Se puede concluir que el trifachito de Aznar habría tenido más éxito lanzando sus soflamas en los púlpitos en vez de en las calles, en los ruedos en vez de en las plazas, en los cuarteles en vez de en las redes. Que su convocatoria de desbordar las calles por la unidad de España ha sido un fracaso. Que la han liado parda para casi nada que no fuera meternos miedo en el cuerpo: matonismo político de alto voltaje con resultados de baja intensidad. Los partidos de la derecha decidieron dar un puñetazo en la mesa y se han roto los nudillos: Casado, Rivera y Abascal están ahora mismo en el puesto de socorro. Para saber quién sale más damnificado de los tres, habrá que preguntarle a José María Don Cicuta Aznar, instigador del pinchazo .
Pero en el plan del trifachito hubo algo que debe hacernos pensar: el hecho de que recibieran una publicidad previa a su manifestación que ya la quisieran otros convocantes de la ciudadanía. Porque esa derecha ha pinchado en las calles pero ha ganado en los medios. Como un pistolero asaltando el Congreso de los Diputados, las tres puntas del tricornio político que son PP, Ciudadanos y Vox irrumpieron en las redacciones, en los platós, en los informativos, en las listas de distribución, y todo el mundo, desde el mayor esclavo de la actualidad a la persona más despistada, lo sabía todo sobre lo del domingo en Colón. Peor: todo el mundo sabía mucho más de lo que podía saber, pues lo que sí logró el trifachito fue dar naturaleza de realidad a una amenaza que no pasaba de bravuconería de primo de Zumosol. No es que haya que infravalorar al primo bruto, pues el puñetazo en la mesa se le puede escapar a otro sitio cuando se le gira la cabeza, pero su demostración de fuerza ha demostrado que era más el ruido que las nueces.
Bajo falaces excusas como la defensa de una España rota, parece que los del trifachito no querían exactamente unir los pedazos de la patria suya, sino que buscaban asustar. Y eso hay que reconocerles que lo consiguieron. La última semana fue de infarto: desde las más escépticas a las más influenciables, muchas personas alrededor hacían llegar mensajes catastrofistas acerca de lo mal que pintaba la cosa. No se sabía muy bien en qué podía traducirse ese mal (más allá de la demostración de fuerza que no fue), pero sí había una expectación extrema. Lo único que consiguió el trifachito fue meter miedo, e igual era lo único que pretendía (aunque cabe preguntarte con qué objetivo).
Los principales cómplices, voluntarios o no, de esa pretensión han sido los medios de comunicación. Periódicos, digitales, matinales, magazines han destacado tanto la convocatoria que prácticamente parecía que estábamos asistiendo a un Alzamiento en streaming. Desde luego, quien no asistió a la manifestación del domingo no puede decir que fue porque no se enteró. Lo que pasó, sencillamente, es que fue mucha menos gente de la que proclamaba la amenaza. Ha quedado patente que el trifachito no cuenta con el desbordante apoyo ciudadano que quería llevar por bandera.
Lo que debe preocuparnos es que el trifachito lanzó la amenaza y los medios la amplificaron de tal manera que cualquiera pudo llegar a pensar en gigantescas masas humanas avanzando en formación por todo Madrid, irradiadas desde la plataforma de Colón con su camisa nueva y cara a un sol que, tímidamente, los acompañó. Algo digno de Leni Riefenstahl. Pero no. El primo de Zumosol es alto y bruto pero le siguen menos pandilleros de lo que le gusta hacer creer, de lo que le compraron los medios.
Los medios de comunicación de todo signo amplificaron el impacto y el alcance de la convocatoria del trifachito. No sirvió para que fuera más gente a Colón pero, dando luz y taquígrafos a la convocatoria, dieron voz, y amplificada, al nacionalismo españolista, a la xenofobia y el racismo, a la violencia machista, a la crueldad institucionalizada de la tauromaquia y la caza, a la lgtbifobia estructural, a la educación segregada, a la familia sacrosanta. Haciendo eco de un ruido que aún no se había producido, los medios legitimaron las pretensiones ilegítimas que alimentaban la llamada. No me extrañaría que, en sus fantasías políticas más exacerbadas, Casado llegara a imaginarse el domingo rodeado de tal multitud que refrendara una autoproclamación presidencial callejera a la manera de Guaidó. No pudo ser ni aunque el colega Rivera le llevara al premio Nobel de los toreros y la jet set.
Que tomen nota las teles y los platós. Y reflexionen las redacciones. Porque si se inflan en los medios y pinchan en la calle es que hace falta más de un relator.
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