Hagan la prueba al verles en la televisión o escucharles en la radio. Podrán hacer infinitos giros dialécticos, pero Casado y Rivera se ciñen a ese cansino guión
Carlos Hernández
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La eutanasia es comparable a la venta de órganos y a la esclavitud. Los niños andaluces son un 20% más tontos que los de Castilla y León. Subir el salario mínimo destrozará la economía española. No se puede cambiar el nombre franquista de un colegio porque pondría en riesgo la convivencia... Viendo estos titulares, generados todos ellos en las últimas 24 horas, resulta más que comprensible el empeño de la derecha española por llenar el país de banderas. De aquí a las próximas elecciones generales la estrategia del PP y de Ciudadanos va a ser la de intentar taparnos los ojos con un trapo rojigualda, mientras aturden nuestro oído repitiendo, una y otra vez, las palabras mágicas: ¡Que vienen los independentistas!
El discurso de los gemeliers de la política no se sale de un único carril: identificar al gobierno de Sánchez con Puigdemont, con Maduro y con ETA. Hagan la prueba al verles en la televisión o escucharles en la radio. Podrán hacer infinitos giros dialécticos, pero Casado y Rivera se ciñen a ese cansino guión. Sánchez está secuestrado por los independentistas, por Pablo Iglesias y por Otegi. Da igual cuál sea la realidad que vive nuestro país. No importa que los Jordis y Junqueras sigan, en mi opinión injustificadamente, en prisión. Ignoremos que los presupuestos pactados entre PSOE y UP, aunque puedan ser, como todo en la vida, discutibles, son sensatos y están cargados de medidas sociales. ¡Qué más da! El PP y Ciudadanos lo han apostado todo a la estrategia Trump. Sus líderes ya viven, desde hace tiempo, en el mundo de las fake news o de los «hechos alternativos», como solía decir una de las asesoras del presidente estadounidense.
La España que tienen que crear para ganar las próximas elecciones está llena de independentistas comeniños, de podemitas deseosos de hacer el mal por doquier y de etarras campando a sus anchas por las calles de Euskadi. ¡Qué digo de Euskadi! ¡Hasta por el barrio de Triana! Para lograr su objetivo cuentan con una enorme legión mediática. Otra cosa no, pero el PP siempre ha sabido pagar los servicios prestados a sus periodistas falderos y esa es La Razón por la que estos siempre se muestran tan leales. Que se lo digan al expresidente de RTVE, José Antonio Sánchez, que este mismo miércoles era ya fichado por la Iglesia Católica para ocupar un puestazo en la cadena COPE. La derecha extrema que controla, a día de hoy, tanto al PP como a Ciudadanos tiene voceros de sobra para que una buena parte de España se sienta al borde de la guerra con Cataluña y a un paso de que grupos de sicarios venezolanos les quiten sus pensiones y sus apartamentos en la playa. No me extrañaría que Casado o Rivera acaben diciendo, en los próximos meses, algo así como: «Podría dispararle a alguien en la Gran Vía y no perdería ni un solo voto». Probablemente sería así. Son las ventajas de vivir en un país virtual en el que la realidad importa cada día un poco menos.
El director de The Washington Post, Martin Baron, entrevistado por el maestro Iñaki Gabilondo, reivindicaba el valor del verdadero periodismo en estos tiempos oscuros. «¿Cómo podemos tener una democracia si no somos capaces de ponernos de acuerdo en lo que sucedió ayer? Cada uno puede tener sus propias opiniones, pero no puede tener sus propios hechos», decía Baron. Importando la reflexión a nuestra realidad patria, la misión de los periodistas de verdad, que son la inmensa mayoría, debe ser la de retirar la bandera y ver los hechos que hay detrás de ella. Ahí aparecerán los aciertos y torpezas de este Gobierno, las virtudes y defectos de Unidos Podemos, las contradicciones infinitas y los legítimos anhelos de los independentistas… Ahí, al menos de momento, no veremos a la derecha moderada que parece estar de retirada. Sí contemplaremos el rostro de la derecha dura que siempre se opone a la ampliación de las libertades hasta que no le queda otro remedio. Lo hizo con el divorcio, con el aborto, con la igualdad entre hombres y mujeres, con el matrimonio entre personas del mismo sexo y vuelve a hacerlo ahora con la eutanasia, utilizando comparaciones que suscribiría monseñor Escrivá de Balaguer. Ahí también veremos a los gemeliers con el rostro desencajado, indignados como nunca lo habían estado porque se va a subir el salario mínimo a la descomunal cifra de 900 euros. Ahí les veremos hacer equilibrios para reivindicar el franquismo sin que se les note demasiado. Ahí les veremos menospreciar a los niños andaluces porque, como diría Mariano Rajoy, esos chavales no son hijos de la buena estirpe.
Sé que no es fácil, pero no hay otro camino posible para que prevalezca la verdad y para empezar a apaciguar los odios interterritoriales. Apartemos la bandera y veamos la realidad.
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