Si uno se creyera sus respuestas la conclusión sería terrible: la acusación se levanta sobre facturas, papeles y pruebas malinterpretadas por funcionarios de justicia torpes o conspiranoicos
Javier Arenas, durante su testimonio ante la sala.E.O.
Esteban Ordóñez
Es periodista, creador del blog Manjar de hormiga.
Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
http://ctxt.es/
Lo primero que hizo Javier Arenas al terminar de declarar y abrir de nuevo la entrada a la salita en la que esperan los testigos fue reírse. Una risa guasona que se oyó por un error de cálculo; no esperó a cruzar el marco de la puerta. No sabemos cómo respondieron dentro los pesos pesados que esperaban: Ángel Acebes, Rodrigo Rato, Jaime Mayor Oreja. Si rieron, lo disimularon bien cuando aparecieron más tarde, caminando con hartazgo y --sobre todo Mayor Oreja-- con una visible voluntad de castigo reprimida: los ojos marcados con la acritud de quien sabe que no puede tomarse ninguna revancha, ni siquiera por cauces pasivo agresivos.
Desfiló por delante del tribunal una era de la política española. Dijeron poco y negaron mucho, pero representaron a la perfección el broche de cieno con que se ha cerrado un periodo histórico cuyos protagonistas pretendieron vender como apoteosis de la prosperidad. España iba bien, lo decían en los mítines y lo sentían de verdad porque dopado uno se percibe exultante. Plazas de toros, banderitas azules; los peperos presumían como colibríes mientras detrás de ellos corrían comisiones, donaciones fraudulentas, tratos de favor, defraudación, malversación: estafa económica, política y humana. Estos cuatro hombres, citados como testigos, llevaban restos de aquella gloria en el rostro, pero había que escarbar bien para encontrarlos, ahora se han convertido en pura irritación.
ESTOS CUATRO HOMBRES LLEVABAN RESTOS DE AQUELLA GLORIA EN EL ROSTRO, PERO HABÍA QUE ESCARBAR BIEN PARA ENCONTRARLOS, AHORA SE HAN CONVERTIDO EN PURA IRRITACIÓN
Una tónica general: negaron todo, aseguraron haberlo olvidado todo y lo que recordaron, lo hicieron con debilidad, adornando las afirmaciones con creosy supongos. Si uno se creyera las respuestas de los cuatro de Aznar con bigote, la conclusión sería terrible: la Gürtel se levanta sobre facturas, papeles y pruebas malinterpretadas por funcionarios de justicia bien torpes, o bien conspiranoicos. Ya no dicen que la Gürtel “es una trama contra el PP” como en aquella famosa comparecencia en la que salió Rajoy escoltado por toda su guardia como si fuera Pablo Iglesias. No lo dicen así porque esa línea no engarzaba bien con su discurso de colaboración con la justicia (que sirve para cobijarse mientras se lobotomizan discos duros); pero en lo que se desprende de sus maniobras de defensa, el resultado es el mismo. Negar tan categóricamente la práctica totalidad del caso Gürtel sólo puede significar que existen voluntades oscuras para destruir a los conservadores.
Llegaron pronto los protagonistas y ninguno se dejó ver por el vestíbulo. Salió primero Javier Arenas, antiguo secretario general de los populares (1999-2003), exministro de Trabajo primero y luego de Administraciones Públicas, además de un rosario de cargos más que lo sitúan como hombre fuerte del PP. “Nunca, nunca el partido recibía una donación a cambio de algo; eso me lo decía don Álvaro Lapuerta, que era conocido así (don) dentro de la sede”, comenzó Arenas. Su citación, por iniciativa de Bárcenas, pretendía aclarar las funciones y responsabilidades del extesorero y arrojar luz sobre la campaña para las elecciones autonómicas de 2003, uno de los acontecimientos aprovechados por la trama para atascarse el bolsillo. Arenas afirmó no estar muy al tanto de adjudicaciones y contrataciones para la campaña. Era un hombre ocupado: “Hacía muchos mítines diarios y no participé (en las reuniones de campaña), además era ministro de Administraciones Públicas”.
Algunas pistas, sin embargo, sugieren que sí conocía de cerca los contactos y contrataciones entre las empresas de Correa y el PP. La sala proyectó una carta que le envió Álvaro Pérez El Bigotes reclamando el pago de una deuda del partido en Galicia. En ella se aludía a unas instrucciones previas que él mismo había indicado a Bárcenas. Su secretaría, sentenció Arenas frente al juez, remitió automáticamente la misiva a tesorería por tratarse de un asunto económico. Durante la vista, había asegurado no acordarse de situaciones en las que había participado él directamente; no obstante, en este caso, su memoria mejoró y garantizó sin dudar que la carta había sido reenviada a tesorería y que, por eso, no había podido leerla ni tenía constancia de ella. Arenas se esforzó por desconectarse de Gürtel. Encontró una estrategia tan gráfica como carente de sentido: negó haber celebrado reuniones privadas con Correa y sus acólitos. Cosa poco relevante teniendo en cuenta su fluida amistad con Bárcenas en aquel momento.
MINISTROS, DIPUTADOS, SECRETARIOS GENERALES Y, EN UN MES, UN PRESIDENTE DEL GOBIERNO. LOS TESTIGOS LO SON PORQUE HAN VISTO ALGO Y EL PP, COMO MÍNIMO, EJERCÍA DE ‘VOYEUR’ MIENTRAS LA BANDA DE LA GÜRTEL SE EMPACHABA
Cuando llegó la hora de hablar de sobresueldos y de los papeles del extesorero, Arenas inauguró el estilo que seguirían sus compañeros. “No conocía ninguna contabilidad, y menos una contabilidad B”, “todo lo que he percibido lo he declarado a la Hacienda Pública”, y así. Negó de múltiples formas, hasta que se le ocurrió emplear la palabra “jamás”. La pronunció una vez como si aguantara una calavera en la mano, se gustó y la usó para todo. Por ejemplo: “Jamás he tenido un encuentro con Luis del Rivero”, expresidente de Sacyr que, según la investigación, recibió dinero en Suiza procedente de Correa. A veces decía “nunca” y luego remataba: “Jamás, nunca jamás”. Algo en la sonoridad le seducía, quizás esa ‘j’ o la ‘s’ final que podía arrastrarse y crear un pequeño silencio. Los políticos suelen confundir la retórica excesiva con la credibilidad.
Otro negador profesional, Ángel Acebes, tomó asiento. El exministro deL Interior mantiene todavía la expresión apática con que tropezó en la crisis del 11M. Tiene el pelo más blanco y la piel más rojiza, pero conserva los ojos huidizos de entonces. El testimonio del político debía aclarar qué pasó con la compra de acciones de Libertad Digital, presuntamente, a cargo de la caja B de Génova. Alberto Recarte, expresidente de la cadena, se había reunido con él para anunciarle la ampliación de capital. “Iría a verme como miembro del PP igual que fue a ver a decenas de miembros del PP”, relativizó Acebes, certificando una sintonía entre la televisión y los conservadores que iba más allá de la simpatía ideológica. El testigo necesitaba a la sazón apoyos mediáticos para su teoría de la conspiración sobre los atentados yihadistas.
La fiscala Concepción Sabadell lo interrogó sobre los más de 100.000 euros que se le atribuyen como pagos en efectivo de la caja B. “No tengo ni la más remota idea de a qué se debe”, esquivó él, “las retribuciones siempre eran con las retenciones correspondientes”.
Jaime Mayor Oreja, en directo, es un hombre compacto al que resulta imposible imaginar en chándal. Debió acabársele la “extraordinaria placidez” el día en que murió Franco: se le notaba huraño, aunque contenido, por aquello de no conjurar la mala suerte. Tiene la voz marrón y cuarteada como la piel de un puro. Se le requería para que aportara su versión como exdiputado del Parlamento Europeo (2004-20014) sobre los viajes que se facturaron desde el Partido Popular Europeo y la Fundación de Estudios Europeos y que, según el escrito de acusación, sirvieron a Bárcenas para sacarse un pellizquito más. Expresó que “en modo alguno” el PP podía disponer de los fondos del partido en Europa y que eran los propios eurodiputados quienes se gestionaban los viajes y la mayor parte de los eventos. El abogado de la acusación popular del PSOE, Virgilio Latorre, le preguntó sobre los 93.000 euros que le atribuyen los papeles del extesorero. Mayor Oreja no sabía nada del tema.
El último de los que pueden considerarse los cuatro teloneros de Mariano Rajoy en el juicio fue un tipo al que, a fuerza de verlo por la Audiencia Nacional, se le cogería cariño si no fuera porque se llama Rodrigo Rato. A pesar de estar en su casa, al Jesucristo económico de España no se le veía cómodo en la sala. Se le citó para explicar si existía trato de favor en las adjudicaciones de contratos para las campañas electorales. Admitió participar en los comités, pero solo con un enfoque comunicativo: “Teníamos muchas reuniones para decidir mensajes, leer noticias, ver qué estaban diciendo los otros partidos…”, explicó. Al mismo tiempo, aseveró que Lapuerta y Bárcenas nunca le solicitaron ayuda para colocar ciertas adjudicaciones públicas. Con respecto a los pagos que le achaca el registro de la caja B, siguió la línea de sus compañeros: “Ni Lapuerta ni Bárcenas me entregaron dinero en efectivo”, le faltó cerrar el argumento con éxito, él podía hacerlo mejor que nadie. Solo necesitaba añadir una idea: para qué iba a querer más billetes si entre la tarjeta blacky todo lo defraudado a Hacienda llegaba a fin de mes como un jeque.
Ministros, diputados, secretarios generales y, en un mes, un presidente del Gobierno. Los testigos lo son porque han visto algo y el PP, como mínimo, ejercía de voyeur mientras la banda de la Gürtel se empachaba.
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