El 8M mantiene el pulso: de parar el mundo a mostrar cómo moverlo
Las mujeres saben mucho del miedo, porque es la verdadera marca del maltrato. Miedo a desaparecer, a no valer para nada, a no ser nadie. La cara más perversa de la violencia machista es su cara amable y simpática. Lo más difícil de todo es enfrentarse a una violencia que pasa desapercibida allí afuera, pero que se instala y alimenta un terror destructivo en lo más hondo del cuerpo. ¿Cómo escapar de un maltratador que es un buen tipo para todo el mundo? ¿Cómo creer más en ti misma que en tu entorno? ¿Cómo no invisibilizar, naturalizar y acabar conviviendo con tu propio miedo, sino verlo, aislarlo, apartarlo y vencerlo? El feminismo nos ha enseñado a analizar el miedo y a ponerle palabras. Pero la verdadera fuerza del feminismo no está en constatar el miedo, sino en constatar que, hasta en las condiciones más adversas, podemos superarlo. No solo somos víctimas. Somos, sobre todo, supervivientes.
Y quienes le han tenido que plantar cara al miedo tienen mucho que decir de los tiempos que vienen para todos. Hace poco, mi compañera Laura Macaya analizaba en unas jornadas una pintada en una pared con un lema feminista que decía: "El miedo va a cambiar de bando". Con una argumentación muy acertada, dijo que no deberíamos querer que el miedo cambie de bando. Nosotras no debemos querer miedo. Me parece clave en tiempos de incertidumbre social y política en los que una ultraderecha punitiva y populista agita las peores pasiones y redirige el miedo –el miedo a la precariedad, al desempleo, a la falta de certezas– contra los más débiles y vulnerables.
Me parece que una de las lecturas clave de nuestro presente ha de ser que los hombres, esos a los que se les ha enseñado a demostrar su masculinidad y esconder las fragilidades, esos hombres tienen también mucho miedo. Quizás a perder privilegios, pero también a no poder cumplir con su papel tradicional de padre sustentador, proveedor de seguridad para su familia y de prosperidad para sus hijos. Vox está tratando de canalizar eso contra las mujeres, los migrantes y las personas que viven su identidad de género y su sexualidad de modo amenazante para la masculinidad tradicional. Justamente porque los hombres tienen también miedo, creo que las feministas debemos ser capaces de entenderlo en parte –lo cual nunca fue justificar– para saber cómo desactivarlo. El miedo de los hombres no va a traer nada bueno para las mujeres y nuestra victoria, frente a quienes quieren agitar esos miedos y volverlos contra las mujeres, los extranjeros y las personas LGTB, es derrotarlo entre todos. Tenemos que combatir la precariedad, la desigualdad, la pobreza, la imposibilidad de tener garantizado el derecho a la vivienda, el reparto de los cuidados y las actuales leyes de extranjería. Abordar todas esas cosas es una batalla contra el miedo y el fascismo que vive de él.
Y tenemos que hacerlo con toda la modestia que, frente a los grandes relatos heroicos patriarcales, puede aportar el feminismo. Nosotras no estamos vacunadas contra la violencia, ni exentas de cometer errores. Nuestra actitud crítica consiste precisamente en saber que nosotras no estamos a salvo de reproducir exclusiones o volver nuestros miedos contra otras. Estos últimos meses, muchas feministas han señalado a uno de los colectivos de mujeres más vulnerables, las mujeres trans, y han agitado absurdos e irracionales miedos contra ellas. Puede que estas feministas, algunas de las cuales son históricas militantes feministas a las que debemos grandes cosas, tengan miedo a perder su lugar en la Academia, sus puestos institucionales, su voz y su discurso.
Creo, sinceramente, que nada de eso justifica las absurdas fobias que hemos leído en tantos medios. El hecho de que existan personas trans y que haya quienes no se identifican con el género que se les asignó al nacer plantea, es cierto, un enorme reto teórico y político al feminismo. Pero deberíamos abordarlo con confianza y sin miedo. En el mundo patriarcal que habitamos, las que nacemos con vagina, es cierto, tenemos un destino asignado. Sufrimos una violencia estructural que sexualiza, agrede y mutila nuestros cuerpos. Pero no es menos cierto que ese mismo orden patriarcal desata toda su violencia contra las mujeres que no tienen vagina, a las que agrede por poner en duda las normas y los repartos de roles asignados. Esa violencia es también una violencia machista y patriarcal y nos compete a las feministas abordarla. Como, por cierto, nos compete pensar por qué los hombres con pluma que encarnan una feminidad indebida son también carne de la exclusión e incluso de la violencia sexual. ¿Por qué no podemos abordar todas esas cuestiones? ¿A qué tenemos miedo?
Este 8 de marzo será una victoria si demostramos, una vez más, que el amor vence al odio y que la esperanza vence al miedo. "Yo no soy una víctima" dice Yesenia. Prefiere ser, como muchas otras, una luchadora. Sale este día, junto a muchas mujeres mexicanas, argentinas, chilenas, españolas, inglesas o italianas a combatir el miedo. Si las madres luchadoras contra el feminicidio en México son capaces de salir con alegría y esperanza a las calles, si llenamos esas calles junto a las mujeres trans, verdaderas supervivientes de la violencia y el miedo, si lo hacemos incluso junto a hombres que pueden reconocer que ellos también tienen miedos y quieren abordarlos con nosotras y no contra nosotras, ¿cómo no vamos a ganar?
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