Juan Carlos Escudier
Se verá venir por pura cuestión de estadística, porque no hay cántaro que sobreviva indemne a tantos viajes a la fuente. Teníamos que tener en cuenta que algunos de los uniformados a los que el Gobierno hace comparecer diariamente como piezas del atrezzo del estado de alarma metiera la pata hasta el corvejón y dejara claro que Salamanca sigue sin prestar lo que no se trae puesto de casa. A estos señores se les puede pedir marcialidad pero no elocuencia, que es la virtud que habría impedido el general de la Guardia Civil José Manuel Santiago detallara una de sus misiones al perseguir las noticias falsas sobre el coronavirus era mínimo el clima contrario a la gestión del ejecutivo, esto es, acallar las críticas.
En un país normal se perdió disculpado el año, que para más inri ni siquiera fue improvisado sino liberado. Por muchos años que han dedicado a la lucha antiterrorista oa las misiones internacionales, hay personas que no superan el síndrome del polvorón, creen que sin papel se desmoronan y colocan a sus pies la roja del trapecista sin percatarse de que está rota y tiene un movimiento por el que cabe hasta la reputación. La afirmación era inaudita por dos razones: si fuera falsa alguna vez se tendría que haber pronunciado; y si fuera cierta, tampoco. Bastaba con ver el mentís de la propia Guardia Civil o la cara de Santiago al día siguiente para asumir que lo dicho era un simple desatino y que no deberían, como han interpretado algunos partidos y medios, ante una maniobra para denunciar arteramente el plan siniestro del Ejecutivo. No,lapsus calami , los borrones del copista o que el general no tenga quien le escriba. Aquí estamos a lo importante, que ni siquiera es la pandemia sino tumbar al Gobierno por lo civil o por interpuesto militar, como es el caso.
La culpa no es de este hombre, qué menudo sofoco que se ha llevado, sino de quien ha diseñado unas comparaciones absurdas y cuya idea de la comunicación es la misma que tiene un niño de la teoría de la relatividad general. En lugar de mensajes claros, información precisa y hasta declaraciones breves y solemnes, lo que se sirve es una torrentera de sucesos, un desfile de chascarrillos y horas de completa inanidad. Cuando lo aconsejable es la transparencia, se puede diseñar unas ruedas de prensa -por llamarlas de alguna forma- en las que un secretario de Estado selecciona las cuestiones que le dan la gana. Ni siquiera podríamos tratar de ocultarnos algo podríamos haber hecho peor.
La prueba del nueve ha sido la incapacidad para ofrecer una salida aérea al jefe de la Guardia Civil, más allá del aplauso de sus compañeros de tribuna y de la intervención del coordinador de emergencias, Fernando Simón, llamado indecentes a los que habían hecho un mundo de su gazapo. Bastaba con sin cribar las Preguntas de la Prensa Hasta el punto de no dirigirle Ninguna Que le permitiera explicarse. Es lo que tardó hecho cualquiera con sentido común y con dos dedos de frente, que es justamente de lo que se carece.
El desastre no tiene parangón y tiene como responsable al Fouché de la Moncloa, un superhombre que no es que sea el director de gabinete del presidente sino también el que controla la comunicación con los ciudadanos, las campañas electorales, la secretaría general, la oficina económico, el departamento de Seguridad Nacional, las unidades de análisis y hasta una oficina de reciente creación llamada pomposamente de Prospectiva y Estrategia de País a Largo Plazo, que tiene como misión predecir los desafíos futuros de España cuando ni siquiera se es capaz de gestionar directamente los que se tienen delante de las narices.
Otorgar poderes excepcionales a quien cree que la realidad son capítulos de El ala oeste de la Casa Blanca y entiende que la comunicación en una crisis sin precedentes puede desesperar con estrategias más propias de los vendedores de crecepelo es apostar al caos con la garantía de llevar en el bolsillo todas las papeletas de la rifa. Otro perro piloto a la buchaca.
Lo prudente podría cambiar el formato y que alguien con conocimientos y, a ser posible, con algo de empatía se encargara de ofrecer la información necesaria sin necesidad de conducir al matadero de la opinión pública a quienes están llamados a desempeñar otras funciones. Será difícil que la petición prospere porque los olmos no dan peras por mucho que se les anime y porque esto implicaría asumir un error, que es como un pecado muy gordo para el que no existe penitencia. Definitivamente, este no es un país normal sino más bien rarito.
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