunstancias que a las veces rodean el delito lo hacen más cobarde todavía", opina el doctor, quien pone como ejemplo a Schneider, quien en 1888 pidió a un amigo que arrojase ácido "a su antigua querida".
Algunos casos sobre estos ejecutores también se difundían en España, como el suceso acaecido en París del que informó El Heraldo de Madrid en enero de 1892.
"Guárdase absoluta reserva sobre el asunto de un diputado, a quien un amigo ha tratado de desfigurar con vitriolo. Susúrrase que se trata de una venganza femenina, pero es imposible tener pormenores, a causa de lo cuidadosamente que se procura echar tierra al asunto. La víctima se niega á formular la correspondiente denuncia y a entablar un juicio, por temor al escándalo".
Explotadas sexualmente
Aubry cita a tres proxenetas que arrojaron vitriolo a mujeres obligadas a prostituirse. "Uno se venga de su querida por haberse entregado gratuitamente a uno de sus amigos". Víctor C. la desfigura en 1890 porque ella "rehusó seguir manteniéndolo". Y en 1891 un tal Pablo S. "roba a una joven y la lanza a la prostitución, la que solo a la fuerza de dinero pudo desembarazarse del referido, quien días después le escribió pidiéndole nuevos subsidios, con la amenaza de vitriolarla si no los remitía a vuelta de correo".
Aunque ningún crimen le llama tanto la atención como el protagonizado por Beyer en octubre de 1889:
"Jamás habíamos visto el relato de un delito cometido con vitriolo por un hombre con circunstancias más extraordinariamente cobardes, que el de un llamado Beyer. Teniendo cuenta pendiente con la justicia, después de prostituir a su querida, pretendió unirse a ella de nuevo, y en el momento en que la desgraciada avanza hacia él para darle el beso que solicitaba, la inunda con el líquido corrosivo. Se aseguró que Beyer era un histérico"
También hubo mujeres que emplearon el ácido contra sus explotadores, como la parisina Leontina Tenon en 1890, motivada porque su pareja "la obligaba a bajar a la calle". El caso de la viuda Gras es distinto, si bien en su mediática historia también hay referencias a la explotación sexual, como señala Aubry:
"Lanzada desde los veinte años (tenía cuarenta en 1877) en el mundo de la galantería, veía disminuir su clientela; y por lo mismo sus medios de existencia, y entonces se dirige al sostenedor, en estos términos: «Hombrecito mío, es necesario que haga yo una gran fortuna para que podamos casarnos, y he aquí cómo será. Conozco a un imbécil de veinticuatro años , un vizconde que se llama René de la Roche; vamos a desfigurarle . Feo como quedará, nadie le querrá, y yo me arreglaré para casarme con él, es delicado y morirá pronto, y entonces…». Combinaron esta espantosa celada en la que el sostenedor desempeñó el papel principal y vitrioló al desgraciado de la Roche".
El diario ilustrado El Globo informaba en julio de 1877 de que la acusada fue sentenciada a quince años de trabajos forzados y su cómplice, a diez de reclusión.
Prensa sensacionalista
La prensa española de la época se hacía eco de los crímenes cometidos en Francia con "esa arma terrible de los vengadores del amor", como la definía en julio de 1901 El Suceso ilustrado, que daba cuenta de un varón que había arrojado accidentalmente vitriolo a su "infortunada sobrina".
Los hechos tuvieron lugar en el barrio parisino de San Francisco cuando se encontró a un individuo comiendo en casa de su cuñada, al que trató quemar con el líquido corrosivo, que fue a parar al rostro de la chiquilla. "Se supone que hay en esto una historia pasional que el juez pondrá en claro", aventuraba la revista.
El Diario Oficial de Avisos de Madrid publicaba en noviembre de 1891:
"Un tapicero parisién, Santiago Prevost, de sesenta y un años, acaba de vengarse del abandono de una mujer que había vivido veintiséis años con él maritalmente, abrasándole la cara con vitriolo". Ella trabajaba en la casa de un sillero, adonde entró Prevost gritando: «¿Dónde estás cobarde? Voy a castigar tu abandono», y arrojándose sobre su antigua querida, la derribó al suelo, la sujetó los brazos con sus piernas para imposibilitar sus movimientos, y una vez conseguido, sacó del bolsillo el frasco de vitriolo y la arrojó su contenido á la cara".
En diciembre de 1891, el mismo periódico informaba del ataque en París a la mujer de un abogado de Nueva York. El agresor ya había cometido previamente el mismo delito en Estados Unidos, pues según el Diario Oficial de Avisos de Madrid la seguía durante sus viajes "con el deliberado propósito de realizar sus criminales intentos".
Tres meses después, difundía una nota sobre la detención en París de Charles Durand, "condenado en 1885 a ocho años de trabajos forzados por haber abrasado con vitriolo a su querida y a una amiga de ésta". El arrestado había conseguido escapar en dos ocasiones de una cárcel de Cayena, en la Guayana Francesa.
Sin embargo, los delitos cometidos en España no eran tan frecuentes o, al menos, ocupaban menos espacio en la prensa. Protagonizados por mujeres, los periodistas no ahorraban en calificativos peyorativos y machistas. Así, el 17 de enero de 1908, el ABC titulaba una información Las amigas del vitriolo:
"Pilar Cantero es una de esas hembras de armas tomar que por un quítame allí esas pajas se deshacen del que las molesta o las estorba, arrojándole a la cara un frasco de vitriolo, o dándole una puñalada, aunque por regla general utilizan con más frecuencia el corrosivo, que es tan seguro como la hoja del acero y desfigura, que es lo que en su ferocidad buscan tales mujeres".
El Heraldo de Madrid añadía que el hombre "la tenía molida a palos".
En noviembre de 1908, El Correo Español informaba en la nota Las vitrioleras de una joven que había arrojado un cacharro con ácido sobre un sargento en Carabanchel Bajo. Telesfora Domingo se mereció en noviembre de 1910 el titular El amor y el vitriolo en la sección de Sucesos por arrojarle el corrosivo líquido "a su antiguo amante". Y Las Ocurrencias relataba que en julio de 1911 un guardia disparaba cinco tiros a una mujer tras salir de un hospital de Bilbao, donde había sido ingresado tras sufrir quemaduras provocadas por el ácido que le había arrojado ella.
"Seres irracionales"
Victoria Robles estima que el trato que recibían en la prensa era degradante y las rebajaba como sujetos de pleno derecho. "Las llamadas bajas pasiones dejan de ser una opción consciente de la mujer y hacen que se las considere seres irracionales", critica la directora del Instituto de Investigación de Estudios de las Mujeres y de Género de la Universidad de Granada. "Con esa interpretación, la conciencia pasa a ser un instinto más recóndito que lleva a una mujer a ser agresora".
La historiadora también censura que los asesinatos machistas fuesen calificados como un crimen pasional: "Ese erróneo concepto difumina unas relaciones desiguales y elude visibilizar que había otras razones para que los varones se deshicieran de las mujeres, incluso de carácter económico".
"Esos hombres no son vengadores de amor, sino unos psicópatas sin resonancia afectiva. Es decir, no sienten el dolor de los demás, de ahí que sean tan crueles", explica Rosa San Segundo, directora del Instituto de Estudios de Género de la UC3M. "Y el crimen tampoco tiene nada de pasional, lo que ocurre es que las han cosificado y de ahí el maltrato y el asesinato", añade la catedrática, quien cree que los periodistas deberían ser formados con perspectiva de género.
Esa visión estereotipada ensombrecía además a muchas coetáneas, sometidas por el orden social, subraya Victoria Robles. Y las que destacaban eran atacadas verbalmente. "Las literatas, tertulianas y cultas, que rompían el modelo de ángel del hogar y poseían autonomía propia, eran llamadas marisabidillas, un término absolutamente despectivo con el que trataban de marcar el espacio designado para ellas", apunta la historiadora.
"También viragos, es decir, mujeres que afeaban los rasgos que se consideraban propios de ellas, desde la forma de andar a su apariencia; virilizadoras, cuando por su condición de vida tenían que desempeñar las labores de un varón, en vez de educadoras o buenas madres; y aventureras, cuando ejercían oficios acotados al ámbito masculino, como podía ser el periodismo, algo que podía considerarse travestismo profesional", enumera Robles.
Términos despectivos no faltaban, como tampoco escasean ahora, concluye la profesora de la Universidad de Granada. "Y todo porque disrumpen el rol asignado y ponen en tela de juicio una norma patriarcal no escrita, que las recluía en el espacio doméstico", concluye Robles. "Ellas lo distorsionan cuando dirigen periódicos, escriben libros, aspiran a ser candidatas electorales o simplemente se consideran sujetos políticos que se posicionan contra los conservadores".
Bandas organizadas
Además de los ataques de hombres contra mujeres y de éstas contra los varones, hubo casos en los que se enfrentaban entre ellas ("Dos jóvenes enamoradas del mismo individuo, la que triunfa paga con su belleza la victoria", escribe Aubry) y entre ellos ("En el ardor de una querella, Verdier vitrioló a su suegro en 1889", apunta el doctor en El contagio del asesinato).
En la línea de los proletarios escoceses, el ABC informaba en enero de 1910 de la comparecencia ante los tribunales madrileños de "un obrero huelguista que empleó el vitriolo, como las jóvenes románticas y cursis, para vengarse de un jefe de taller".
No obstante, en Francia también hubo ataques contra señoras de la alta sociedad, como difundió en enero de 1892 el Diario Oficial de Avisos de Madrid.
"No hay solo petroleros, dinamiteros, etc. Hay también, permitásenos la palabra, vitrioleros. La policía de París anda ocupada en perseguir estos días una numerosa banda de granujas que se sitúan cerca de las casas, hoteles y otros puntos de reuniones elegantes, y, al salir las señoras, vierten, con aparatos ad hoc, corrosivo vitriolo sobre las ropas, prefiriendo, como es de suponer, las más costosas y ricas. Con tanta habilidad ejecutan sus depravados intentos, que muchas señoras no advierten el destrozo de sus trajes hasta llegar a su casa y desnudarse de ellos".
Ya en octubre de 1929, El Imparcial daba cuenta de "un nuevo método de crimen, una nueva forma de delito, por más que el instrumento sea de la época romántica: el vitriolo". Agresiones por encargo para vengar afrentas, aunque el diario también alude a las mujeres desfiguradas por efecto del ácido.
"Los vitrioleros son una especie que ha surgido en Francia, pero que se extenderá pronto a los demás países; se organiza un grupo mixto, de hombres y mujeres, y por un módico estipendio dejan convertido en monstruo a persona en quien haya que vengar algún agravio. Para robar en plena carretera es muy eficaz, pues no hace ruido, como los pistoletazos, y la víctima se deja registrar los bolsillos con una mansedumbre ejemplar.
Antiguamente, el vitriolo era un arma de los celos, de las venganzas femeninas; hoy, va a entrar en el terreno de las especuIaciones económicas.
Lo peor es que la justicia, que va siempre más atrasada que el crimen, no tiene en sus leyes nada especial para este género de delito; convertir una mujer hermosa en un repugnante monstruo de fealdad, ¿no es más que un delito de lesiones?"
Antiguamente, el vitriolo era un arma de los celos, de las venganzas femeninas; hoy, va a entrar en el terreno de las especuIaciones económicas.
Lo peor es que la justicia, que va siempre más atrasada que el crimen, no tiene en sus leyes nada especial para este género de delito; convertir una mujer hermosa en un repugnante monstruo de fealdad, ¿no es más que un delito de lesiones?"
El vitriolaje como "moda"
Los ataques con ácido fueron considerados una moda por la prensa de la época. Aubry suma un arma de fuego a los delitos cometidos, según él, por efecto del contagio: "Las mujeres son inventivas, y han encontrado otro medio de venganza, que está llamado a gozar de cierta boga: nos referimos al revólver". Como entiende que hay una analogía entre ambos métodos, se limita a recordar dos procesos "de gran resonancia" que terminaron a tiros.
El criminólogo Scipio Sighele acota la "moda" o "epidemia" a un período concreto a finales del siglo XIX en Literatura Trágica, publicado en 1906, donde pone el acento sobre las mujeres como autoras de los delitos.
"¿Y qué decir de aquellos atentados al vitriolo que hace quince o veinte años estuvieron en moda, sobre todo en Francia, y que eran expresión, no sólo de la venganza pasional, sino de crueldad refinada en amantes desengañadas o traicionadas? Fue algo así como una epidemia que duró desde 1880 a 1890, y cuyos casos más notables fueron la viuda Gras, Madama Tilly, María Goyen y Clotilde Andral. Un poco más tarde surge con María Biere y Madama Clovis Hugues la epidemia —menos bárbara— del revólver".
También El Imparcial da casi por terminada la práctica en julio de 1890. De nuevo, son ellas las que cometen los crímenes.
"La moda de que las amantes desdeñadas arrojan vitriolo al rostro de los ingratos ha caído bastante en desuso, y a Dios dan gracias los D. Juanes de afición. Pero como todavía se da de vez en cuando alguna rezagada en tan horrible práctica, no está de más publicar cuál es el medio mejor de neutralizar en el acto los efectos del vitriolo".
Sin embargo, Nicolás Tap escribía en 1901, bajo el pseudónimo Juan Verdades, un artículo donde destila bilis. El texto, recuperado por Manuel Barrios en la edición del ABC de Sevilla en 1989, fue publicado en un diario de la ciudad hispalense.
"La mujer es un ser temible. Toda su ira y su despecho se dirigen al mundo; retrátase en sus ojos la perversidad de su alma, sus labios expresan en palabras la dureza de su corazón, y su conducta, ocultándose de los seres honrados, con el puñal en una mano y en la otra el frasco de vitriolo, demuestran sus pasiones y sus malos instintos".
Pasados los años, la prensa continúa dando cuenta de nuevos casos, como el de una joven que en 1931 fue condenada a nueve años de prisión por arrojar ácido y dejar ciego a su amante.
De hecho, Antonio Díaz-Cañabate, en la columna El vitriolo y los crímenes pasionales, publicada en 1975 en el ABC, escribe que a principios del siglo XX seguían estando de moda las agresiones motivadas por la "pasión".
"Considerados, criminalmente, los hombres eran más pasionales. El hombre montaba la pistola o empuñaba la navaja con mucha más facilidad que la mujer. Otra cuestión muy curiosa. Las mujeres enloquecidas de amor o de venganza derramaban sobre el infame, no su desprecio o indignación, sino algo más grave. Derramaban un frasquito de vitriolo. El vitriolo es un sulfato que quema súbitamente todo lo que toca con quemadura extensa y terrible. Las mujeres arrastradas hacia el crimen pasional, en un momento propicio, vertían el contenido del frasquito de vitriolo en el rostro del amado y odiado. No tengo noticias de que en la época de los crímenes pasionales un hombre se sirviera de vitriolo para quemar una carita femenina. Los crímenes pasionales tenían muy poca defensa y, sin embargo, casi todos salían absueltos [...]".
"Todos estos letrados opinaban que la culpa era de la pasión, que los pobres acusados se cegaban y la emprendían a tiros o a puñaladas con la víctima, pero enseguida se arrepentían, porque en el fondo se trataba de buenas personas, que hasta lloraban y todo cuando se acordaban del ciego impulso que les obligó a matar lo que más querían en este mundo".
"La defensa de los que utilizaban el vitriolo no podía ser más sencilla. El chorrito de fuego líquido sólo pretendía marcar un recuerdo en el semblante traidor para aviso y prevención de incautos que entregan su amor sin saber a quién".
"Todos estos letrados opinaban que la culpa era de la pasión, que los pobres acusados se cegaban y la emprendían a tiros o a puñaladas con la víctima, pero enseguida se arrepentían, porque en el fondo se trataba de buenas personas, que hasta lloraban y todo cuando se acordaban del ciego impulso que les obligó a matar lo que más querían en este mundo".
"La defensa de los que utilizaban el vitriolo no podía ser más sencilla. El chorrito de fuego líquido sólo pretendía marcar un recuerdo en el semblante traidor para aviso y prevención de incautos que entregan su amor sin saber a quién".
Crímenes en la Europa de hoy
Aubry concluye que la utilización criminal del vitriolo "no es más que la transformación del delito que pudiera llamarse la desfiguración". Según su investigación, fue un arma adoptada indiferentemente por el hombre y la mujer, aunque preferentemente por ellas. Y en la proliferación de su empleo era "manifiesta y evidente la influencia del contagio".
El médico y sociólogo Armand Corre, autor de ensayos sobre antropología criminal, consideraba tanto el ácido como el revólver unas armas más sofisticadas, de fácil adquisición y manejo. "Lo vulgar sería la faca, el navaja y el cuchillo, que serían usados por las clases bajas y desfavorecidas", explica Xosé Manoel Núñez Seixas.
"Frente a la visión de las vísceras, el revólver tenía una connotación romántica, con un aquel caballeresco, de quien se toma la justicia por su mano. Y, aunque sea una barbaridad, el uso del vitriolo podría seguir esa línea", plantea con prudencia el historiador, consciente de la escasez de investigaciones al respecto. "Hoy nos escandalizamos al ver que se usa en otros países, pero aquí también se arrojaba ácido. Pasa lo mismo con el hiyab, que genera polémica cuando en España hasta no hace tanto tiempo las campesinas llevaban un paño en la cabeza", concluye Seixas.
Si bien estas líneas reflejan la ola de ataques en Francia a finales del siglo XIX, actualmente siguen produciéndose numerosas agresiones con ácido en Europa, como denuncia la ONG Acid Survivors Trust International, con sede en Londres. Precisamente, la capital británica registra una de mayores tasas del mundo per cápita. Según datos de la Policía, en 2017 se usaron líquidos corrosivos en 456 crímenes, cifra que bajó a 310 el año pasado. Muchos de ellos fueron atribuidos a pandillas callejeras y a delincuentes comunes que emplearon ácidos como arma.
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