luns, 3 de xuño de 2019

El día que al gobernador del Banco de España le subieron el alquiler

Una ficción sobre especulación, burbujas y acoso inmobiliario con un inquilino poco habitual

Isaac Rosa
Lo dije hace meses en mi comparecencia en el Congreso, lo repetí en la presentación de nuestro informe anual, he insistido en cada entrevista y conferencia, y hoy lo sigo sosteniendo. No voy a cambiar de opinión solo porque me hayan subido el alquiler, no voy a darles ese gusto. Lo volvería a decir, con todas las letras: "No parece adecuado limitar el precio de las viviendas alquiladas, ya que, según la evidencia internacional, este tipo de medidas no solo reducen la oferta, sino que también pueden favorecer un deterioro importante de los inmuebles".
¿Queda claro? Estoy convencido de ello. Lo estoy personalmente, y también lo está la institución a la que represento. Sería un error intervenir el mercado, alterar las leyes de oferta y demanda, y controlar los precios del alquiler, como proponen algunos. Y mira que yo podría ser el primer interesado en que el gobierno frenase los precios, puesto que también soy un afectado, y no menor: no creo que haya muchos inquilinos que hayan sufrido una subida comparable a la mía. Y de eso quería hablarte, por eso te llamé y te solicité esta reunión: quiero pedirte que investigues esa subida, la desproporcionada actualización de mi renta. Quién está detrás de la misma, qué pretende.
Te lo pido como un favor personal, por la amistad que nos une. No voy a poner una denuncia, no quiero que hagas una investigación oficial. Ni siquiera la llamaría investigación, no te quitaré tiempo, no tendrás ni que moverte de este despacho, seguro que sabes a quién llamar, de qué hilos tirar para averiguar quién ha decidido subirme de esa manera la renta. Y por la misma confianza te pido discreción, ya imaginas. Lo último que quiero es que algo de esto se filtre a la prensa.
Ya sé, es una obviedad lo que pregunto: como bien dices, el responsable de la subida es el propietario de la vivienda. Hasta ahí llego. Pero justo por ahí deberíamos empezar: quién es el dueño del apartamento que tengo alquilado, en el que vivo de lunes a viernes para atender mis responsabilidades en el banco. Quién es el verdadero propietario, quién se oculta tras la empresa que aparece como titular. Pedí a nuestro servicio jurídico que lo investigase, pero no averiguaron nada. En el registro de la propiedad figura una empresa sin muchos datos. Parece que es un fondo de inversión, uno de los muchos que vienen a comprar lotes de pisos. No tiene empleados ni facturación, comparte domicilio fiscal con otra veintena de empresas, y el administrador único es un tipo con más de cien sociedades a su nombre, el típico testaferro. Hasta ahí, nada raro, verdad. Pero quiero saber quién se oculta tras esa pantalla. Quién se ha propuesto echarme del apartamento.
Todo empezó hace tres meses, cuando me llegó el burofax: me comunicaban que, ante el inminente fin de mi contrato, si deseaba renovar tendría que hacer frente a una actualización de la renta. Por supuesto, no me subían el IPC. Tampoco un incremento similar a la subida media de los últimos tres años. Me anunciaban un aumento de la renta mensual en un 60%. Has oído bien: 60%. Evidentemente, era una forma educada de decirme que me largase. Ya supondrás que la renta anterior no era precisamente baja. Un apartamento de alto standing, cerca del banco, una de las zonas con el metro cuadrado más alto. Y aun así, la nueva renta era un disparate.
Pero espera, ahí no comenzó todo. Vayamos más atrás, cuatro meses antes del burofax: una abogada vino puerta por puerta a comunicarnos el cambio de titularidad en la propiedad del inmueble. La familia propietaria del edificio había decidido vender, y ahora quedábamos en manos del fondo ese. No le di importancia, es parte de las reglas del juego. El mercado. Y asumí que el nuevo dueño querría aumentar la mensualidad, es lo que hacen todos los nuevos jugadores que llegan al mercado de alquiler.
Pero no te confundas, mi problema no es el dinero, no te pido ayuda por eso. Aun siendo un disparate, puedo afrontarlo, mi sueldo me lo permite y el banco me otorga una ayuda mensual para vivienda. De hecho, pese a la subida acepté renovar el contrato, cosa que tampoco fue fácil, tuve que recurrir a un abogado de nuestro servicio jurídico porque el administrador se empeñaba en poner todo tipo de obstáculos, para que venciese la fecha de renovación sin haber firmado. Si pretendían que me fuese, no lo han conseguido, no todavía. Porque eso es lo que pretenden: echarme. Y eso es lo que quiero que averigües: quién, y sobre todo por qué.
Insisto en la discreción. Esto no puede salir de aquí. Ya imagino el titular de prensa a la mañana siguiente: "El gobernador, víctima de la misma burbuja de alquiler que negaba". El alguacil alguacilado.
Por eso acepté renovar el contrato, con las disparatadas condiciones económicas: porque mudarme sería aún peor. Como si los estuviera oyendo: "La subida del alquiler se cobra una cabeza inesperada: el gobernador del Banco de España". "El gobernador conoce en carne propia la subida del alquiler que no quería regular". Imagina el recochineo de tertulianos y redes sociales: "¿Seguirá pensando el gobernador que no hay que controlar los alquileres?" "Le han dado de su propia medicina, se lo tiene merecido". El alguacil alguacilado. El promercado, mercadeado.
Está bien, no daré más rodeos: lo que quiero que averigües es si todo comenzó con el burofax o con el cambio de propietario. O si en realidad comenzó hace un año. Tras la presentación de nuestro último informe anual. Aquel día volví a rechazar el control de los alquileres. Mis palabras no cayeron bien a los de siempre, ya sabes. Me piropearon como de costumbre: guardián de la ortodoxia. Ultraliberal. Defensor de los grandes propietarios y fondos. Se ensañaron conmigo. Se desahogaron. Hasta ahí normal. Pero entre todos los comentarios de aquellos días en medios y redes sociales, hubo uno que tuvo especial eco, al que no dimos importancia entonces, pero que recordé cuando recibí el burofax.
Inicialmente fue un comentario aislado, nada premeditado, un cualquiera ingenioso en alguna red social, pero pronto se viralizó. Decía así: "Qué insensible el señor gobernador. Yo propongo que entre todos los inquilinos de España juntemos dinero, compremos el piso donde vive, y le subamos la renta a lo loco, hasta echarlo, a ver si sigue opinando igual".
Puedes reírte, no me ofendes. También se rieron los del gabinete jurídico cuando les pedí que hiciesen averiguaciones. Yo mismo me reí la primera vez que leí aquel mensaje. Pensé lo mismo que tú ahora: una bobada. Una ocurrencia. Ganas de conseguir seguidores. De hacerse viral. Lo consiguió, claro. La bobada, la ocurrencia, triunfó en redes sociales, saltó a los medios. La replicaron organizaciones de inquilinos, plataformas de desahuciados, asambleas de vivienda, algunos sindicatos, un par de partidos de izquierda que se apuntan a todo. Y miles, decenas, cientos de miles de usuarios de redes sociales. Hasta hubo quien esos días abrió un crowdfunding para recaudar el dinero necesario para la acción justiciera.
Lo cierto es que allí quedó todo. Una bobada, una ocurrencia. Lo hemos investigado, y no hay nada más. La difusión del mensaje decayó en pocos días. Los chistes se agotaron. Y del crowdfunding no hay rastro, suponemos que lo cerraron días después sin haber recaudado nada. Cuesta creer que la propuesta siguiese viva bajo el radar, que alguien la tomase en serio, que la organizasen. Algo así no pasaría desapercibido. Hablamos de mucho dinero, y por tanto mucha gente implicada. Porque no solo es mi apartamento: han comprado el edificio entero. Son pocos pisos, pero el metro cuadrado vale lo que vale en esta zona. Calculo unos ocho o nueve millones de euros en total. ¿Cientos de miles de personas poniendo cada una diez o veinte euros para darse el gusto de escarmentar al gobernador del Banco de España, más algunas organizaciones aportando cantidades mayores? ¿Fiestas populares donde venden boletos para recaudar? ¿Huchas con mi foto en todos los locales vecinales y sociales? ¿Y que además lo hiciesen de manera clandestina? No parece verosímil, verdad.
Porque además no solo soy yo. ¿Qué pasa con el resto de inquilinos de mi edificio? No sé si les aplicaron la misma subida, o directamente les negaron la renovación. Lo cierto es que se han ido casi todos. O todos, no sé si queda alguien en el edificio. La mayoría de pisos están tapiados, y hace semanas que no me cruzo con nadie por la escalera. Y digo escalera con toda intención: desde el cambio de propiedad el ascensor está fuera de servicio la mayoría de días. Se avería y no llaman al técnico. Nadie cambia las bombillas fundidas, aunque sí cambiaron la llave del portal, sin avisarme ni darme copia. Tampoco limpian el portal, que con las obras está que da asco.
Ah, las obras, no te he hablado todavía de ellas: están tirando varios pisos, uno de mi planta, otro justo encima. Ruido y polvo, ya imaginas. No puedo abrir las ventanas. Hay cortes de luz frecuentes. Se dice que van a hacer un hotel, o pisos turísticos, que no sería tan extraño dada la zona. Pero hasta donde sabemos, no han pedido licencia para nada así. Solo hay demolición. Mazazos. Taladradoras. Sierras radiales. Como si solo quisiesen hacer ruido y levantar polvo. Como si solo quisiesen molestarme, hacerme la vida imposible.
No me mires así, no soy un delirante. Sigo confiando en la navaja de Ockham: la explicación más sencilla suele ser la más probable. Sé que no soy el primer ni el último inquilino al que han subido la renta desproporcionadamente; ni el único al que hacen la vida imposible para que se vaya cuanto antes. Razón de más para no irme. Lo más fácil sería irme, mudarme, puedo pagar cualquier otro apartamento. Pero no les regalaré el titular: "El gobernador, otra víctima de la gentrificación". En ningún caso les daré ese gusto. Tanto si han sido ellos, como si no, lo disfrutarían igual. Una victoria moral. Justicia poética.
Insisto, soy el primero que no doy mucha credibilidad a la hipótesis activista, no me he vuelto loco, aunque los martillazos en el piso de arriba me acabarán enloqueciendo. Pero no, aún mantengo la cordura. De hecho, he dudado mucho antes de pedirte este favor. Debería bastarme con el resultado de las indagaciones que ya hizo el servicio jurídico. No encontraron nada. Caso cerrado. ¿Sí? O no. ¿Qué te dice tu instinto de viejo policía? Me reconocerás que hay algo… extraño en todo esto. Casualidades. Muchas, demasiadas casualidades: el informe anual, la ocurrencia viralizada, el repentino cambio de propietario, la subida de alquiler.
Las casualidades no existen, ese ha sido siempre tu lema, ¿no? Y aunque es cierto que lo mismo que me está pasando a mí le ha ocurrido a miles de inquilinos, sigo pensando que todo esto no se explica con las leyes del mercado. Cualquiera vería en todo esto mera especulación inmobiliaria. Tú mismo lo piensas. Yo también, cuando me sereno y razono. Pero siempre me queda un leve ruido de fondo, un chirrido que no desaparece, que me desvela por la noche: ¿y si hubiera algo más? Una mano negra en lugar de la mano invisible del mercado. Por remota que sea la posibilidad, no la descartemos. Investiguemos primero.

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