Antonio Ureña
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Que el nacionalismo ha buscado siempre su refugiado en banderas, eslóganes y símbolos para impedir el avance social real, es algo que venimos defendiendo desde hace tiempo y hemos vuelto a confirmar la pasada semana, cuando “nacionalistas patrióticos” y nacionalistas catalanes, votaron juntos para frenar unos presupuestosque pretendían revertir el austericidio al cual la política económica del PP, con el aval de Europa, nos condenó.
Aquellos que se ocultan bajo una bandera y de esta manera colocan por encima de intereses individuales y sociales los de un ente abstracto llamado patria – el cual no sería diferente al conjunto de intereses de los grupos dominantes- en realidad están hurtando un debate real sobre sus políticas económicas y sociales, que rápidamente las pondría en tela de juicio. A falta de un discurso claro sobre el tema colocan, a modo de solución de todos los problemas, la defensa de una patria, sea cual sea la misma.
Hoy, el nacionalismo catalán se ha convertido al independentismo y los partidos defensores del mismo ven en la proclamación de la República Catalana, la solución a todo problema. Dicho independentismo hace rasgarse las vestiduras a quienes han visto en Cataluña -no ya un problema político, para el cual únicamente buscan una solución, primero policial, después judicial- la oportunidad de esconder sus miserias domésticas nuevamente con banderas, esta vez no en los balcones, si no -de acuerdo a cifras o fotos difundidas por ellos mismos, que al igual que sus discursos resultaron falsas -. abarrotando calles y plazas. Unos y otros buscan en el conflicto una manera de desviar la atención sobre la autentica realidad y así como sobre sus verdaderas intenciones políticas. Unos y otros buscan la propagación del discurso de la intolerancia como manera de aglutinar adeptos y consolidar su posición.
El discurso vacío del nacionalismo catalán escode toda una realidad de recortes, privatizaciones y, en general, desmontaje de las estructuras del Estado del Bienestar, que dio comienzo en esa comunidad antes y con más intensidad que en el resto del país. Por su parte, el nacionalismo de derechas – el nacionalismo español- además de la misma realidad, esconde toneladas de corrupción; la cual parece no importar a nadie, siempre y cuando aparezca vestida con los colores de la bandera nacional. La bandera de todos. ¿De todos? Tristemente no. La han hecho suya, como suyo han hecho el discurso de la patria; un discurso excluyente, pues el mismo esconde una identidad de nación en la que solo caben ellos y quienes como ellos piensan. ¿Es casualidad que la misma semana en la cual se destapó la utilización por el PP de 1,5 millones de euros de procedencia irregular en la campaña electoral de 2011, mediante una empresa tapadera cuyo nombre -Paquí Pallá, SL- es una auténtica burla a la ciudadanía, sea convocada la citada manifestación de exaltación patria? En política, como en otros mucho ámbitos, las casualidades no existen y sí las causalidades.
Que el nacionalismo español se corresponde con una ideología de derechas y/o extrema derecha, ya lo sabemos; pero en el caso del nacionalismo catalán, la cuestión es más compleja. Que el Pdecat es un partido de derechas o, siendo generoso, de centro derecha, no nos quedaba duda pues el panorama de recortes descrito nos muestra una total evidencia de ello. ¿Y Esquerra Republicana? Como escribíamos en otro medio, este partido, en lugar de exigir la reconstrucción del Estado del Bienestar y la recuperación de los derechos robados a la ciudadanía catalana y por extensión a la del resto del país, se envuelve en banderas independentistas y se dedica a mirar las estrellas, las “esteladas” en este caso, y no a los ojos de trabajadores y trabajadoras -los viajeros de tercera- para conocer su sufrimiento presente y futuro. La izquierda catalana apoya este “independentismo de cortijo” y vota junto a sus hermanos mayores del partido que representa a la burguesía catalana “de toda la vida” y a sus supuestos adversarios políticos -es decir la derecha naranja o azul - en lugar de hacerlo junto al partido que, al menos en sus siglas, representa los intereses de los trabajadores y trabajadores. Unos intereses que se hubieran visto beneficiados con la aprobación de aquellos presupuestos de corte social que pretendían devolver parte de los derechos sustraídos, así como los beneficios de la supuesta reactivación económica.
El resultado de esta coalición nacionalista bipolar, ya lo conocemos: devolución al gobierno de unos presupuestos que han sido calificados -de manera un tanto petulante, nos atrevemos a decir- como los más sociales de la historia. La consecuencia de tal devolución, también la conocemos: convocatoria de elecciones para el 28 de abril. Unas elecciones en las que Vox -ya tratado como una fuerza parlamentaria resultante de unos comicios que ni siquiera se han celebrado- se nuestra decisivo con unos escaños necesarios para la nueva aritmética parlamentaria. Otra vez un ejemplo de política del rumor y del miedo, tan al gusto de la derecha, que esperemos actúe de revulsivo y la izquierda aglutine sus fuerzas con objeto de presentar una respuesta unitaria, así como eliminar el paisaje abstencionista, cuyo papel en las elecciones andaluzas es del todo conocido.
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