Christian Val
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La forma que tenemos de comunicarnos ha evolucionado. Prueba a salir de casa sin móvil por un día. Puede que se genere cerca de tu intestino delgado una sensación de angustia vital que nos empujará a deshacer nuestros pasos para volver a reclamar nuestro tan ansiado dispositivo. ¿Cómo quedaba la gente antes de la invención de Whatsapp? Pues no quedaba otra que fiarse de la puntualidad y la orientación .O bastaba con dejarse caer en el sitio de siempre y dejar el resto en manos del azar.
Como masa social contemporánea hemos abrazado sin remilgos las bonanzas de las nuevas tecnologías y nos hemos dejado mecer por la nueva era, que se ha instaurado de puntillas entre nuestros quehaceres diarios. Internet ha cambiado la forma de verlo todo y la inmediatez y el mostrar lo que hacemos, lo que pensamos y los lugares que visitamos es cometido de obligado cumplimiento si queremos evitar el FOMO (el miedo a estar fuera del mundo virtual). En tiempos de baes, crushes y shippeos no conviene dejar por retratar prácticamente nada.Todos llevamos una cámara en el bolsillo y todos estamos deseosos de plasmar todo cuanto sucede a nuestro alrededor, mostrar la felicidad a base de filtros y ser capaces de sobrellevar esta dura mañana de oficina poniéndonos unas tiernas orejitas de gato. Pero la dictadura del like no siempre provoca me gustas.
Lejos de echar más leña al fuego, introducir elementos psicológicos de estudio para determinar si nos estamos yendo al garete como sociedad o si es parte de una revolución necesaria, queremos hacer hincapié en un dilema que, en lo que concierne al mundo de la música, se convierte en un interesante elemento de análisis. Sí, es tiempo de hablar de los móviles en los conciertos.
Estás en la esperadísima gira de tu grupo favorito. Llevas demasiado tiempo deseando disfrutar en concierto de ese chute de energía y de aquella lacrimógena balada que logra helar tus arterias. En tal tesitura, el libre albedrío no lo es tanto y te permite dos opciones básicas: O inmortalizar con la cámara de tu dispositivo todo cuanto sucede o enfadarte horrores con el que está justo delante haciendo larguísimos stories de cada cosa que sucede, tapando todo conato de correcta visibilidad.
No todo son extremos. También existe la mesura. Grabas diez segunditos, o haces un par de fotos y el resto lo disfrutas sin pantallas de por medio
Bueno, ese enfoque es partidista, no todo son extremos. También hay una tercera vía, donde tiene cabida la mesura. Grabas diez segunditos, o haces un par de fotos. Y el resto lo disfrutas sin pantallas de por medio. Que lo visual tiene cada vez más peso en los espectáculos no sorprende a nadie a estas alturas de la película. Capturar la belleza y mostrársela al mundo que no ha tenido la suerte de poder disfrutarla in situ es un impulso tan extendido como razonable. Y luego está lo de fardar, huelga decirlo. Que tire la primera piedra aquel que esté aquí delante y no sienta la tentación de sacar el móvil.
El problema es que, dejándote llevar por la algarabía y quién sabe si alguna ingesta desaforada de líquidos alejados del agua de manantial, los resultados de esa grabación no son siempre los esperados. Tembleque generalizado, planos imposibles, saltos en los que intuir una maraña de manos y un espantoso ruido de fondo que resulta ser una canción que en directo suena a las mil maravillas pero tu móvil la reproduce como si un elefante estuviera pateando una lata de detergente. Por no hablar del brasas que se pone a tu lado gritando “lo estás grabando? Qué guapo, tío, pásamelo, ¿vale?"
Amén de que nos pueda gustar más o menos, luego están los condicionantes legales. Grabar un directo, por ejemplo, supone una vulneración flagrante de los derechos de los organizadores de eventos y músicos. Estos tienen el derecho exclusivo de autorizar la fijación de sus actuaciones, así como los derechos exclusivos de reproducción y comunicación pública de esas fijaciones. Otra cosa es que puedan hacer la vista gorda o incluso prefieran que se les grabe y distribuya mediante redes sociales.
El público sosteniendo sus móviles durante un concierto de U2 en París. / JACQUES DEMARTHON/AFP/Getty Images
LOS ARTISTAS, DIVIDIDOS
Y ante esta moda del todo menos pasajera, los artistas se debaten entre diversas posturas. Unos alaban este nuevo modus operandi global y requieren la interacción del público con sus teléfonos, ya sea para viralizar por redes un concierto determinado o para conseguir que la audiencia brille para dejar boquiabierto al más pintado. Antes se hacía con mecheros, que pensará algún nostálgico.
Otros, por supuesto, se toman fatal esto de que la multitud vea sus conciertos a través de una pantalla. Artistas de por aquí como Robe Iniesta, líder de Extremoduro, lo han dejado claro con alegatos en contra de este modo de disfrutar los eventos, incluso llegando a prohibir su uso en muchos de sus conciertos. También iconos como Van Morrison anunciaban por megafonía previa al concierto que si se veía algún flash, el concierto se acabaría sin solución de continuidad. Y otros, como Alicia Keys, ha solicitado en más de una ocasión que los móviles se guarden bajo llave en los conciertos.
En esta dirección se mueven algunas iniciativas. Apple patentó hace unos años un sistema para impedir que puedas hacer vídeos en los conciertos mediante el uso de una cámara con detección de señal infrarroja que permite bloquear la grabación de audio y vídeo en determinados dispositivos. Igualmente, varias empresas (como Overyondr) han comercializado ya un dispositivo similar a este, un estuche que no podrás abrir hasta salir nuevamente del recinto:
¿La solución? No parece sencilla. Quizá especificar en el momento de compra de las entradas si la banda permite realizar grabaciones o por lo contrario está totalmente prohibido el uso de estos dispositivos. ¿Y tú? ¿Verías con buenos ojos semejante prohibición?
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