Javier Gallego
Hay una España que no tiene para llenar las cacerolas y otra que las golpea. La que más razones tendría de hacer ruido sería la primera, pero paradójicamente la que la lía y se queja es la segunda. Una hace cola para recibir la ayuda de sus vecinos, la otra se ha hartado de pensar en la salud colectiva. Las dos Españas se resumen en esa cacerola. La España de las cacerolas vacías es solidaria, la España de los cacerolazos sólo piensa en sí misma.
Esta epidemia claro que distingue clases sociales. Ha sacado lo mejor de la mayoría que tiene menos y lo peor de la minoría que tiene de sobra. En los barrios más pobres se organizan para rescatar a los que lo necesitan, en los barrios más ricos, para poder salir con las berlinas. Este fin de semana sacaron los coches a la calle como quien saca los tanques. Parecía que fueran a conquistarla. La Reconquista que diría el del megáfono que lideraba la espantosa comitiva. Toman las calles como toman la bandera, como si fueran sólo suyas.
Pero les salió el tiro por la culata. La imagen era siniestra. Recordaba a la caravana infernal de Mad Max. Facha & Furious, que dijo un tuitero. Nada más tóxico que una manifestación de coches atascando a bocinazos una ciudad que ha descansado del ruido y la contaminación durante dos meses de alivio. Una manifestación así espanta a cualquier persona sensata sin importar su ideología. A decir de las encuestas, la extrema derecha vocinglera espanta a la mayor parte de la ciudadanía.
Son mucho ruido pero pocas nueces. Menos nueces de las que parecen. La inmensa mayoría de este país, esté a favor o en contra del gobierno, sale a aplaudir o a pasear tranquilamente, no a reventar la cuarentena. Pero la prensa y las redes amplifican a la minoría de las cacerolas y acaban convirtiendo en fenómeno de masas lo que era anomalía. Lo hicieron con Vox, lo están haciendo con las caceroladas, empeñados en ayudar a la derecha y la ultraderecha a ganar a sartenazos lo que no ganaron en las urnas. Esto va de echar a los rojos antes de que acabe la legislatura.
A nadie se le oculta que no tiene nada que ver con la gestión de la epidemia porque entonces se criticaría también a los gobiernos autonómicos conservadores que han desmantelado la Sanidad pública y han tenido cifras catastróficas. Esto va también de las dos Españas de siempre, señoritos y criados, derecha e izquierda, vencedores y vencidos. Si el Gobierno quiere evitar que la revuelta de los de arriba se contagie a los de abajo, lo que tiene que hacer es políticas sociales que les saquen del hoyo. El ruido de las cacerolas de los ricos sólo se apaga llenando las de los pobres.
Siempre se trata de eso. Del reparto de la riqueza. Hay una España que necesita la renta básica para sobrevivir, otra que la llama paguita. Una que pide que se derogue la reforma laboral, otra que se indigna cuando se aprueba derogarla o cuando se pide subir los impuestos a las grandes fortunas. Españolito que vives en cuarentena, te guarde Dior. Hay una España que golpea las cacerolas propias y otra que ayuda a llenar las ajenas. La primera te helará el corazón, la segunda te lo calienta. Hablemos mucho más de ésta que de aquélla porque la España solidaria nos hace mejores a todos y es la que nos sacará de esta crisis, no la otra.
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