Artistas como Rembrandt, Tiziano o Caravaggio nos muestran en esta serie de pinturas su forma particular de abordar y enfrentar la peste
Casi siempre, en medio del caos y la muerte hay testimonios de amor. Quizás es en los momentos más extremos del ser humano cuando resurge su fuerza, la empatía, el altruismo o la solidaridad, tan solo algunos de los adjetivos que dignifican y pueden sugerir cierta virtuosidad en nosotros. Pero, sobre todo, en estos momentos de recogimiento obligado nos sobrevuelan distintas ideas de amor y de muerte que se entrelazan y mezclan con más intensidad que nunca. Como una vez dijo alguien muyb sabio: “¿Qué pasa cuando se abrazan el amor y la muerte? ¿Se muere el amor? ¿O se enamora la muerte? Tal vez la muerte moriría enamorada, y el amor amaría hasta la muerte".
Esto ya lo hemos vivido antes, y como no podemos consultar en los libros cómo debemos vivir en estos tiempos, al menos podemos observar algunas obras maestras de la antigüedad, que nos pueden consolar o incluso darnos luz y guiarnos en estos días de confinamiento. No deja de ser poético que revisándolas encontremos una causa común con artistas como Rembrandt, Tiziano o Caravaggio. Ellos pisaron este descarnado camino antes que nosotros con similares métodos (pero sin Netflix), incluida la cuarentena, y se enfrentaron a la enfermedad sin compasión ni tratamiento adecuado.
'Fragilidad humana', de Salvator Rosa (1657)
En 1655 una plaga barrió Nápoles. El hijo de Salvator Rosa, Rosalvo, su hermano, su hermana, su esposo y cinco de sus hijos, murieron. La fugacidad de la vida humana fue tema recurrente en la pintura y el pensamiento del siglo XVII, pero para Rosa, en el año en que realizó esta pintura, el tema tuvo una trágica inmediatez. Un bebé recién nacido pacta un acuerdo con la muerte en esta pintura denominada Sepulchral darkness (Humana Fragilitas), de Salvator Rosa. En ella se observa cómo la existencia humana es miserable y breve. La muerte aparece en forma de esqueleto aterrador con unas alas que se alzan en la oscuridad sepulcral de la pintura. Rosa sobrevivió a la plaga de 1656, pero el resto de su familia no corrió la misma suerte.
'La Piedad', de Tiziano (1575-6)
En esta pintura que alberga la Galería de la Academia de Florencia, un anciano reza para que su hijo y él sobrevivan a una epidemia. Se trata de una emotiva confesión de desesperación. Tiziano pintó esta imagen crepuscular cuando a Venecia le azotó la peste. Se retrata medio desnudo, postrado ante la imagen de María acunando al Cristo muerto. Tiziano realizó este cuadro para la iglesia de Frari, a la vez que escribía unas súplicas para la supervivencia de él y su hijo Orazio. Pero no funcionó. Ambos murieron de peste en 1576.
'La Virgen aparece ante las víctimas de la peste', de Antonio Zanchi (1666)
San Rocco o Saint Roch fue considerado como un protector de la peste porque se curó, milagrosamente, de la infección. La Scuola Grande di San Rocco en Venecia fue construida para una cofradía dedicada a él. Las condiciones de hacinamiento convirtieron la ciudad de los canales en una colmena de enfermedades. Esta institución fue testigo de los sufrimientos de Venecia durante la peste. Hoy en día recibe miles de visitantes para contemplar las pinturas de Tintoretto. Cuando termine esta cuarentena, quizás se detengan mucho más en esta obra de Antonio Zanchi sobre la devastadora plaga de 1630.
'Retrato de Hendrickje Stoffels', de Rembrandt (1654)
Algunas de las obras de arte más grandes del mundo están obsesionadas con la peste bubónica, y la amante de Rembrandt es un claro ejemplo de ello. Hendrickje Stoffels estuvo ligada sentimentalmente al pintor en sus últimos tiempos. Así lo refleja en esta pieza de manera bella y violenta. En la pintura, ella le mira con sus ojos oscuros, mientras comparten unos momentos de intimidad y honestidad. Sin embargo, en 1663 un barco procedente de Argel llevó la peste a Ámsterdam y ella fue una de sus víctimas. Para Rembrandt, su pérdida propulsó la tragedia y la angustia que se pueden observar en sus últimos autorretratos.
'Los cuatro jinetes del Apocalipsis', de Durero (1498)
Este grabado en madera que interpreta El libro de Apocalipsis identifica a los tres peores asesinos de la humanidad: guerra, hambre y pestilencia. El jinete, probablemente, sea la peste, aunque en alguns interpretaciones se identifica con el arquero, por las flechas de un ataque de peste que en realidad no se ve. En 1347, los barcos genoveses trajeron una plaga devastadora a Europa desde Crimea. En los años siguientes, la Peste Negra mató al menos a un tercio del continente. Después de esta pandemia inicial, la plaga regresó regularmente a las ciudades europeas. Pruebas de ADN recientes en esqueletos de Londres y otros lugares confirman que todos estos brotes fueron peste bubónica, Yersinia pestis.
'Las siete obras de misericordia', de Caravaggio (1607)
Una de las consecuencias más angustiantes de aquellas pandemias fue que los muertos no podían ser enterrados de manera decente. Esta obra representa la solidaridad entre la comunidad cristiana, según Caravaggio. En esta visión sombría del artista, algunas personas realizan buenas obras en las calles de Nápoles, como un sacerdote, que levanta una antorcha mientras un hombre es llevado a su entierro por la noche. Sansón aparece vertiendo agua a otro hombre desde la mandíbula de un asno. Una mujer amamanta a su padre. Los "pozos de peste" que se han descubierto repletos de cuerpos confirman que los muertos fueron arrojados en fosas comunes.
'Tiempo y muerte', de Caterina de Julianis (1727 aproximadamente)
La peste bubónica disminuyó en Europa en el siglo XVIII. Sus últimos estragos tuvieron lugar en Marsella en 1720. Esta obra, realizada en cera altamente realista, recuerda estas muertes con el fin de inspirar pensamientos sobre la mortalidad. Hasta hace poco se le atribuía al escultor Gaetano Giulio Zumbo (1656-1701), pero ahora ha sido reasignado de manera convincente a Caterina de Julianis. La escena se desarrolla en un cementerio desmoronado, con la figura alada del Padre Tiempo sentada a la izquierda, apuntando a un reloj. Mientras, un mendigo demacrado y sonriente, que está sentado al otro lado del reloj, pide limosna. Una tiara papal yace a sus pies junto a un pequeño cadáver descolorido y en descomposición.
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