Roberto Innocenti es uno de los ilustradores mundiales más reconocidos y con obra estudiada por especialistas, curiosamente la mayoría norteamericanos. Desde el premio Manzana de Oro 1985 de Bratislava al más reciente premio Andersen 2008, Innocenti ha visto galardonados internacionalmente cada uno de sus grandes libros que aportan una visión distinta de la literatura y del mundo. Su Cenicienta parece real o su Pinocho un toscano más. Mi revista Peonza pudo entrevistarle el pasado otoño en Alicante y este otoño –en el próximo nº 98 de octubre- saldrá una larga charla que tuvo con mi compañero Javier Sobrino, escritor y amigo. Como transcriptor y traductor grupal de sus palabras me permito ofrecer un largo extracto de lo que nos contó.
¿Cómo fue su acercamiento al mundo de la plástica, del dibujo, del arte? ¿Qué le motivó para dedicarse a la ilustración de libros?

La ilustración de libros era una cosa que inicialmente me gustaba, pero no daba para vivir y lo más importante era la supervivencia, comer. Hice otras cosas, carteles, diseño gráfico, artístico, proyectos y descubrí que había un campo internacional en esta profesión que desconocía. Finalmente llegué a una actividad que me llenaba y durante cuarenta y dos años he hecho del libro mi profesión. No es algo casual.
¿Qué importancia le otorga a la documentación en su trabajo de ilustrador?
Depende. Si tengo que ilustrar un libro clásico lo importante es no inventar mucho, no desviarse mucho de la historia. En los cuentos de Hoffmann o en La isla del tesoro está todo especificado: año 1700, la nave es una goleta, el mapa está dibujado… no se puede hacer otra cosa. Los vestidos, Londres, Inglaterra, las costumbres de la época se conocen. Pero me gusta trabajar con el tema de la ambientación, de los vestidos, me siento un director de cine, preocupado por cada uno de los detalles.
¿Qué facetas o cualidades de un texto le atraen más pensando en su ilustración: los sentimientos, la acción, lo que no se cuenta…?
Cuando tengo que ilustrar un texto lo primero que hago es leerlo con interés, cómo si no tuviera que diseñarlo. Tengo que sentir la atmósfera, ver el humor o la tragedia para ponerme después a su altura. Edgar Alan Poe no puede ser cómico sino trágico, puede ser tenebroso o no, incluso alegre. Se trata de leerlo con detalle, bien. Luego me fijo en las escenas para ver las más interesantes para ilustrar, las escenas y los momentos clave, percibiendo el ambiente de la obra y anotando las imágenes que me vienen en la mente. Otros ilustradores se fijaran en otras cosas, en otras páginas, pero yo me siento muy libre frente al texto. Intento ilustrar aquello que no está escrito porque, por ejemplo, en Oliver Twist el protagonista está bien descrito, lo mismo que la ciudad, la sociedad y los personajes; pero como hice en Cuento de Navidad me siento muy libre para dar detalles sobre este u otro personaje, sobre la gente, sus caras, dando información que no tiene al lector, al joven lector, que le haga ver el libro de otra forma. Es lo que siempre he hecho.
¿Cómo se plantea su labor como ilustrador cuando aborda un texto nuevo? ¿Cuál es su proceso de trabajo?

¿Qué cree que aporta a un niño lector un libro ilustrado por usted?

Varios libros suyos se ambientan en el horror nazi, ¿a qué se debe esta temática? ¿Por qué se centra en este hecho histórico y no en otros?
La escuela debe educar sin intentar mostrar marionetas, unos niños que no existieron. Deben conocer la historia reciente y ver cómo eran los niños alemanes, lo que ocurría aquí y en Alemania. Ocurrieron cosas tremendas de las que muchos padres solo tienen una idea difusa. Debemos ser personas de una sociedad responsable, estar juntos en la visión de que niños y jóvenes colaboraron en la propaganda de aquellos años. No hay que dramatizar la memoria, pero si conocerla.
¿Qué significa para usted hacer un álbum ilustrado? ¿Qué cree que aporta a la literatura este tipo de obras?

¿Qué le aportan los cuentos tradicionales?
¿Cómo lectura? Como lectura me pongo a esbozar mentalmente imágenes, un paisaje, un personaje. Es imposible no pasar una página sin que la imaginación funcione. Para los niños es muy fácil y deberían leer más libros sin imágenes, no periódicos, para que ejercieran esta capacidad.
¿Cómo se siente después de revisar su trayectoria como ilustrador tras recibir el premio Andersen hace tres años?
Ciertamente es una gratificación porque nadie está seguro de recibirlo. Pero es un proceso de reconocimiento, primero del IBBY italiano, luego la aceptación del comité y el resultado final. El hecho es que da un poco de seguridad. Me siento el último de una generación de autores muy preparada de la que, en Italia al menos, solo quedo yo.
Roberto Innocenti (Bagno a Ripoli, 1940) nació en una pequeña localidad toscana cercana a Florencia conocida por sus jardines e iglesias. Allí vivió la II Guerra Mundial, algo que le marcó con sus pocos años. Dejo la escuela a los trece años para trabajar en una fundición de acero y emigrar a Roma a los 18 años para trabajar en un estudio de animación. Allí empezó a aprender el oficio de ilustrador que le permitió volver a Florencia, donde ejerció de diseñador gráfico. Un encuentro con John Alcor, artista norteamericano, le permite publicar sus primeros trabajos como ilustrador de libros. Pero fue otro encuentro, con el ilustrador suizo Étienne Delessert, el que le permite recrear una nueva Cenicienta, publicada en 1983, situada en el Londres de los locos años 20. Este primer gran trabajo le permite editar dos años más tarde la que quizás sea su obra más personal junto a su interpretación del personaje Pinocho: Rosa Blanca, la historia de una niña alemana que ve el horror del holocausto a su alrededor.
Las imágenes de Rosa Blanca impactan, en el estilo de un autor que se adapta muy bien al espíritu de cada libro. Innocenti cuida los detalles, los personajes, las arquitecturas y los ambientes; sus dibujos parecen retazos de realidad vistos con encuadres diferentes. Sus trabajos son retratos hechos con un ojo subjetivo que caracteriza escenas y las llena de recuerdos personales. Son cuadros que hablan y permiten hacer verdad que una imagen vale más que mil palabras. Todo un lujo para lectores infantiles.
Bibliografía para jóvenes (Año de edición original)
- (1978) Velas, raíles y alas de Seymour Reit. Plaza y Janes, 1981.- (1983) La Cenicienta de Charles Perrault. Anaya, 1984. (Lumen, 2002)
- (1985) Rosa Blanca de Christophe Gallaz. Loguez, 1987.
- (1988) Las aventuras de Pinocho de Carlo Collodi. Altea, 1988 (Kalandraka, 2005)
- (1990) Cuento de Navidad de Charles Dickens. Lumen, 1990.
- (1996) El Cascanueces de E.T.A. Hoffman. Lumen, 1996.
- (2002) El último refugio de J. Patrick Lewis. F.C.E., 2003.
- (2004) Era calendimaggio de Angela Naneti. Giulio Einaudi, 2004.
- (2004) La historia de Erika de Ruth Vander Zeer. Kalandraka, 2005
- (2008) Das Medaillon de Andrea Camilleri. Rowohlt Verlag, 2008.
- (2009) La casa de Patrick Lewis. Kalandraka, 2010.




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