mércores, 20 de febreiro de 2019

LA ISLA DE LOS NIÑOS MUERTOS

 
 
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  Cuando me ofrecieron un trabajo sentí un gran alivio. Desde que acabé mi formación universitaria había tenido poca suerte. Algunos días ayudé en el hospital de la Caridad Saint Jude de Edimburgo, pero de ese lugar obtuve poco dinero y ni siquiera una carta de recomendación lo suficientemente persuasiva para poder trabajar en otro lugar de toda Escocia. No era fácil para una mujer, enfermera y matrona, mantenerse sin trabajo en esa época, y menos aún tras la muerte de mi prometido por tisis, 2 años antes. No estaba bien visto seguir sin familia, hijos y marido. Quizás por eso cuando me llegó la noticia sobre un trabajo de matrona en una pequeña comunidad rural en unas lejanas islas, con un sueldo casi 3 veces mayor de los habitual,  me pareció que quizás sería una buena oportunidad.
Las Hébridas Exteriores eran las islas más occidentales del Reino Unido, una serie de formaciones volcánicas abruptas poco habitadas, ya que el contacto con Escocia por barco no era frecuente ni cómodo. El trabajo era en una de esas pequeñas islas, la más alejada,  con poco más de varios centenares de habitantes cuando yo llegué, en 1889.


   Lo cierto es que el Sr Fiddes no fue muy sincero conmigo antes de la llegada. Solamente sabía que sería la única matrona de la zona y que la vida sería demasiado rural para Edimburgo. De lo que no me habló fue de la extraña enfermedad que hacía que casi todos los recién nacidos de la isla murieran antes de las 2 semanas de vida. Mi conmoción inicial duró poco porque por mí misma pude asistir a una de aquellas horribles muertes. Una noche una anciana se acercó a la pequeña casa (era más bien una choza) donde inicialmente me había acomodado, insistiendo en que fuera a ver si podía hacer algo por el bebé. Con poco más que un abrigo y un gorro partimos hacia otra casa más humilde aún, con un establo medio derruido en la zona posterior. Allí una vela tintineante alumbraba a una especia de caricatura de recién nacido, de 6 ó 7 días de vida, totalmente estirado, con los ojos hacia atrás y la boca en un gesto de dolor continuo, que emitía sonidos guturales y que respiraba de forma espasmódica. Parecía que a esa criatura le quedaba poco para reunirse con Dios. Nada se pudo hacer por él, salvo bautizarlo con agua de un cubo cercano donde bebían las ovejas. La madre, que no debía tener más de 23-24 años, parecía ajena a la situación, o aquello me pareció, puesto que mantenía una actitud distante y fría, como si  ya supiera lo que iba a pasar y no le afectara. Era su octavo bebé y a todos les había ocurrido lo mismo.


   Al día siguiente se enterró al bebé bajo los cimientos de la cabaña, algo muy frecuente en algunos ambientes rurales, como posteriormente supe. Al parecer los niños menores de 40 días ya desde la época romana eran enterrados bajo las puertas de las casas o en el tejado, y no se les guardaba luto ni se hacia ostentación de dolor. Pero actualmente, a finales del siglo XIX, aquella situación me pareció muy arcaica, aunque poco pude, ni quise, decir en aquellas circunstancias. También pude apreciar que en la sencilla ceremonia había pocos jóvenes, la mayoría eran ya de edad avanzada, al parecer muchos se marchaban a la cercana isla de Harris. Y también, quizás por ser la recién llegada, muchas miradas inquisitivas.No volví a ser llamada en las siguientes semanas para atender a nadie más.
   El Sr Fiddes pronto me pudo exponer la verdadera situación de la isla. Desde hacía años, muchos niños morían de un extraño mal, casi siempre en las primeras semanas de vida, y en algunos casos, la madre también moría. Esa situación no era nueva para mí, le dije, ya que muchas madres perdían la vida en el parto o tras este por hemorragias y otros problemas, incluso en Edimburgo. Los niños morían muy frecuentemente por debilidad o problemas relacionados con el parto. No sabía en aquel momento que allí la situación era especialmente desfavorable, nada parecida a la  ciudad: hasta 7 de cada 10 niños fallecían en las 2 primeras semanas, todos con el mismo extraño mal. Ese era el verdadero problema diferencial. La enfermedad se llamaba tétanos neonatal y no se conocían las causas. Muchas enfermedades modernas se debían a la  contaminación y mala alimentación de los arrabales de las ciudades cada vez más industrializadas, pero no parecía ser esa la causa, ya que allí era inexistente. Tampoco había miasmas de aguas estancadas ni otras posibles fuentes tóxicas. En los últimos 20 años murieron 41 niños de un total de 56 partos, casi todos alrededor del octavo día de vida, y muchas de las madres también fallecían.


   Algo debía suceder allí para que la pequeña comunidad de Santa Kilda no tuviera casi niños, ya que morían más de los que nacían. Las gentes de allí, sencillas, asumían el problema como un mandato de Dios, y lo aceptaban de forma sincera. El reverendo local dijo en una homilía que la causa era dada por Dios para adecuar la población a los recursos de la isla.
   El Sr Fiddes no encontró muchos más datos en el archivo local, pero buscó ayuda en la Royal Society de Escocia. El dr Turner concluyó que era téanos neonatal y encontró una referencia en un libro sobre la isla de Santa Kilda de 1764, del reverendo Macaulay, más de un siglo antes de mi llegada. En él se decía “’Los bebés de Santa Kilda están peculiarmente sujetos a un tipo extraordinario de enfermedad; en la cuarta, quinta o sexta noche después de su nacimiento, muchos de ellos abandonan la succión; el séptimo día sus encías están tan apretados y juntas que es imposible conseguir meter nada en la garganta; poco después de este síntoma, hay ataques convulsivos, y después de luchar contra estos tormentos, su suerte es morir agotados por lo general en el octavo día”.


Sospechaba que algún problema debía haber el momento del parto, aunque él no lo había detectado, le parecía que todo se hacía bien. Se creía además que el tétanos neonatal podía deberse a las malas condiciones de las casas, sin salida de humos, con acumulación del hollín y a la convivencia íntima con los animales Pero desde 1860 las casas ya se construían mejor, con mayor separación del ganado y los niños seguían muriendo. También se creía que la alimentación con aves marinas podía hacer que la leche materna no fuera adecuada y el bebé muriera. Ese fue el motivo de mi llamada, contar con una matrona puesta al día en el parto, para poder influir en las prácticas locales y cambiar la forma de asistir a las madres y niños. Estaba convencido que el problema, que era el tétanos, podría cambiarse mejorando las prácticas locales. La idea, que parecía buena y sencilla, no contó con lo fundamental: no nos llamaban en el momento del parto, sino a veces cuando la madre empezaba a sentir frío, su pulso se aceleraba y los ojos se volvían vidriosos, o bien para poder comprobar cómo fallecía algunos de los pobres bebés, por lo que pasaron varios meses hasta que pude asistir a un parto. El motivo era claro, y fácilmente comprensible. La asistencia al parto se hacía por parte de determinadas matriarcas de la comunidad, que a veces se desplazaban de alguna zona lejana de la isla para asistir a él, y la base de su rol en la comunidad era ese, el parto, por lo que no admitían a nadie “de fuera” en el acto. Poco después supe que antes que yo otra enfermera de Glasgow también había venido y había sido rechazada por la comunidad local, desistiendo en su empeño, aunque los niños fruto de su trabajo no enfermaron. Ninguno.


   Viendo la resistencia inicial, optamos por estudiar mejor los casos anteriores. Según lo que pudimos concluir la mayoría de los niños morían a los 8 días de vida, y todos ellos nacían en buenas condiciones. Algún niño había muerto al poco de nacer tras un parto difícil y creímos que no debía ser por la misma causa. Ni las madres, ni los familiares nos pudieron decir realmente cómo las matronas locales practicaban el parto, por lo que inicialmente poco podíamos cambiar.
Al tiempo conocí a la matrona local más antigua, llevaba 30 años ejerciendo el oficio. Ella misma había perdido 12 de sus 14 hijos por la enfermedad del octavo día.
Finalmente pude atender a 3 madres, con lo que había aprendido en la escuela de Enfermería y los consejos del dr Turner; alimentar con leche materna desde el primer momento, cubrir el cordón con una trapo aséptico y tintarlo con yodo. Fueron 3 partos sin complicaciones, con 3 hijos sanos y que no tuvieron problemas inicialmente ni en las semanas siguientes. En ese periodo hubo otros 2 partos a los que no pude asistir, y en ambos, los niños fallecieron al octavo día.
Por un motivo o por otro, mi trabajo en la isla fue cada vez menos necesario, ya que había muy pocos partos, y el dinero que se me ofrecía se acabó, por lo que regresé a Escocia en 1892. Sé que el Dr Turner visitó la isla y recomendó el lavado de manos frecuente, el lavado de la ropa del bebé (hasta entonces no se le cambiaba hasta pasados varios días) y usar un cuchillo o tijeras solamente para cortar el cordón, no para otros procesos, así como pasar por el fuego el metal previo al corte (esto último lo hacía yo, pero nunca pude comprobar in situ si las matronas locales lo hacían).
El último caso de tétanos neonatal fue durante mi estancia, en 1891, y, hasta donde sé, a día de hoy, 1900, no ha vuelto a presentarse la enfermedad del octavo día.
NOTA
-Santa Kilda fue evacuada en los años 30 del siglo XX, en parte por la despoblación tras los años en los que se perdieron varias generaciones por la muerte de los niños a los 8 días.


-Aunque ya Hipócrates describió el tétanos, su causa se encontró en 1884 y la toxina no se depuró  hasta 1890. Hasta ese momento, la mayoría de las enfermedades infecciosas se atribuían a factores ambientales o al contacto con sustancias nocivas, como los miasmas. Aunque se sospechó que el cordón umbilical podía ser el problema, no se encontró en la época relación inequívoca con la enfermedad en Santa Kilda.
-Aunque pudo haber otras causas, la enfermedad del “octavo día” era el tétanos neonatal. El tétanos neonatal es una enfermedad con una mortalidad natural entre el 80-100% producida por una toxina de la bacteria Clostridium tetani, que infecta un tejido y desde allí produce una enfermedad neurólogica consistente inicialmente en dificultades en la succión, irritabilidad, crisis convulsivas, hiperextensión del cuello, trismus, dificultad respiratoria y muerte. Es decir, el germen no penetra en la víctima, sino que su toxina asciende por los nervios hasta el sistema nervioso central. Esta bacteria está distribuida universalmente en el ambiente y en las heces de los animales (incluido el hombre), por lo que las medidas de asepsia son fundamentales. Puede vivir en forma de esporas durante largos periodos de tiempo siendo muy resistente a algunos antisépticos. Se puede adquirir en cualquier época de la vida, por lo que es necesario revacunarse periódicamente.   En el tercer mundo afecta a miles de madres y recién nacidos, contagiándose ambos durante el parto. Algunas fuentes dicen que 450000 niños y 40000 madre mueren al año de tétanos, aunque la cifra está muy infraestimada.


-La prevención del tétanos neonatales sencilla: vacunar a la madre, así se protege al recién nacido además. Si no, medidas de asepsia en el cuidado del cordón y de la madre en el puerperio.
-En 1928 se formuló la hipótesis de que la causa de las muertes era el tétanos neonatal, contagiado en el parto por las malas condiciones higiénicas, y especialmente por untar el cordón umbilical con aceite de fulmar, un aceite de olor muy fuerte de un pájaro costero que se creía de cualidades positivas.


-En muchas áreas rurales a lo largo de todo el mundo se unta un trapo con aceites para cubrir el cordón umbilical, y esta pudo ser la causa de la gran mortandad en Santa Kilda, el aceite de fulmar.
El fulmar es un ave costera que produce un vómito oleoso como defensa ante depredadores. Ese aceite era muy usado para iluminación y también se creía que tenía efectos medicinales. Los lugareños lo recolectaban en estómagos de alcatraz (como veis, toda ave que por allí circulaba se usaba para algo). Se cree que ese aceite, puesto en los cordones,  fue la causa de la epidemia de tétanos.
-Actualmente se cree que ese y otros factores debieron influir en ese mortandad, pues realmente no está claro que fuera el aceite. En los últimos años varios investigadores han vuelto a la isla (ahora es patrimonio de la Humanidad) y han tomado múltiples muestras del aceite de fulmar, y por técnicas de PCR, no se ha encontrado rastro de Clostridium tetani en ellas. Al mismo tiempo, se han tomado muestra del suelo y de los restos de las casas que aún quedan, y en todos ellos se ha encontrado Clostridium tetani. También se ha comprado in vitro que el aceite de fulmar no tiene ninguna propiedad antibacteriana contra el tétanos.
-La teoría más actual parece estar a favor de que el aceite no tuvo mucho que ver, quizás fue solo un testigo mudo o se pudo contaminar en el proceso de almacenaje (estómago de alcatraz), o bien ayudaba a crear un ambiente anaerobio donde el tétanos crecía a sus anchas. En otras islas se hacían prácticas similares y no existió la epidemia. Parece que el uso de cuchillos contaminados o la ligadura del cordón con crines de caballo pudieron ser las verdaderas causas, aunque en la época pasó desapercibido.
-Hoy en día en España no hay tétanos neonatal. Cuando un taxista ata con un cordón de zapatilla el cordón umbilical y lo corta, no deja de ser una anécdota graciosa para el telediario. Es excepcional que la madre no esté vacunada, por lo que el niño está protegido. Pero si no lo está, el recién nacido debe recibir una dosis de gammaglobulina antitetánica al menos, ya que la vacuna, que también habría que ponerla, no es tan rápida como la enfermedad, que podría acabar con el niño al octavo día de vida.


Hace unos días, la OMS ha declarado a la India como zona libre de tétanos materno y neonatal. Por el esfuerzo de muchos este mapa ya es antiguo.


Si quieres saber más sobre el misterio de la isla de Santa Kilda, y sobre la inocencia del pobre pájaro fulmar pincha este enlace.
Hoy Santa Kilda es Patrimonio de la Humanidad y está inhabitada

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