sábado, 19 de xaneiro de 2019

Los inmigrantes invisibles


Imagen de emigrantes españoles rumbo a Estados Unidos y dos de los negocios que montaron - ARCHIVO

MERCEDES GALLEGO
https://www.diariodeleon.es/

Ellos nunca se olvidaron de España, pero España sí se olvidó de ellos. Y no sólo España, también Nueva York, Estados Unidos y el mundo en general.
En qué cabeza cabía pensar que allí donde los irlandeses todavía celebran Saint Patrick y los italianos fundaron su Little Italy no iba a existir también una Little Spain que recogiese todo el desmoronamiento español de las colonias de Cuba y Puerto Rico.
Decenas de miles de españoles de todas las regiones cruzaron el Atlántico y ficharon frente a la estatua de la Libertad en Ellis Island, antes de plantar caña de azúcar en Hawai, criar rebaños de cabras en Idaho o picar piedra en Vermont. Se hicieron dueños de una esquina de Nueva York, la que conecta a los muelles del Hudson por la calle 14 y el West Village, hoy convertida en un barrio de moda, el Meat Packing.
De la potente comunidad española que salía en las páginas de sociedad del New York Times cuando Lorca descubría su identidad entre los rascacielos sólo queda como vestigio el centro La Nacional y la Iglesia de La Guadalupe.
Hasta eso es desconocido para la mayoría, pero como ha reconocido Guillermo Fesser durante la presentación del libro fotográfico Invisible Immigrants en el Instituto Cervantes, «puede que no sea la primera vez que se cuenta esta historia, pero sí la primera que emociona».
El periodista de Gomaespuma, afincado desde hace más de una década en el estado de Nueva York, no ha participado en la producción del libro que saca de las sombras a la diáspora española en Estados Unidos, pero dio voz a los que acudieron a su presentación porque «ser emigrante es muy complicado», confesó con un nudo de emociones.
«Es muy confuso tener hijos extranjeros, querer volver a un sitio pero volver y que ya no te entiendan, querer quedarte pero saber que nunca has llegador a ser, saber que tienes una gran ventaja porque conoces dos sitios, pero tienes una gran desventaja, porque ya no perteneces a ninguno».


Dos de los negocios que montaron los trabajadores españoles en Norteamérica
Los nuevos emigrantes
Más de un siglo después, españoles como Fesser o el periodista científico Luis Quevedo, que no han tenido que cruzar el Atlántico en barco pero representan a la emigración moderna, conjuraban los espíritus de aquellos que aparecen en las fotos en blanco y negro rescatadas por James Fernández y Luis Argeo, los autores del libro (www.invisibleimmigrants.com). Durante diez años han rastreado a sus antepasados por los archivos de Ellis Island, las tumbas de los Catskills y las amarillentas páginas de los periódicos de principios del siglo pasado.
Luego se han ido casa por casa a ambos lados del océano con un escáner en la mano para rescatar de los marcos las fotos de familia que se tomaban los emigrantes para mandar a España. Posaban en esos modernos estudios de foto neoyorquinos con las poses de Hollywood de la época, a veces como si condujeran un viejo Ford, que todavía no se podían permitir quienes compraban fiado un uniforme de camarero en La Iberia para encontrar trabajo en los restaurantes de la zona.
Fernández, un humanista descendiente de gallegos que como tercera generación tuvo que aprender por su cuenta el idioma de Cervantes, y su compañero de armas, un periodista asturiano cuyos antepasados trabajaron en las minas de zinc de Virginia Occidental, no han dejado tumba sin destapar.
Con su investigación han conectado todos los puntos del mapa español de Nueva York y el resto de Estados Unidos hasta trazar con nombres y apellidos el recorrido de esos gaiteros que se juntaban los domingos para jugar partidos de fútbol al norte de Manhattan, montaban ferreterías en la Quinta Avenida, fabricaban puros en Brooklyn y abrían bares en el Lower East Side cuando acabó la Prohibición.
Desapercibidos
No eran ni frailes ni conquistadores, por eso pasaron desapercibidos para la historia. Carecían de interés para el cine, porque no se hermanaban en bandas de mafiosos, aunque la primera película española rodada en Nueva York, El pobre Balbuena, se filmase en el Bronx en 1907. De ellos decía la prensa de la época que eran «trabajadores constantes y afanosos, que rápidamente se acomodan a la diversidad de lo climas encontrados en EE UU», concluía The Literary Digest en enero de 1919. El mayor porcentaje era «de clase trabajadora no cualificada», pero tendían a agruparse entre ellos y al final la propia comunidad generaba ocupación para otros españoles en bares, restaurantes, tiendas de comestibles, zapaterías y pequeños comercios.
Los que llegaban a Nueva York se alojaban en hoteles como La Valenciana, de la calle Cherry, para pedir información sobre posibles trabajos. En San Francisco, ya en 1900, era el navarro Juan Francisco Yparraguirre el que les alojaba en el Hotel Vasco, donde había construido un frontón.
Para 1928 el Diario La Prensa de Nueva York titulaba con que «Los Vascos dominan la industria lanar en los estados de Idaho y Nevada». Según el cronista, «mi impresión es que una nación cuyos habitantes progresan donde quiera que se encuentren no pueden seguir otro camino que el que sigue en la actualidad», concluyó.
No volverían a España
De los españoles, algunos de los cuales, como José Manuel Bada, se convirtieron en personajes clave de la vida bohemia neoyorquina, se decía que vivían pensando en volver, pero la mayoría no lo hicieron.
A sus hijos ya no les interesaba la casona que habían comprado con sus ahorros o la ‘tierruca’ en Asturias, Santander o el País Vasco. Luego llegó la guerra y hundió sus sueños. El Coro Juvenil del Comité Antifascista Español de Canton (Ohio) recaudó fondos para la república. El Club Obrero español de Harlem recolectó para las Brigadas Lincoln y la mayoría levantó el puño, mientras de España no llegaban más que noticias de penurias en las cartas de ida y vuelta.
Cuando acabó la Segunda Guerra Mundial y los aliados decidieron dejar a Franco en el poder para contener a la nueva amenaza de la Unión Soviética, muchos entendieron que no volverían a España. Adoptaron la ciudadanía estadounidense y empezó el proceso de asimilación. Si al principio se disfrazaban de americanos para integrarse y mandar fotos a casa, luego serían sus hijos los que se disfrazasen de españoles en el estudio fotográfico.
Todo eso lo cuentan las 300 imágenes seleccionadas de entre más de 7.000 para un libro que ha llegado a la Gran Manzana como quienes sonríen desde sus páginas, en barco. Sus autores se sabían depositarios de una herencia de nostalgia que no podían dejar en manos de cualquier editor, por lo que prefirieron recaudar por su cuenta los 45.000 dólares que necesitaban para publicar las imágenes de la diáspora en buen papel, con todo el cariño de los impresores madrileños, casi a relieve.
«Saludo y apoyo el proyecto de Inmigrantes Invisibles», dijo Plácido Domingo, «porque ayudará a conservar y divulgar el legado de estos hombres y mujeres anónimos. Puede que algunos hayan oído hablar de figuras como la gran Lucrecia Borja -la Bori-, que cantó durante décadas en el Metropolitan Opera de Nueva York, o de la bailadora y actriz Margarita Cansino, más conocida como Rita Hayworth», dijo el tenor, «pero estas son tan sólo dos figuras visibles de una comunidad vibrante y mayormente invisible de miles de españoles que sin ruido han hecho grandes contribuciones al tejido social y cultural de EEUU». Fernández y Argeo han acotado el trayecto de esta emigración española entre 1868, cuando comienza la Guerra de los Diez Años en Cuba y 1945, el año en que acaba la Segunda Guerra Mundial. En esos 77 años cuidadosamente desgranados en 223 páginas de fotografías y documentos se han dejado el alma, para dar vida a quienes la perdieron en el nuevo continente.

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