ENRIC BONET
Coralie Delaume es una de las voces eurocríticas más activas en Francia. Junto con prestigiosos intelectuales como el sociólogo Emmanuel Todd, el economista Jacques Sapir o el filósofo Frédéric Lordon (impulsor de la Nuit Debout) forma parte de la creciente intelligentsia francesa que desarrolla análisis depurados sobre la crisis de la Unión Europea y apuesta por proyectos de ruptura. Un euroescepticismo de izquierdas cuyo peso crece en la opinión pública francesa.
“El Parlamento Europeo, que tiene muy poco poder, difícilmente reorientará las políticas neoliberales de la UE”, asegura a El Salto Delaume, que ha publicado recientemente los libros Le couple franco-allemand n’existe pas (El eje francoalemán no existe) y 10+1 questions sur l’Union européenne (10+1 preguntas sobre la Unión Europea). Durante una extensa entrevista en un café en el noroeste de París, analiza los desafíos de la UE después de las elecciones europeas, la pugna creciente entre Angela Merkel y Emmanuel Macron que puede influir en la designación de los nuevos cargos de las instituciones europeas y la dificultad de las fuerzas de izquierdas por encarnar un discurso crítico con la Europa neoliberal.
Tras las elecciones europeas del pasado domingo, las fuerzas del bipartidismo (populares y socialistas) ya no representan la mayoría absoluta de la Eurocámara. Hará falta una “gran coalición” más amplia con la presencia de liberales o incluso sería posible una alianza sin la presencia de populares. ¿Qué influencia tendrá el nuevo Parlamento Europeo en el futuro de la UE?El Parlamento Europeo, que tiene muy poco poder, difícilmente reorientará las políticas neoliberales de la UE. En realidad, las medidas más trascendentales se adoptan en el Banco Central Europeo, el Consejo Europeo o la Comisión. Incluso el Tribunal de Justicia de la UE, que adopta buena parte de la jurisprudencia europea con marcado acento neoliberal, tiene más poder que la Eurocámara.
Todo apunta que con la nueva legislatura no se respetará la lógica delspitzenkandidaten, es decir, que el presidente de la Comisión Europea sea el candidato del grupo más votado en Estrasburgo… Sí, seguramente se elegirá al próximo presidente de la Comisión a través de las negociaciones entre los jefes de estado. Como se hacía en los viejos tiempos. El Spitzenkandidaten fue introducido en 2014 a partir de una lectura muy parlamentarista de los tratados europeos. Pero parece haber fracasado ante la realidad que nos muestra que la Eurocámara no es un verdadero parlamento ya que no representa a un pueblo europeo.
“Como Weber es muy conservador, difícilmente logrará los apoyos de los socialdemócratas en el caso probable en que se reedite una “gran coalición” europea (ahora también con los liberales y quizás los verdes)”
Mientras que Merkel apuesta que el futuro presidente de la Comisión sea el alemán Manfred Weber, candidato del grupo popular, que será el más votado según los sondeos, Macron se opone a ello. ¿Habrá una disputa entre la canciller alemana y el presidente francés? Weber tiene muy pocas posibilidades de ser elegido como presidente de la Comisión. Su figura genera muy poca unanimidad y tiene poca estatura política. No ha ejercido como primer ministro y, según una vieja tradición, el presidente de la Comisión suele ser un ex primer ministro. Como Weber es muy conservador, difícilmente logrará los apoyos de los socialdemócratas en el caso probable en que se reedite una “gran coalición” europea (ahora también con los liberales y quizás los verdes). Como este año habrá que elegir numerosos puestos en las instituciones europeas —presidente de la Comisión, del Consejo Europeo, del BCE y la Alta representante—, no me extrañaría que haya un intercambio de puestos entre Francia y Alemania. Es decir, si Macron lograra que el puesto de la presidencia de la Comisión sea para alguien más afín a sus intereses, como el francés Michel Barnier (actual responsable de la UE de las negociaciones por el Brexit), no me sorprendería que Merkel pidiera que la presidencia del Banco Central Europeo fuera para un alemán.
Merkel reconoció en una entrevista publicada el pasado 15 de mayo una “diferencia de mentalidad” y una “confrontación” con el gobierno francés. La división entre Francia y Alemania parece cada vez más evidente. ¿Cómo la explica? Las tensiones entre Macron y Merkel se deben al hecho de que el presidente francés apostó por una estrategia que consistía en aplicar reformas neoliberales en Francia a cambio de ganar la confianza de Alemania. De esta forma, lograr que los alemanes aceptaran reformas en el seno de la UE como la creación de un presupuesto especial de la zona euro que permitiera transferencias masivas desde las regiones más ricas hacia las regiones más pobres, en particular hacia los países del sur de Europa. Pero, como era previsible, los alemanes le dijeron que no. Estos solo aceptaron la creación de una pequeña partida presupuestaria incluida en el mismo presupuesto de la UE, cuyos recursos son ya de por sí muy limitados, al representar solo el 1% del PIB europeo.
Además, Macron tampoco logró que los alemanes aceptaran la creación de un impuesto europeo sobre los gigantes de Internet. Berlín también se opuso a ello ya que temía que como represalia Estados Unidos impusiera tasas aduaneras sobre el sector del automóvil, que representa el corazón de la industria alemana.
De hecho, la misma pertenencia al euro ha acentuado las diferencias económicas entre Francia y Alemania…Sí, el euro tiene un valor inferior al que le correspondería a las monedas nacionales de varios países del norte de Europa. En el caso de Alemania, el FMI estimó que el euro estaba devaluado entre un 18% o 20% a lo que le correspondería a su valor real. En cambio, en Francia, el euro está sobrevalorado entre un 7% u 8%. Esto crea unas diferencias de competitividad enormes, como sucede en el caso de la economía alemana, que dispone de unos excedentes comerciales increíbles.
Parece una paradoja porque el euro se trata de una iniciativa básicamente francesa y al principio los alemanes fueron muy reticentes en adoptar la moneda única.El Bundesbank se opuso en un principio y recientemente encontré una entrevista del excanciller alemán Helmut Kohl del 2002 en la que decía que tuvo que comportarse como un dictador para imponer el euro en su país y que si hubiera organizado un referéndum, lo hubiera perdido con más del 60% de los votos en contra. Debido a su historia monetaria, y a episodios como el de la híperinflación de 1923, los alemanes dan una gran importancia a una gestión ortodoxa de la moneda. Al final aceptaron el euro con la contrapartida de que fuera gestionado bajo sus condiciones: un Banco Central independiente y priorizar la lucha contra la inflación y la austeridad presupuestaria.
“El euro tiene un problema de concepción. Una moneda federal sin un estado federal, sin un presupuesto federal ni un pueblo europeo difícilmente es viable”
Durante la mayor parte de su historia, el euro ha sido gestionado a partir de estas tesis alemanas, lo que debilitó sobre todo a los países del sur del continente que no podían suportar esta estructura económica. Ante la crisis del euro y la amenaza de una implosión, esto cambió en 2012 con la elección de Mario Draghi como presidente del Banco Central Europeo que impulsó una política monetaria más heterodoxa y expansiva a través de la compra de títulos de deuda con el quantitative easing. Esto comporta que la política monetaria europea sea un espacio de tensión y contradicciones entre países que hace que el futuro del euro sea difícilmente viable.
¿Por qué cree que el euro no es viable a medio o largo plazo? El euro tiene un problema de concepción. Una moneda federal sin un estado federal, sin un presupuesto federal ni un pueblo europeo difícilmente es viable. Quizás deberíamos compensar los desequilibrios generados por el mismo euro a partir de transferencias presupuestarias, pero los países del norte, con excedentes, se oponen a ello.
En el futuro Alemania dejará de ser número uno en determinados sectores, puesto que sus universidades ya no ocupan las primeras plazas a nivel mundial, no se posicionó suficientemente en las nuevas tecnologías y depende de la industria del automóvil y de los bienes de equipo
Macron apostó por seducir a los dirigentes alemanes para aceptaran una reforma de la UE en clave federal, pero dos años después esta estrategia ha dado escasos resultados y apenas cuenta con apoyos en el resto de países. ¿El presidente francés tiene un plan B? No lo creo, porque se trata de un europeísta y un liberal. Lo lleva incorporado en su ADN. Su trayectoria personal es muy típica: se formó en la Escuela Nacional de Administración (incubadora de las élites francesas), trabajó en la inspección de finanzas (uno de los cuerpos de funcionarios más influyentes en el Estado francés) y ejerció como banquero de negocios. Macron encarna prácticamente una caricatura de la connivencia entre élites públicas y privadas.
Como apunta en su libro El eje francoalemán no existe, las élites francesas utilizan Alemania para imponer las reformas neoliberales en Francia. La clase dirigente francesa tiene una gran admiración por el modelo alemán que es absolutamente contrario al modelo social francés. Desea imitar su austeridad presupuestaria, sus bajos niveles de deuda, pero sobre todo su rebaja de los salarios. Utilizan Alemania como modelo y mecanismo de imposición exterior. “Mirad los alemanes nos piden hacer estas reformas si queremos ser tan competitivos como ellos”, dicen las élites al pueblo francés, que no desea estas medidas neoliberales. Pero el problema es que tienen una visión mitificada de Alemania, un país que ha logrado grandes éxitos económicos, pero que también se confronta a grandes dificultades con sus “mini jobs” (empleos basura), niveles de desigualdad, bajos niveles de inversión pública y una gran dependencia de la globalización, que la hace depender del comercio con China y Estados Unidos.
El modelo económico de la Alemania neoliberal está cada vez más cuestionado… La economía alemana se está ralentizando y se multiplican los dolores de cabeza para sus dirigentes. Su modelo exportador se ha visto debilitado por la ralentización en China y las amenazas de Trump de tasar las importaciones alemanas. El economista indio Ashoka Mody explica en su libro Eurotragedy: a drama in nine acts (La tragedia del euro: un drama en nueve actos, que aún no ha sido traducido en castellano) que en el futuro Alemania dejará de ser número uno en determinados sectores, puesto que sus universidades ya no ocupan las primeras plazas a nivel mundial, no se posicionó suficientemente en las nuevas tecnologías y depende en exceso de la industria del automóvil y de los bienes de equipo. Es un país que se encuentra en un momento de inseguridad.
En las conclusiones de su libro cita al politólogo búlgaro Ivan Krastev quien dijo que “si la desintegración europea tiene que producirse, no será a través de una desertificación de la periferia sino a partir de una revuelta del centro”. ¿Qué quiere decir con esto? Creo que no es imposible que una fragmentación de la UE empiece por Alemania. Hasta ahora este país se ha beneficiado del mercado único y el euro, pero llegará un momento en que su pertenencia a la zona euro le resultará más cara de lo que le aporta. Ante estas contradicciones, no me sorprendería que se produjera un repliegue nacional en Alemania. Ya lo estamos viendo con la nueva líder de la CDU, Annegret Kramp-Karrenbauer, —quizás futura canciller— quien por conservadurismo adopta posiciones más soberanistas que Merkel.
¿No cree que todas las dificultades de las autoridades británicas con el Brexit servirán como espantapájaros de los discursos euroescépticos? Por un lado, las dificultades del Reino Unido con el Brexit pueden hacer pensar a la gente que salir de la UE es muy duro y no vale la pena intentarlo. Pero, por el otro, pueden resultar la prueba de que se trata de una cárcel y de que es muy difícil salir de la UE porque las élites europeas no tienen ningún interés de que el Brexit transcurra de forma ordenada.
Pero en los últimos años partidos ultraderechistas, como la Reagrupación Nacional de Marine Le Pen, han moderado su posición sobre la UE y ya no apuestan por el frexit ni la salida de la zona euro…
Pero en los últimos años partidos ultraderechistas, como la Reagrupación Nacional de Marine Le Pen, han moderado su posición sobre la UE y ya no apuestan por el frexit ni la salida de la zona euro…
La UE no es un espacio de paz y cooperación, sino de competición que favorece las desigualdades entre los diferentes pueblos europeos
En parte se debe a motivos electoralistas. A través de un discurso más social y de ruptura con la UE, la extrema derecha francesa logró seducir a sectores importantes de las clases populares, pero no consigue atraer a las clases medias conservadoras, que son las que más votan en las elecciones europeas. Si Le Pen llegara al poder, seguramente se arrodillaría ante lo que piden las élites de Bruselas. Habría una continuidad con las políticas neoliberales. Creo que seguiría el mismo ejemplo de lo que hizo el gobierno austríaco hasta la reciente dimisión de los miembros del FPÖ (extrema derecha). Viena mantenía un discurso de exaltación nacional, pero al mismo tiempo adoptaba reformas antisociales.
Europa divide a las fuerzas de la izquierda entre aquellas que adoptan posiciones más federalistas o más soberanistas. ¿Por qué a los partidos progresistas les cuesta tanto adoptar un discurso de ruptura y crítico con la UE actual? Esto se debe al hecho de que existe un tabú entre las fuerzas de izquierdas sobre la idea de nación. La izquierda ha sido tradicionalmente internacionalista y entonces es favorable a la UE porque entiende que significa vivir en un espacio de paz, cooperación y de gran amistad entre países vecinos. Pero creo que se trata de una visión equivocada. La UE no es un espacio de paz y cooperación, sino de competición que favorece las desigualdades entre los diferentes pueblos europeos. Como son internacionalistas, muchos partidos progresistas tienen grandes dificultades para asumir la idea de nación. Creen que esta favorece el repliegue sobre uno mismo, pero esto no es cierto ya que se trata solo del marco en el que se organiza la democracia.
¿Aún estamos a tiempo de democratizar las instituciones europeas? No lo creo, porque la UE no fue construida para ser más democrática sino para sustraer un determinado número de competencias a los estados. La toma de decisiones se realiza a escala supranacional en estructuras tecnocráticas que escapan completamente de las urnas. No podemos democratizar la UE. Por ejemplo, si el BCE dejara de ser independiente, ¿a quién debería rendir cuentas? No hay un estado europeo, ni un presidente europeo ni un gobierno europeo. Pero, sobre todo, no existe un pueblo europeo.
¿Pero no cree que algunos de los principales desafíos actuales, como la lucha contra el cambio climático, el fraude fiscal o el dumping fiscal, deben ser tratados a través de estructuras supranacionales europeas? También podemos afrontar estas cuestiones a través de la cooperación entre gobiernos nacionales, sin tener que delegar la soberanía a entidades no electas. Primero, podríamos empezar con la cooperación entre tres o cuatro países a los que se añadirían después otros. Así sucedió en el pasado con la creación del fabricante aeronáutico Airbus, que empezó como un proyecto francoalemán al que luego se le incorporaron otros países como España u Holanda. Lo mismo sucedió con la cooperación nuclear o espacial europea, en las que también participan países que no forman parte de la UE.
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