El 3 de enero de 1944, al tren que cubría la ruta Madrid-A Coruña le fallaron los frenos a la altura de la localidad leonesa de Torre del Bierzo. Nunca se llegó a saber con certeza cuántas personas murieron en el siniestro: el régimen franquista dijo que 78, pero distintas investigaciones posteriores elevan la cifra a más de 500
M. VIÑAS
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Los gallegos se despertaron la mañana del 4 de enero de 1944con las novedades de la actividad bélica en Ucrania y en Italia, con el hundimiento de un destructor norteamericano, con la reunión entre el Caudillo y el delegado nacional del Frente de Juventudes y con el que sería el peor accidente de tren de la historia de España, quizá el de todo el mundo, pero entonces aún no lo sabían. «Grave accidente ferroviario al chocar en el interior de un túnel el correo Madrid-Coruña con una máquina», titulaba La Voz de Galicia a tres columnas aquel martes de hace 75 años, dos días antes de Reyes, una noticia breve que hablaba de una fuerte colisión a la altura de la localidad leonesa de Torre del Bierzo, de una locomotora incapaz de frenar y de 26 muertos -«se supone que aún hay más», se advertía ya entonces-. El régimen franquista cifró oficialmente después el número de víctimas en 78. Nunca se llegó a saber con certeza cuánta gente falleció en el fatal siniestro. Hay voces que hablan incluso de más de 500. ¿Qué pasó en el túnel número 20?
El 2 de enero, el tren correo-expreso número 421-un tipo de ferrocarril que, además de transportar pasajeros, arrastraba una oficina ambulante de Correos- partió de Madrid con dirección a Galicia con unos 900 viajeros y dos horas de retraso. Entró en la estación de Astorga pasado el mediodía, donde se detuvo para comprobar el sistema de frenado que, defectuoso, le había obligado a partir con dos locomotoras. La marcha se reanudó con una sola máquina propulsora -la primera había fallado- que no consiguió detenerse en Albares de La Granja y que, como un rayo, entró a toda velocidad en el subterráneo inmediatamente posterior a la estación de Torre del Bierzo, ya a la salida del pueblo.
En el túnel, se encontró con una máquina que se efectuaba maniobras con tres vagones. La violencia de la colisión fue tan brutal que las dos locomotoras y varios de los coches quedaron atrapados dentro de la gruta y el resto salieron disparados al exterior, ocupando las vías en ambas direcciones. En sentido contrario, un tren de mercancías, con 27 vagones de carga y un furgón, se acercaba completamente ajeno a la tragedia.
Las señales de la estación se averiaron como consecuencia del choque y las del maquinista de la locomotora de maniobras, que había conseguido salir ileso de la colisión del túnel, no fueron suficientes para que la pareja conductora del carbonero reaccionase a tiempo para detener el convoy, que descarriló y volcó, llevándose por delante al superviviente.
«Hasta el momento han sido extraídos 26 cadáveres de las unidades que quedaron más cerca de la boca del túnel y se supone que dentro del mismo se encontrarán aún más, ya que hasta el momento en el que se redacta esta información y por causa del incendio que aún sigue no ha sido posible penetrar dentro del túnel. Los heridos graves y leves son 61, que han sido conducidos a León», recogía aquel día la información de La Voz. El juzgado de Ponferrada levantó el acta con una cifra de 58 cadáveres y en la sentencia del juicio se establecieron un total de 83; Renfe había informado oficialmente de 78. Cinco habrían fallecido posteriormente a consecuencia de sus heridas. Sin embargo, investigaciones posteriores elevan el total a unos 500, incluso a 800. La mayoría de las víctimas mortales fueron viajeros de primera clase, a los que se suman los trabajadores de la operadora ferroviaria y los de Correos. En el tren viajaba el equipo de fútbol del Betanzos, que por entonces militaba en la tercera división y se había desplazado hasta Palencia para jugar un partido. Dos de sus jugadores, el defensa Amarelo y Moisés, portero suplente, perdieron la vida.
Federico Justo Méndez, vecino de Verín, Ourense, también iba en ese tren. Sobrevivió. Tenía nueve años cuando el ferrocarril en el que viajaba desde Asturias se acopló en León a los del correo-expreso que llegaba de Madrid. Él y su familia ocupaban uno de los últimos vagones. Eso les salvó la vida. «Os vagóns eran de madeira. Houbo un gran incendio e non se me esquecerá na vida a xente que saía do túnel ardendo e gritando».
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