La medida más eficaz contra el contagio radica en la colaboración voluntaria de la población. Las fronteras nunca han evitado la entrada de los agentes patógenos, a pesar de lo cual se siguen cerrando
LAURA SPINNEY
La Organización Mundial de la Salud (OMS) todavía no considera que el actual brote de coronavirus sea una pandemia, pero sí ha dicho que el mundo debe prepararse para cuando lo sea.
Puede que esto parezca una cuestión semántica, pero los nombres son importantes, como los españoles saben mejor que nadie. Hace poco más de 100 años, en los últimos meses de la Primera Guerra Mundial, el mundo se vio azotado por una epidemia de gripe que dio en llamarse “gripe española”, aunque no tuviera nada especialmente español. No sabemos dónde se originó, pero sí que llegó a otros países antes que a España. No obstante, merece la pena volver sobre las razones de que esa pandemia —que, con unos 50 millones de víctimas en el mundo, fue la peor catástrofe humana del siglo XX— acabara llamándose española, porque siguen siendo relevantes.
Estados Unidos, el Reino Unido y Francia sufrieron la gripe antes que España, pero, como estaban en guerra, impidieron que la información, para no minar la moral pública, llegara a la prensa. España era neutral y no censuraba la prensa, de manera que, cuando en Madrid se detectaron casos de gripe en la primavera de 1918, los periódicos españoles dieron cuenta de ellos. Entre los afectados estaba el rey Alfonso XIII, cuya enfermedad dio visibilidad internacional al brote en territorio español. Se hizo creer, no solo en España, sino en gran parte del mundo, que la infección tenía como epicentro Madrid, algo que venía estupendamente a los contendientes. Cuando se comprendió la verdad, ya era demasiado tarde: el nombre había calado. Era injusto, pero también ponía de manifiesto un importante aspecto de las pandemias: son algo enormemente político.
Los bulos constituyen un problema nunca visto, por su magnitud y la velocidad con la que se trasmiten
Lo hemos visto en todas las registradas desde 1918 y lo vemos de nuevo ahora. Las fronteras —a menos que coincidan con litorales, cordilleras u otros accidentes geográficos— nunca han evitado la entrada de patógenos; sin embargo, en contra de los consejos de la OMS, muchos países han cerrado las suyas. Australia y Estados Unidos han impuesto diferentes restricciones a los nacionales y extranjeros que regresen de China, una distinción tan absurda como la que aplicaron las autoridades españolas en 1918, cuando restringieron los desplazamientos transfronterizos de los portugueses, pero no de sus nacionales. Y China ha hecho esfuerzos ímprobos para contener el brote en su propio territorio, sin atender a los ofrecimientos de ayuda de la OMS y de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades del Gobierno estadounidense. Cada vez parece más claro que esos esfuerzos fracasarán.
La OMS existe porque en 1918 se comprendió que para afrontar una crisis sanitaria global se necesita un organismo sanitario global. La razón es sencilla, y se está demostrando de nuevo: cuando se trata de infecciones, no hay ningún lugar totalmente seguro. Sin embargo, desde la crisis financiera de 2008, los Estados miembros de la OMS han reducido los fondos destinados a la organización, limitando su capacidad para responder ante estas crisis. Como señala el experto en salud pública Jonathan Quick, de la Universidad de Duke, en Carolina del Norte, colaborador desde hace tiempo de la OMS, esto es como cancelar tu seguro contraincendios porque tu casa no ha sufrido últimamente ninguno. Hace años que los expertos nos dicen que otra pandemia es inevitable.
Muchas son las razones por las que el mundo actual es menos proclive a las pandemias que el de 1918. Sabemos mucho más sobre virus y por eso disponemos de una prueba para detectar la Covid-19 y de una vacuna en fase experimental que podría llegar a probarse en humanos en abril. Tenemos medicamentos antivirales para tratar a los infectados y antibióticos para tratar las complicaciones bacterianas que a veces causa la neumonía. Tenemos mejores sistemas de vigilancia, infraestructuras sanitarias más sólidas en gran parte del mundo y también a la OMS. Pero sigue habiendo vulnerabilidades y algunas son nuevas. La población mundial prácticamente se ha cuadruplicado desde el año 1918 y, por razones de edad o condiciones subyacentes, la proporción de sistemas inmunológicos debilitados es mayor. Estamos mejor conectados. Un virus que entonces habría tardado meses en rodear el planeta —a la velocidad de un barco de vapor— ahora puede hacerlo en semanas o días, en avión. Está aumentando la polémica sobre la pertinencia de vacunar. Y además tenemos un problema esencial: la información.
Desde la crisis de 2008, los miembros de la OMS han reducido los fondos, limitando así su capacidad de respuesta
Los expertos en salud pública coinciden en que la confianza de la población en sus autoridades es esencial para afrontar adecuadamente una epidemia. Saben por experiencia que las medidas sanitarias obligatorias suelen ser contraproducentes, salvo en situaciones graves, con lo que la medida más eficaz que puede aplicar un Gobierno contra el contagio radica en la colaboración voluntaria de la población. Sin embargo, la gente no confiará ni colaborará a menos que se le informe adecuadamente.
Durante otro brote de coronavirus, el del síndrome respiratorio agudo grave (severe acute respiratory syndrome, SARS), registrado en China entre 2002-2003, el Gobierno racionó la información y hubo disturbios. Esto no ha pasado esta vez —por ahora no—, pero en los medios sociales cunden las expresiones de frustración. Entretanto, en el resto del mundo los mensajes sobre la enfermedad han sido contradictorios. Y aunque no suframos la censura bélica, los bulos constituyen un problema nunca visto, por su magnitud y la velocidad con la que se transmiten. A ello contribuye que los más jóvenes, al no estar acostumbrados a pagar por informarse, no puedan acceder a noticias que son de pago, en tanto que los bulos son gratuitos.
Por último, aunque los patógenos que la ocasionaron eran bastante distintos, una comparación entre la pandemia de gripe de 1918 y el brote de coronavirus actual pone de manifiesto que, por lo menos en ciertos aspectos, la naturaleza humana no cambia. Según algunas informaciones, el Ministerio de Sanidad iraní minusvaloró la gravedad del brote de Covid-19 en la ciudad santa de Qom por las presiones de las autoridades religiosas, que no querían perturbar el flujo de peregrinos. En 1918 la ciudad española con mayor mortalidad por la gripe fue Zamora, cuyo obispo desafió a las autoridades sanitarias locales al ordenar a sus feligreses que fueran a las iglesias a arrepentirse de sus pecados, ya que consideraba que la gripe era un castigo divino.
No sabemos si este brote se convertirá en pandemia, pero su alcance y el número total de muertos dependerán, como siempre, de factores sociales y biológicos; de los seres humanos tanto como del virus.
Laura Spinney es periodista científica y escritora.
Traducción de Jesús Cuéllar Menezo
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