xoves, 7 de febreiro de 2019

¿Y si todos tuvieran razón en Podemos?


Alberto Gómez Vaquero
Periodista, escritor y profesor universitario.
https://www.nuevatribuna.es/

Lo peor no es que ambos frentes en Podemos estén equivocados, sino que ambos pueden tener parte de razón en sus críticas al contrario. Lo que sin duda dificulta alcanzar ese mantra de la unidad
Lo peor en la contienda interna de Podemos, en términos ideológicos y de estrategia, es que ambos frentes pueden tener razón. O parte de razón, al menos. 
Desde mi punto de vista, acierta Errejón al señalar la importancia de lo simbólico en el actual momento político. Podemos no consiguió evitar -y en ello fue determinante el pacto con IU- quedar encasillado como un partido de izquierda radical, lo que contribuyó, por un lado, a la desafección de parte de sus votantes (los más centristas) y por otro, a una reacción por parte de la derecha y de las estructuras de poder destinadas a frenar el auge de este partido.
Dicho de otra manera, Podemos ha renunciado a parte de su capital simbólico o ha creído que con hacer suyo el capital simbólico tradicional de la izquierda era suficiente para alcanzar una posición hegemónica, al menos, entre el electorado de izquierdas: muy defraudado con el PSOE desde la época de Zapatero.
Es en este sentido en el que el fondo de la propuesta de Errejón -situar a Podemos en un lugar donde más personas se sientan interesadas y menos amenazadas; donde tu movilización sea mayor y la del adversario menor- me parece acertado. Otras cosas son las formas, que también son políticas y también tienen consecuencias.
Porque esas formas han espantado a los esencialistas de izquierdas, quienes han comenzado a calificar -alentados por la dirección de Podemos y por Anticapitalistas- de “nuevo PSOE” a la plataforma de Carmena y Errejón, a quien también han tachado de traidor, entre otras lindezas. De modo que parece difícil pensar que esa porción de Podemos, ardua de cuantificar, vaya a votar a Más Madrid o cualquier propuesta similar. De ahí que ir por separados a las elecciones y unirse luego, puede ser una buena solución para captar el mayor número de votos posibles en la izquierda.
Pero hay otro riesgo en el movimiento de Errejón -y en la propuesta de Carmena- que acaso sea el más importante a largo plazo: el de aprovechar la necesidad de que gente de la sociedad civil acceda a la política para asumir como necesaria una política televisiva, basada en el liderazgo de los «comunicadores mediáticos»: estrellas convertidas en mascarones de proa o marcas electorales de un proyecto cada vez más indefinido (Como Pepu Hernández en el PSOE). 
Esto coincide con la acusación de cierto cesarismo que algunos como Garzón han lanzado sobre Carmena y Más Madrid; acusación no infundada del todo, si tenemos en cuenta la propuesta de Carmena de situarse “más allá de las ideas”, de la “lucha de partidos”, como ella misma ha dicho en una entrevista reciente; es decir, de situarse ella y su equipo como gestores aparentemente neutros (como si tal cosa fuera posible), sin otro apoyo ideológico que el sentido común -que como decía Barthes no es sino la ideología de las clases dominantes-. Una posición que, por dejar de lado los valores, lo mismo puede servir para fomentar la justicia social que para entorpecerla. Recordemos, a este respecto, que nadie ha reivindicado más el sentido común en los últimos años que Mariano Rajoy.
Que en los últimos días Carmena se haya despachado defendiendo la operación Chamartín -pese a las nuevas pruebas sobre corruptelas y pelotazos publicadas por eldiario.es- o reconociendo la legitimidad de Guaidó en Venezuela (lo que no es de su cometido), favoreciendo así un discurso que puede acabar en una invasión del país caribeño por los Estados Unidos demuestra cómo la aparente neutralidad muchas veces es sólo una excusa para no salirse del pensamiento dominante. 
Si sumamos esto a que buena parte de las actuaciones de Carmena y su equipo han ido encaminadas a lidiar con el (grave, sí) problema turístico y de tránsito que sufre el centro, pero han dejado muy abandonada la periferia, podemos concluir que argumentos no les faltan a quienes desde su izquierda consideran el proyecto de Más Madrid demasiado amable con las élites y poco preocupadas por las clases populares.
Sin embargo, tampoco faltan razones a los errejonistas, pues de quienes tratan a Errejón y Carmena de traidores, de caballos de Troya de la derecha, de izquierda blanda útil al proyecto de las élites, cabe decir que su posición además de lo dicho más arriba, no está exenta de otras contradicciones tácticas. En Podemos se asume desde hace años la existencia de un voto muy fragmentado, pero al mismo tiempo parte de su militancia y de su dirección (El pablismo y anticapitalistas) ve una traición a sus esencias izquierdistas pactar con Ciudadanos, con el PSOE -con quien las bases se negaron a pactar en la consulta celebrada a este respecto en 2015- y ahora hasta con Más Madrid, de manera que alejado de todo pragmatismo a ese Podemos puro y sin mácula en su izquierdismo sólo le quedaría o el improbable triunfo por mayoría absoluta o la asunción de una intranscendencia cejijunta y enfurruñada similar a la que ha padecido IU durante casi toda la democracia. Pues sin pactar con Ciudadanos o PSOE, difícilmente podrá gobernar. Y si Podemos pacta con el PSOE o con Ciudadanos, una de las críticas clave contra Errejón, su pragmatismo, desaparecería.
Como decía al principio, por lo tanto, lo peor no es que ambos frentes en Podemos estén equivocados, sino que ambos pueden tener parte de razón en sus críticas al contrario. Lo que sin duda dificulta alcanzar ese mantra de la unidad -no sé hasta qué punto útil- y, acaso lo más importante, la posibilidad de pactos posteriores toda vez que los rencores y las diferencias ideológicas y de táctica no paran de crecer entre una facción y otra. Súmese a esto la división interna en Izquierda Unida -ese gran oxímoron- entre quienes desean pactar con Más Madrid (IU Madrid) y quienes quieren permanecer fieles a Podemos (Garzón) y el nudo se muestra como realmente es: difícil de deshacer.

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