JUAN OLIVER
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Juan Abuín murió de gripe hace dos semanas tras peregrinar por tres hospitales gallegos y sufrir, según su hijo Benjamín, las consecuencias de los recortes sanitarios aplicados en los últimos años por la Xunta en los presupuestos de personal y material médico. Según su versión, padeció una dolorosa agonía que convirtieron en un calvario sus últimos meses de vida, impidiendo que pudiera tener una muerte digna sin que a nadie, más allá de su familia, pareciera importarle demasiado.
Juan tenía setenta años cuando, en plena epidemia invernal de gripe en Galicia, amaneció el 29 de enero con fiebre y un fuerte dolor de cabeza. Su mujer había fallecido unas semanas antes, y Benjamín, que convivía con ellos en su casa de la aldea de Brión, en la localidad costera de Rianxo, a 50 kilómetros de Santiago, decidió llevarlo a Urgencias.
Juan llevaba diez años enfermo, aquejado de varias patologías. Un ictus le había dejado paralizado el lado izquierdo del cuerpo, y tenía también diabetes, trastornos del metabolismo, una fractura en el húmero izquierdo, crecimiento anómalo de la próstata... La Xunta le reconoció una gran invalidez, por la que recibía 160 euros mensuales más el pago de la Seguridad Social de Benjamín, que dejó su trabajo en la construcción para cuidar de él acogiéndose a la ley de Dependencia. Pero con la crisis le retiraron la ayuda para el seguro y le rebajaron la asignación a 96 euros
Aquel 29 de enero, en el Complejo Hospitalario Universitrario de Santiago (CHUS), a Juan le diagnosticaron gripe, lo ingresaron en una habitación de aislamiento, donde se le insertó una sonda nasográstica para alimentarlo porque apenas podía comer, y lo trataron con antibióticos. A los nueve días, y pese a que aún no estaba curado y contra el criterio del endocrinólogo, que alertó de que su cuerpo debía adaptarse a la alimentación por sonda, le dieron el alta.
Aquel 29 de enero, en el Complejo Hospitalario Universitrario de Santiago (CHUS), a Juan le diagnosticaron gripe, lo ingresaron en una habitación de aislamiento, donde se le insertó una sonda nasográstica para alimentarlo porque apenas podía comer, y lo trataron con antibióticos. A los nueve días, y pese a que aún no estaba curado y contra el criterio del endocrinólogo, que alertó de que su cuerpo debía adaptarse a la alimentación por sonda, le dieron el alta.
Juan Abuín, el hombre muerto por gripe en Santiago.
En el parte queda claro que se fue a casa muy enfermo: gripe con sobreinfección bacteriana, insuficiencia respiratoria, dificultades para tragar, hongos en la boca y el esófago, déficit de vitamina D... Su hijo afirma que en casa no pudo tener la atención adecuada. Los servicios sociales del Ayuntamiento habían facilitado a la familia un asistenta que acudía a su casa media hora al día, pero apenas recibió atención extrahospitalaria y, según Benjamín, “en ese tiempo sólo vino un médico a verlo un día”. “Yo tuve que aprender a retirarle y a ponerle la sonda y aplicarle los cuidados que me indicaron, pero no soy enfermero”, afirma.
A los siete días de estar en casa, Juan amaneció de nuevo con mucha fiebre, delirando y enrojecido, y su hijo llamó a la ambulancia. Lo llevaron al hospital Provincial de Santiago, donde permaneció en una habitación de tres personas y donde, pese a la gravedad de su estado y a que se pasaba el día vomitando y quejándose, volvieron a enviarlo a casa. Dos días después, la fiebre volvió a subir. Vuelta a la ambulancia y a los cincuenta kilómetros hasta Santiago. Primero, al CHUS, donde no pudieron ingresarlo por falta de habitaciones de aislamiento –a esas alturas la epidemia de gripe ya había colapsado los centros públicos y había matado a casi un centenar de personas en toda Galicia-. El Servicio Galego de Saúde (Sergas) lo derivó a un hospital concertado, el Gil Casares, también en Santiago, a donde Juan llegó en condiciones lamentables. “Se había orinado y defecado encima, vomitando y sangrando por que le habían puesto mal la vía en el brazo”, narra su hijo. “Pedí que lo cambiaran, pero quienes lo atendían dijeron que, por su turno, no les tocaba. Lo tuvieron así varias horas hasta que, después de protestar, conseguí que lo asearan”.
"Venían a asearlo a las dos de la madrugada impidiendo que pudiera descansar"
Cuenta que en los hospitales del Sergas su padre no recibió un trato adecuado, y que cree que con él se incumplieron normas esenciales de cuidado médico. “En vez de gasas le ponían toallas mojadas encima para bajarle la fiebre, no cambiaban los tubos de la sonda nasográstica, por lo que se atascaba continuamente, y lavaban los frascos de alimentación parenteral en el baño, donde hay un cartel advirtiendo de que está prohibido dar a los enfermos agua del grifo. Además, la falta de personal hacía que a veces vinieran a asearlo a las dos o tres de la madrugada, impidiéndole que descansara un poco porque a las seis ya lo despertaban y empezaban a hacerle pruebas”. También asegura que vio a pacientes de otras habitaciones de aislamiento saltándose los protocolos, saliendo de ellas y deambulando libremente por el hospital, entrando en las de otros enferemos e incluso bajando a fumar al entorno del hospital.
Un viernes por la mañana, su padre amaneció con una llamativa hinchazón en la tripa. La médico que lo atendía lo vio, pero no le informó de nada. Cuando pidió explicaciones a las enfermeras, le dijeron que había programado una ecografía para el lunes siguiente. Benjamín estalló y exigió que volviera la médico. La doctora regresó, exploró de nuevo al paciente y se dio cuenta de que la sonda urinaria estaba mal puesta. Cuando se la cambiaron, Juan orinó dos litros de golpe.
Benjamín ya sabía entonces que su padre estaba muy mal y que probablemente no saldría vivo del hospital, donde ya llevaba cincuenta días. Pero quería que no sufriera más y que pudiera morir sin dolor y rodeado de los suyos. Habló con los responsables del Sergas y tramitó una queja exigiendo que se cumpliera la ley y que le facilitaran una habitación individual, cumpliendo la ley que contempla esa posibilidad para los pacientes moribundos. Entonces, se enteró de que ese mismo día su padre iba a ser trasladado otra vez al hospital Provincial porque el Gil Casares iba a cerrar la planta en la que se encontraba. En el centro público le dijeron que le darían una habitación individual, pero sólo por un día. Juan falleció allí el 18 de mayo por la neumonía en la que derivó la gripe que había contraído a finales de enero.
"Mi padre murió por causa de los recortes de la Xunta"
El Sergas asegura que recibió “una correcta asistencia y la atención adecuada a sus múltiples patologías”, niega que su muerte se deba “a una mala práxis” y que se lo mantuvo aislado “cuando así lo requería” su estado. Pero Benjamín, que se declara simpatizante del PP, no piensa lo mismo. En su casa aún guarda media docena de cajas con el material médico y de enfermería que le proporcionó el Sergas para que fuera él quien cuidara de su padre enfermo, y que siguen en una habitación de su casa sin que nadie se haya molestado en ir a recogerlas. Hay jeringas, sondas, frascos de alimentación parenteral, salvacolchones, cremas para llagas...
“¿Que si mi padre murió por los recortes en sanidad? No lo sé, era un hombre enfermo y mayor y no podría afirmar eso. Lo que sí puedo decir es que los recortes sí fueron la causa de que no recibiera un trato digno. Pudo haber pasado estos cuatro meses sin sufrir como sufrió. ¿Y me pregunta si la culpa es de Feijóo? Los recortes son de la Xunta, y él es su máximo responsable”.
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