Alberto Díaz - Pinto
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Si me preguntaran que desde cuando existe la piratería musical, diría que desde que se inventó la cinta de casete, un medio barato, sencillo y portátil, que era muy fácil de duplicar. En realidad, el contrabando generalizado se remonta aún más lejos de lo que cabía pensar.
Durante la década de los años 50, en la antigua Unión Soviética, apareció un movimiento llamado stilyagi -eran los hipsters de la época-, cuyos miembros se declaraban fanes incondicionales de la cultura occidental, y más en particular, de su música -jazz, boogie y rock ‘n’ roll-. Desesperados por las ‘melodías occidentales prohibidas’, idearon una manera de imprimir sus propios registros. El único problema era la escasez de vinilos.
Tiempos desesperados requieren medidas desesperadas. La solución consistió en hacer grabaciones caseras en radiografías usadas. Era la llamada ‘bone music’. Debido a la escasez de vinilo, los stilyagi buscaban en los contenedores residuales hospitalarios, para encontrar radiografías desechadas, muy abundantes y baratas.
Con un cortador de disco, duplicaban las canciones occidentales que lograban introducir en la Unión Soviética, a través de países satélites como Hungría. Copiaban el sonido en la radiografía, cortaban el círculo con unas tijeras, y utilizaban un cigarrillo para hacer el agujero del centro, hecho que permitía reproducir la grabación en cualquier plataforma giratoria.
Las grabaciones eran de muy mala calidad, pero asombrosamente baratas, ya que un disco podía costar alrededor de un rublo en el mercado negro. Aparecieron unos distribuidores de ‘bone music’, llamados ‘Roentgenizdat’, una red clandestina reproductora de temas censurados en el bloque soviético. Poco después, el ‘Roentgenizdat’ distribuiría millones de grabaciones en formato de rayos X.
Fue un mercado que no duró mucho tiempo, pues las autoridades soviéticas, durante finales de la década de los 50, acabaron con los distribuidores más importantes. En los 60, los jóvenes leninistas del Komsomol, hacían patrullas para cazar a los distribuidores, cuyas grabaciones eran confiscadas.
Con el tiempo, la industria de la música occidental popularizó su propia versión de esta ‘bone music’. Sería con los flexi-discos, que de igual modo que las grabaciones en radiografías, eran grabaciones hechas en láminas de vinilos delgados y flexibles, que se solían distribuir en revistas e incluso en cajas de cereales.
¿Os imagináis estar escuchando un vinilo de Elvis Presley en una radiografía del tórax?. Los stilyagi afirmaban que de esa manera Elvis viajaba en los pulmones de un moscovita con tuberculosis y Duke Ellington en la exploración craneal de la tía Natasha. Si os ha gustado el artículo, dadle a compartir y dejadnos una opinión sobre la evolución del mercado negro en el mundo de la música.
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