IVÁN GIL
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Las unidades de cuidados intensivos o paliativos de los hospitales guardan una estrecha relación con la muerte, dando lugar a numerosas experiencias que se escapan a cualquier explicación racional. Pacientes que intuyen el momento exacto en el que van a morir, otros que parecen decidir por sí mismos el día y la hora, adelantando o retrasando su muerte, sueños premonitorios o presentimientos de terceras personas que, sin ni siquiera saber que alguien está ingresado o ha sufrido un accidente, están seguros de que ha fallecido.
Sólo los profesionales sanitarios que trabajan de cerca con los pacientes terminales conocen de primera mano el alcance y variedad de estas extrañas experiencias. La ciencia no ha podido ser capaz de ofrecer algún tipo de respuesta, por lo que se suelen describir como sucesos paranormales o sobrenaturales. Una etiqueta “demasiado vaga para la magnitud de estas experiencias”, según explica la enfermera británica Penny Sartori, que lleva cerca de 20 años trabajando en la UCI.
Una carrera lo suficientemente sólida como para haber visto de todo, intuir patrones y elaborar hipótesis sobre estos fenómenos. Tanto es así, que realizó una tesis doctoral sobre estas cuestiones, cuyas principales conclusiones adelantó en el libro 'The Wisdom Of Near-Death Experiences' (Watkins Publishing).
“Alucinaciones” compartidas por familiares
A lo largo de toda su carrera, Sartori se ha entrevistado con pacientes que han vivido experiencias cercanas a la muerte (ECM), así como con familiares que han vivido de cerca experiencias de muerte compartida (EMC). La cantidad y la repetición de patrones hacen que la enfermera descarte la hipótesis de la casualidad o la imposibilidad de hallar un razonamiento lógico para este extendido fenómeno.
Su tesis principal se centra en que “nuestro cerebro es independiente de la conciencia. Es el medio para canalizarla, por lo que en realidad es físicamente ajena al cuerpo”. Una idea que explicaría, añade la doctoranda, por qué “el alma y la conciencia pueden experimentarse al margen del cuerpo”, como en las ECM o en la meditación budista.
Entre el 70 y el 80% de los pacientes esperan a estar solos en la habitación para morirse
Entre el 70
Los ejemplos de los que Sartori se vale en su libro son muy numerosos, pero todos suelen coincidir en que los pacientes que viven estas ECM son siempre los que abrazan la muerte de la forma más tranquila y feliz, al igual que los familiares que presienten la muerte de sus seres queridos. ¿Por qué? Según las entrevistas que ha mantenido con estos últimos se debe a que están convencidos de que sólo se trata del fin de la vida terrenal.
Al margen de que se trate de personas creyentes, agnósticas o ateas, todas ellas tienen el sueño o la visión de cómo su familiar se va de este mundo guiado por alguien (cónyuges ya fallecidos, seres anónimos o ángeles) y lo hace con una clara sensación de “paz y amor”. Al principio, relata Sartori, “me llamaba la atención que algunos familiares de fallecidos no se sintiesen tristes tras diagnosticar la muerte de su ser querido, pero al entrevistarlos me di cuenta de que en realidad estaban tranquilos por haber experimentado esta sensación de trascendencia a la vida”.
Eligiendo el momento “más apropiado” para morir
Este no es el caso de los ejemplos de personas que a sabiendas de cuando van a morir piden quedarse unos minutos solos o lo hacen justo cuando el familiar, que permanece todo el tiempo a su lado, los abandona un solo momento para ir al baño. Otros casos igualmente llamativos son los de personas que se mueren justo después de ver al familiar que tarda en acudir a verlos por estar en el extranjero, cuando terminan con todo el papeleo de herencias y seguros vitalicios. “Parecen estar a la espera de que ocurra un evento específico para permitirse morir”, relata la enfermera.
La sensación de trascendencia la experimentan tanto creyentes como agnósticos o ateos
La sensación de trascendenci
El director del Tucson Medical Center John Lerma, especializado en cuidados paliativos, ha recopilado ejemplos muy similares a los citados por Sartori en Into the Light: Real Life Stories About Angelic Visits, Visions of the Afterlife, and Other Pre-Death Experiences (New Page Books). Según sus informes, entre el 70 y el 80% de los pacientes esperan a que sus seres queridos salgan de la habitación para morirse.
Sartori se niega a creer que estas vivencias estén motivadas por alucinaciones. “No es posible que varias personas vean lo mismo y sean capaces de describirlo igual si realmente se trata de una percepción distorsionada de la realidad”, apunta. Unas tesis que se apoyan en las famosas teorías del profesor Raymond Moody, que acuñó el concepto de experiencias cercanas a la muerte a finales de los 70.
Sus estudios más novedosos se centran en las vivencias compartidas por las personas que acompañan a los que están en trance de muerte. "Abren una vía completamente nueva de iluminación racional sobre la cuestión de la vida después de la muerte porque las personas que comunican estas experiencias están sanas. Suelen estar sentadas junto al lecho de muerte de un ser querido cuando le sobreviene una de estas experiencias maravillosas y misteriosas. Y el hecho mismo de que las personas no están próximas a la muerte incapacita la cláusula de exención. Como sus experiencias no se pueden achacar a fallos de la química cerebral, tendremos que ir más allá de este argumento”, asegura.
Nuevas vías de investigación
El recurso, “cínico” según Sartori, a explicar este fenómeno a partir de disfunciones cerebrales, tampoco se sostiene con los ejemplos de personas ingresadas con alzhéimer avanzado que repentinamente recuperan la capacidad de raciocinio. “Se trata de pacientes en un estadio terminal de la enfermedad, incapaces de articular palabra, que de forma sorprendente comienzan a hablar con total coherencia, interactuando con gente que no está en la habitación y que frecuentemente son familiares muertos”, explica la autora. Además, añade, “suele suceder que después de esta experiencia dejan de estar intranquilos y acaban muriendo con una sonrisa en la cara, generalmente, uno o dos días después”.
El argumento de que estas visiones están inducidas por los fármacos tampoco es aceptado por la autora porque, dice, “estos causan ansiedad, todo lo contrario de lo que sienten los pacientes”. La autora defiende en su libro que este tipo de vivencias, recopiladas a lo largo de toda su carrera, pueden ser claves para demostrar la existencia de una vida después de la muerte y que, al menos, deben abrir una nueva vía de investigación (como algunas que parten de la física cuántica) para los estudios científicos. De lo que sí dice estar convencida es de que “la muerte no es tan temible como nos la solemos imaginar”.
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