xoves, 21 de febreiro de 2019

Esa España a la que le siguen oliendo los calcetines

Casado, Abascal y Rivera convocaron y posaron juntos en la manifestación de la derecha en Colón.
Casado, Abascal y Rivera convocaron y posaron juntos en la manifestación de la derecha en Colón.
Javier Morales
https://elasombrario.com/

Esta semana me ha perseguido una foto. Ha ocupado la portada de casi todos los periódicos y en ella se ve a los líderes de la derecha y la ultraderecha, arropados por sus afines, en la plaza de Colón (pobre Colón). Miran al frente, con el mentón levemente subido, mientras escuchan el himno de España, en una especie de arrobo místico. Intentan ocultar sus mentiras y su desconfianza mutua bajo una bandera enorme. Nunca aceptarán que esa bandera cubre a todos los españoles, que hay otras maneras de sentirse español, tantas como ciudadanos, y que no necesariamente pasan por la suya. Frente a tanta mentira, caspa e intransigencia, hoy recomendamos leer (o volver a leer) ‘Contra todo esto’, de Manuel Rivas.
Es sabido que la suya es la de los hombres de bien, los herederos del general cuyos restos descansan en un mausoleo, mientras se niegan a enterrar con dignidad a los muertos arrumbados desde hace décadas en las cunetas. Es la España de la cleptocracia, la del capitalismo caníbal, la los toros, el saqueo al Estado, la de la mujer en casa, la de la misa obligatoria y la educación segregada y de pago, la de la testosterona, la que piensa que ser gay es una enfermedad y que los inmigrantes viene a robar y a delinquir, por eso hay que mantenerlos lejos. Es la España a la que le siguen oliendo los calcetines, aunque haya pasado por Harvard o falsificado un máster. Es la España a la que Rivera no quería darle la mano, pero hay muchas maneras de mostrar el afecto.
Otra bandera, en este caso la de los independentistas de ERC y PDeCAT, ha pesado más que el bienestar de los catalanes y hemos visto cómo sus votos se han sumado a los de los independentistas españoles (PP, Ciudadanos y Vox, los que nos quieren excluir a los españoles que no pensamos como ellos) para tumbar unos presupuestos que iban a paliar, aunque fuera mínimamente, los destrozos de una década.
Unos y otros querían elecciones. Los independentistas españoles para recuperar el poder, que consideran suyo, como el Estado y lo que contiene. Los independentistas catalanes para mantener el suyo porque saben que cuanto peor vaya en “Madrid” mejor les irá a ellos.
Habrá elecciones el 28 de abril (ya que estamos, cómo me hubiera gustado que se celebrasen dos domingos antes, el 14 de abril) y unos y otros saldrán en masa a votar. Su paladar no es tan exquisito, o caníbal, como el de la izquierda española. Una parte de esta izquierda se quedará en casa, con argumentos más o menos razonables pero que en todo caso facilitarán que la derecha recupere el poder y que se quede en él durante mucho, mucho tiempo. Una de las primeras medidas del tripartito andaluz ha sido darle la responsabilidad de aplicar la Ley de la Memoria Histórica a una diputada de Vox. El zorro cuidando de las gallinas. Es un anticipo de lo que podría venir.
Por eso, a todos estos ciudadanos que quizás estén desmotivados o que nunca hayan ido a votar porque no creen en el sistema o en los políticos (¿quién cree en ellos?, solo hay que exigirles que hagan su trabajo), les diría que leyeran Contra todo esto (Alfaguara), de Manuel Rivas, un libro necesario y luminoso del que hemos hablado en esta Área de Descanso. Publicado en abril del año pasado, antes de la moción de censura que renovó el ambiente fétido que se había instalado en el país, las palabras de Rivas son una sacudida contra la apatía, nos incitan a rebelarnos. “Siento vergüenza. La vergüenza te ayuda a ver. No es un desenlace, es el principio. La vergüenza abre paso a la esperanza. La esperanza no se espera. Hay que arrancársela de los brazos al conformismo”, escribe el autor gallego.
No nos conformemos. Todas las elecciones son importantes, pero creo que en estas que vienen nos jugamos demasiado. Podemos mantener la esperanza de que otro país es posible, por imperfecta que sea la política institucional, o quedarnos en casa y regresar al pasado, que sean otros quienes decidan por nosotros.

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